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XIX. Querido, prohibido amor.

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   Poco a poco las mujeres comenzaron a salir a la calle, cargando tablas, telas, velas y baúles. Con enormes sonrisas se saludaron en las calles, deseándose un buen amanecer y lentamente se dirigieron a la plaza principal. Meena, Lilith y Devia se le sumaron. Will terminó de darse un baño y se dirigió a Cuenca de las Abejas Obreras, nervioso desde la punta del cabello hasta sus pies. Los hombres permanecían en sus hogares, durmiendo. Los niños acudieron a las escuelas, ansiosos de conocer al heredero al trono, quien los visitaría esa misma mañana.
   Caminaron tranquilamente por las hermosas verdes praderas de Apis, entre gallinas, ovejas y ciruelos. Llegaron al antiguo hogar de Lilith, donde Ruby les daba clases a las niñas, Octubre la acompañaba. Pero el grupo continuó su camino. Con gracia caminaron sobre las pequeñas piedras, cruzando el arroyo.

   Se internaron en Murmure Silva, donde los rayos de sol dorado se filtraban entre las verdes hojas de los árboles. Los frutos brillaban sobre sus cabezas, mientras el aroma de las flores llenaba el ambiente.

   Lilith y Meena aprovecharon para presentarse poco a poco a cada una de las mujeres de Apis, todas las recibieron con una sonrisa. Continuaron hasta el final del bosque donde había una pequeña zona abierta, con menos densidad de árboles, comenzaron a preparar un bello campamento. Una ligera pared de árboles las separaba del mar, pero podían verlo, rompiendo tranquilamente en la orilla.

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   En Cuenca de las Abejas Obreras, Camila le recortaba el flequillo a Kaira, mientras ésta bebía su infusión del alba. Farkas apareció desde el vestidor, ajustando su camisa. Kaira lo observó a través del espejo, tenía el labio inferior hinchado y el cuello amoratado, ella era responsable sólo de la primera herida.

   Minutos después, Kaira de pie junto a la ventana esperaba a que su séquito de doncellas terminara de acomodar el vestido; detrás de ella, la doncella Ingrid ajustaba los cordones que provocaban que el vestido realzara elegantemente a su cuerpo, mientras Fabiola y Teresa acomodaba la falda y Valeria pulía los zapatos. Llevaba un vestido verde manzana de una tela fina, con flores blancas dibujadas, las mangas eran cortas y abullonadas. Se sentía extraña con los brazos expuestos, pero las temperaturas de Apis eran demasiado cálidas para cubrirlos.
Las dos doncellas faltantes, Claudia y Esther, ordenaban la alcoba en ese mismo instante.
   Camila había recogido su cabello en un bonito rodete desenfadado, algo que Lorenza jamás había logrado porque nunca se había tomado el tiempo de aprender a controlar el largo cabello de su hija. El recogido dejaba ver su delgado cuello, sus clavículas y el afeitado en un costado de su cabeza. Dos diminutas trenzas caían hasta el suelo, enmarcando su rostro. Estaba hermosa, y Camila le había agregado un rubor sutil.

   Kaira observó a Camila y a Farkas en la otra esquina de la habitación. Farkas estaba de pie, erguido, mientras Camila luchaba por acomodar el cuello de su camisa, ocultando los moretones en su garganta. Ella negaba desilusionada la cabeza.
   Farkas había mantenido su relación carnal con Grimn viéndose cuatro noches por semana. La relación se volvió cada vez más violenta, cargada de discusiones, a medida que Grimn fundaba a los Centinelas.
   Camila, acostumbrada a ocultar su dolor, jamás le mencionó las palizas que recibía a manos del Centinela. Ella había insistido que todos los guardias trataban igual a las doncellas, y que su piel se marcaba fácilmente. Camila aprovecharía esa misma tarde para confesarle la verdad, ya que Grimn se había marchado. Le daría tiempo de sobra para que Farkas se calmara, temía lo que pudiera hacerle a Grimn al enterarse de su violencia.

   A pesar de todo, cada día Camila y sus hermanas encontraban más paz en el castillo. La Guardia Real parecía calmarse poco a poco y pronto los Centinelas fueron el único problema. Camila no tenía idea que esto era producto de los Torvar.

   Freyja ingresó en la habitación sin tocar la puerta, comiendo una naranja. Pasó por al lado de la Princesa y con una sonrisa observó sus anillos y su collar de zorro. Kaira le sonrió con poca gana por un segundo.

   —Freyja —interrumpió Farkas molesto, mientras Camila se giraba a observar a Kaira y Freyja—. ¿Dónde estuviste anoche?

   Camila tomó el reloj que colgaba de su bolsillo. Con una seña le indicó a las doncellas que era hora de marcharse. Tomó la mano de Kaira y juntas se dirigieron hacia la salida.
   Freyja caminó hacia Farkas y lo observó, mientras lentamente masticaba el cítrico. Sin inmutarse.

   —¿Fuiste tú? —insistió Farkas, refiriéndose al guardia.

   Una sonrisa invadió el rostro de Freyja, quien lentamente negó con la cabeza mientras observaba las heridas de Farkas.

   —¿Tuviste algo que ver? —preguntó Farkas, mientras la sonrisa de Freyja se ensanchaba. No respondió, solo le metió un gajo de fruta en la boca con una sínica sonrisa.

   —¡Hermano! —gritó Yong, ingresando en la alcoba—. Ya estamos listos, te estamos esperando.

   Farkas asintió, mientras suspiraba y le dirigía una mirada de advertencia a Freyja, salió de la habitación mientras tragaba la naranja.

   —Hola, Yong —dijo Freyja dulcemente.

   —Hola —dijo este, con una sonrisa de oreja a oreja.

   Tomados del brazo, siguieron a Farkas.


   El grupo caminó por las calles, hasta el centro mismo del pueblo. Hasta la Academia para jóvenes de Apis. El centro estudiantil era enorme, con un comedor inmenso y salones en perfecto estado. Estudiaban todas las materias necesarias para convertirse en hombres de bien, según Serendipia, mientras por las tardes practicaban deportes o entrenaban el arte de la espada y el escudo en el verde jardín inmenso que mantenían ellos mismos bien cuidado.
   A diferencia de Vulpes, en el resto de las comarcas sólo había tres escuelas para niños, separadas por edades. La ciudad de Vulpes estaba repleta de estas escuelas, con diferentes especialidades, dependiendo a los planes de futuro de los jóvenes.

   En cada una de las comarcas, incluido Vulpes, solo había una pobre Escuela de niñas donde les enseñaban cómo servir propiamente a un hombre, o eso creía Sauro.

   La joven pareja recorrió las escuelas del brazo, presentándose a los profesores, mientras los niños los seguían emocionados. Poco a poco los alumnos se fueron sumando en su viaje, caminando con ellos por las calles desiertas del pueblo, acompañándolos a cada escuela hasta que cada niño en Apis seguía sus pasos.
   Gritaban y correteaban por las calles, mientras Camila y el séquito intentaban controlarlos. Llenaban a Farkas de tantas preguntas que este no tenía tiempo de responderlas todas, pero con paciencia intentaba responder sus dudas sobre los inventos.

   Pronto, Farkas y Kaira tuvieron que soltarse de los brazos, ya que los niños más pequeños querían tomarle las manos.
   Los niños los acompañaron de vuelta al castillo, hasta la sala de máquinas, donde Farkas les enseñó todo lo que pudo.
   El taller estaba completamente hecho de cristales y apenas se podía caminar al igual que en el taller de Farkas. Los niños correteaban por todos lados manchados de grasa, mientras Farkas y Yong les enseñaban los propósitos de las máquinas y la función de cada herramienta.

   La excitación de los niños era tal que no paraban de correr y gritar. Farkas reía a carcajadas, mientras tanto Kaira observaba la escena sentada prolija en el centro de la habitación. Había dos sofás, una enorme mesa ratona y cojines rodeando esta. Los niños aparecían a su lado constantemente para descansar, le tomaban la mano a la Princesa con la respiración acelerada y el sudor cubriendo sus rostros. Luego de unos minutos le sonreían y volvían a jugar.
   Camila apareció de la cocina, guiando a las doncellas que traían el almuerzo. Los niños no tardaron en aparecer.

   Farkas se sentó en el otro sofá, al lado de Kaira, los niños sentados sobre los cojines a sus pies, devorando mientras reían y jugaban.

   —¡Farkas! ¡Farkas! —gritaban algunos. Excitados preguntaban—: ¿Por qué ya no utiliza sus barcos? ¿Podemos dar un paseo en ellos?

   —Ya están obsoletos —explicó Farkas, Yong lo observaba desde una esquina, tomando una infusión—. Después de tantos años, sin el cuidado correcto, las máquinas acaban por arruinarse.

   —¿Por eso ha venido a visitarnos? —preguntó un niño, mientras se acercaba. Claramente no consciente del espacio personal.

   —Claro, para cuidar sus máquinas y conocerlos —rió Farkas, mientras sacaba un pañuelo de un bolsillo de su pantalón y le limpiaba una mancha de grasa en la mejilla del niño. Elevando la voz para que todos lo oyeran dijo con un dulce tono—: Pero... Déjenme decirles un secreto: fue idea de la Princesa visitar las comarcas.

   Todos soltaron exclamaciones de sorpresa y por primera vez la incluyeron en la conversación. Comenzaron a preguntarle cosas a los gritos. Kaira abrió los ojos con sorpresa y miró a Farkas, quien sonreía complacido, Kaira no pudo hacer otra cosa que devolverle la sonrisa. Se giró hacia los niños y comenzó a responder sus preguntas.

   —Princesa, ¿le gusta Apis?

   —Por supuesto, es una comarca preciosa —dijo mientras asentía con la cabeza—. Mi mejor amiga es de Apis.

   Los niños se mostraron encantados. Un pequeño niño de piel oscura, pecas blancas y un enorme cabello afro verde se acercó a la Princesa. Esta lo tomó entre sus brazos y lo sentó en su regazo con una sonrisa. Farkas la observaba, con el rostro apoyado en su mano.

   —¿Algún día volverá a funcionar la flota de Marítima Regio? —preguntó un niño, de los más mayores. Tenía la piel ligeramente bronceada y el cabello marrón lleno de rizos, parecía demasiado alto para su edad.

   —Quizás... —respondió en voz baja Farkas. Kaira lo observó, mientras le alcanzaba unos cereales al niño en su regazo.

   —¿Volverán a cruzar el mundo si vuelven a funcionar? —insistió el joven. Farkas no respondió, ante esto Kaira le preguntó al joven:

   —¿A ti te gustaría cruzar el mundo? —susurró la Princesa con una sonrisa, el niño asintió avergonzado.

   —Anakin, tu mamá no te dejará —acotó un niño observando al joven curioso. Con el ceño fruncido aclaró—: Has reprobado algebra.

   Anakin se encogió de hombros y bajó la mirada pensativo.

   —Princesa... —interrumpió el niño en su regazo, jugando con su collar—. ¿Podría cantarnos?

   Kaira comenzó a balbucear, pero algo captó su atención. Camila cerró las puertas del taller y se paró junto a Yong, con un asentimiento y una sonrisa la animó.

   —Claro, cariño —susurró nerviosa la Princesa.

   Comenzó con miedo, cantando las frases lentamente. Los niños se callaron automáticamente e hipnotizados la escucharon con atención. Kaira se concentró en la inocencia de los niños, reprimiendo los recuerdos de las palizas de sus madres cuando cantaba.

"Deberías acompañarme, me voy lejos, pero sola no quiero estar..."

   La Princesa comenzó a cantar con más seguridad, con su voz grave y afónica. Farkas se enderezó en su asiento y sus mejillas se tornaron coloradas mientras la oía.
   Sauro decía que su voz era una maldición y no debía rendirse jamás a las Artes Oscuras, pero estas la llamaban. Jolly insistía que no se resistiera.

"Prohibido amor, huyamos juntos en naves de hielo.
Entre las nubes y las estrellas viajemos."

   El aire dentro del taller se volvió ligero, no podían quitarle la vista de encima. Cada uno de los presentes sentía una fuerza en el pecho, un tirón. Kaira continuó cantando sin saber que para el resto de sus días aquellos niños estaban condenados a soñar cada noche con su canto. Pasarían toda su vida buscando algo que les diera la misma paz, pero jamás lo encontrarían.

"Siento que mi piel fluye, se escapa mi vida entre tus dedos.
Déjame compartir contigo el deseo de desaparecer entre la espuma de las olas.
No tengo miedo de vivir cuando tu mirada me acompaña,
pero ya no logro encontrarte en la luz.

Prohibido amor, siento el río fluir entre mis venas cuando me tomas de la mano.
Pero estoy por caer, no me dejes ir... Cierra tus ojos, así me puedo marchar sin culpa ni dudas."

• ──────  ────── •

   Las mujeres más ancianas permanecieron en el bosque, asando en una parrilla trozos de carne fresca y vegetales. Mientras que las otras, las jóvenes madres, se dirigieron hacia la plaza principal donde recogerían a sus niños y los regresarían a su hogares luego de su día con la pareja real. A la vuelta, pasarían por sus hijas y junto con sus maestras se internarían en el bosque para la noche más especial del año.

   Lilith se quedó con las ancianas, y lentamente comenzó a acercarse a las madres de antiguas debutantes. Con toda la delicadeza que pudo, guió la conversación hasta poder decirles que en Vulpes no estaban, al menos no libres en las calles.
   Muchas parecían ya saberlo, no dijeron nada, solo se dejaron atrapar por la tristeza. Otras negaron con su vida, dijeron que sus muchachas se habían casado con un hombre de bien y probablemente tenían muchos hijos. Unas pocas parecieron entender y aceptar, desesperadas lloraron, rogando información a Lilith sobre el paradero de sus niñas. La respuesta de Lilith fue la misma para todas:

   —Vamos a buscarla, déjame ayudarte a saber que paso con ella —susurraba con esperanza Lilith—. En la próxima Luna llena, buscaremos en cada rincón de Vulpes... Haremos lo necesario para encontrarlas, o haremos justicia.

   Meena se fue con las jóvenes madres, quienes habían perdido a sus propias madres, a sus hijas o hermanas. Secuestradas en una noche común corriente, sin amparo de la ley. Comenzó con su parte del trabajo.

   —Nos merecemos mucho más que una tumba sin nombre y apellidos prestados, se merecen que nos venguemos en su nombre. —Les dijo a cada una de las apenadas mujeres.

   Meena se separó de ellas, segura de que su misión había sido exitosa, en la Escuela para Niñas del Hogar de Apis. Observó el nombre de Selene tallado en el ciruelo y se dirigió al salón, pero estaba desierto. No tardó en notar el alboroto dentro del molino.
   Se dirigió a este y asomó la cabeza por la puerta entreabierta.

   Farkas y Yong reparaban y limpiaban los hornos de las niñas, mientras muchas de estas se encontraban arrodilladas a su lado, ayudándoles y aprendiendo.
   El resto de las niñas, de pie alrededor de la Princesa quien intentaba amasar, le enseñaban como hacer una tarta a Kaira. Cubiertas de harina reían y los ojos de la Princesa brillaban. De pie a su lado, Ruby controlaba a las niñas y le indicaba a Kaira el procedimiento.

   Octubre, sentado sobre una encimera, observaba la escena y reía. Se volteó y la vio.

   —¡Meena! —gritó con una sonrisa.

   Kaira levantó la cabeza y su sonrisa se ensanchó al ver a Meena. Esta no pudo evitar enternecerse, se acercó a la Princesa y apoyando una mano en su espalda le dio un beso en la mejilla.
   Las niñas rieron, Ruby se alejó para sentarse al lado de Octubre.

   —¿Qué haces, pyar? —le susurró con dulzura, apoyando la cabeza en su hombro, viendo sus delgadas manos cubiertas de harina.

   —Las niñas y yo estamos haciendo una tarta de manzana para esta noche —respondió con un tono alegre, impropio de ella.

   Farkas sacó la cabeza de un horno y se sacudió el hollín de la camisa que ya había perdido su blancura hace rato, las niñas lo imitaron. Yong comenzó a guardar las herramientas, mientras Farkas con un trapo húmedo, de rodillas, limpiaba las manos de las niñas.

    —Ya debo marcharme, comienza a atardecer... —anunció Farkas, las niñas soltaron una queja desilusionadas y lo abrazaron con fuerza—. Gracias por recibirnos sin previo aviso, pero Yong y yo debemos irnos y ustedes tienen un compromiso importante.

   Las niñas despidieron a Yong y le agradecieron, mientras él y Farkas las saludaban una a una. Farkas le dio un rápido abrazo a Camila, se susurraron unas palabras y salieron con enormes sonrisas, pero apenados de marcharse de tan maravilloso lugar. Meena los observó sin decir nada.
   Sin embargo, al ver que Farkas partía, Kaira se alejó de Meena y corrió a la salida, en busca de Farkas cerró la puerta a sus espaldas. Meena suspiró.

   —¡Farkas! —gritó Kaira, corriendo hacia él, con su vestido agitándose lentamente. Farkas se giró extrañado.

   —¿Qué sucede Kaira? —preguntó preocupado.

   —Solo quería agradecerte... —susurró ella, mirándolo directo a los ojos—. Sé que ha sido una jugada peligrosa, pero las niñas jamás se olvidarán de que te tomaste el tiempo de visitarlas y enseñarles lo mismo que a los niños.

   —No es nada, se lo merecen —respondió Farkas, recorriendo con la mirada el rostro de Kaira, nunca la había visto tan feliz. Nunca ella le había hablado así de bien. Fue tanto el tiempo que se tomó en admirarla, que una sonrisa se dibujó en su rostro al ver sus mejillas coloradas por el sol.

   Kaira asintió ilusionada, se despidió de ambos y se marchó corriendo.

   Agotados, Yong y Farkas retomaron su regreso al castillo. Victoriano distraía a Afrodisio con una tarde de pesca, mientras Will hacía la misma tarea que Meena y Lilith, pero con las doncellas. Fue un éxito, quedaron en marchar a Vulpes en Luna llena.

   —¿Te encuentras bien, Yong? —preguntó Farkas caminando a su lado, cargando sobre su hombro el baúl de herramientas.

   —No, hermano, creo que a Freyja le gusta Lilith... —dijo Yong, arrastrando una bolsa de piezas obsoletas. Las llevarían de regreso a Vulpes y las transformarían en adornos.

   —Lo siento. —Le dijo Farkas, posando una mano sobre su hombro.— Tienes que decirle lo que sientes, Yong. Es tu última oportunidad.

   —¿Dónde está ahora? —respondió Yong, asintiendo con la cabeza.

   —En el castillo, le he prohibido salir esta noche.

   —¿Y te ha hecho caso? —rió incrédulo, Yong.

   —Por primera vez en la vida, si... porque le dije que tú querías que se quedara.

   Yong levantó la vista del suelo y sonrió como un niño. Farkas rió ante la reacción de su amigo, detestaba verlo sufrir por un amor no correspondido. Pero también estaba seguro que él podía aspirar a algo mejor.

   En silencio continuaron por el hermoso prado, rodeado de gentiles animales que pastaban.
   Farkas suspiró, cerró los ojos y lo único que pudo ver era a la Princesa riendo con harina en la punta de su nariz. Enarcó las cejas, abrió los ojos y maldijo la calidez del Sol que volvía aquel momento perfecto.

   Por el resto del camino se dedicó a silbar la melodía que Kaira había cantado y a soñar con naves de hielo.


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