XIII. Tierra de ciruelos y recuerdos.
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Dos campanas comenzaron a sonar con gran estruendo en lo alto del mirador. Octubre tiraba del contrapeso mientras gritaba con fuerza:
—¡Terram in aspectu! —"Tierra a la vista" en la lengua antigua de Serendipia.
—¡Land i sikte! —repitió Farkas, en el idioma de Norviega. Se aferró al timón y balanceando su cuerpo dejó salir la más genuina de las carcajadas.
—¡Tierra a la vista! —gritó una marinera, proveniente de Cubanacán. Su nombre era Ana María y era de un espíritu travieso.
—¡Ttang-i boyeoyo! —Se sumó Yong, en el dialecto de sus tierras: Zhoung Guo.
Meena apareció desde las entrañas del barco, con su velo en mano. Sonrió al oír los idiomas que tanta familiaridad le producían, y cargada de emoción se sumó:
—¡Drshti mein bhoomi! —Riendo elevó la vista. En el mirador con el rostro lleno de sudor Octubre le sonreía con cariño. Meena le regaló un beso a distancia en respuesta.
Wilhelm apareció a su lado, al instante Meena supo que estaba buscando a Lilith. No dijo nada, simplemente se acomodaba una y otra vez los puños de la camisa y su brazalete, mirando a todos lados. Algunos tripulantes mencionaron haberle visto con Freyja, sin embargo, tampoco le veía por ningún lado. Yong le había explicado hace unos breves minutos que tendía a desaparecer hasta en los lugares más pequeños.
—No está aquí —dijo de repente Meena, luego dejó de mirar a Octubre y se giró hacia al hombre dispuesta a ayudarle—. ¿Qué puedo hacer por ti?
—Creo que será mejor que la busques tú, a veces le cuesta abrirse un poco conmigo, como si yo fuera a regañarla. —Negó con la cabeza preocupado.
—Sabes que ella te ve como un padre, ¿verdad? —susurró ella. Will en respuesta asintió con los ojos muy abiertos. Sao ya se lo había mencionado más de una vez.
—¿Qué sabes de él? —Will se esforzaba por comprender el pasado de Lilith, para poder entenderla mejor. Sin embargo, siempre que sacaba el tema Lilith se cerraba y desaparecía por unas horas.
—Tan poco como ella. Era un pescador, murió junto a su madre. —Meena levantó los hombros en señal de ignorancia.
Wilhelm la observó en silencio, preocupado por Lilith. Suspiró, bajó la mirada al suelo y dijo:
—Creo que el hecho de que a ella la recuerde pero a él no, nos dice más de lo que un recuerdo haría. —Wilhelm observó a las espaldas de Meena, donde la puerta del camerino de Kaira continuaba cerrada, al igual que la puerta vecina: el camarote de Victoriano. Meena se dio la vuelta y siguió el curso de su mirada.
—¿Seguro que quieres encargarte tú de eso? —dijo ella, refiriéndose a la familia real, mientras comenzaba a marcharse.
Él infló el pecho y se acomodó una vez más la camisa. Sin voltear a verla le dijo:
—Encárgate de Lilith, por favor. Octubre está ayudando a Farkas ahora mismo y Camila tiene que quedarse con Grimn. Yo me encargaré de ellos.
Meena se marchó mientras que con un movimiento rápido se cubría el rostro con el velo. En pocos minutos Grimn podría salir por primera vez a la cubierta desde su enfermedad, Camila le había bajado la dosis lo suficiente para que la mayoría de los efectos desaparecieran al bajar del barco. Esa misma noche tendría que infectarlo con una flor diferente, la cual le daría los mismos síntomas que una letal fiebre que los ciudadanos relacionaban con los demonios que te castigaban por alejarte de casa. Con suerte, Afrodisio (el hermano de Sauro a cargo de Apis) lo mandaría derecho a Vulpes a la mañana siguiente.
Wilhelm se acercó al camerino de Kaira y Farkas y golpeó la puerta con insistencia. No le gustaba exigirle esta clase de cosas a la Princesa, sin embargo, debería llegar perfecta a Apis o todos allí sospecharían. La tercera vez que tocó sin obtener respuesta, se dio la vuelta y buscó con la mirada a Farkas, lo encontró en la otra punta del barco. Corrió hasta allí y le preguntó:
—Farkas, que amanezcas en paz. —Farkas se dio la vuelta e inclinó la cabeza en señal de saludo.— ¿Dónde se encuentra Kaira?
—Supongo que aún debe estar durmiendo... —respondió el joven extrañado ante la pregunta.
—¿No duermen en el mismo camarote?
Farkas suspiró, al tiempo que ajustaba el rumbo del gran galeón, gritó un par de órdenes y luego en voz más baja respondió:
—Le ofrecí dejarle el camarote para ella sola, yo pasaría las noches con Yong, pero ella se negó. Todas estas noches las paso en el camerino de Victoriano, ¿la has buscado ahí?
Will se puso pálido.
—Supongo que eso es un no... —El joven se acercó a él, y por lo bajo le susurró—: Camila tiene una receta nueva, que los ayuda a sentirse mejor la mañana siguiente. Tu pídele la infusión del alba y ella sabrá de qué hablas.
A pocos metros gran cantidad de pequeñas islas de césped verde y árboles de flores blancas, algunas con cabañas o molinos, otras con huertos y otras vacías, comenzaron a complicar la tarea de Farkas. Este hizo una seña a los marineros que se encargaban del molino de agua para que bajaran la velocidad. Will suspiró con el estrés que salía de sus poros, quería volver loco a Farkas con preguntas debido a aquella infusión del alba y para que la necesitaban... pero el joven llevaba a cabo una tarea complicada hasta para los más expertos. Decidió dejarlo tranquilo y encargarse él solo de aquel problema que tanto le aterraba enfrentar.
El galeón continuó avanzando hacia el puerto. Apis era característico por las pequeñas islas que lo rodeaban, el puerto había sido construido en la parte más limpia de éstas, pero incluso así debía andarse con cuidado en un barco de esas dimensiones.
Wilhelm trotó hasta la puerta de Victoriano. Notó que estaba sudando y susurró para sí mismo:
—Esto es ridículo. —Y sin tiempo de darse a pensar golpeó la puerta con insistencia. Automáticamente Kaira la abrió, visiblemente asustada, pero con su tono suave dijo:
—Lo siento. —Tenía unas ojeras enormes y la boca seca. Salió del camarote, entornando la puerta y una doncella, Valeria, apareció cargando una cesta con artículos de belleza. El poco tiempo que les quedaba se reflejaba en los ojos de la doncella.— Me he quedado dormida, dame unos minutos y estaré lista —dijo con desgano, cubriéndose la luz del Sol que le daba directo en el rostro.
—Kaira —soltó él al ver dicha acción.
—¿Sí? —respondió ella, volteándose, con una mueca de dolor.
—... ¿necesitas una infusión del alba?
El rostro de Kaira se puso serio, se enderezó y asintió con la cabeza, visiblemente disgustada. Se volteó lentamente y observó con pura rabia a Farkas. Con paso orgulloso desapareció en su camarote, seguido de las jóvenes doncellas que arreglaban su aspecto cada mañana. Will se dio la vuelta, no muy seguro de lo que estaba por hacer, aun así continuó. Como quien cava su propia tumba ingresó en el camerino de Victoriano, empujando la puerta con suavidad.
Dentro estaba oscuro y olía a encierro. Dos enormes camas en cada punta desordenadas, en el centro de la habitación una mesa con copas sucias de múltiples bebidas, el suelo regado de botellas vacías. Acostumbrándose a la oscuridad lo encontró en la cama derecha, dormido profundamente con una mueca de disgusto. Suspirando, Wilhelm abrió las persianas de un tirón, el rayo de luz golpeó directo en el rostro a Victoriano; se levantó de golpe, tomó su cabeza entre sus manos, disgustado.
—¿Qué...? —Intentó decir, la luz en los ojos lo estaba matando, y no lograba distinguir quién le molestaba.
—Levántate, estamos a menos de una hora —respondió Will con autoridad, mientras dejaba la sala—. Enviaré a alguien para que te ayude con este desastre.
Victoriano reconoció la voz enseguida, el estómago le dio un vuelco y quiso vomitar. Por él y un par de razones más. Lo vio marchar y cerrar la puerta con un fuerte estruendo. Se puso de pie y se lavó la cara con un trapo húmedo y perfumado que las doncellas le habían dejado. Observó la cama de Kaira y una copa volcada junto a esta. Negó con la cabeza y sintió puro asco por sí mismo, como cada mañana se prometió jamás volver a beber.
Wilhelm bajó las escaleras en busca de Camila, pasando por las cocinas apresuradamente, allí estaba. A su alrededor había un gran ajetreo, pero ella estaba inmóvil con una taza humeante entre sus manos, observaba el vapor danzar perdida en sus pensamientos. Tenía la cabeza gacha y el cabello corto le cubría el rostro. Sus orejas sobresalían entre sus cabellos dorados.
—¿Se ha levantado? —le preguntó Will, refiriéndose a Grimn. Camila asintió en respuesta, sin mirarlo.— ¿Dónde está ahora?
Ella al fin levantó la vista y el cabello se movió naturalmente de su rostro. Tenía el labio cortado y una sonrisa enorme; con naturalidad e incluso divertida, ella respondió:
—Arriba, quería supervisar a Farkas.
El rostro de Will se desfiguró de la rabia y se dio la vuelta para marcharse, pero Camilo lo tomó del brazo asustada, había leído sus intenciones en sus ojos.
—¡No! —soltó con la más pura de las desesperaciones. Él se volteó a verla con pena en sus ojos, ella le imitó—. Por favor...
Wilhelm no lo dijo, pero estaba cansado de los secretos. También sabía que no era quién para andar revelando la pena del resto. Él hombre se alejó hacía el gabinete donde Freyja había dejado un pequeño botiquín, los cortes y quemaduras eran algo común en la cocina. Regresó con él y le indicó a Camila que se sentara en una banqueta.
—¿Puedo preguntar qué tan seguido esto sucede? —susurró él mientras le limpiaba la herida a la joven.
—Bueno... —respondió ella tímidamente como si fuera la culpable de las palizas. Mantenía los ojos cerrados pero aguantaba el dolor sin quejas—. Se transformó en rutina... pero aprendí a cruzarme con él lo menos posible. Si no me ve, no puede pegarme. Si no hablo, no hay razones para enfurecerlo. —Soltó un largo suspiro tembloroso. Will la observó con pena mientras cubría la herida con un paño empapado de ungüento.— Aunque, a veces mi silencio es suficiente razón para...
No acabó la frase, Will tampoco necesitaba que lo hiciera. Dejó que el silencio los invadiera y la respiración de ella se regulara, para continuar:
—¿Farkas lo sabe?
Camila abrió los ojos, mientras él volvía a cerrar el botiquín. El silencio fue la respuesta que necesitaba, ambos se miraron. Ella sonrió y dijo:
—Debería decírselo, ¿verdad?
Ambos asintieron lentamente. Los minutos pasaron, Will cerró los ojos y finalmente preguntó:
—¿Podrías preparar dos infusiones del alba para Victoriano y Kaira?
—Oh... —dijo ella, él abrió los ojos y vio su rostro de disculpa—. Se le ha escapado a Farkas, ¿verdad? Lo siento, prometió mejorar y me hizo jurar que no les diría nada —susurró Camila, refiriéndose a Kaira.
Will se pellizcó el puente de la nariz, el estrés lo estaba llevando al límite esa mañana.
—Ahora no puedo tratar con esto. Necesito encontrar a Lilith.
Una de las cocineras, Fabiola, levantó la mirada con una sonrisa y preguntó:
—¿La de ojos distintos? Estuvo aquí hace un momento.
Will sonrió por primera vez en el día.
—¿Dónde está ahora?
• ────── ☼ ────── •
Lilith estaba en el camarote de Victoriano, junto con seis doncellas más. Entre ellas charlaban y reían mientras limpiaban y ordenaban el desastre. Él intentó ayudarlas, pero riendo lo habían echado, diciendo que se preparaba para el desembarque. Acabó por aceptar, ya que ante su inexperiencia realmente solo estaba estorbando. La joven se había vuelto a poner su Niqab (el velo que solo dejaba sus ojos al descubierto) recordando que la mañana en que llegaran a Apis, Camila y Meena liberarían ligeramente a Grimn de su condena.
Lilith en una mano llevaba un saco de tela y con la otra iba metiendo todas las prendas y telas sucias que encontraba. No participaba activamente de la conversación, pero con una sonrisa veía a las doncellas jugar y divertirse mientras cumplían sus tareas. Todas y cada una de las doncellas y los marineros eran parte de la tripulación de Vilkas, por lo cual podía notar de lejos la diferencia con las doncellas de Serendipia, quienes no emitían sonido y llevaban a cabo sus tareas con el peso de las cadenas a sus espaldas. Como era en el caso de Claudia y Esther en ese mismo instante, el terror pintaba sus rostros cada vez que una de las doncellas de los Torvar soltaba una escandalosa carcajada. Poco a poco se mostraban más relajadas que nunca, pero ciertas costumbres estaban grabadas en sus cerebros. Los pasos silenciosos y los susurros imperceptibles ya eran parte de ellas.
Lilith había notado que nadie tenía un rol obligatorio. Había visto marineras y doncellos, y le encantaba. Todos ocupaban el lugar que preferían.
Un pañuelo de seda golpeó su rostro con suavidad. La joven se sobresaltó y levantó la vista. Una muchacha de ojos rasgados, nariz pequeña y labios rosados la observaba riendo. Tenía el cabello más fino y lacio que Lilith había visto en su vida. Sus rasgos le recordaban al retrato de Zheng Yi Sao de joven que había visto en el camarote de Jolly.
—¡Zhōu dào! —(Atenta, en mandarín). Rió, mientras le arrojaba tres pañuelos más, los cuales Lilith atrapó al instante y los guardó en el saco—. Estás muy callada, ¿Cuál era tu nombre?
—Lilith —respondió, temerosa de que tanto supiera de ella. La tripulación estaba al tanto de La Liberación y poco a poco se sumaban a la lucha, pero Lilith siempre temía que la gente hablara mal de ella a sus espaldas—. ¿Tú eres...?
—¡Ah! —asintió con una sonrisa enorme—. Si, ya. Sé quién eres...
Las mejillas de Lilith tomaron temperatura y comenzó a sentirse incómoda. Intentó cortar la conversación y continúo caminando por la habitación, mientras el resto de las doncellas empacaba las pertenencias del Lord.
—La vigilante, ¿verdad? La que merodea por los tejados a la noche —continuó la otra, mientras abría todas las ventanas. La brisa marina inundó el ambiente—. Mi nombre es Emiko.
—Ah... No, espera —Lilith rió avergonzada ante sus propios pensamientos—. Esa es Meena mayormente, y algunas de las chicas de la Rebelión. A veces me sumo, pero no vivo en el continente.
—Mmm, que extraño —dijo Emiko mientras sacaba medio cuerpo por la ventana, observando los rosados peces que seguían al galeón—. Estaba segura de que eras tú. Muchas de las supervivientes que han salvado dicen que el Ángel tiene heterocromía.
¿El qué? pensó Lilith confundida.
En ese momento irrumpió Will, en un claro apuro. Las doncellas lo observaron, lo saludaron y continuaron con sus tareas. Este cruzó miradas con Lilith y apresuradamente se acercó a ella.
—Al fin te encuentro —soltó extremadamente preocupado, tomándola de la mano—. ¿Cómo te sientes? ¿Qué necesitas?
Lilith vio como Emiko observaba confusa ante el comentario y se marchaba sintiéndose desubicada en una conversación íntima. Esto le molestó a Lilith, no quería que la gente la viera como algo a punto de romperse, frágil, ni como una bomba apunto de explotar. Apartó sus manos de las de Will, este levantó las cejas, extrañado.
—No me pasa nada —dijo con una brusquedad impropia de Lilith. Ante la sorpresa Wilhelm no supo qué responder, la observó en silencio. Lilith comenzó a sentir vergüenza de sí misma, el sentimiento no le gusto, por lo cual las palabras brotaron solas mientras intentaba seguir ordenando—. No es necesario que me persigas por todos lados, ¿sabes? —Meena ingresó por la puerta en medio de esto, el alivio cruzó su rostro al ver a Lilith. Pero al detenerse y ver la situación, se debatió por unos segundos si quedarse o irse. Se decidió por darles privacidad.— Sé cuidarme solita, no hay nada malo conmigo ¿lo sabes?
A Will se le escapó una pequeña risa incrédula, no entendía de dónde venía todo esto. Lilith interpretó la risa de otra manera, por lo que le arrojó el saco. Con el ceño fruncido lo observó, lista para discutir. Will atrapó el saco e inclinó la cabeza hacia un lado, ligeramente molesto. Ante la interacción las doncellas dejaron de lado sus tareas y se giraron a mirarles.
—Claro que lo sé —comenzó a decir lentamente, pensando sus palabras dos veces antes de decirlas—. Solo quería mostrar apoyo, es natural que sea difícil todo esto para ti. Y sin Sao cerca entiendo que...
—No necesito un guardián, Wilhelm —soltó ella, arrancándole el saco de sus manos y llevándolo al otro lado de la habitación, junto con el resto de la ropa sucia. Las jóvenes volvieron a sus tareas, intentando desesperadamente ignorar la discusión—. Déjame sola, estoy perfectamente.
Will levantó las manos en señal de rendición.
Victoriano entró en el camarote secándose el cabello húmedo, alborotándolo en el proceso. Llevaba los pies descalzos, la camisa abierta completamente y unos pantalones holgados. Distraído se dirigió hacia su cama donde las doncellas le habían dejado un traje verde esmeralda, las únicas prendas que no habían guardado ya en los baúles. Emiko a su lado dijo algo que lo hizo reír a carcajadas, y mientras reía observaba el avance de la alcoba. Inevitablemente se encontró con Will, su sonrisa desapareció nuevamente, pero no le quitó la vista de encima. Continuó secándose el cabello al pie de la ventana, iluminado por un rayo de luz que entraba directo hacia su pecho, buscando respuestas en los ojos de Wilhelm... respuestas de cómo olvidarlo.
Will ya conocía su juego perfectamente, así que sin miedo lo observó y posó sus ojos por todo su cuerpo. Volvió a mirarlo a los ojos y sonrió vagamente. Sorprendido, Víctor se quedó completamente quieto.
Kaira entró en la habitación con un impresionante vestido del mismo color que el traje de Victoriano, con cadenas doradas en forma de esqueleto sobre este. Por primera vez en la vida llevaba los brazos completamente al descubierto, incluso sin miedo a mostrar sus cicatrices. Observó la interacción divertida.
Wilhelm sintió la presencia de la Princesa y la vergüenza lo invadió, por lo cual buscó con la mirada a Lilith, pero se había marchado. El hombre negó con la cabeza ante su descuido y se marchó maldiciendo. Victoriano dejó salir un largo suspiro y lentamente comenzó a abrocharse la camisa. Kaira apareció a su lado, riendo.
—Bueno, parece que me has hecho caso después de todo. —Se paró a su lado y ambos observaron Apis a través de la ventana.
Farkas se dirigía al puerto, rodeaban la isla. Sauro no había estado contento con la decisión de no tener el puerto apuntando a Vulpes como era la costumbre, así que en su lugar había mandado a construir la fortaleza de su hermano Afrodisio, asegurándose que no fuera tan grande como la de él. Ahí estaba, el pequeño castillo de cristal resurgió entre los árboles blancos, pero por la distancia y las pequeñas islas entre medio, no se podía ver más.
—No sé de qué hablas —respondió Victoriano, colocándose el chaleco y una boina, ocultando una sonrisa.
—Deben ser imaginaciones mías —se burló Kaira, ambos se miraron y rieron. Una escena única: ambos estaban tan alegres que incluso sintieron una ligera pena, pensando ¿Por qué no puedo sentirme así más seguido?
Octubre volvió a agitar las campanas.
• ────── ☼ ────── •
El equipo se encontraba en la cubierta ligeramente disperso, para no activar las alarmas de Grimn, quien en la popa se mantenía de pie a duras penas, al lado de Farkas. Este dirigía el galeón entre las diminutas islas con seguridad y a menudo le arrojaba comentarios burlones a Grimn, este se limitaba a observarlo con el ceño fruncido. Farkas era el único que no parecía tenerle miedo a Grimn, aseguraba que si lo conocías parecía un niño con un ego ridículo y una curiosidad desmedida ante la violencia.
En la propa, Kaira y Victoriano observaban como el puerto tomaba forma poco a poco. A su lado, Camila y Meena, cumpliendo sus papeles de doncellas.
Will ayudaba a parte de la tripulación a acabar con los preparativos, apilando cajas y arrastrando baúles. Mientras que Octubre seguía las órdenes de Farkas, colgándose de las cuerdas y manipulando las velas.
En la sala de máquinas, Yong (con la ayuda de Freyja) acababa de limpiar todo.
Kaira se dio la vuelta buscando entre los ojos de las doncellas con velos a Lilith. No la encontró, quiso buscarla, pero no quería que Grimn comenzara a hacer preguntas.
La música comenzó a oírse, y pronto, así también las voces. Una multitud los saludaba, con banderines de colores primaverales entrelazando los postes de los puertos. La tripulación entera frenó sus tareas por unos segundos, como si se tratara de telepatía, y observaron la belleza de Apis.
Su césped verde y suave, sus miles de flores silvestres, los árboles frutales en cada esquina, las cabañas pequeñas y encantadoras con sus humeantes chimeneas. Las angostas calles serpenteantes de adoquines o de tierra. Un pequeño zeppelín circulaba por los cielos sobre el encantador pueblo. La paz y la felicidad que se respiraba, junto con el suave calor que te abrazaba, mientras que las flores blancas de los ciruelos inundaban los cielos y rodaban por los suelos.
El galeón comenzaba a disminuir la velocidad, mientras los marineros del puerto se preparaban para recibirlos. Farkas paró de molestar a Grimn y se metió de lleno en su tarea, gritaba órdenes mientras la flota se acercaba lentamente a destino.
Finalmente lo logró, golpeando ligeramente una de las pasarelas del puerto, la cual vibró por unos segundos. Y los gritos de alegría estallaron en el galeón. Farkas sonrió al cielo con los ojos cerrados y se acomodó la ropa: llevaba un traje impresionante de un verde oscuro, con un chaleco con flores doradas bordadas, las mismas bordadas al pie de la falda de Kaira. Unas cadenas sobre su chaleco imitaban unas costillas. Tres segundos después comenzó a bajar las escaleras trotando y con dos fuertes aplausos la tripulación se preparó para el desembarque. Él fue en busca de Kaira.
La encontró observando los movimientos del puerto en silencio. Volvía a ser la misma de siempre, al menos por fuera. Mientras Kaira observaba a los marineros que extendían un encantador puente blanco hacia el galeón, Farkas la observó en aquel nuevo escenario. Su piel pálida parecía contrastar con la calidez de aquel lugar y se notaba que no estaba acostumbrada a no llevar pesados abrigos de lana en el exterior.
Lentamente se acercó a ella y ambos entrelazaron sus brazos, luego se miraron, suspirando caminaron al frente del barco. Una vez en la barandilla se voltearon a la multitud y sonriendo comenzaron a saludar. Acostumbrados a aparentar la pareja perfecta en público, recibieron los saludos de la gente con familiaridad. Ambos llevaban sus respectivas coronas; la de Farkas imitaba la forma general de la corona de Kaira, pero estaba hecha enteramente de engranajes y tuercas.
Todo estaba listo, por lo que comenzaron a descender. Pronto se encontraron sobre unos tablones de madera, debajo el suave oleaje, rodeados de miles simpáticos barcos pesqueros pequeños. A su lado comenzó a descender la tripulación, cargando el equipaje y siendo dirigidos por las jóvenes de Apis que trabajan para Afrodisio.
El hombre apareció a su lado, era un hombre grueso, de facciones redondas y una abundante barba que mantenía corta. Tenía un aspecto gentil y una sonrisa divertida. Su cabello castaño terminaba en puntas verdosas. Afrodisio sostenía en su mano una sola ramilla con una flor blanca de ciruelo y se lo entregó a su sobrina.
—¡Bienvenidos a Apis! —gritó, más para el público que para los visitantes—. ¡Tierra de agricultores, poetas y molinos!
Con paso tranquilo y una enorme sonrisa los guío entre la multitud. Los pueblerinos saludaban amablemente a la joven pareja y le entregaban una a una flores de ciruelo a Kaira, hasta que acabó por tener un ramo enorme. Las flores comenzaron a caer de sus manos por lo cual Farkas comenzó a aceptar las ramillas él mismo y poco a poco las colocaba en su reluciente traje y en el largo cabello de Kaira. Camila cargaba con la cola de su vestido, evitando que alguien lo pisara por error.
El avance era pausado pero constante, la gente de Apis parecía civilizada a diferencia de la gente de Vulpes, quienes perseguían una vida demasiada exaltada y apresurada. Estos a menudo se burlaban de Apis, llamándolos lentos y que les gustaba demasiado la siesta.
Kaira sonrió ante esto y a pesar de que acababa de llegar, envidió su vida completamente. Y les regaló una genuina sonrisa a aquellos cálidos pueblerinos que la recibían por primera vez, con amor y respeto.
• ────── ☼ ────── •
Lilith caminaba entre la multitud, siguiendo a la fila de marineros y doncellas. Cargaba entre sus brazos los libros de Kaira. Comenzaba a faltarle el aire y el corazón le latía con fuerza. Ignoraba los dolores, los tirones del corazón y los gritos en su mente. Algo en su cabeza le susurraba una y otra vez que otra vez estaba en casa, pero ella lo ignoraba, intentando mantener la compostura.
Tropezó, cayó al suelo y los libros se esparcieron entre los zapatos de la gente. Cuando logró levantarse tenía otra vez cinco años y caminaba atemorizada detrás de cinco jóvenes mucho más grandes que ella, quienes la miraban entre confundidas, apenadas y ofendidas. Tres muchachos sonrientes caminaban detrás de ellas. Todos eran demasiado altos para Lilith, no lograba ver nada más que una masa de cuerpos y el cielo despejado. Debía casi trotar para poder seguir el paso de los jóvenes que la acompañaban. Las gaviotas revoloteaban sobre sus cabezas.
El pueblo gritaba, la música estaba demasiado alta y a nadie parecía importarle su presencia o bienestar. Era solo una niña, de apenas cinco años y un corazón confundido.
No pudo más, sintió lo inevitable. Llegó como una ola. Vomitó catastróficamente en el medio del puerto.
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⊱ ☽ Final de la segunda parte: "¿Quiénes somos cuando nadie nos ve?" ☾ ⊰
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