X. La belleza de las flores.
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Meena ingresó trabajosamente en el camerino de Farkas y Kaira, con esta en brazos. Freyja la seguía y después de cerrar la puerta y sonreírle a Lilith en el proceso, le indicó que la recostara sobre la cama.
Meena obedeció enseguida, sus músculos ya se sentían abarrotados. Luego de acomodar a Kaira entre los miles de cojines, suspiró y comenzó a acomodarse el velo mientras observaba el lujoso camerino.
Freyja se arrodilló frente a Kaira. Tomó su maletín y de allí sacó un pequeño frasco de cristal con un líquido transparente, se lo acercó a la nariz. Kaira abrió los ojos de golpe y se apartó con disgusto. Automáticamente un fuerte dolor en la sien provocó un pequeño jadeo.
—Priya... —dijo Meena mientras se acercaba rápidamente y le acariciaba el cabello—. ¿Te encuentras bien? ¿Qué ha pasado?
—No lo sé... simplemente no me siento bien —trastabilló la Princesa, no recordaba la última hora.
Meena asintió mientras la ayudaba a meterse bajos las sábanas, le acomodó los cojines y le sonrió. En ese momento Kaira notó que no estaban solas.
—Freyja... Hola —le susurró, con una sonrisa casi imperceptible. En respuesta, Freyja inclinó la cabeza y sonrió de vuelta.
—Princesa —comenzó a decir mientras se inclinaba sobre ella y observaba sus ojos con una pequeña linterna hecha con espejos y sal rojiza brillante. La examinó en detalle, mientras burlona y coqueta le dijo—: Si querías verme bastaba con llamarme, no era necesario todo este circo.
Con las mejillas encendidas, Kaira miró a Meena que fruncía el ceño, su postura estaba tensa. La Princesa rodó los ojos y susurró que solo bromeaba.
—¿Se conocen? —dijo Meena recelosa mientras examinaba al médico, le daba mala espina.
—Es la curandera de Farkas. ¿Recuerdas que te conté que me ayudó con mis heridas la noche de la boda?
Freyja sonrió de costado y levantó una ceja, examinó los ojos de Meena, calculadores. Le extendió la mano con una sonrisa. Meena levantó la barbilla y luego de observar la huesuda mano, la tomó con recelo y la agitó.
—¿... y tú eres? —preguntó Freyja, ya sabiendo la respuesta. Aún sostenía la mano de Meena con firmeza, quien intentaba zafarse.
—Meena, pertenezco a las doncellas de la tripulación.
—¿Doncella? Pero qué sorpresa... —La sonrisa de Freyja se ensanchó mientras el canto de Lilith se filtraba por el hueco de la ventana.
Meena retiró la mano con fuerza, la limpió en la falda de su vestido y se sentó en el suelo frente a Kaira, dando por terminada la conversación.
Freyja inclinó la cabeza y las observó susurrarse dulces palabras. Depositó el diminuto frasco de azúcar fermentada en la mesita de noche y salió del camarote. No sin antes decirles que el desmayo había sido producto de fuertes emociones, que se mantuviera tranquila y que se alimentara bien.
El fuerte viento golpeó su rostro automáticamente. Frunció el ceño al ver que otra doncella había ocupado el lugar de Lilith, la joven y dulce Ingrid fregaba el suelo de la cubierta.
—¡Freyja! —Yong apareció a su lado, con los ojos brillantes y una sonrisa sincera.— ¿Dónde te habías metido?
En respuesta obtuvo una enternecida sonrisa, juntos se fueron al taller para comenzar a ordenar y preparar todo para su llegada a Apis. En un abrir y cerrar de ojos ya estarían allí.
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En la cocina, Wilhelm reía con las doncellas mientras preparaban un estofado de conejo y legumbres en una olla en la que cabía una persona. Teresa y Fabiola, amigas de Camila, ayudaban a limpiar la carne mientras poco a poco lograban integrarse a la extrovertida tripulación de los Torvar. En una esquina Camila observaba el agua calentarse bajo el fogón. La temperatura del ambiente era templada, pero el sudor aun así caía por su rostro.
Observó las dos tazas con forma de hongos, pequeñas y bellas; talladas a mano por jóvenes artesanas que no habían logrado casarse a tiempo, siendo condenadas a jornadas de trabajo de sol a sol, por unas pocas monedas de cobre. Muchas con un padre demasiado anciano o enfermo para cuidarlas, vendían su cuerpo para poder alimentar a su familia.
Camila se concentró en ellas, viendo las pequeñas capsulas llenas de hierbas secas al fondo de la taza, en una de ellas unos pétalos amarillos picados en diminutos trozos esperaban a camuflarse con el resto de las hierbas.
En aquel momento le alegraba haber traído a sus seis amigas, fieles y deseosas de ser libres. Zervus las había convertido en el séquito de la Princesa para el viaje, Camila necesitaba todo el apoyo posible.
Lilith apareció a su lado, con un precioso frasco de vidrio lleno hasta arriba de terrones de azúcar.
—Aquí están... ¿Cómo las diferenciarás? —preguntó observando la curiosa vajilla.
—Es fácil. —Camila sonrió con las mejillas coloradas, mientras tomaba dos de los terrones y los colocaba en el pequeño plato a juego con la taza, la que no llevaba pétalos amarrillos.— Grimn no consume azúcar.
Acabaron de preparar las infusiones. Camila suspiró hondo, se concentró y comenzó a subir las escaleras, siendo despedida por un coro de voces que le deseaba suerte. Doncellas, amigas de Camila o antiguas miembros de la tripulación de Vilkas, todas igual de sedientas de ver las cadenas caer, junto con el reino, Sauro y Grimn.
Lilith la observó marchar y se acercó a Wilhelm, quien la rodeó con un brazo, le besó la coronilla y luego siguió cocinando.
—¿Crees que funcione? —susurró ella, insegura.
Él tardó en responder, pero luego de un suspiro le dijo:
—Dependemos de que lo haga. Kaira ha llenado el barco de flores venenosas, las doncellas las cuidan todo el año, saben lo que hacen. Con la combinación perfecta pronto él no podrá intervenir. —Se dio la vuelta y con una pequeña cuchara le hizo probar la salsa a Lilith, quien sonrió atontada ante la suave explosión de sabores, con un toque de picante.— Solo espero que no lo matemos en el proceso...
—¿Realmente sería algo malo?
Él la miró, riendo ligeramente, pero ella hablaba muy enserio. Sentía que era la única oportunidad para sacarlo del tablero sin levantar sospechas. El mar era peligroso y enfermedades se contraían. No sería gran sorpresa que regresaran a Vulpes con Grimn en un cajón de madera. Esperaba que así fuera.
Camila caminaba con la espalda recta, la cabeza gacha, con una taza en cada mano. Podía sentir las miradas de la tripulación, quienes continuaban haciendo su trabajo pero no despegaban la vista de la joven doncella, con su humeante veneno. Grimn continuaba en una esquina de la cubierta, sentado con las piernas abiertas, sosteniendo su mareada cabeza con ambas manos. La oyó llegar con su paso inseguro entrenado para ser silencioso, pero no acostumbrado a los movimientos del mar. Ninguno de los dos lo estaban, la diferencia es que ella había soñado con algo así toda su vida, él solo en sus más oscuras pesadillas.
Sin mover la cabeza levantó la vista, allí estaba, frente a él. Sosteniendo una ridícula taza, evitando su mirada y extendiendo la infusión con una ligera reverencia. Se lo arrebató de las manos, derramando parte del líquido en manos de ambos. Ella pegó un pequeño salto hacia atrás y reprimió un grito, los dos se habían quemado, él no se inmutó. Podía sentir el agua hirviendo carcomiendo su piel, una sensación excitante.
Observó a Camila temerle y un escalofrío recorrió su espalda, erizando su piel. Sonrió y se acercó la taza a los labios, pero no bebió. Simplemente la observó marchar y subir las escaleras hasta el timón de rueda donde Farkas la esperaba distraído en sus mapas.
Camila llegó hasta Farkas y sin miedo ni ceremonia le extendió la taza. Suavemente él colocó sus manos arruinadas por el trabajo sobre las manos, igual de ásperas de ella. Ambos sostuvieron la taza, sintiendo un suave calor. Ella sonrió y lo observó, mientras él le susurraba:
—No te voltees, nos está observando. —Lentamente ella asintió mientras soltaba la taza. Podía sentir una presión que le pedía voltear a ver a Grimn, asegurarse que se tomara hasta la última gota de la maldita infusión. Pero no se volteó, se limitó a observar a Farkas.— Espero que no te hayas equivocado de taza... —bromeó él, formando una pequeña sonrisa de costado.
Ella apretó los labios, inclinando la cabeza y cerrando los ojos, reprimiendo una fuerte carcajada.
Grimn observó a Farkas probar la infusión, saborearla, dejar la taza vacía a un lado y arremangar sus mangas y sonreír. No, lo vio sonreírle a ella y la vio relajarse, ser feliz. Y lo detestó. Apuró la infusión de un rápido trago que le quemó la garganta; gruñó y estrelló la patética taza en el suelo, solo por el placer de ver a una de las doncellas correr a limpiar los trozos.
Camila y Farkas dejaron de reír, y lo observaron marcharse a su camarote. Camila sonrió al ver la taza en el suelo, hecha añicos, sin rastros de infusión en ningún lado.
Grimn bajó las escaleras lentamente agarrándose de las paredes, sentía los olores demasiado fuertes y el movimiento del barco lo estaba matando. Se sentía débil, sin embargo, no abandonaba su intimidante porte. Se aseguraba de mirar a los ojos a cada persona que se cruzaba, y estos se aseguraban de evitar su mirada y salir de su camino.
Cruzó los oscuros pasillos con seguridad hasta llegar a su camarote, donde ingresó y cerró la puerta con fuerza. Automáticamente relajó los hombros y sostuvo su cabeza entre sus manos, sentía que iba a expulsar todas las entrañas por la boca, pero la tripulación no podía saberlo.
Trabajosamente llegó hasta la hamaca balanceante, deseoso de un poco de consuelo. Pero la posición horizontal empeoró su estado, debilitando sus músculos y nublando su vista. Intentó levantarse, pero sentía que si se movía vomitaría hasta sus pecados.
Lentamente movió la cabeza hacia un costado, tratando de dormir sin morir ahogado por su propio vómito. Achicó los ojos intentando enfocar, pero todo se movía dejando una pesada estela.
Dos ojos lo observaban.
Una figura apoyada en la pared giraba en sus dedos una brillante daga con un pesado reloj en ella. Por un segundo pensó en pedirle ayuda, su mundo giraba tan violentamente que comenzaba a asustarse, sentía que su corazón le jugaría una mala pasada. Pero la figura claramente no estaba allí para cuidarlo. El terror se apoderó de él, gimió de dolor mientras sentía como perdía el control sobre su mente y cuerpo. La figura se abalanzó sobre él y lo último que pudo ver antes de perder el conocimiento fue el filo de la daga, y dos ojos de colores distintos. Uno color miel, otro verde. Grimn rezó a los Dioses, que lo amparen y lo protejan, que perdonen su avaricia. Nunca había sentido tanto miedo en su vida.
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Lilith se encontraba sentada en el suelo, escondida en un pequeño rincón en un almacén repleto de máquinas y herramientas, la mayoría listas y aceitadas para la llegada a Apis. Mientras cacareaba una dulce melodía pasaba las hojas del libro, leyendo "Petricor Eterno". No recordaba cómo había llegado allí, ni por qué estaba en aquel lugar, pero la historia siempre era reconfortante así que continuó, mientras se preguntaba dónde estaría su familia y que estarían haciendo.
Pasó la siguiente hoja y notó que sus dedos dejaban manchas en las ilustraciones, haciéndolo ilegible. Con el ceño fruncido intentó limpiar las manchas empeorando la situación en el proceso, se observó las manos, extrañada se limpió la sangre en el vestido y continúo leyendo. Un segundo después se puso de pie de un salto y se observó las manos y el vestido, horrorizada.
Tocó su rostro, manchándolo, no llevaba el velo, ¿Dónde lo había dejado? Reprimiendo el llanto intentó ocultar la sangre de sus manos, del vestido y del libro.
¿Qué he hecho? Era lo único que podía oír en su mente. Pero no recordaba absolutamente nada, ¿Dónde se había ido Wilhelm? ¡Kaira! ¿Sao, Mamá?
Salió de su oscuro rincón y comenzó a correr, agachando la cabeza para no golpearse con la maquinaria que colgaba del techo. Luego de girar a la izquierda pudo ver al fin la puerta de salida. Un segundo antes de alcanzar el picaporte alguien la tomó de ambos brazos y la detuvo, girándola y obligando a enfrentarse cara a cara.
—No. —Fue lo único que se limitó a decir Freyja, quien también estaba cubierta de sangre, pero parecía en proceso de limpiarla con un trapo húmedo en la mano, chorreante de sangre y agua.
Lilith comenzó a tartamudear confundida, asustada y temerosa de lo que podría haber hecho en una de sus lagunas. Estaba sorprendida también, ya que jamás habían representado un gran peligro. Simplemente olvidaba días enteros porque sí, pero jamás había dañado a alguien en ese estado de piloto automático. Sin embargo, las cosas estaban cambiando, sus tierras la llamaban, donde sus padres estaban enterrados.
Freyja continuaba observándola, y suavemente comenzó a arrodillarse en el suelo, tirando de Lilith para que la siguiera. Esta, obediente, se sentó sobre sus piernas flexionadas y en completo silencio observó como Freyja sumergía el sucio trapo en un cupo de agua y lo pasaba por sus manos. Lilith observó su vestimenta, era la primera vez que podía verle con claridad. En ese instante no tuvo dudas: vestidos o pantalones, le quedaban de maravilla. Lo llevaba con la misma confianza y comodidad, eran diferentes facetas de la misma persona.
En ese momento notó que en uno de los costados del vestido de Freyja estaba desgarrado y manchado. Uno de sus muslos estaba completamente vendado a causa de una profunda herida reciente. La mirada de Lilith siguió el curso de la piel de Freyja, se veía suave, tragó saliva confundida ante los pensamientos que la invadieron.
Con dulzura, Freyja limpió a Lilith hasta que no hubo rastro de sangre.
—Tranquila, todo va a estar bien. —Le susurraba.
Lilith se sentía en un sueño. Se dejó hacer y observó aquellos rasgos, aquellos lentes y las huesudas manos. La cuidaban, eso hacían y a Lilith le encantaba.
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