VIII. Familia o menos.
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El crepitar del fuego inundaba la cabaña de Wilhelm y Meena mientras estos dos, junto con Octubre y Lilith, charlaban animadamente. Intentaban calmar sus nervios mientras esperaban que la luz del alba bañara el puerto. El gran día había llegado, ajustaron cada detalle que pudieron y buscaron fallas sin descanso, pero se les había terminado el tiempo.
Era momento de partir.
De pie en una banqueta inestable Lilith revisaba los estantes superiores de un gran mueble torcido. Mordiendo su labio inferior y frunciendo las cejas, buscaba la pequeña caja que Meena le había indicado.
Meena se encontraba de pie dándole la espalda a Octubre, que le ajustaba los cordones que sostenían el vestido. Meena y Lilith llevaban simples vestidos, sin decoración o lujos, de un verde apagado, simulando ser doncellas de la tripulación, mientras Octubre se haría pasar por un marinero. Wilhelm realmente lo era.
—Tiene que estar debajo de aquel abrigo —indicó Meena a Lilith.
Lilith levantó el pesado abrigo roído y soltó un grito de alegría. Saltó de la banqueta, dejándola a un costado y se acercó al diminuto espejo mientras abría el pequeño cofre gris, con detalles en madera. De él sacó un pañuelo de un verde oliva y lo extendió, con cuidado comenzó a colocarlo hasta que le cubrió el cabello y el rostro al completo, dejando solo al descubierto sus ojos. Se había hecho dos trenzas de raíz para mantener el cabello bien pegado a su cráneo. Meena lo llevaba suelto.
Se dio la vuelta con los brazos extendidos, esperando. Octubre y Meena asintieron.
—Bastante convincente —comentó Octubre—. Tranquilamente puedes pasar como una muchacha de Norviega.
Lilith sonrió encantada, pudieron saberlo por sus ojos que desaparecieron automáticamente. Le arrojó el pañuelo restante a Meena mientras ésta extendía el brazo para alcanzarlo.
—Abdelaziz —corrigió Meena—. Las jóvenes que utilizan esta clase de velos son de Abdelaziz, cerca de Aszus. Farkas y Vilkas son de Norviega, junto con gran parte de su tripulación, pero no toda. —El grupo asintió con una sonrisa mientras la oían hablar de centenares de detalles que recordaba a la perfección.
Meena solía soltar pequeños datos de las tierras lejanas cada vez que podía y siempre las escuchaban con suma atención, en especial Kaira, quien la llenaba de preguntas, emocionada por los viajes que le deparaba el futuro.
—¿Dónde dices que lo has conseguido? —continuó Octubre, mientras se arrodillaba en el suelo para ajustar los cordones que mantenían las pequeñas y humildes maletas cerradas. Un bostezo le dio un tono gracioso al final de su frase.
Frente al espejo colocando su propio pañuelo, Meena respondió:
—Una de las jóvenes artesanas de la tripulación de Vilkas, siempre le facilito Skooma, me los obsequió. Nabila ¿la recuerdas?—Ya había cubierto su cabello, por lo que comenzó a colocar la tela justo debajo de sus ojos.— Es parte de la resistencia, muy amiga de Cressida. Le conté lo que necesitábamos y encantada me los dio.
Dejó caer los brazos a los costados de su cuerpo, observando el resultado. Se giró para que la vean y se aseguraran de que estaba bien camuflada.
Wilhelm se mantenía callado, participaba de la conversación sonriendo y asintiendo. Sentía las piernas flojas, luego de tres años volvería a ver a Victoriano. Se sentía como un adolescente inexperto y asustado, cegado por hormonas y sentimientos.
Lilith y Meena se observaron en el viejo espejo, nerviosas de ser descubiertas. Sabían que estaban en la mira de Grimn desde la boda, bajo ningún término él debía identificarlas.
—¿Crees que descubrirá algo? —suspiró Lilith. Nerviosa de lo que podría hacerle a su familia si sospechaba.
—No estará en condiciones de sospechar nada, tampoco tendremos que ocultarnos tanto si el plan de Camila funciona.
—Trato de no pensar mucho en eso... pero creo que es la parte más peligrosa del plan. —La voz de Lilith tembló.
Meena se dio la vuelta y con la cabeza torcida y una ceja levantada la miró.
—Pues no pienses en eso... ya sabemos que pasa cuando piensas demasiado.
Lilith recordó sus ataques de pánico y ansiedad de los que Meena había sido testigo incontables veces. Suspiro, asintiendo. Meena la miró y susurró:
—Y si no puedes parar... ya sabes dónde encontrarme.
Lilith la tomó de las manos y con un gentil tirón la acercó a su cuerpo para abrazarla. Seis suaves y consistentes golpes en la puerta les interrumpió. Meena se apartó, luego de pellizcarle la mejilla amistosamente y se acercó a Octubre. Lilith fue a recibir a Sao.
Con paso seguro y un pesado abrigo de pieles que Vilkas le había obsequiado ingresó sacudiéndose la nieve. Le dio un beso en la frente a Lilith y juntas de la mano se acercaron al fuego.
Octubre se encontraba en una de las sillas con Meena sentada en su regazo, de costado para poder verle el rostro, ambas hablaban en íntimos susurros con dulces sonrisas en sus rostros. Jamás habían parado sus encuentros, se querían demasiado y Kaira no estaba dispuesta a separar tan linda pareja.
La Princesa no creía en ponerles límites al amor, jamás le pondría límites a Meena.
Zheng Yi Sao se acomodó en una banqueta a su lado, con expresión fúnebre. Lilith se sentó en el suelo frente a ella, apoyando su espalda en sus piernas. Pasándose la mano por el cabello alborotado Wilhelm se acercó y tratando de ocultar, sin mucho éxito, sus nervios, les dijo:
—Pronto amanecerá. Nos queda una hora para partir.
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Farkas se encontraba en las habitaciones bajas del castillo, cerca de las de las doncellas. Eran los aposentos de los empleados masculinos de la corona, estos no eran tan deprimentes y tenían al menos una ventana y más privacidad.
Ajustando los engranajes dorados en su camisa blanca, esperó, apoyado en la pared. Pronto su figura se vio iluminada cuando una de las puertas se abrió. Yong salió con sus mejores ropas, sencillas en sí, con algunas manchas de grasa. Le sonrió preocupado.
—Disculpa la demora, hermano.
Farkas le devolvió sonrisa y comenzando a caminar lentamente respondió:
—Descuida, aún hay tiempo. Vamos. —Se frenó al ver que su fiel amigo no lo seguía. Con expresión de disculpa y preocupación observaba al Príncipe, sin saber cómo decírselo.— ¿Qué ha hecho?
—No tengo la más remota idea —respondió Yong, pero al ver la confusión de Farkas continuó—: No está aquí. Cuando el sol caía se marchó, diciendo que tenía que encargarse de unas cosas y no ha vuelto.
Farkas se rascó la frente, irritado. Murmurando por lo bajo continuó su camino, seguido por Yong quien cargaba una pequeña maleta.
—Todavía no hemos partido de Vulpes y ya está haciendo de las suyas.
—No ha vuelto a... matar —susurró lo más bajo posible la última palabra—. Te lo prometo, hermano —acotó Yong, con un tono que no le hizo dudar en lo más mínimo a Farkas.
Comenzaron a subir unas escaleras, luego giraron en un pasillo donde se encontraron con unas doncellas que los saludaron respetuosamente. Los pasillos aún se mantenían desiertos, excepto por la muchedumbre que se despertaba antes de que el Sol saliera.
—Freyja solo observa, créeme. Eso me ha dicho, me lo ha jurado... Jamás me mentiría, hermano.
Al llegar al taller de Farkas este abrió la puerta, dejó pasar a su amigo y luego ingresó tras este. Al cerrar la puerta observó el rostro angustiado de Yong.
—Tarde o temprano volverá a hacerlo, Yong. Lo sabes, ¿verdad? No puedes cambiarle. Le fascina la muerte tanto como le fascina la medicina. Estos últimos años se ha mantenido tranquilo porque ha estado observando a otros quitar vidas, eso le ha mantenido a raya... y se perfectamente a quienes observa. —Guardaba sus mejores y más preciadas herramientas en un gran baúl, su amigo se las extendía.— Pero tarde o temprano tendrá un desliz... y temo quién puede ser su próxima víctima.
—No vas a encerrarlo, ¡¿verdad?! —Exaltado, Yong comenzó a balbucear—: Sé que puede ser un peligro a los ojos de unos extraños, pero es mi familia, al igual que tú, hermano. No puedes-
—Yong. —Farkas suspiró y cerró el baúl con un golpe seco.— No, no lo haré. Pero no podré protegerle cuando vuelva a recaer. Nunca le he temido, ni tú ni yo. Sabemos quién es. Sabemos que inflige daño a quien se lo merece, pero no estamos en nuestras tierras... No podré protegerle de los Centinelas.
Unos tímidos golpes en la puerta, casi imperceptibles, sonaron al mismo tiempo que Farkas mencionaba a los Centinelas.
—Adelante, Camila —dijeron ambos al mismo tiempo.
Con una sonrisa iluminadora se asomó la doncella. Deseándoles un buen amanecer ingresó.
—Madame Zervus quiere saber si ya están listos para que los muchachos vengan a buscar sus equipajes —dijo mientras Farkas le daba un beso en la mejilla.
—¿Cómo está el equipo, Yong? —preguntó este.
—Listos, esperando la orden de embarcar.
—Bien, en ese caso yo también lo estoy. —Farkas tomó el abrigo que había preparado.
Camila asintió y tratando de ocultar su emoción se marchó, anunciando que inmediatamente le informaría a la gobernanta. Caminó por los pasillos, usando toda su fuerza interna para no ir saltando de la emoción. En ese momento se encontraba en uno de los pasillos que tenía vista al salón principal, todo tenía una iluminación azulada debido al amanecer que recién comenzaba. Pensando en cómo sería el olor de alta mar y si sufriría mareos, caminaba soñadora pero apresurada con la mano rozando la barandilla de mármol. Oyó unos ruidos en el piso de abajo, precavida se asomó.
Grimn estaba de pie frente a los cincuenta Centinelas, todos con la armadura completa, excepto Grimn que sostenía el yelmo debajo de uno de sus brazos. Camila los observó, temerosa. Ni siquiera sabía quiénes eran esos brutales hombres, su identidad permanecía oculta y Camila prefería no saberlo.
Jamás se quitaban aquellos yelmos puntiagudos en presencia de nadie, excepto Grimn que solía llevarlo bajo el brazo. Las armaduras eran de un dorado apagado, con sus puntas verdes de muérdago y pequeñas pelotas rojas que presentaban los frutos de esta planta. Los frutos en la armadura de Grimn eran de Cuerno de Sol.
Los rumores eran espeluznantes.
Algunos murmuraban que los sometían a sangrientas pruebas para volverlos fríos e insensibles. Otros decían que no tenían alma y desayunaban cenizas de cuerpos cremados. Cada rumor era peor que el otro, sonaban descabellados, hasta que te encontrabas en presencia de un Centinela. Con cuerpos enormes, armaduras puntiagudas, manchas de sangre sin limpiar y unos feroces ojos... el único rastro de que un ser humano se encontraba debajo de todo ese acero. Te miraban como si fueras un trozo de carne, y siempre estaban listos para atravesarte el cráneo con una flecha de sus preciadas ballestas de cobre ante la primera provocación. Se movían fuera de la ley, no debían dar explicaciones ante sus asesinatos a sangre fría.
Respondían ante Grimn, y no existía nadie más fiel hacia el Rey Sauro.
Un hombre anciano con la cabeza calva, delgado y alto ingresó en la habitación, vestido con sus característicos ropajes marrones, de ese color para disimular las manchas de sangre seca. Arrastraba su mandoble, su hacha a donde sea que fuera. Muchos le decían el Centinela Original, ya que antes de que las fuerzas especiales fueran creadas los mismos sombríos rumores se decían de él... el verdugo.
El verdugo, con su piel grisácea y sus ojos pequeños, tenía las uñas cubiertas de sangre. Al ingresar, Grimn se puso rígido, cargado de respeto, admiración y temor.
—Padre. —Lo saludó Grimn, agachando la cabeza.
—No te demores mucho, que tengo cosas que hacer —respondió Sigmund Agares. Se paró al lado de su primogénito, e inspeccionó a las tropas que permanecían de pie, perfectamente formadas e inmóviles. Casi parecía que no respiraban—. Debo estar presente en la cremación del cuerpo.
—¿La has encontrado?
—Si por supuesto, estaba donde me has dicho. —Con tono severo continuó, limpiándose la sangre salpicada en el rostro—: Deberías saber que cuando la ejecución se trata de un extranjero, debes avisarme con más tiempo, hijo. Debemos planear la desaparición, hacerlo ver como un crimen del Bloque Negro... que la gente parece de cristal hoy en día, cualquier cosa parece ofenderlos. Por el poco tiempo que me has dado he tenido que dejar indicios de que un oso la había asesinado. Debes ser inteligente, no tengo tiempo para tus errores.
Camila cubrió su boca, aguantando un jadeó se agachó para no ser descubierta. Observó a los hombres a través de los barrotes. Oyendo esa conversación estaba jugando su cabeza, pero necesitaba saber que sucedía, por la lucha.
—Mis más sinceras disculpas, señor. —La voz de Grimn tembló por un segundo.— Estuvimos vigilándola con regularidad, pero he tenido un desliz por la cercanía de mi embarcación. La hemos descubierto con Skooma, y un guardia la ha visto entregando un pequeño cofre gris a una joven. Creemos que en el cofre contenía elementos para sus sucias brujerías.
—¿Quién era la joven?
—No hemos podido identificarla.
Silencio. Sigmund lo miró con desaprobación. Segundos después comenzaron a hablar de las responsabilidades que quedarían a cargo del verdugo mientras Grimn se encontraba ausente. Camila se marchó asustada, sabiendo perfectamente a quien había ejecutado.
Nabila, mejor amiga de Cressida, asistía regularmente al club de las rebeldes y enseñaba a las niñas alfarería. La semana anterior la había oído hablar de que debía encontrarse con Meena para facilitarle camuflaje para el barco. Camila se mordió el labio inferior cuando su mirada se cristalizó al pensar el dolor que Cressida estaría sintiendo ahora mismo.
Entró a la alcoba de la Princesa casi corriendo, sin tocar la puerta. Kaira sentada en una banqueta, Zervus de pie detrás de ella colocando su corona, ambas se sobresaltaron. Kaira la miró con el rostro serio, mientras Zervus abrió la boca y los ojos asustada.
—¡Camila! —la reprendió—. Esas no son maneras de comportarse, ¿Qué te sucede?
Camila calmó su lenguaje corporal y miró a Kaira, quien suavemente negó con la cabeza. Camila volvió a mirar a su madre y sonriendo le dijo:
—Nada, madre, lo siento. Creía que se me había pasado la hora.
Zervus hizo una mueca y terminó de acomodar la corona de Kaira. Luego se paró frente a ella para observar el resultado. Asintiendo, le acomodó alguno de los mechones de su flequillo.
—Gracias, Zervus —dijo Kaira.
—Es un placer Princesa —respondió ésta, con una pequeña reverencia.
—No. —Kaira se puso de pie y la abrazó.— Gracias por todo. No importa quién me ha creado, tú me has criado y amado. Al final de la vida eso es lo único que importa.
Zervus se mantuvo rígida, sorprendida, luego la abrazó. Aguantando las lágrimas. Camila observó la escena, con el corazón enternecido y un poco divertida por la diferencia de altura de ambas mujeres. La Princesa le sacaba de ventaja casi dos cabezas. Kaira abrió los ojos, miró a Camila y le extendió una mano, luego tiró de ella. Las tres se abrazaron con gran ternura, deseando sentirse siempre así de seguras.
Camila tuvo que hacer un esfuerzo inhumano para no pensar en Nabila y el daño que le haría perderlas a ellas.
—Mis niñas, cuídense entre ustedes —suplicó. Las jóvenes asintieron en afirmación. Zervus le besó la frente y las manos a cada una—. Rezaré cada noche para que las Diosas las protejan.
• ────── ☼ ────── •
Víctor permanecía al pie de la escalera caracol del gran salón, pensando en Wilhelm. La sala se encontraba desierta, sin rastros de los Centinelas.
La campana de los templos comenzó a sonar.
El sonido retumbó en todo el pueblo, dando la señal de que eran las ocho de la mañana. Llegar tarde era algo que se consideraba una falta gravísima en Serendipia. Por lo cual, con la primera campanada todas las puertas de la ciudad se abrieron, el pueblo comenzó a caminar hacia el puerto, cargados de regalos, para ver partir a los herederos al trono y desearles buena suerte. Al mismo que tiempo que la familia del Bloque Negro salía de La Choza en el puerto, completamente camuflados. Sao se quedó dentro de esta, angustiada, fumando. Murmurando plegaria tras plegaria, apretando en sus manos un amuleto que Jolly le había obsequiado.
La primera campanada llegó a oídos de Lord Victoriano. En ese instante por la escalera descendió Sauro, seguido por Lorenza, Kaira y Camila. En uno de los extremos del salón Grimn ingresó con paso seguro, colocándose el yelmo. En la esquina opuesta Vilkas seguía a Farkas y a Yong. Todos listos para el viaje caminaron hasta el centro donde Victoriano los esperaba. El Rey dio la señal y lo siguieron. Subieron a los carruajes y se encaminaron hacia la estación. Allí subieron a una locomotora privada, una pesada máquina de hierro, con piedras incrustadas y densas enredaderas que salían del interior donde la decoración era a base de plantas, cojines y madera oscura. Sus almacenes estaban repletos de harina, frutas, especias y flores en macetas, seleccionadas por Camila.
Llevaban lo suficiente para que a los herederos del trono no les faltaran sus comodidades diarias hasta llegar a Apis, donde volverían a abastecerse. Las flores habían sido un pedido de Kaira, eran las mismas al pie del molino, llenaban los pasillos con su dulce olor y crecían en el jardín privado del castillo. Le había pedido por favor a su padre si podía llevarse pequeños ejemplares para acompañarla en su viaje y sentirse siempre como en casa. Por supuesto que Sauro no había dudado en decirle que sí y llenar el galeón entero de flores.
Una densa torre de humo salía de la chimenea de la locomotora, anunciando que estaba lista para partir. Uno a uno ingresaron, se acomodaron en el vagón restaurante, pero no tocaron su desayuno. Simplemente oyeron el tintinear del metal y las vías, constante y persistente. Sauro durmió todo el camino.
El viaje duró una hora, nadie dijo una palabra. Todos evitaron las miradas del resto, mientras observaban el paisaje del Pinar Nevado. Kaira podía jurar que pudo ver a Angus siguiéndoles, entre los árboles del blanco bosque, sentía que el espíritu del animal le imploraba que no fuera.
Las vías zigzagueantes los guiaron hasta su destino. La locomotora se detuvo frente al puerto.
Kaira acomodó su cabello mientras observaba la multitud que esperaba ansiosa, entre el puerto y la estación. Al ver llegar la pesada maquinaria comenzaron a vitorear y sonreír, gritaban el nombre de Sauro y los Dioses. Alzaban a sus niños, probando suerte, para conseguir la bendición de su Alteza.
Grimn fue el primero en descender, protector y fiel; el pueblo evitó su mirada y su alegría pareció apagarse un segundo, temerosos, hasta que Sauro hizo presencia, extendió sus dos brazos al cielo y comenzó a saludar a la muchedumbre emocionada. Le arrojaban flores y saludaban extasiados. Lorenza fue la segunda en salir, con paso serio (a pesar de estar sonriendo) y solemne siguió al Rey, por el pequeño pasillo donde docenas de guardias usaban sus propios cuerpos para separar al pueblo de la realeza. Grimn caminaba al frente acallando ligeramente a la multitud mientras como si de una celebridad se tratara Sauro gritaba como un niño, tomando las flores y alentando a la multitud a gritar su nombre. Lorenza caminaba con un paso fantasmal detrás de él, sin inmutarse ante las manos que se extendían, luchando entre los guardias para tocarla, aunque sea un solo cabello. Ella mantenía la mirada al frente, sin importar cuánto llorarán su nombre.
Detrás de Vilkas, Kaira y Farkas bajaron lentamente los escalones tomados del brazo, seguidos por Victoriano.
El pueblo pareció contener el aliento, girando la cabeza para no perderla de vista. Todos les deseaban buena suerte, y le extendían flores. Extendían los brazos para tocar a la Princesa, maravillados le decían que la querían. Pronto la multitud comenzó a ejercer más presión, los guardias comenzaron a empujar a la gente mientras el pasillo se volvía cada vez más angosto. Kaira dejó escapar un jadeo y sintió como Farkas reforzaba su agarre, dispuesto a protegerla pero sin saber cómo. La joven pareja comenzó a luchar para avanzar, mientras miles de manos desconocidas los acariciaban y tiraban de sus ropas. Kaira comenzó a marearse, pero Farkas le sostuvo; la cubrió con un brazo protector ayudándola a permanecer de pie, disimulando su nerviosismo y continuaron avanzando.
Luego de unos minutos que se sintieron como una eternidad lograron alcanzar la tarima donde Sauro saludaba a la multitud de pie, al lado de Lorenza y Grimn.
Kaira suspiró pesadamente, aún podía sentir los tirones de pelo de la muchedumbre, a pesar de encontrarse a salvo. Observó a Victoriano y a Vilkas dirigir a la tripulación, quienes como pequeñas hormigas transportaban el cargamento desde la locomotora hasta el barco. Pronto, este estuvo repleto de los colores vibrantes de las flores.
El galeón enviado desde Apis era casi tan grande como los de Vulpes. El diseño era el mismo, pero en lugar de tener figuras de zorros se encontraba repleto de figuras de madera tallada de abejas y abejorros. Al frente sobre una margarita de madera, una abeja (también de madera) extendía sus alas enormes hacia los costados. Como todos los galeones reales, líneas de tinte luminoso, Lágrimas de Virgenes, decoraban su madera. Las doncellas, guardias y marineros llevaban en sus ropas el escudo de Apis, una abeja que llevaba unas finas ramas de un ciruelo. Al llegar a las siguientes comarcas tendrían que descoser y coser nuevos escudos. Farkas y Kaira se mostraron inflexibles: ellos eligieron a la tripulación y sería la misma durante todo el viaje.
En lo alto del mástil ondeaba la bandera de Apis, justo debajo de la de Serendipia. Al pie del mástil un pequeño altar hacia Knglo y Egot.
Yong y Camila subieron al barco y comenzaron a preparar todo. Grimn era la sombra de la familia real. Frente a la pasarela para ingresar al barco Sauro dio un ensayado discurso sobre el amor de familia, sobre cuidar a los hijos y darle su amor, jamás dañarlos y dejarlos ser libres. Recitó poemas sobre el linaje familiar, y Kaira tuvo que hacer fuerza para no vomitar, sentía que todo estaba sucediendo demasiado rápido. Podía sentir las manos del pueblo sobre su cuerpo, junto a los años que cargaba en su espalda el secreto de su padre y ella.
Comenzaron a embarcar. Lorenza los saludaba lentamente, recelosa de no haber tenido opinión, Sauro fingía secarse unas lágrimas mientras le arrojaba besos a la Princesa. El pueblo prometía rezarle a Knglo y Egot para que los cuidara. Los marineros subían los cientos de regalos y los llevaban al camarote privado de Farkas y Kaira. Estos, tomados del brazo fingiendo ser la pareja perfecta permanecieron de pie junto a la barandilla saludando al pueblo.
—Que la marea sea leve, hijo. Tengan cuidado, y regresen a salvo —se despidió Vilkas con tristeza, no acostumbraba a separarse de su hijo.
Agitó el brazo, mientras descendía por la pasarela. Al breve fue retirada, dejando la embarcación libre. Farkas y Vilkas se miraron a los ojos, cargados de sentimientos, entre ellos el miedo.
El barco comenzó a moverse casi imperceptiblemente mientras los marineros correteaban y sudaban. El viento comenzó a agitar el cabello de Kaira, esta no podía oír nada, el corazón le latía con fuerza y tenía los miembros flojos. Sentía como si estuviera viviendo el momento desde afuera de su cuerpo y fuera incapaz de sostenerse por sí sola. Farkas no la soltaba.
Kaira se limitó a observar, sintiéndose incapaz de moverse, sintiendo que el corazón golpeaba con fuerza su pecho, diciéndole que esté alerta. En la barandilla vio a Camila en shock, veía a la gente del pueblo hacerse pequeña mientras los marineros corrían de lado a lado. La figura de Octubre le cortó la visión a la Princesa, que apresuradamente se dirigía a la otra punta del barco donde sostuvo una cuerda con ambas manos y trabándola con el pie comenzó a ajustarla con gran esfuerzo. Le gritó una orden a alguien, Kaira miró en esa dirección. En lo alto del mástil Wilhelm hacía seña de ajustar más mientras miraba las velas, que lentamente se desplegaban e hinchaban cubriendo el cielo gris.
Freyja le pasó por al lado y le arrojó una manzana a Farkas, este se sobresaltó al tiempo que tomaba el fruto en sus manos, le miró sorprendido de encontrarle ahí. Freyja rió y se fue, Kaira le siguió con la mirada. Vio cómo se sentaba sobre un barril, comiendo otra manzana, mirando atentamente y sonriendo a una doncella que ayudaba a los marineros. Siguiendo el curso de su mirada Kaira observó a la perfectamente camuflada Lilith. A su lado, Meena no le quitaba el ojo de encima... podía notar que Kaira estaba teniendo un pico de nervios pero no podía acercarse. La Princesa solo podía ver los ojos de ambas, pero le bastaba para reconocerlas.
Farkas se disculpó y se alejó, mientras depositaba el fruto entre las manos de la Princesa. Ella oyó que decía algo de navegar y Victoriano, pero no pudo entender más, sentía que el corazón se le salía y se le nublaba la mente. Todo era un caos, pero en cuanto Farkas comenzó a dar órdenes todo pareció marchar sobre ruedas. Los marineros se movían en sintonía y sonreían mientras el sudor recorría sus rostros, felices de volver a navegar con el hijo del capitán que los había liderado, cruzando el mundo entero. Muchos conocían a Farkas desde que era un simple niño que jugaba con tuercas y martillos, lo habían visto crecer para convertirse en el futuro Rey de una tierra oculta ante los ojos del mundo. Otros habían crecido junto con él, en enormes barcos, junto con su padre y la tripulación.
El balanceo de la marea era su significado de estabilidad.
Comenzaron a abrirse paso mientras las velas se agitaban y el molino de agua giraba suavemente en la parte trasera del galeón.
Sin moverse del centro de la cubierta Kaira vio como Farkas le decía algo a Victoriano, este asintió y comenzó a acercarse hacia ella para cuidarla mientras Farkas dirigía a la tripulación. A medio camino Wilhelm bajó del mástil, distraído en su trabajo. Sus botas resonaron en la madera, se dio la vuelta.
Ahí estaba, cara a cara con Victoriano.
Sorprendidos se quedaron inmóviles, mirándose en silencio, con sus almas en la mano. Tres años desde la última vez que habían cruzado miradas y el corazón de ambos parecía a punto de atravesar hueso y carne para encontrarse con el otro, a pesar de que sus rostros expresaban lo contrario.
La Princesa los observó, y por un segundo sintió que podía ver sus fantasmas abrazarse, por más que sus cuerpos se negaran y aferraban al orgullo.
Wilhelm observaba apresuradamente cada uno de los rasgos de Victoriano, con urgencia, como si aquel momento pudiera desvanecerse en segundos. Sin embargo, Víctor mantenía la mirada fija en el color de sus ojos... Había olvidado lo mucho que le gustaban, cómo le hacían sentir:
La visión de Kaira se nublaba de a ratos. Sentía el peso de su cabello, el tintinear de las cadenas y el corsé parecía ajustarse más y más a cada segundo que pasaba. Sus pies de pronto parecían muy pequeños y sus piernas demasiado débiles para sostenerla. La manzana roja en sus manos tenía el peso de veinte años encerrada en una ciudad, rodeada de opresión y abusos.
Podía sentir el movimiento del barco, su cabeza le decía que se estaban hundiendo, pero apenas se movían. Comenzó a girar sobre su eje, se encontró con la figura de Grimn que la observaba desde la otra punta. Dando pequeños golpecitos en su ballesta. Kaira desvió la mirada, asustada del muchacho que la observaba amenazador. Se suponía que él estaba ahí para cuidarla, pero su mirada decía otra cosa: la detestaba, Kaira lo sabía y le aterraba.
En un intento de calmar su mareo miró a un punto fijo en el puerto, se encontró con Cressida camuflada entre la multitud con el rostro serio pero empapada de lágrimas, llorando la pérdida de su amiga Nabila. Se mantenía inmóvil sosteniendo con fuerza una cuerda que atabaca a Costus, quien tiraba y aullaba en dirección a Kaira, sus ojos negros expresaban pura desesperación animal. Los observó hacerse cada vez más pequeños, hasta desaparecer en una multitud de rostros y abrigos.
Todo se movía en cámara lenta, la cabeza le palpitaba y sus propios movimientos le parecían violentos. Lo siguiente que vio fue el cielo, sintió el golpe de su cabeza contra la madera del suelo y su cuerpo rindiéndose ante la inconsciencia del desmayo. La manzana rodó por la cubierta. Su familia camuflada en la tripulación se volteó y comenzaron a correr hacia ella. Llegaron de todas direcciones.
Unas gaviotas revoloteaban alrededor del barco. Antes de quedar inconsciente lo último que Kaira pudo ver fue la Luna en lo alto, bañada por la luz del alba.
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⊱ ☽ Final de la primera parte: "Secretos que nos unen" ☾ ⊰
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