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VII. El fantasma de ella.

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   Los preparativos comenzaron con urgencia en cuanto tuvieron el visto bueno del Rey. Lo primero que Victoriano hizo fue mandar correspondencia urgente a sus hermanos en las comarcas, para que adelantaran el festejo del Día de Serendipia y lo esperaran para el gran festival. Con el sello del Rey envió la orden, ganando algunos amaneceres más.

   Farkas comenzó a seleccionar a sus más fieles ingenieros y mecánicos, entre ellos: Yong. No pudo deshacerse de Freyja, pero le hizo prometerle que se comportaría, de todas maneras era la persona con mejores habilidades medicinales en todo Serendipia. Por su lado, Vilkas comenzó a prepararse para encargarse de todo cuando ellos marcharan. Él debía quedarse, asegurándose que todo permanecía igual en Vulpes, sin levantar sospechas.
   Sao también debía quedarse, muy a su pesar. Le aterraba que su familia se alejara tanto de ella pero debía quedarse con el Bloque Negro y por su edad era mucho más difícil camuflarla con la tripulación. Para sentirse mejor repasaba una y otra vez los detalles con Wilhelm, Meena, Octubre y Lilith, quienes pronto partirían.

   Kaira y Camila buscaban la manera de deshacerse de la indeseada compañía de Grimn. Si él las acompañaba no habría manera de ejecutar el plan, pero no veían ningún escenario en el que pudieran quitarlo de la tripulación sin levantar sospechas.

   Cressida, por su parte, no podía acompañarlos pero no permanecía quieta. Se había pasado la tarde entera preparando cartas clandestinas para las representantes de la resistencia en las diferentes comarcas, enviadas por palomas mensajeras de plumas rosadas. Utilizaban los cuervos para mensajes urgentes, y las palomas para comunicación diaria. El sol comenzaba a ocultarse y la joven permanecía en el sótano de la Escuela para Niñas, con los dedos aún manchados de tinta por las cartas enviadas. Observaba los dibujos, los rostros de las desaparecidas. En completa soledad murmuraba: Por favor, tiene que funcionar...

   En su hogar, Wilhelm esperaba junto a Vilkas. Hablaban de la vida, limpiando revólveres y afilando flechas y dagas.

   Sobre los tejados Lilith en cuclillas observaba el atardecer, pensativa. Con una mueca suspiró, mientras sacudía la cabeza. Intentaba concentrarse pero no lograba acallar sus pensamientos. Últimamente sentía que su mente estaba enredada y no lograba desatar los nudos por más que lo intentara. Siempre había tenido visiones, sentimientos extraños y recuerdos abrumadores, sin embargo, mientras más cerca de la libertad se encontraban más atormentada se volvía su mente y eso le asustaba. Temía decirle a su familia, temía que creyeran que finalmente se había vuelto loca. A pesar de que en realidad solo tenía miedo, miedo a caer en un pozo cavado por ella misma y no poder salir sin ayuda. Miedo a que nadie note el pozo... temor de que nadie quiera sacarla de allí.

   Con su máscara de siempre en las manos, con sus cuernos curvos que formaban casi un círculo, se cubrió el rostro y se puso de pie. Con movimientos gatunos, casi como si de un animal en el cuerpo de un humano se tratara, comenzó a patrullar, observando cada rincón oscuro de la ciudad.

   Encontró a un hombre pegándole una paliza a una adolescente. Saltó al suelo de piedra en completo silencio y lo tomó del cabello violentamente. Él gritó, ella tomó una de sus cadenas y la colocó alrededor de su garganta; apretó con fuerza mientras el hombre tiraba manotazos al aire, hasta que dejó de moverse por completo. Lo soltó y lo dejó caer a un costado. Suspiró exhausta y miró a la joven, que permanecía boca abajo en el suelo, inmóvil. Rápidamente se quitó la máscara.

   —No, no no no... —comenzó a sollozar Lilith. La tomó entre sus brazos intentando ayudarla, pero la joven parecía completamente perdida. Cruzaron miradas y la joven le sonrió, con unos dientes ensangrentados.

   —Eres tú... —Sonrió, ilusionada. Lilith en respuesta arqueó las cejas y negó con la cabeza, sin entender a qué se refería.— Eres nuestra vigilante de las noches, nuestro Ángel —continuó mientras le acariciaba el rostro—. Eres aun más hermosa de lo que decían...

   Lilith miró a sus lados con desesperación, sin saber cómo ayudarla. Con dificultad se puso de pie, la alzó con cuidado y comenzó a correr hacia donde creía recordar que había un curandero. Sin embargo, a mitad de camino la observó y entendió que la muchacha ya no respiraba. Cambió su rumbo hacia el templó de Egot, donde la depositó entre unas flores silvestres, al pie de las escaleras del santuario. No le gustaba el sentimiento que provocaba en su pecho dejarla allí, pero temía ingresar en el edificio y que la llenaran de preguntas.

   Cruzó sus brazos sobre su pecho carente de latidos y acarició su cabello. En su cuello vio un colgante de cuero, con una Luna tallada en una piedra. Con unas disculpas murmuradas se lo quitó, sin dudar que esa había sido la excusa de la paliza y que no sería bueno que los Centinelas la encontrarán en la mañana con aquel amuleto.
   Lilith se colocó el amuleto de la Rebelión y sollozó agotada, sentada en el suelo. Levantó la mirada y miró la Luna que ascendía lentamente, delante de Pandora. Como esperaba: allí estaba, de pie en los tejados mirándola. Aquella figura esbelta y alta, con su cabello alborotado y sus lentes dorados. A veces parecía un hombre, a veces una mujer, a veces ninguno y a veces un espectro.

   Lilith volvió a observar a la joven fallecida, en ella pudo ver claramente el rostro de su madre. Deseó que la culpa de no poder salvarlas dejara de atormentarla, mostrándole el rostro de su difunta madre. Todas tenían su propio rostro y su propia voz al estar vivas... pero al momento de morir Lilith solo podía percibirlas como su propia madre y en sus recuerdos la voz era la misma. No recordaba cuándo habían comenzado esas visiones, pero tampoco recordaba algún momento de su vida donde no estuviera rodeada de muerte. Se puso de pie y le dio la espalda a la figura que la vigilaba, sin energía para lidiar con nada más y se dirigió al castillo.

• ────── ☼ ────── •

   En su alcoba, entre sábanas revueltas, Farkas fingía estar dormido mientras oía a Grimn marcharse. Esperó unos minutos y de un salto se levantó, se puso muchas capas de ropa, listo para el frío helado de la noche y en completo silencio comenzó a deslizarse por el castillo.
   A medida que avanzaba los pasillos se volvían menos glamurosos y más angostos, esa era su señal de que estaba yendo en la dirección correcta. En un oscuro pasillo, una diminuta puerta, tocó suavemente y escuchó unos murmullos femeninos al otro lado.

   Camila abrió la puerta con una radiante sonrisa que le hacía doler el rostro, era la más entusiasta con el plan. No cabía en sí de la felicidad de que al fin saldría de Vulpes y conocería el resto de Serendipia.

   —Hola —Farkas sonrió al verla, conmovido con la sonrisa de su amiga.

   —¡Hola! —rió ella, en un susurro emocionado—. Dame un segundo que busque mi abrigo.

   Él asintió y sin dejar de sonreír comenzó a saludar a las doncellas que se amontonaban detrás de Camila para verlo.

   —Lo siento, con lo emocionada que estoy me he olvidado mis modales —dijo Camila, sus mejillas se tornaron coloradas mientras tomaba a Farkas de la mano y lo ingresaba a la habitación para presentarle a su familia, algunos de sangre otros de corazón.

   Desde su llegada los Torvar intentaban conocer a las doncellas, pero muchas se negaban incluso a decirles su nombre, atemorizadas de lo que Lorenza pudiera hacer si las veía charlando con Farkas o Vilkas.

   Era una habitación bastante grande, pero aun así pequeña para la gran cantidad de personas que albergaba. Sin ventanas, con paredes, suelos y tejado de piedra. Pobremente iluminado, con nada más que literas puestas estratégicamente para que entraran la mayor cantidad posible. La visión de aquel cuarto era deprimente. Mientras ella señalaba a las doncellas, estas agachaban la cabeza en señal de saludo, tímidas, emocionadas y asombradas.

   —Déjame presentarte a Claudia, Esther, Teresa, Ingrid, Fabiola, Valeria... —Comenzó con sus amigas, y continuó enumerando nombre tras nombre hasta llegar a la última, la única que no parecía contenta con la situación.— Ella es mi madre, la madre de todas nosotras: Zervus.

   Farkas agachó la cabeza en señal de respeto, admiraba la fortaleza de aquella mujer y sabía que significaba el mundo entero para Kaira. La gobernanta la había criado, dándole el amor de una madre, curando sus heridas y jamás le había prohibido cantar. Era una de las pocas que Farkas podía hablar con la Princesa, ya que cuando sus labios pronunciaban el nombre de la anciana, toda la hostilidad de la Kaira se esfumaba.

   —Que las Diosas la protejan, Madame Zervus —susurró él.

   Ella se acercó, con rostro enfadado, pero siempre dulce. Tomó las manos del joven entre sus ásperas manos y como una madre regañando a un niño dijo:

    —Cuídalas, cuida a mis niñas. —Le reprendió, mientras él asentía.— En ese barco te llevarás dos pedacitos de mi corazón.

   Se despidieron y comenzaron a dirigirse hacia la salida trasera del castillo, riendo por lo bajo, charlando animadamente en susurros imperceptibles. No estaban muy preocupados de ser descubiertos. Farkas siendo hombre no era vigilado, podía salir del castillo a cualquier hora sin restricciones. Camila, como doncella que era, en ese momento ante los ojos de los guardias pertenecía a Farkas. No era algo extraño de ver, los guardias solían raptar a las doncellas y llevárselas a su antojo en medio de la noche... Vilkas y Farkas estaban trabajando para cambiar eso. Además, los guardias y Centinelas estaban acostumbrados a verlos a ambos juntos, caminando por los jardines manteniendo íntimas conversaciones, en la cocina riendo mientras Camila trabajaba, o en el taller de Farkas.

   Siempre juntos.

• ────── ☼ ────── •

    En su alcoba, la Princesa había puesto un pequeño tocadiscos que Farkas le había regalado, donde un disco de cristal giraba emitiendo una dulce balada de salón. Kaira permanecía de pie frente a su tocador, acomodando sus pociones, etiquetándolas y ordenándolas por color. Meena, con un pañuelo atado en la cabeza y el cabello descansando sobre sus hombros como de costumbre, se acercó por detrás y la abrazó por la cintura. Casi sin querer comenzaron a danzar, descalzas, con movimientos fluidos como dos flores en la brisa matutina. Con una conexión que ni los bailarines profesionales podían conseguir. Kaira comenzó a cantar, acelerando el pulso de Meena sin querer.

   —Deberías acompañarme, me voy lejos, pero sola no quiero estar —cantaba Kaira. Ambas se tomaban de las manos apenas tocando sus dedos, con pequeños cosquilleos, mientras sus hombros y sus brazos se movían como las olas—. Prohibido amor, siento el río fluir entre mis venas cuando me tomas de la mano.

   Meena hizo girar a la Princesa sobre su propio eje y alrededor de ella, luego la atrajo hacia sí.

   —Cierra tus ojos, así me puedo marchar sin culpa ni dudas... —cantaron ambas. Meena ya conocía la canción a la perfección, Kaira la cantaba cada vez que se encontraban solas.

   Kaira rió, tomó el rostro de Meena entre sus manos y observó su enamorado rostro. Quería decirle que la quería, pero por alguna razón, eso le aterraba más que nada.

   —Meena... —dijo. El corazón le dio un vuelco. Supo que no podía, así que simplemente le dio un tierno beso.


   Lilith trepaba con gran facilidad, clavando cuchillas en las piedras. Apenas podía ver la calle debajo debido a la neblina y a la altura del castillo. Ya comenzaba a infiltrarse entre las grises nubes. Con tranquilidad caminó por la cornisa, pasando la mano por las tejas verdes del castillo cubiertas de nieve, observó las luces de Vulpes, el reflejo de Pandora y la Luna menguante convexa en el océano.

   Llegó a la ventana de Kaira e ingresó. Se la encontró sentada en el suelo, leyendo "Petricor Eterno". Meena sentada sobre la cama le trenzaba el cabello, colocando tuercas y engranajes como decoración. Kaira seguía cantando y llevaba puesto un vestido negro que le habían facilitado, era la primera vez que usaba esos colores. Mientras que Meena llevaba unos pantalones negros, el mismo cárdigan de siempre y un gorro de lana. Siempre llevaba estas prendas que Kaira tejía para ella, regalándole una nueva cada mes. Para ella y las tripulantes, pero principalmente para ella.

   Por una milésima de segundo, a los ojos de Lilith el cabello de Kaira se tornó del mismo color que el de su madre, el rostro de Meena había desaparecido, al igual que el dibujo que había visto de la última bruja.

   Lilith pegó un respingo y ambas jóvenes levantaron la vista y le sonrieron, esfumando la ilusión.

   —Hola. Me alegro de verte —dijo Kaira con una sonrisa casi imperceptible, pero de las más sinceras.

   —¿Te encuentras bien? —continuó Meena, finalizando la trenza con el pequeño pañuelo que ella misma solía usar, mientras analizaba el comportamiento de Lilith.

   —Si, solo no tuve una buena noche —respondió Lilith—. ¿Vamos?

   Lentamente bajaron por donde Lilith había trepado. Kaira no lograba acostumbrarse a escapar por la ventana a pesar de los años transcurridos, y el estómago le daba un vuelco cada vez que miraba lo lejano que se encontraba el suelo. Lilith caminaba frente a ella tomándola de una mano, guiando sus pasos mientras Meena detrás de ella mantenía las manos cerca de sus caderas, cada vez que estaba a punto de caer la ayudaba a estabilizarse.

   La cercanía con la muerte, la facilidad de acabar todo en ese instante, le hizo sentir más viva que nunca. Kaira se detuvo un segundo para observar el panorama. El cielo nocturno, la ciudad inmensa, las lechuzas que las seguían. Todo parecía un cuento de hadas, pero ella más que nadie sabía que no lo era.

   Llegaron al Puerto de los Viajeros Perdidos. A su derecha la pequeña montaña del Pinar Nevado donde se encontraba el Lago de los Poetas Muertos, donde Kaira solía pasar eternas horas llenas de paz, con la única compañía de Angus. Suspiró ante el recuerdo del corcel y se distrajo mirando hacia Marítima Regio. Era una pequeña ciudad en el agua, construida sobre la antigua flota de Vilkas, donde vivían la mayoría de los extranjeros. Los diez barcos estaban conectados con múltiples pasarelas de hierro y la tecnología inundaba cada rincón.

   El puerto estaba desierto, se encontraron con Farkas y Camila que reían a carcajadas. Los recibieron entusiasmados, Camila estaba encantada. En un pequeño barco pesquero que Victoriano les había facilitado, Vilkas y Wilhelm los saludaban. La última en llegar fue Cressida, acompañada de un enorme perro blanco con algunas manchas marrones, de raza alabai, se llamaba Costus. Tiraba insistentemente del lazo con el que Cressida lo sostenía, intentando olfatear a Kaira con desesperación.

   El barco era pequeño y puntiagudo, tenía tres velas. En el centro se había improvisado un pequeño tejado de tela, como protección hacia el rocío y la lluvia. Un solo farol iluminaba débilmente los movimientos de Wilhelm y Vilkas.

   Luego de asegurarse que no hubiera nadie en los alrededores, se amontonaron en el pequeño barco. Camila y Kaira eran las únicas que no estaban acostumbradas al mar, pero todos tenían sus temores, era una distancia larga y un barco débil.
   Meena no dio muchas explicaciones, aseguró que estarían bien y le pidió a Kaira que cantara durante el trayecto, para calmar los ánimos. Kaira resopló sorprendida dispuesta a negarse, hasta que vio la pequeña sonrisa de Meena. En aquel instante supo que nada podía pasarle cuando estaba con ella, y por primera vez en mucho tiempo era libre de cantar fuera de su escondite.

   Dejó salir una disimulada sonrisa con un suspiro mientras Costus continuaba luchando con Cressida. Kaira comenzó a susurrar una dulce melodía, el animal automáticamente se calmó. Ante esto, la Princesa detuvo su canto, cohibida, el silencio los invadió. Todos se sumaron en el más tierno silencio. Pasados unos segundos se armó de valentía y con voz fuerte y clara comenzó a cantar:

   —Y he tenido la intención de decirte, creo que tu casa está embrujada. Tu padre siempre está enojado, y esa debe ser la razón.

   Comenzó con timidez, y el grupo se sumó zumbando con sus labios. No pasó mucho tiempo cuando la timidez había desaparecido, dentro de sí sintió cómo algo se rompía. Sonrió, con los ojos cerrados continuó cantando mientras sentía el más puro de los despertares y las voces de sus seres más queridos armonizaban con ella.

   —Y creo que deberías venir a vivir conmigo, podemos ser piratas. Entonces no tendrás que llorar, o esconderte en el armario.

   Las olas parecían moverse al ritmo de su voz, mientras cada estrofa viajaba a través de la bruma generando un efecto de mil voces. Algunas criaturas marinas los seguían silenciosas, la Luna parecía iluminar solo su camino y la neblina apartarse a su paso.

   —Cruza mi corazón, no le diré a nadie. Y aunque no puedo recordar tu rostro, aun tengo amor para ti...

   Para Lilith y Cressida no presentaba ninguna sorpresa la situación, el extraño comportamiento de la naturaleza era algo de todos los días en el Olympe de Gouges. La naturaleza parecía a su disposición, el mar solía permanecer sereno allí donde se encontraban y una pesada bruma parecía seguirlas a todos lados, ocultándolas en la oscuridad. Pero jamás habían visto algo semejante, la naturaleza parecía caer en sumisión ante el canto de Kaira.

   Costus permanecía sentado recto, observándola con atención. Todos sabían que estaba sucediendo y no podían creer de lo que eran testigos. La leyenda cobraba vida en los labios de Kaira. Todos callaron de repente, y la dejaron cantar sola el último soneto:

   —Transmitido como canciones populares, nuestro amor durará tanto.

   Las lágrimas caían silenciosas por el rostro de Camila mientras veía las luces de Vulpes en la lejanía, era la primera vez que se sentía libre en su vida. Se dio la vuelta y observó a Verum, con el entusiasmo apagando su angustia. Segundos después, no podía parar de reír y hablar con todos. Al principio era muy tímida, pero al entrar en confianza las palabras brotaban unas tras otra de su boca sin poder controlarlas. En el castillo se había acostumbrado a ser callada y mirada con desaprobación por otras doncellas si hacía mucho ruido. Pero cuando estaba con alguno de sus compañeros de lucha, la dejaban hablar hasta quedarse sin aliento, la escuchaban con atención y jamás la hacían sentir que sus sentimientos eran demasiado intensos. Se sentía libre.

   Lilith fue la primera en bajar, seguida por Wilhelm y juntos ayudaron a quitar el barco del agua. No les tomó mucho tiempo. Vilkas comenzó a preparar todo para dejar la embarcación sola mientras Meena saltaba a la arena. Al segundo de bajar se dio la vuelta y le extendió la mano a Kaira, quien realmente no necesitaba su ayuda, pero la aceptó de todas maneras. A pesar de que su rostro demostraba lo contrario, estaba encantada por lo atenta que Meena siempre era con ella; está la conocía lo suficiente para poder leer lo que sucedía detrás de esos melancólicos ojos y ese rostro inexpresivo.

   Camila apresuradamente intentó bajar a tierra firme, pero de la emoción se encontró enredada por una de las redes de pesca. Cayó donde las olas rompían, llenando su cabello de arena húmeda. Farkas apresuradamente se acercó y la levantó.

   —Gracias —comenzó a reír, mientras sus mejillas se tornaban de un rojo vivo.

   —Eres idiota —bromeó Farkas, quitándole el cabello húmedo de la cara con cariño.

   Camilo rió, ya más relajada y lo empujó juguetona.

   Todos caminaron al centro de la isla, se mantenían en silencio, disfrutando de aquella paz que solo podías encontrar en Verum. Allí el tiempo parecía detenerse.
   Cressida y Costus caminaban uno al lado del otro. El canino, obediente, no se despegaba de su dueña, pero no le quitaba los ojos de encima a la Princesa en ningún momento.

   Kaira pensó en lo imponente que era ese lugar para ella. No había venido muchas veces, pero cada una de ellas significó un momento importante en su vida. Caminando de la mano con Meena pensó en la primera vez que salió de Vulpes, la noche que conoció a Lilith. La segunda, en busca de esta, conoció a Meena quien sin saberlo le había salvado la vida y acallando muchos de sus malos pensamientos. Ahora, cada vez que venía se sentía en un sueño producto de la fiebre ya que siempre era para reuniones significativas sobre la lucha. Aún no podía creer que iban en dirección hacia un futuro donde todas serían libres.
   La última vez había venido para contarles sobre la presencia de niñas en el sótano. Esto provocó que la rebelión se reanudará automáticamente con un nuevo plan, le llamaron La Liberación. Ahora, venían a planear los detalles del viaje más importante de sus vidas.

   Sin dejar de caminar se dio la vuelta para mirar a Farkas. Tres años de matrimonio, tres años de evitar e ignorar su presencia, mientras él solo intentaba ser un aliado para ella, sin éxito alguno. Solo se comportaban como un matrimonio fuera de los muros del castillo, en la presencia del pueblo... durante el viaje, esto sería cada día.
   Lo veía caminar al lado de Camila, ambos sonrientes, con una conexión casi de hermanos. Frunció el ceño al notar que la presencia de Farkas le incomodaba, nunca había entendido el porqué. Volvió a mirar al frente, sin darse cuenta de que le apretaba la mano a Meena, esta se la apretó devuelta calmándola al instante.

   Cuando llegaron al diminuto oasis, Vilkas, Camila y Farkas esperaron ansiosos, sin saber que hacer a continuación. Maravillados observaron a Lilith iluminada por la Luna y Pandora, ingresar en aquel pequeño estanque bajo el retorcido árbol. La vieron escribir en la piedra con sus dedos y la magia de aquella iluminación que seguía el tacto de sus dedos, formando una estrella de cinco puntas dentro de un círculo. Esta representaba los cinco elementos: agua, aire, tierra, fuego y el espíritu mismo.
   Estaban aturdidos, y antes de saber que sucedía ya se encontraban en las oscuras escaleras, introduciéndose en la oscuridad del Corazón.

   Cuando al fin abrieron la puerta de la taberna. Sin palabras observaron de pie en la entrada, al igual que todos la primera vez que la visitaban. Las piratas y sus familias recibieron con grandes sonrisas al dueño del Corazón, Wilhelm. Sao y Octubre se encontraban en la cocina, preparando tragos y cortando verduras y tubérculos en diminutos trocitos para ingresarlos en una olla con caldo de pollo hirviendo.

   Camila sintió su vello erizarse, era mejor de lo que esperaba. Ese lugar contenía una magia impresionante, con la naturaleza floreciendo con gran fuerza, las abejas luminosas, el arroyo de agua cristalina. Con solo entrar sintió como que su alma se limpiaba.
   Pensó en sus hermanas del alma, las doncellas y la mujer que le había dado la vida, Zervus. En su infancia en el castillo, como fue obligada a trabajar desde el momento en el que aprendió a caminar. Cómo aprendió a callar, a agachar la cabeza, a obedecer y no rechistar cada noche que Sauro la llamaba a su alcoba. Agradecía a las Diosas Olvidadas por haber cruzado una vez más su camino con el de Kaira, ella le había enseñado que había un destino: la libertad. Además de todo, le había facilitado una poción para mantener la bajada de la Luna y evitar los embarazos. Le decían Skooma, y debía consumirla cada vez que sangraba (también le ayudaba con los cólicos). Kaira le había explicado que nadie podía enterarse de ese brebaje, ya que era sumamente ilegal. El Bloque Negro lo distribuía en secreto a todas las personas que lo necesitaran, evitando embarazos indeseados. Pero cualquiera que se encontraba en posesión de aquella poción era ejecutado sin preguntas ni opción de defenderse.

   Camila pensó en su hermano, en cómo las había abandonado, rompiéndole el corazón a Zervus. Esta aun así se había levantado cada mañana junto con el sol, asegurándose que a ninguna doncella jamás le faltara amor. Dándole paz a la Princesa... la había mantenido con vida tantos años. Ahora Kaira quería devolverle el favor.

   Sentada en la barra, la Princesa observó como Farkas acompañaba a Camila a sentarse en una mesa con él y con Vilkas. Meena y Octubre se saludaban con grandes sonrisas. Lilith, Sao y Wilhelm charlaban animadamente. Su mirada barrió el panorama.

   Observó a Cressida y luego a Camila. Se preguntaba si la doncella era consciente de lo que había desencadenado, se preguntaba si ella sabía lo impresionante que era que se las había arreglado para aprender a leer a escondidas, que había bastado con entregarle un libro sobre las Diosas Olvidadas y la historia oculta de Serendipia para que jugara un papel tan importante en la lucha. Con su humilde y pura sonrisa hablaba con Farkas y Vilkas mientras observaba con admiración a Cressida que caminaba de un lado a otro saludando a sus viejas compañeras de tripulación, su perro le seguía moviendo la cola. Sobre los cabellos dorados de Camila revoloteaba una pequeña mariposa rosada, haciéndola lucir como una Princesa mágica de un cuento. Kaira sonrió ante esto.

   Camila no era consciente, se dio cuenta Kaira, que ella le había abierto los ojos a la mayoría de las mujeres en Vulpes. Había nacido para esto, no era casualidad, por muchos años su corazón había esperado el momento adecuado para saltar y sumarse a la lucha.

   Kaira observó el amuleto de la rebelión que colgaba de los cuellos de Cressida y de Camila, y ahora también en Lilith.

   Nada de esto puede ser casualidad, pensó, todo parece obra del destino, la manera en que Lilith y yo nos conocimos, la llegada de los viajeros de Norviega, las acciones de Camila... Makra y Durga nos están guiando al camino para liberarlas.

   A Lilith se le escapó una carcajada por un chiste que Octubre había hecho, las luces de las abejas parpadearon por un segundo, arrancando a Kaira de sus pensamientos. Sobresaltada se volteó a mirarles, luego sonrió muy levemente y se acomodó en el asiento para ya no darles la espalda. Octubre la saludó con la mano y continúo hablando con Meena. Lilith se acercó a la Princesa y se sentó a su lado, mientras esta la observaba, buscando la respuesta en sus rasgos. Hamacándose en la silla Lilith le sostuvo la mirada, dejándola pensar.

   Las Diosas, su poder es escaso, por el forzado olvido que han sufrido... Pero se las han arreglado para darnos una pizca de sus habilidades. Nos han elegido y cuidado, cada una de estas personas son una pieza importante de la lucha. La fuerza de Wilhelm, el liderazgo de Zheng Yi Sao, el corazón sediento de libertad de Camila. Y Lilith... tiene algo, no sé qué es, algo sobre ella me resulta fascinante, inquietante...

   —Tu voz... —dijo Lilith, como si estuviera oyendo sus pensamientos.— Parece un regalo de las Diosas.

   Kaira pestañeó repetidamente, sin saber qué decir. Tomó la mano de Lilith y le sonrió por una milésima de segundo. Esta le devolvió la sonrisa, achicando sus ojos y arrugando su nariz. Cuando Lilith sonrió el brillo de las abejas pareció brillar con más intensidad que nunca, así también como la esperanza de Kaira de un futuro perfecto a su lado. 


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✾ Créditos.

Canción:
seven - Taylor Swift.

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