VI. Alabado sea Su Majestad.
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Ingresaron al gran salón por uno de los laterales, a su izquierda se encontraba el trono y el jardín privado. En el otro extremo del salón por otra pequeña puerta ingresaba Vilkas, dirigiéndose a su puesto como Consejero del Rey.
Padre e hijo se miraron y sonrieron con cariño. Iluminados por las suaves luces de colores que se filtraban por la gran cúpula de cristal.
El silencio era aterrador, pero no era momento de mostrar debilidad y Farkas lo sabía. Con paso seguro, pero detonando respeto hacia Sauro, comenzó a caminar hacia el trono, Victoriano lo seguía.
En el trono, Sauro con la barbilla hacia abajo lo observaba entre curioso y aburrido. Desparramado en su asiento mascaba tabaco. A su izquierda inmóvil y silenciosa, Lorenza observaba a los dos hombres, sentada en una pequeña banqueta. A la derecha del Rey en otra banqueta, Kaira detonaba nerviosismo pero su semblante se mantenía serio.
Toda la sala se encontraba repleta de Centinelas de pie, amenazantes giraban la cabeza para seguir a Farkas con la mirada. Victoriano evitó mirarlos, sabía que si estos hubiesen existido cuando él era un simple adolescente e intentó parar a Sauro, hubiese terminado brutalmente asesinado en el primer intento de rebelión.
Grimn se encontraba de pie al lado de Lorenza. Vilkas se colocó al lado de Kaira.
A tres metros del trono se detuvieron, allí donde todo el pueblo solía arrodillarse, donde el suelo parecía ser más frío y duro.
Como si lo hubiesen ensayado, Victoriano y Farkas ejecutaron una impecable reverencia. Sauro los observaba asintiendo con una sonrisa burlona, mientras Lorenza levantaba la barbilla.
Cuando la reverencia estuvo casi acabada Farkas despegó la vista del suelo y miró directo hacia Kaira, dedicándole la reverencia. La Princesa se removió en su asiento nerviosa, si su padre notaba lo que había hecho podía significar la ejecución de Farkas. El ego de su padre era muy frágil.
Pero nadie pareció notarlo, excepto ella.
Kaira observó con atención aquellos ojos que la penetraban con la mirada, expresaban muchas cosas pero ella no se sintió capaz de descifrar ninguna. Un escalofrío recorrió a la Princesa mientras apartaba la mirada con nerviosismo. Farkas se enderezó y ajustó los puños de su camisa, sin lograr ocultar sus mejillas coloradas.
Sauro extendió un brazo con vagancia, dando por iniciada la audiencia.
Generalmente las audiencias llenaban el salón entero. Campesinos, pesqueros, herreros o cualquier trabajador del pueblo le planteaba sus problemáticas a su Rey. Su majestad solía torcer todo a su favor, provocando culpa en aquellos que pedían ayuda desesperados o implantando miedos infundados en la gente, sobre el mar y sus bestias. Originalmente las mujeres no tenían permitido asistir a las audiencias, solo Lorenza y Kaira, quienes debían permanecer inmóviles y en silencio. En este caso se trataba de una audiencia privada que Farkas había solicitado; ya se había encargado de hablar con el Consejo de Comarcas, tenía su bendición. Le faltaba el permiso del Rey Supremo.
—Su Majestad —comenzó Farkas, con aquel tono que había aprendido a utilizar en los últimos tres años. Devoción, respeto, pero con seguridad—. Que los Dioses iluminen su camino y lo bendigan por su bondad al recibirme hoy, en una audiencia privada-
—Las audiencias deben solicitarse con quince amaneceres de anticipación, joven —interrumpió Sauro, con un tono pedante. Asqueado ante ser molesto e interrumpido en su ocupado día de no hacer nada.
Grimn sonrió ligeramente, mientras el resto de los Centinelas permanecía inmóvil, todos con la cabeza girada hacia los dos hombres frente al Rey. En el pueblo se rumoreaba que el general de los Centinelas, Grimn Agares, era el que más poder gozaba después del Rey. No se equivocaban.
—Lo sé, y no puedo disculparme lo suficiente por mi impertinencia. Como usted sabrá, mi padre viaja cada año a cada comarca para asegurarse que nuestras maquinarias estén en buen estado. Tenemos ingenieros y mecánicos que se ocupan de su debido mantenimiento, pero nunca está de más asegurarse con los ojos de un experto.
Sauro bostezó, pareció distraerse con una mariposa negra que revoloteaba cerca de su rostro. Farkas miró a Victoriano, quien con un asentimiento lo animó a seguir hablando.
—De todas maneras, mi padre no es ingeniero. Ha aprendido mucho con los años, pero debido a que han transcurrido unos tres inviernos desde la instalación de dichas maquinarias, creo que lo mejor sería que usted me permitiera ejecutar un viaje para ayudar a mis mecánicos a llevar a cabo un mantenimiento profundo y cambiar las piezas obsoletas por unas nuevas.
Sauro volvió a mirarlo, incrédulo ante lo que oía.
—¿Me has convocado a una audiencia privada y urgente para que te de permiso para dar un pequeño viaje por las comarcas? Muchacho, ¿es que tú no piensas?
Kaira cerró los ojos, y comenzó a contar al revés, tratando de relajar sus nervios y no delatar lo importante que era esto para ella.
—Permiso para intervenir, Alteza —soltó Victoriano, cansado y fastidiado.
—¡Ja! Ya me preguntaba por qué había asistido mi pequeño hermano a la audiencia. —Sauro soltó una fuerte carcajada.— Dime que te ha hecho salir de tu cueva, habla.
—Es muy importante que Farkas viaje con una tripulación seleccionada y capacitada hacia las comarcas, y tenga el tiempo y los recursos para dejar las maquinarias como nuevas. Porque nada hablaría peor del reino que inundar Serendipia con inventos que en poco tiempo comenzarían a fallar y ser un peligro, ¿verdad?
Sauro elevó una ceja, asintió de mala gana hacia lo que su hermano le decía, quien continuó:
—Sin embargo, eso no es lo urgente. Lo urgente es una propuesta en la que el Consejero Vilkas y yo hemos estado trabajando, Farkas aceptó. Solo nos hace falta su permiso y por supuesto: su bendición.
Sauro observó a Grimn, quien le devolvió la mirada. Se mantuvieron así por unos segundos hasta que Sauro escupió:
—¿Qué es lo que quieren?
—Con su permiso, alteza —dijo Vilkas. Luego de que Sauro asintiera, continuó—: Lo más importante para nosotros es asegurarnos de que su reinado sea respetado y la devoción no haga más que aumentar. Para eso siempre estamos demostrando que usted, su majestad, toma las decisiones justas y correctas.
—De ahí la importancia de mantener la maquinaria aceitada y funcionando a la perfección. Un símbolo de sus grandes decisiones... —acompañó, Farkas.
—Todo esto recae en una de las decisiones que más ha afectado a Serendipia en el último tiempo: aceptarnos, a nosotros, unos forasteros. No solo en sus tierras, sino también en su reino. Ofreciéndole la mano de su preciada hija, a Farkas. Estamos seguros de que el pueblo no duda de usted, pero para ellos ¿quién es Farkas?
Por primera vez Sauro parecía realmente atento a lo que le decían, en silencio los observaba. Grimn, calculador, fruncía las cejas.
—Necesitamos que el pueblo respete a Farkas —continuó Victoriano, extendiendo los brazos para dar fuerza a sus palabras—, por el simple hecho de demostrarles una vez más que Su Majestad ha tomado la decisión correcta al elegir el heredero al trono.
—¿Qué proponen? —preguntó Grimn, el único que parecía tener el permiso constante del Rey para hablar.
Farkas lo observó, ligeramente asqueado con sí mismo por la persona con la que había elegido acostarse regularmente. Kaira pestañeó repetidamente mientras los observaba detenidamente uno a uno. Lorenza permanecía inmóvil, casi parecía no respirar. El joven heredero al trono suspiró, miró un segundo hacia la Princesa para luego volverse hacia el Rey exclamando:
—Quiero un séquito seleccionado, donde viajarán mis más fieles ingenieros y mecánicos. Quiero visitar cada comarca, junto con el Día de Serendipia y presentarme al pueblo, que me conozcan. Marcharme a la siguiente comarca luego de dejar sus maquinarias como nuevas y haberme ganado al pueblo.
—Yo viajaría con él —explicó Victoriano, sintiéndose ligeramente más animado—. Encargándome de que pasemos el Día de Serendipia en cada comarca. Podría hacerlo fácilmente, adelantando en cada región lo necesario el festejo. El pueblo estará encantado con la sorpresa.
—Estarían aquí de regreso para el Día de Serendipia en Vulpes —explicó Vilkas—. Volverían dejando un rastro de respeto hacia usted, Su Majestad. Todos quedarían impresionados con la grandeza de Farkas. Aumentando así, una vez más, su devoción por usted.
Silencio, todos inmóviles. Kaira observaba disimuladamente a su padre, mientras éste asentía y escupía tabaco en un cuenco de cristales.
—Haz lo que sea necesario para asegurar que mi reinado sea símbolo de grandeza, pero que mi legado me transforme en leyenda —dijo mientras se levantaba del trono, listo para dar por terminada la sesión.
Vilkas, Farkas y Victoriano se miraron desesperados.
—Perdone, Su Majestad, hay un pequeño detalle más para tratar. —Comenzó a decir Farkas, inseguro de la situación.
—Ya hemos terminado —dijo mientras se marchaba, seguido de Grimn, quien le dirigió una mirada cargada de asco a los hombres.
—¡Padre! —gritó Kaira. Todos quedaron secos, se dieron vuelta y la observaron horrorizados. Lorenza se puso de pie y la observó, furiosa ante la reacción desubicada de su hija. Grimn giró la cabeza, extrañado. Sauro la observó con los ojos muy abiertos y elevando las cejas—. Por favor... escucha lo que tiene para decir.
Aquellos segundos de silencio se sintieron eternos, como a la espera de algo catastrófico.
Sin embargo, Sauro pareció ablandarse. Volvió a su trono, donde le acarició el rostro a su hija de tal manera que todos sintieron la necesidad de apartar la mirada. El hombre la observó desde lo alto en su trono, maravillado ante su belleza. Mientras ella lo miraba suplicante, con los ojos cargados de lágrimas.
Sin dejar de mirar a Kaira, el Rey ordenó a Farkas:
—Habla.
Con la mirada desviada de tal horrible escena, Farkas dijo aquella frase que venía ensayando durante todo el día:
—Al pueblo podría parecerle extraño que me presente en los festivales como el heredero al trono, sin la futura Reina.
Sauro acarició el labio inferior de Kaira con la yema de su pulgar y la soltó, esta cayó rendida en su taburete. Su madre permanecía de pie, no muy contenta con lo que Farkas proponía.
—Estás pidiendo demasiado, muchacho —dijo Sauro mientras caminaba ante Farkas, quedando cara a cara. El resto observaba, expectante.
Farkas se armó de valor y levantó la mirada.
—Lo sé, y no vendría hasta aquí a pedirte esto si dudara de su bondad. Le ruego que entienda que solo queremos lo mejor para la corona.
Sauro y Grimn volvieron a mirarse por un segundo.
—Has aprendido muy bien cómo utilizar las palabras a tu favor, te he enseñado bien. —Sonrió, cargado de ego, el Rey.— Exijo que cada detalle esté planeado a la perfección —dijo señalando a Vilkas y Victoriano.
—Pero, Alteza... —interrumpió Lorenza, quien recibió una mirada de advertencia de Grimn y un grito de Sauro:
—¡Te quedas callada, mujer!
—Lo siento, Su Majestad —respondió Lorenza, volviendo a sentarse asustada, evitando la mirada de Grimn.
—Y tú —continuó Sauro, volteándose hacia Farkas—. Reza a los Dioses que todo esto valga la pena. Puede ser tu esposa, pero aún es mi hija. Sigo con vida, sigo siendo el Rey y ella mi Princesa.
Farkas asintió, mientras Kaira observaba la habitación buscando cinco cosas para ver, cuatro que pudiera oír, tres cosas que pudiera sentir, dos cosas que pudiera oler y una que pudiera saborear. Una técnica que Zervus le había enseñado cuando era pequeña, le ayudaba a calmarse.
Sauro aplaudió dos veces y le hizo una seña a Lorenza, dando por terminada la sesión. Los únicos que se movieron fueron los Centinelas que volvieron a sus puestos; Sauro aceleró el paso disimuladamente, intentando alejarse de aquellos extraños guerreros, mientras seguía a la Reina. Lorenza subió las escaleras hacia la alcoba del Rey, obedeciendo su orden. Grimn se quedó de pie junto a los otros cuatro, observándolos.
Luego se dio la vuelta y le sonrió a Sauro, quien en ese momento se detuvo y sentenció, desde lo alto de la escalera:
—Tienen mi permiso y mi bendición, siempre y cuando Agares sea parte de su séquito.
Todos reprimieron una expresión de pánico. Grimn sonrió triunfal, con la mirada clavada en ellos.
—Muchas gracias, Su Majestad. Que los Dioses le devuelvan el doble de todo lo que usted ha dado —respondió Farkas, mirando fijamente a Grimn.
Vilkas y Victoriano se miraron, preguntándose si las palabras de Farkas eran una bendición o una amenaza.
El Rey se marchó, Grimn no tardó en hacerlo también. Ambos triunfantes. El resto, a pesar de haber conseguido el permiso, se sentía derrotado.
Lentamente la sala volvió a quedar vacía, excepto por la joven pareja. Kaira y Farkas permanecieron en las mismas posiciones. La Princesa observaba el suelo, él a ella. Con paso silencioso se acercó y le extendió la mano, ella levantó la mirada y lo observó con incredulidad. Cuando sus miradas se encontraron, él sonrió.
—Tu pequeño favor no cambia nada entre nosotros —murmuró entre dientes.
La sonrisa de Farkas desapareció al instante y con timidez retiró la mano. Sus ojos tristes le sentaron como una bofetada a la Princesa, quien se arrepintió al instante de su frialdad. Pero no dijo nada, simplemente lo observó marchar en silencio.
Kaira se quedó sentada allí en soledad, no supo cuanto tiempo.
• ────── ☼ ────── •
Con apenas diez años, Lilith entrenaba hora tras hora, cada día, en el almacén de armas. Concentrada se aseguraba de perfeccionar el arte de la espada, su puntería, movimientos sigilosos con la daga y tiro al blanco con el arco. Las niñas de su edad ya no intentaban acercarse a ella, ya que Lilith siempre acababa por asustarse y huir a la seguridad que el arsenal le generaba.
Marina estaba allí, aprendiendo todo lo que una antigua integrante del Bloque Negro tenía para enseñarle; esta cayó enferma dos años después y murió. Marina le prestaba atención a sus enseñanzas, robando preciados segundos donde admiraba a Lilith.
Su amigo Octubre había intentando que una relación surgiera, pero Jacoba aseguró que Lilith no estaba interesada. Los sentimientos de Marina acabaron por desaparecer.
Lilith entrenaba tanto que Sao había acabado por controlar las horas que pasaba allí encerrada. Temerosa de que se le agarrotan los músculos o se obsesionara con la lucha... las estrellas sabían que ya era tarde. Ante la falta de amistades y compañía, Lilith dedicó su infancia a entrenarse para derrocar al reino.
Un silbido la arrancó de sus recuerdos. A cinco tejados de distancia, Meena imitaba su posición (en cuclillas). Ambas usaban sus máscaras y se comunicaban a través de señas. Meena señaló a un hombre que salía de una casa a las afueras de la ciudad y se integraba en la oscuridad del Pinar Nevado. La noche estaba perturbadoramente silenciosa.
Comenzaron a seguirle lentamente, ocultas en la oscuridad, rodeando el Estanque Congelado y subiendo la colina nevada. Cressida estaba con ellas, con una máscara que representaba el rostro de una sirena de dientes afilados. Tres vigilantes más las seguían: una con una máscara de una nariz puntiaguda, otra con una de dragón y otra de un búho.
El hombre llegó a la cima de la colina, entre pinos el Lago de los Poetas Muertos lo esperaba.
—¿Nabila? —gritó confundido. Volvió a insistir.
Aquel hombre venía acosando a las maestras de la Escuela para Niñas hace unos largos meses. Cressida llegó a su límite cuando intentó colarse en la institución, en busca de Nabila, una de las maestras. Una antigua tripulante de los viajeros, venía de Abdelaziz. Fingió interesarse por él y lo convocó a una supuesta noche de pasión en el Lago de los Poetas Muertos, donde todos los jóvenes amantes se encontraban por primera vez.
El hombre gritó su nombre tres veces más, solo le respondió el rugido de las olas. Esto pareció asustarle, maldiciendo se alejó. Pero Cressida se cruzó en su camino, el hombre no la reconoció por la máscara y capuchas que todas llevaban. Quiso retroceder pero se encontró rodeado de las seis mujeres con amenazadoras mascaras y ropajes negros.
—Oh, mi noble caballero —se burló Nabila a sus espaldas, mientras se arrancaba la máscara de nariz puntiaguda. Era de estatura baja y un rostro que parecía tallado por las Diosas, llevaba su cabello cubierto por un hiyab negro—. Ruego tu perdón por mi tardanza.
El hombre se volteó a verla, con los ojos desorbitados por el terror. Los cuervos se rieron de él.
—Bruja malnacida —escupió. Las mujeres permanecieron a su alrededor inmóviles, amenazantes—. Debería haberte viol-
Una flecha en su hombro disparada por Meena, le interrumpió. Su grito resonó en todo el lago, inmenso, el agua vibró.
—Sabbor um-muk —le insultó ella, enseñando los dientes.
El círculo comenzó a cerrarse, al tiempo que el hombre elevaba los puños, seguro de su victoria. No tardaron mucho en neutralizarlo; el honor de acabar con su vida lo tuvo Nabila, con una espada de cerámica.
Minutos después el grupo se alejó caminando por el bosque, riendo y charlando. Lilith se atrasó, observando el cadáver del hombre. Le apuntó con su revólver y disparó dos veces, iluminando la noche.
En sus recuerdos fue transportada a su primera noche participando activamente del rescate de las debutantes. Aquella noche conoció a Marina:
En medio de la pelea, Lilith saltó desde los mástiles al ver que un marinero se acercaba por la espalda hacia Sao. Ni siquiera lo pensó, saltó desobedeciendo la clara orden de Zheng Yi Sao de mantenerse en lo alto.
Cayó sobre los hombros del marinero (quien resultó ser el capitán de la tripulación) que sostenía en alto dos revólveres. Él chilló mientras ella le arañaba el rostro enloquecida. Con un movimiento rápido le arrancó las armas de las manos y tiró su cuerpo hacía atrás.
Ambos cayeron al suelo, el hombre sobre la niña de diez años, quien le regaló una patada en los dientes. Ella se incorporó rápidamente mientras él lo hacía trabajosamente.
Maldiciendo, se abalanzó sobre ella. Pero recibió un disparo en el pie izquierdo, cayó al suelo mientras Lilith se apartaba de su paso. Acabó con su vida disparándole en la parte trasera de la cabeza con el otro revólver que sostenía en su mano. La cubierta se llenó de los residuos que salieron disparados de su cabeza.
Lilith sonrió emocionada, segundos después Sao apareció a su lado, tomándola del hombro para que se girara. Como una madre regañando a su hija por ensuciar su mejor vestido, le reprendió. Lilith bajó la mirada y se disculpó. Luego no pudo evitar sonreír y elevando ambas armas dijo:
—¿Puedo quedármelas? —gritó con una sonrisa de oreja a oreja.
Sao no pudo evitar reír. Le permitió conservarlas, después de todo se las había ganado. Sin saber que Lilith las utilizaría para el resto de su vida.
Una debutante salió corriendo de las entrañas del barco, resbaló con el cerebro y la sangre del hombre y cayó al suelo.
—¡Qué asco! —chilló, alargando las vocales.
Riendo, y sintiéndose culpable, Lilith la ayudó a levantarse. Así conoció a Marina.
• ────── ☼ ────── •
En la habitación de Farkas, Grimn ingresó sin tocar. Farkas lo observó con el ceño fruncido, sentado en su escritorio con unos lentes de lectura, ligeramente sorprendido.
—No creí que vendrías hoy —le dijo mientras se quitaba los lentes, los arrojaba en la mesa y se ponía de pie.
—Nuestras diferencias en la corte no tienen nada que ver con nuestros encuentros.
—Es humano que lo sea... no comprendo por qué sigues acudiendo a mi alcoba. Fuera de ella pareces odiarme y en la cama pareces hacerlo aún más.
Grimn soltó una carcajada, tirando la cabeza hacia atrás mientras se quitaba el chaleco y lo arrojaba al suelo.
—¿Quieres que me vaya? —susurró.
Farkas observó las manos de Grimn, que desabotonaban la camisa mientras se acercaba hasta quedar a pocos centímetros de su rostro.
Aquel hombre era veneno puro, y Farkas lo sabía, por algo le ocultaba sus encuentros a Vilkas... Era un veneno que se moría por probar, a pesar de que lo mataba poco a poco. Farkas suspiró, por una milésima de segundo pensó en echarlo de su alcoba, pero el recuerdo de las palabras de la Princesa y sus mirada cargada de odio, le recordó el consuelo que encontraba entre las frías caricias de Grimn.
Cerró los ojos y con tristeza se entregó a Grimn, lentamente dejó que su aroma lo invadiera mientras sus manos comenzaron a recorrer sus brazos.
—Eso pensé —susurró Grimn ya sin camisa, mientras tomaba a Farkas de la mandíbula con violencia.
Farkas soltó un jadeo de dolor, segundo después sus labios se encontraron. Si, pensó con una sonrisa que se escapó entre besos, veneno puro.
Sin cariño, ni delicadeza y con brutalidad, pasaron la noche entera expresando su odio mutuo de una manera particularmente extraña. Con más golpes que caricias.
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