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V. Aliados por conveniencia.

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   A la mañana siguiente, Kaira caminaba con paso seguro y silencioso por los pasillos del castillo. A su lado, doncellas apresuradas preparaban todo para el Día de Serendipia, mientras en su mente realmente solo estaba el Festival de las Flores. El cual, en realidad hace tres años que no existía.

   Grimn había logrado convencer al Rey de quitar dicha tradición ya que la de las debutantes se había perdido. Las mujeres se mostraron desesperadas, pero no pudieron hacer nada al respecto... el primer año sin el Festival de las Flores lloraron hasta quedarse dormidas. Farkas se enteró de esto gracias a Camila, y acudió a Vilkas. Padre e hijo se organizaron, junto con las mujeres de su tripulación y lograron regresar la tradición, bajo otro nombre: La noche de Venus. Una antigua tradición de sus tierras, donde se celebraba la feminidad y la fertilidad, todas las familias acudían vestidas de blanco a una hermosa velada bajo la luz de la Luna.

   Lograron convencer a Sauro de agregarla al calendario la noche continua al Día de Serendipia, gracias a los benéficos que esta traería en las familias, ya que el Rey solo veía a las mujeres como fábricas de herederos.
   Los Torvar y las mujeres extranjeras modificaron la tradición, camuflando el Festival de las Flores en esta y regresándole una de sus únicas alegrías a las mujeres. A partir de entonces todas vestían de blanco durante el Festival de las Flores, la Noche de Venus.

   El vestido verde musgo de la Princesa se arrastraba por la alfombra, mientras sus cadenas decorativas generaban pequeños ruidos metálicos. Su corsé, ligeramente más oscuro que su vestido, con hilos de oro, se movía de izquierda a derecha con cada movimiento de cadera.

   Una vez en su destino, se detuvo frente a la puerta. Respiró profundo y tocó tres veces, una voz masculina, cansada, le indicó que pasara.
   Ingresó en la habitación oscura, con olor a encierro. Cerró la puerta a sus espaldas y con una gentil sonrisa dijo:

   —Necesito tu ayuda.

   Victoriano la observó con curiosidad, sentado en una esquina, en un pequeño sofá con un poemario en mano. Donde se sentaba cada noche, incapaz de dormir, con el aguardiente como única compañía.

• ────── ☼ ────── •

   Farkas caminaba por el gran taller real, ubicado detrás del cuartel de los Centinelas, mientras se ajustaba los puños de la camisa. Sintiendo el familiar olor a hierro fundido, el calor de las fraguas y los golpes del metal, sonrió, mientras se aseguraba de que todo estaba en orden. Los ingenieros y mecánicos, la mayoría parte de la tripulación original, lo saludaban con una sincera sonrisa: hombres, mujeres y más. Su familia, con quienes había cruzado el mundo entero. Les había hecho una promesa al llegar a Serendipia y estaba más cerca que nunca de cumplirla.

   Al llegar al final se encontró con Freyja, quien le había salvado la vida a Kaira tres años atrás, en la boda. Vestía unos pantalones anchos y una camisa holgada, el cabello en un desenfadado rodete. Charlaba efusivamente con uno de los mecánicos, Yong. Ambos se encontraban inclinados sobre un arquetipo de una nueva arma, la habían diseñado juntos una tarde que estaban aburridos. Sobre la mesa podían verse puntas de flechas gigantes y cadenas.

   —¿Qué es eso? —preguntó a sus espaldas Farkas, ligeramente preocupado.

   Ambos se sobresaltaron y escondieron todo bajo una frazada mugrienta.

   —Nada, hermano —respondió Yong, con los ojos muy abiertos. Era de gran musculatura y de piel oscura, tenía unos ojos pequeños y rasgados. Siempre estaba sucio de grasa.

   Freyja se limitó a sonreír con picardía.

   —¿Armas y Freyja en la misma habitación, Yong? —Farkas comenzó a burlarse de su viejo amigo.— Te creía más inteligente...

   —Por favor, no me hubieses sacado de los calabozos si realmente no confiaras en mí —intervino Freyja, cruzando los brazos sobre su pecho con una sonrisa pícara.

   —Si, me debes un dineral por eso —bromeó Farkas, mientras se sentaba sobre un cubo dado vuelta, cerca de ellos. Los tres sonreían—. Tuve que sobornar a más de una persona solo para que me permitieran pagar la fianza, la cual no era precisamente un par de granos de arroz.

   —Dioses y Santos... —murmuró Yong—. Tarde o temprano tienes que contarnos lo que sucedió, ¿Qué habías hecho?

   —Muchas cosas... —susurró Freyja, ignorando el resto de la frase—. Pero te prometo que se lo merecían, y ya no son un peligro para nadie.

   —Ese no fue el problema y lo sabes —acotó Farkas, con un dedo acusador—. La justicia por mano propia es algo que puede tratarse en los juicios de Norviega, con posibilidad de ganar y quedar libre... esa posibilidad desaparece cuando hay brutalidad innecesaria.

   Freyja golpeó el aire, tratándolo de exagerado. Yong con el ceño fruncido lo miró expectante, Farkas con señas fingió despedazar su cuerpo, arrojando miembros imaginarios y actuando como si arrancara sus ojos de las cuencas. Yong, con cara de horror se giró y le dijo a la joven, que limpiaba sus anteojos dorados con un pañuelo blanco:

   —Nunca entenderé como alguien con dones curativos tan extraordinarios, capaz de resucitar muertos, pueda infringir tanto daño.

   Farkas se puso de pie, asintiendo, mientras quitaba la sábana sucia que cubría el arquetipo de arma y la observaba sorprendido. Freyja se colocó los lentes, se puso de pie cerca de Yong y con su afilada sonrisa respondió:

   —Cariño, los que sabemos curar somos los que más daño podemos causar. Con un pequeño pinchazo en el lugar correcto podemos parar tu corazón sin que ni siquiera te des cuenta. —Mientras se ponía un grueso abrigo comenzó a alejarse hacia la salida.— De todas maneras, no te sorprendas, infringir daño lo puede hacer cualquiera. Curar o reparar necesita de dedicación, y aun así jamás quedará igual.

   Yong le observó irse con una sonrisa soñadora, la cual se vio interrumpida por un golpe en la cabeza a manos de Farkas.

   —¿Piensas decirle algún día o tengo que hacer de casamentero? —Se burló.

   —Mmm. —se quejó, Yong. Receloso se alejó hacia sus herramientas y comenzó a limpiarlas, observando a Farkas—. No estamos en la misma sintonía, hermano. Yo quiero casarme, adoptar muchos niños y vivir en una granja... No soy la clase de persona que lo haría feliz, siento que la clase de vida que yo sueño significaría una prisión para su alma.

   Farkas lo observó detenidamente en silencio, mientras las gotas de sudor caían por su rostro.

   —Tú fuiste el primero en apoyarlo cuando comenzó con sus transiciones. Has dejado tu vida entera para cruzar el mundo con él. Han pasado los años y sigues igual de enamorado, quizás es momento de sincerarte... Entiendo lo que dices, pero debes sacártelo del sistema.

   Yong rió sin alegría. Tomó una caja llena de pequeños inventos para que él aprobara y pasarlos a mayor escala, y se la extendió a Farkas; este la sostuvo y con mirada acusadora esperó una respuesta.

   —Ya déjalo, hermano —El mecánico sonrió tristemente.— Nos conocemos desde pequeños. Siempre me vio como parte de la familia, cuando en realidad desde el momento en que nos conocimos no he podido imaginarle de otra manera que no sea mi compañero de vida.

   Farkas no respondió, simplemente se mantuvo de pie con la pesada caja de madera.

   —Ya, ya, vete —insistió Yong—. No todos estamos destinados a un gran amor, mi hermano. Ahora vete, que seguro tienes muchas chorradas que hacer como heredero al trono.

   —¿Sentarme y esperar mi turno? —susurró Farkas.

   Ambos comenzaron a reír, hasta que una tímida voz los interrumpió con gran pesar.

   —Señor, disculpe, señor —Camila intentaba llamar su atención sin generar molestias.

   Farkas se dio vuelta y sonrió al verla. Yong la saludó con un asentimiento de cabeza respetuoso y se dio la vuelta para continuar con su trabajo, luego de darle unas palmadas a su amigo en la espalda en señal de despedida.

   —¡Cami! Me alegro de verte —Comenzó a decir Farkas, ambos caminaron hacia la salida— ¿Qué tal has amanecido hoy?

   —Un poco cansada, honestamente, he pasado mala noche —respondió Camila con una sonrisa, sin revelarle el por qué. Nunca le había contado los ataques de Grimn hacia ella, no quería preocuparlo. Ya solos se sentía más cómoda para tratarlo con la confianza que tenían—: No quería molestarte, Farkas, pero Kaira precisa verte.

   —¿Y eso? —dijo Farkas, mirándola extrañado—. Tres años de matrimonio y es la primera vez que solicita verme.

   —Muchas cosas pueden cambiar en tres años —rió Camila, levantando ligeramente las cejas.

   Mientras ingresaban al castillo riendo, comenzaron a caminar por los pasillos hacia el taller privado de Farkas.

   —¿Sí? honestamente siento que nada ha cambiado —comentó él, ambos se frenaron frente a la puerta doble del taller. Frente a frente se miraron.

   —Al Rey no le gustan los cambios, por eso permanecen ocultos. —La sonrisa de Camila desapareció, mientras con un asentimiento de cabeza se despidió. Indicó con las manos que Kaira lo esperaba dentro.

   Farkas le sonrió en señal de disculpa a su amiga, y con el codo abrió la puerta. Al ingresar la cerró con el talón, provocando que los cristales de colores temblaran ligeramente.

   Aquel salón que Sauro había convertido en taller, con el paso del tiempo se había llenado de artefactos colgados de cables de las vigas del tejado, estantes repletos de frascos con tuercas y clavos, cajas ocupando la mayor parte del suelo, repletas de piezas. Apenas se podía caminar, pero a Farkas le encantaba. Su padre siempre decía que mientras menos espacio había para caminar, más ideas parecía tener Farkas.

   Mientras se acercaba a la mesa de piedra central para dejar la caja que Yong le había dado, observó a Kaira sentada sobre el filo de unos de los ventanales. Su cabello suelto y esparcido por el suelo, sus pies descalzos y un libro en su mano.
   Suspiró, mientras se preparaba para hablar con ella. En silencio tomó entre sus dedos el pequeño reloj que colgaba de su cinturón. Eran exactamente las once de la mañana con once minutos. Volvió a guardarlo.

   —Buen amanecer, Kaira —dijo él, limpiándose la grasa en el pantalón, mientras admiraba la belleza de su esposa. Realmente detestaba la relación que tenían, tan distante y fría. Deseaba que pudieran al menos llevarse bien.

   —Farkas, he tenido una idea para preparar al pueblo para tu reinado —soltó ella, cerrando el libro con un golpe seco. Girándose hacia él, inclinando ligeramente la cabeza, sin expresión ninguna.

   —¿Qué...? —preguntó él, sin molestarse en ocultar su confusión ante el repentino asunto.

   —Si, apenas has tenido tiempo de conocer las diferentes culturas y costumbres del resto de las comarcas —continúo diciendo ella, completamente ajena a su reacción y desilusión—. Cuando el progreso comenzó fue tu padre quien viajó a cada una de las comarcas, trazando planos y demases. Conoce más el reino que tú, lo cual me parece una locura.

   —Sabes que estaba ocupado dirigiendo a los ingenieros...

   —No puedes reinar Serendipia si solo conoces Vulpes —interrumpió ella, mientras caminaba por la habitación observando todo—. Mucho menos podrás imponer respeto al pueblo si solo una pequeña parte de ellos te conoce.

   Él se mantuvo en silencio, y con una sonrisa burlona dijo:

   —¿Y a ti te conocen?

   Ella se frenó y lo miró, levantando la barbilla. Por primera vez pareció escuchar lo que él decía.

   —No —dijo determinante—. Por eso he ido a hablar con mi tío, Lord Victoriano. Viajaremos con un séquito seleccionado hacia las comarcas. Organizaremos todo para poder asistir a las cuatro festividades del Día de Serendipia. Es un pequeño detalle, pero realmente creo que debemos comenzar a velar por tu reinado, si no, te verán como un chiste.

   —Nuestro reinado. —Con paso lento y tranquilo, se acercó hasta estar frente a frente con ella. Ambos se observaron.— No soy como tu padre, Kaira.

   Por una milésima de segundo, las cejas de ella se arquearon en señal de pena, una de las pocas emociones que a veces dejaba escapar.

  —No es el reinado lo que te interesa, lo más probable es que ni siquiera llegue a poseer la corona. No soy estúpido, sé lo que haces, sé con quienes te juntas y sé que planean. —Mientras hablaba, le apartó el cabello del rostro.— No soy tu enemigo Kaira, podría haberte detenido a ti y a Camila hace tiempo, pero nunca estuvo en mis planes interponerme entre su libertad... Dime, ¿Qué buscas allí? —Al no obtener respuesta Farkas continuó—: Solo necesitas que hable con tu padre y sea tu acompañante, no te importa el futuro reinado.

   Ella asintió y murmuró una afirmación.

   —Con una condición... No me mires así —dijo él, al ver su ceño fruncido en desaprobación—. Si quieres mi ayuda, soy parte de todo esto. No estoy para que me utilices y me apartes... Todo o nada Kaira, tú eliges.

   Ella se alejó hacia la puerta, el corazón le iba a mil y quería golpearle la cara, borrarle esa sonrisa de un golpe. Suspiró al tiempo que abría una de las puertas.

   —No te demores —respondió ella, aceptando su condición—. Tú encárgate de mi padre, yo me encargo del resto.

   Cuando se creyó solo, Farkas dejó salir todo el aire en un largo suspiro.

   —¡Shiiish! —soltó Freyja desde lo alto. Farkas maldijo asustado y miró hacia arriba, le encontró sentado en una de las vigas del tejado—. Ya sabemos quién llevará el reino cuando maten a Sauro.

   —¡Freyja!  —Negó con la cabeza, irritado.— Vas a provocar que nos maten los Centinelas. Baja de ahí y no digas esa clase de cosas... ¿Qué haces aquí?

   De un salto bajó, cayendo de pie sobre la mesa de piedra, provocando que todo retumbara. Como si bailara, en puntas de pie esquivó a la perfección cada uno de los artefactos; al llegar al borde volvió a saltar, esta vez hacia el suelo, cayendo frente a Farkas que le observaba estresado pero acostumbrado a sus extrañezas .

   —Aaah, no te preocupes. Estoy segura que tu amiguito nos perdonará la vida. —Rio y le guiñó el ojo, mientras le acomodaba la camisa.

   —¿Qué quieres, Freyja? —Rodó los ojos, ante la mención de Grimn.

   Freyja rió mientras se balanceaba sobre sus pies. Sin soltar la camisa de Farkas, apretó sus puños y preguntó:

   —Me llevarás contigo, ¿verdad? —Arqueó las cejas, con pena, en un puchero manipulador.

   —¿A las comarcas? has perdido la cabeza —Comenzó a negar efusivamente. Se soltó de su agarre y se dio la vuelta, comenzó a apilar las cajas en un intento de poder caminar con más libertad.

   El rostro de Freyja se tornó en una expresión amenazante, mientras torcía la cabeza, sentenció:

   —Sabes que iré de todas maneras.

   Farkas suspiró, se mordió el labio fastidiado y respondió:

   —Eres insufrible.

   La sonrisa de Freyja volvió, riendo abrió la puerta y se fue, lanzándole a Farkas un amuleto. Él lo atajó en el aire y lo miró extrañado, de una tira de cuero colgaba un amuleto con la forma de la Luna, tallado en piedra. Estaba roto, accidentalmente formando una media luna.
   Con el ceño fruncido levantó la mirada para preguntarle qué era aquello, pero se encontraba solo. Refunfuñando guardó el amuleto en uno de los bolsillos de su pantalón.

• ────── ☼ ────── •

   El Sol comenzaba a ocultarse. En su habitación Farkas observaba su reflejo en el espejo, podía sentir un hormigueo en los huesos, los nervios lo estaban volviendo loco. Se acomodó el salvaje cabello que había dejado crecer un poco en el último tiempo, también ahora mantenía su vello facial más corto. El espejo le devolvió el reflejo de su propio padre.

   Alguien tocó la puerta.

   En el Granero de los Árboles Durmientes, Sao y Vilkas se encontraban abrazados, observándose en silencio. Demasiadas cosas se habían dicho en la última hora.

   —Sabes que haría cualquier cosa por ti, ¿verdad? —susurró Vilkas, mientras le acariciaba el rostro suavemente.

   —Eso es lo que más me temo —respondió Sao, seria.

   Él la tomó de detrás de la cabeza y le depositó un beso cargado de amor.

   —Adelante —respondió Farkas, fingiendo seguridad al tiempo que se ponía de pie y ajustaba tres veces más su chaleco color chocolate.

   —¿Estás listo? —dijo Victoriano mientras ingresaba en la habitación, se había dejado crecer un gracioso bigote que curiosamente aumentaba aún más su belleza. Llevaba una expresión aburrida, cargada de cansancio a donde fuera. Farkas sabía perfectamente que hace tres años él había perdido algo, pero no sabía exactamente qué.

   —No —respondió Farkas. Ambos rieron—. Vamos.

   Sentados en la cama, Sao había extendido un mapa sobre las sábanas, donde le señalaba los lagos de Mare Turtur a Vilkas, quien asentía, pensativo.

   Con falso paso seguro, Farkas y Victoriano caminaban por los inmensos pasillos del castillo. Uno al lado del otro, en completo silencio se dirigieron al gran salón donde Sauro los esperaba, junto con Lorenza y Kaira. En el camino se cruzaron con Zervus y Camila, quienes cargaban cestas de flores frescas. Zervus se limitó a saludarlos cabizbaja, mientras que Camila le clavó la mirada a Farkas, deseándole buena suerte en silencio.

   —Entonces... —Comenzó a decir Vilkas, mientras encendía su habano.— Si todo sale bien, en poco tiempo el pueblo comenzará a movilizarse e invadirán las calles de Vulpes.

   Sao asintió, mientras se ataba el corsé y recogía sus pertenencias esparcidas por la alcoba del granero.

   —Sé que no es lo que tenías en mente cuando partiste de tu hogar hace tantos años atrás...

   —¿Esto les dará la libertad a ti y a tu familia? —Le interrumpió Vilkas. Ella volvió a asentir, luego él se sumó, sonriéndole para que se tranquilizara. Sabía que se sentía culpable, pero también sabía que no se detendría ante nada ni nadie.

   Esa noche comprendió por qué le había tomado tanto tiempo revelar todo ante él. Ahora él tenía toda la información, ya solo le quedaba tomar un camino, y solo había dos opciones: renunciar a todo, alejarse de ella y no participar de la lucha; o sumarse a esta, y de alguna manera también estaba renunciando a todo, al futuro que él y su hijo habían soñado. Pero ambos tenían ansias de ver en Serendipia la misma libertad que veían en sus tierras natales.

   Sao había temido este momento, aterrada de perderlo o arruinarle la vida.

   —Si eliges el camino de la lucha, ya no hay vuelta atrás, Vilkas —aclaró Zheng Yi Sao.

   En el castillo, antes de abrir las puertas Victoriano se giró hacia el joven. Viéndose así mismo, recordando todas las veces que intentó parar a Sauro y casi acaba asesinado.

   —Si cruzas esa puerta y viajas con Kaira, ya no habrá vuelta atrás, Farkas —susurró Víctor, solo quería estar seguro de que Farkas lo había pensado bien.

   —Lo sé. Pero si no eres parte de la lucha, eres parte del problema. —Farkas suspiró, al mismo tiempo que tomaba el picaporte de oro. Estaba frío.

   —Si hay algo que aprendí en mis tierras, es que no puedes quedarte de brazos cruzados ante la injusticia y proclamarte inocente —le respondió Vilkas, a Sao. No pudo evitar pensar en la seguridad de su hijo. 


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Hola <3
Debido al proceso de edición de "Dueños de Nadie", el primer y segundo libro sufrirán algunas modificaciones. Mínimas, ya que simplemente estaré agregando pequeños guiños para cosas del futuro. 

Mi idea es ir avisando de estas modificaciones por aquí, para que nadie se pierda ningún detalle :)


Capitulo IV. "Sigo aquí" de Hogar de Pocos:


Capitulo XV. "Ellas" de Hogar de Pocos.

Bueno, eso es todo :) Gracias <3

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