IX. Vuelta a casa.
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Lilith organizaba los baúles repletos de ropaje de cama que aún no habían sido llevados a su lugar, cuando oyó murmullos conmocionados. Extrañada levantó la mirada y vio a Kaira desparramada en el suelo. Abandonó su tarea sin ni siquiera pensarlo y corrió hacia ella, sintiendo la extraña sensación de que alguien la observaba. Aquella sensación familiar que la perseguía en las calles de Vulpes.
Meena fue la primera en llegar hacia Kaira, lo primero que hizo fue tomar su cabeza en busca de heridas. Al no encontrar ninguna la tomó en brazos con un movimiento ágil. Grimn se acercó, listo para luchar contra quién sabe qué y extendió el brazo hacia ellas. Meena giró su cuerpo, decidida a evitar que sus sucias manos tocaran el cuerpo inconsciente de Kaira.
En ese momento fueron rodeados por el resto y la tensión en el aire se hizo evidente de un momento a otro.
—¡¿Qué crees que haces?! —gritó violentamente Grimn, a Meena. Furioso por su desobediencia apretó los puños en un intento de no golpearla.
Meena infló el pecho mientras observaba los nudillos del Centinela, lista para responder sintió su sangre arder. Sin embargo, sintió el gentil tacto de Lilith quien la tomó suavemente del brazo. Muy a su pesar Meena apartó su furia y agachó la cabeza con lentitud, fingiendo miedo y sumisión. Recordando su papel, actuó como una doncella más.
—Grimn, tranquilo —intervino Farkas apresuradamente. Tocó la espalda de Meena, indicándole el camarote privado. En silencio esta comenzó a alejarse junto a Camila quien le ayudaba a sostener el cuerpo de Kaira. Lilith se quedó allí de pie observando la extraña reacción de Grimn, divertida arrugó la nariz.
—Den la vuelta, regresamos a tierra. Inmediatamente. —Grimn dio un paso al frente, extendiendo el brazo logró enredar por unos segundos sus dedos en el cabello de Kaira. Su piel había perdido completamente el poco color que tenía y su respiración delataba su nerviosismo.
Con un movimiento rápido y desesperado Victoriano se paró entre el Centinela y Meena, fruncía el ceño, deseoso de evitar que aquel tacto se repitiera. El Lord había sido testigo de las acciones del joven, y con solo verle cerca de la Princesa se le erizaba la piel. Con una carcajada burlona Farkas se sumó a Víctor, de brazos cruzados miró desde arriba al exaltado joven, disfrutando de verlo perder sus calculadas acciones a causa del nerviosismo.
Inconscientemente Lilith llevó la mano a su corsé donde se ocultaba su daga Aela.
En medio de la exaltación las manos de Victoriano y Wilhelm se rozaron por unos segundos. Se apartaron automáticamente, deseando no hacerlo. La incomodidad de aquel tacto pero lo mucho que lo anhelaban era un sentimiento que no creían compartir, pero lo hacían, como muchos otros más.
Will lo observó a sus espaldas, se aclaró la garganta incómodo y se alejó lo más posible de la escena. Victoriano no se volteó a verlo, deseaba hacerlo pero Grimn volvió a captar su atención. El joven recargó su ballesta con un movimiento rápido y ágil, el sonido metálico del arma fue opacado por pisotones, sables desenfundados y armas recargadas. La tripulación entera le apuntaba.
—¿Qué es esto? No hemos perdido la tierra de vista y ya has traicionado la corona —exclamó. Grimn estaba listo para matar a cada integrante de la tripulación de ser necesario. Pero Farkas volvió a reír, incrédulo ante su comentario.
—Aquí... Yo soy la corona, el capitán de este barco y en este momento tú eres el traidor. Ya no estamos en Vulpes, aquí el mando está en mis manos. ¿Qué tal si te calmas un poco? Ella solo quiere llevar a la Princesa a descansar, déjala hacer su trabajo y de paso me dejas a mí hacer el mío.
Grimn sopesó sus palabras y aquella sonrisa burlona, levantó la barbilla provocador mientras volvía a colocar la ballesta en su soporte. Ambos jóvenes se observaron sin mucho cariño. El Centinela desvió la mirada hacia la tripulación, quienes guardaban sus armas y volvían al trabajo. Analizó sus rostros, buscando alguno conocido, no tuvo éxito. La tripulación estaba formada por trabajadores de Farkas, ingenieros y marineros, ninguno nacido en Serendipia. Las doncellas habían sido seleccionadas por Kaira. En aquel momento el joven Agares entendió su error al ser el único Centinela a bordo, pero no quería dejar Vulpes sin protección, no se imaginaba que el viaje podía representar grandes problemas.
Y quizás si estaba exagerando, pensó, pero es que todo lo que la Princesa hacía le irritaba. El Rey le había encomendado la tediosa tarea de protegerla, no podía fallarle. Debía calmarse, tener a Farkas de enemigo no era buena idea con toda la tripulación cuidándolo con una inquebrantable lealtad. Pasaba tanto tiempo rodeado de hombres y Centinelas, que había olvidado lo exageradas que le parecían las mujeres.
Probablemente la Princesa simplemente se había mareado y su desmayo fue producto de la histeria y el miedo... Él no tenía miedo. Desde que se había enterado de que debía salir a alta mar no podía dormir, atormentado por pesadillas de bestias que se lo tragaban entero y tormentas en el mar que lo arrastraban hasta la impenetrable oscuridad. De solo pensar en subir al barco se ponía a sudar, pero no tenía miedo. No podía mostrar miedo, no creía en tal sentimiento, lo enfundaba, pero no lo sentía. Solo estaba... nervioso.
Lilith continuó observándole, mientras inclinaba ligeramente la cabeza y sonreía.
Qué bonito es ver el temor en tus ojos pensó, reprimiendo las ganas de empujarlo por la borda. Tan acostumbrado a provocarlo en otros que cuando te toca sufrirlo, pierdes los estribos.
Grimn se calmó ligeramente cuando observó las manos de la tripulación: temblorosas. Sonrió al entender que le temían.
—Bien. —Farkas suspiró irritado, viendo a Grimn alejarse unos pasos. El Príncipe se acomodó la camisa, disimulando su nerviosismo perfectamente—. Camila. Prepárame una infusión por favor, y otra para Grimn. Nos hará bien calmarnos un poco.
Camila obedeció al instante, un sudor frío recorría su espalda. Lilith observó al grupo dispersarse mientras las suaves olas movían el galeón de lado a lado. La manzana que Kaira había dejado caer rodó hasta las botas de la joven. Lilith bajó la mirada, tomó el fruto entre sus manos. Perdida en sus pensamientos la limpió frotándola en su blusa, una vez más pensó en Sao. Una voz interrumpió sus tormentos.
—Freyja. Síguelas y encárgate de Kaira. —Farkas batió las palmas con fuerza mientras gritaba diferentes órdenes, desviando la atención de Grimn, quien se sentó sobre un barril tratando de disimular su fuerte mareo. Jamás había estado en un barco. Es horrible, pensó.
Lilith apretó la manzana en sus manos, como un susurró su corazón se aceleró. Sus mejillas ardían. A su alrededor Farkas se encargaba de organizar a la tripulación y establecer turnos para cada puesto, la tensión del ambiente parecía aminorar y todos estaban en movimiento, excepto ella. El mundo giraba y se agitaba, pero ella permaneció de pie, inmóvil se aferró al fruto como si de su cordura se tratara.
—Freyja —susurró para sí misma, mientras le observaba. Su nombre en sus labios tenía el sabor de algo nuevo e inesperado. Le tomó un segundo reconocer a aquella figura que la seguía en sus excursiones nocturnas y la observaba desde las sombras, silenciosa como un fantasma. Como uno de los tantos fantasmas que la perseguían cada noche.
Farkas le había hablado, tenía un nombre, y era real. Lilith sentía alivio, eso significaba que era de carne y hueso, que no era una de las tantas figuras que la atormentaban con dolorosos recuerdos. El alivio pronto se vio olvidado por la incertidumbre. ¿Quién era y por qué la seguía?, ¿qué quería de ella?...
Freyja vestía un simple vestido color miel y llevaba el cabello suelto. Tomó un pequeño maletín de cuero y siguió a Meena, quien ya había ingresado en el camarote. Antes de cerrar la puerta a sus espaldas le dedicó una sonrisa ladeada a Lilith, quien la observaba descaradamente. Lilith sintió como sus sentidos se congelaban... no supo cómo reaccionar así que simplemente se quedó allí, inmóvil, viendo la pesada puerta cerrarse. ¿Quién era y por qué la seguía? El estómago le dio un vuelco, y miró en todas direcciones sin saber hacia dónde dirigir la tormenta de pensamientos. ¿Qué quería de ella?
¿Estaba dispuesta a dárselo?
Intentó detener las abrumadoras preguntas que se gritaban entre sí en su mente. ¿Estaba dispuesta a dárselo?. Suspiró ruidosamente, irritada consigo misma ante el sinsentido de aquella pregunta. El rostro de Zheng Yi Sao se hizo presente en su mente, como un ancla que la ayudaba a no alejarse flotando en la deriva del inmenso océano.
En los últimos años gracias a la ayuda de Wilhelm en la lucha había aprendido a estar sin Sao. Sin embargo, nunca se habían separado por demasiado tiempo, hasta ese día. No lograba sentirse del todo segura sin su presencia, sin oír su dulce voz o el tacto de sus anillos en su cabello. Era una ansiedad que la perseguía constantemente y solo se dignaba de dejarla en paz cuando ella la abrazaba.
Con la mirada perdida tomó un cubo de hierro y se acercó a la barandilla. En uno de los postes colgaba una arandela con una pequeña soga, la cual ató al cubo. Poco a poco lo hizo descender hasta la brillosa agua azul donde unos coloridos peces seguían el galeón, se dio la vuelta hacía Vulpes, pequeño en el horizonte.
—Vamos a casa... —recordó.
Apis.
Desde su partida a sus breves cinco años no había vuelto a poner un pie en aquella isla. Su cuerpo vibraba de la emoción, y su mente se abrumaba del miedo. Trece años desde entonces.
Repasó los pocos recuerdos que había logrado conservar de su madre, todo era confuso y sin sentido. Podía recordar con nitidez dejar Apis atrás y la noche que Sao la rescató y adoptó como su propia hija, pero antes que eso... no era más que pequeños flashes cargados de demasiados sentimientos y poca historia. Ni siquiera recordaba sus nombres o que había pasado con sus padres.
Están muertos. le recordó su mente.
Si lo sé, se respondió a sí misma, pero... ¿Qué provocó el dolor, el grito, de mi madre? ¿de dónde salió el fuego? ¿por qué no escaparon de la llamas?
A diferencia de lo que el pueblo creía y se le había dicho, Lilith sabía perfectamente que el Bloque Negro no tenía nada que ver con la pérdida de su hogar. A pesar de que en su momento eso es lo que había creído. No tenía sentido y recordar era doloroso. Era más fácil ignorar como hacía siempre. ¿Por qué no escaparon de las llamas?
Wilhelm le pasó por al lado y apoyó una mano en su hombro. Sin darse cuenta la joven se había pasado los últimos diez minutos con el cubo en el agua, inmóvil, viendo el horizonte donde en unos días verían aparecer la costa de Apis.
—¿Cómo te encuentras? —le preguntó él, desapareciendo un segundo entre las enormes cajas que las doncellas llevaban poco a poco a la cocina. Con una sonrisa Lilith negó con la cabeza y lo observó rebuscar entre las ollas hasta encontrar la perfecta. Salió de la oscuridad con dos ollas enormes y un cucharón, continúo insistiendo—: Si es por Kaira, no te preocupes, es una reacción normal después de todo... Debe estar nerviosa y el movimiento de las olas no es para todos, claramente. —soltó una carcajada, pensando en Grimn.
—Estoy bien, Will, en serio. —Comenzó a tirar de la soga que sostenía el cubo, mientras los músculos de sus brazos se tensaban. Lilith intentó quitarle importancia al asunto; no le gustaba hablar de su sentimientos, a pesar de que era lo que más anhelaba. Sentía que exageraba todo y nadie quería oírla hablar de sus dramas.
Él la miró en silencio, deseoso de hacerla sentir mejor y aliviarla. La imagen de Victoriano ignorando su presencia hace apenas unos minutos se le apareció en su mente como una pesadilla que no quería revivir. Apretó los ojos con fuerza, asintió lentamente al entender que Lilith necesitaba su espacio, y él no estaba en posición de ayudarle hasta no acallar sus propias preocupaciones. Quería concentrarse sólo en ella, pero primero necesitaba despejarse.
—Sao no está aquí, Lilith. No puedes guardarte todos tus sentimientos hasta que la veas, porque aún queda un tiempo para aquello y terminarás implosionando... Si tienes la necesidad de hablar con alguien estoy encantado de escucharte.
Lilith desató el cubo, tomó la fregona y se dirigió al centro de la cubierta. Sao no está aquí. Se acomodó el velo para que le cubriera bien el cabello y con movimientos pausados comenzó a limpiar el suelo de madera.
—Lo sé, Will. Tranquilo, sé que puedo confiar y contar contigo. —Sonrió, enarcando las cejas.— Solo me tomará un tiempo acostumbrarme, sabes que no me gustan los cambios.
Will suspiró divertido, negando con la cabeza una sonrisa iluminó su rostro. Lilith lo miró extrañada. Comenzó a reír cuando recordó sus palabras. Entre carcajadas se explicó:
—No... ¡Sabes a qué me refiero! —Lilith intentaba hablar, pero Will no podía parar de reír, contagiando la alegría a la joven.— ¡Tú...! Ya déjalo —con una sonrisa lo observó mientras sentía su cuerpo relajarse lentamente.
La tripulación se giró a mirarlos. Una doncella con fregona en manos, riendo a fuertes carcajadas con un marinero con un cucharón en medio de la cubierta. Farkas de pie junto al timón de rueda con Yong, levantó la vista un segundo del mapa, Sao lo había preparado para él con detallada información sobre las mareas. Los miró, sonrió y volvió a lo suyo, mientras las nubes se apartaban para dejar pasar los rayos del sol.
En el mirador controlando las velas, Octubre negaba con la cabeza divertido. Aliviado de que Grimn no se hallaba cerca en aquel instante para arruinar aquel bello momento.
Tiempo después Wilhelm se marchó, bajando las empinadas escaleras donde algunas doncellas lo esperaban listas para preparar el almuerzo para los hambrientos marineros. Lilith continuó con su papel de inocente doncella. Pudo sentir el cosquilleo en su nuca, su piel erizándose, el que le anunciaba que algo se acercaba: un recuerdo, el susurro de una voz conocida de alguien que ya no estaba allí, o cualquiera de las otras cosas que atormentaban su mente cada día. Suspiró agotada y lo dejó llegar, dejó que su mente confundiera la realidad con los recuerdos una vez más. Ya no le sorprendía.
Las velas verdes del galeón de Apis se tiñeron de negro, mientras la fregona se deslizaba por los tablones ahora negros. Los marineros se transformaron en tripulantes del Bloque Negro, mucho más jóvenes de lo que eran ahora, muchos ya descansaban en aquel sueño eterno. Farkas ya no estaba junto al timón de rueda, estaba Zheng Yi Sao en su lugar. Y le sonreía a la pequeña Lilith en medio de la cubierta.
Con una frazada sobre sus hombros cubriendo su ropa de cama caminó por la cubierta. Era su primera mañana allí, había dormido con Sao, oyendo su voz cantarle una canción de cuna.
—Buen amanecer, pequeño sol —le dijo Sao, aquel era el apodo que utilizaba para ella cuando aún la niña no había revelado su nombre. La tomó entre sus brazos y le apartó el brillante cabello de su moreno rostro—. ¿Has descansado?
Lilith asintió con la cabeza, mientras jugueteaba con el sombrero de Sao, todavía intacto.
—¿Mama? —preguntó, tímida.
—No, cariño. —Suspiró apenada Sao, mientras bajaba las escaleras hasta las entrañas coloridas del barco. A medida que ingresaban en lo profundo, más fuerte se oían las risas de las piratas.— Mamá no está aquí, ha tenido que irse. Ahora es parte de la brisa y el brillo de las estrellas, desde allí te cuida.
Un puchero incontrolable transformó el rostro de la niña.
—Shhh, tranquila. —Sao le besó la frente y llegó a un gran camarote donde una mesa improvisada servía el desayuno. Todas las marineras las esperaban, sonrientes.— Nos ha enviado a cuidarte.
La sentó en una de las sillas de la cabecera, sobre dos cojines para que llegara bien a la mesa. Todas las tripulantes se giraron a mirarle y con tono infantil la saludaron con dulces y melosas palabras. Esa primera mañana marcó para siempre la trayectoria de Lilith. Las palabras de Sao retumbaron en su mente: "Nos ha enviado a cuidarte" mientras reían y jugaban con ella, le daban el desayuno. Creando su primer recuerdo bonito, el que siempre vendría a su mente cuando se sintiera sola o abrumada.
Durante todo el desayuno en el fondo de su mente la voz de su madre le cantaba su canción de cuna. Sin saber que perder a su familia terminó por condenarla a criarse con sombras confusas y susurros que nadie más podía oír. Era el pan de cada día, su secreto que guardaba por miedo.
"Querido amigo, al otro lado del río. Mis manos están frías y desnudas. Tomaré lo que puedas ahorrar, te pido un centavo..."
Inconscientemente comenzó a cantar la canción de cuna. La tripulación de Farkas se le sumó y la devolvió a la realidad. Continuaron trabajando, acostumbrados a cantar para sincronizarse. No solían elegir canciones de cuna para esto, pero agradecían la elección de la doncella. Todas las madres de Serendipia le habían cantado al menos una vez dicha canción a sus pequeños. Los extranjeros acabaron por conocerla también. "Querido amigo" y "Petricor Eterno" eran el corazón de la cultura de Serendipia, el niño interno de cada ciudadano. Un legado que pasaban encantados a sus hijos.
Farkas cruzó miradas con Octubre, ambos asintieron compartiendo un pensamiento: Estaremos bien, siempre y cuando ellas canten.
"Nuestras casas están construidas de piedra. Así que cruza el río y encuentra el mundo debajo." cantaba la madre de Lilith en la brisa, pero solo ella podía oírla.
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✾ Créditos.
Canción:
"Dear Friend Across The River"
de Samuel Kim y Rachel Hardy.
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