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7. Skyla

RELATO POR SKYLA:

Esa semana estaba tan ansiosa, que pedí a mis padres para no ir a clases y estar encerrada en mi cuarto.

Hablaba con Sierra y con Mila por videollamadas. Y ese realmente era suficiente contacto social para mi.

Mi hermano más de una vez intentó llevarme a rastas a la sala y al comedor para participar de las rutinarias muestras de contención familiar durante los desayunos, almuerzos y cenas.

Pero lo cierto era que él estaba más callado de lo usual. No era la única que imitaba a un alma penada por la Mansión, asustando a los empleados.

Ya no salía en las noches con sus amigos.

Tampoco traía a casa a sus amigas.

No demostraba mucho ánimo luego de que Parisa logró desvincular a Sierra de su conexión de cuerpo, pues ambos se habían marcado en un impulso insensato luego de una semana de celos alocada en la casa de la playa el año anterior.

En algunos licántropos esa práctica podía causarles días de fiebre y padecimiento, hasta recuperarse totalmente. Pero Connor era un maldito Alfa, al otro día ya estaba entrenando con el resto de sus amigos y paseándose por los entrenamientos de los nuevos transformados. Buscando nuevas víctimas que lo consolaran.

Parisa no se equivocó al percibir que Sierra estaba muy engañada con desear ser la Luna de mi hermano mayor.

Ya sentía pena por su destinada.

Pero en uno de esos raros momentos fraternales, fui hasta su cuarto, mientras él estaba mirando enfurecido algo en su celular. El ruido de cosas rompiéndose por todo su habitación era para asustar a cualquiera, menos a mi.

Eso ya no me importaba un carajo. Además su dormitorio hacía un buen rato necesitaba una redecoración completa.

Cuando el me notó, parada en su puerta, con mi piyama rosa y mis pantuflas peludas, se arrodilló en el suelo, gruñendo y tratando de que Tyr, su lobo permaneciera bajo control.

Me acerqué a él y comencé a masajear su cabello. Como lo hacía mi madre para hacernos dormir cuando éramos más pequeños.

-¿Quieres contar lo que te sucede, Connor?- pregunté.

-¿Quieres oírme, Sky?- respondió su lobo, distorsionando su voz.

-Puedo intentarlo. Sólo dilo, bestia anormal.-y me senté a su lado en el suelo. Él seguía mirando al suelo, con sus manos casi terminando en garras y respirando agitadamente. -¿Estas así por Sierra?- intenté adivinar, pero obviamente ya estaba anticipando la respuesta.

-En parte, pero no como tú crees. Solo pienso que fui muy estúpido ilusionando a una chica tan dulce y leal como ella lo es.- dijo ahora volviendo a sí, y tratando de sentarse sobre sus rodillas, sin levantar la vista del suelo.

Connor está logrando dominar a Tyr.

-¿Estás así por Mila?- solté y eché mi suerte al viento. Él alzó su mirada y fijó su furia en mi. Sus ojos se volvieron rojos como la sangre, ese era su lado vampírico tratando de ahogar los impulsos de su animal interior y escondiendo sus emociones arrebatadas.

-¿Ya lo sabías, Sky?- murmuró, con una mueca de dolor.

-Debes ser más específico, Connor. ¿Qué debería saber sobre Mila?-

-¿Ella y Emerec...? ¿Es cierto que están saliendo?- dijo ahora casi llorando, como un niño.

Los lobos iban de un sentimiento extremo a otro, principalmente los de rangos superiores. Era su naturaleza animal en su pura expresión.

-No, no lo sabía. Creo que simplemente sucedió y ellos sólo están tonteando, Connor. Porque aquí entre nosotros, Mila se merece algo mejor, ¿verdad?- y palmeé su hombro.

Así él volvió a sentarse en mi frente, ahora cruzando sus piernas y tratando de despeinar aún más su cabello castaño.

-¿Crees que Mila es tan tonta? ¿Acaso no soy yo la mala influencia de mi grupo de Amigas?- insistí, ya viéndolo tratar de sonreír con mis ocurrencias.

- ¿Por qué justamente con Emerec? Porque aquí entre nosotros, soy mejor que el, ¿verdad?- y sonrió victoriosamente, hasta que se desdibujó su egolatría con mi indiferencia.

-Pues no, Connor. Aún no lo eres. Emerec tiene esos tatuajes y su aura oscura. Además no te tiene ni una pisca de miedo... - intenté enumerar las cualidades del futuro Alfa de los Caligos, mientras mi hermano fruncía su ceño intentando comprender qué carajos estaba diciendo.

Pero lo cierto era que mi amiga no tenía ni una maldita idea de lo que quería. Y Emerec estaba muy bueno como para no darle unos mordiscos mientras se podía.

Aunque esa información, no se la iba a confiar a Connor. No después de lo que ocurrió con Sierra.

Lo dejé con su ego destrozado y volví a mi cuarto. Hice un excelente trabajo de consuelo, en mi opinión.

Pasé la tarde observando mi vestido de fiesta colgado en uno de los estantes de mi vestidor.

Hoy era la gran noche.

Mis padres habían invitado a los líderes de la Alianza, hasta el mismísimo Alfa de los Lobos negros y su Luna. Pero dudaba que vinieran a una simple manada que estaba tan lejos de su territorio.

La noche estaba adueñándose del cielo y la luna ya asomaba su corona en el horizonte. Mi madre, la Luna Velika ya había ordenado a algunas de las chicas que trabajaban junto a ella para prepararme, mientras yo trataba de no vomitar en el hermoso vestido que usaba.

No obstante, me llevé un tremendo susto cuando alguien cayó en mi terraza desde uno de las ramas de los árboles de mi jardín. Inmediatamente ordené para que me dejaran sola en mi habitación.

¿Quién más estaba poniendo en peligro su vida, invadiendo el territorio de una manada rival a la suya solamente para acompañarme?

Las únicas e irrepetibles: Mila Kai y abajo aún decidiendo si entrar o no Sierra Olmos.

-Ya sabía que la seguridad de la Mansión era un asco, pero vaya que es peor de lo que pensaba, por la Diosa Luna.- y abracé a una dolorida Mila que soltaba su mochila en el suelo.

-Sierra aún está abajo, dice que tiene miedo de que tu madre la vea.- explicaba la morena, mientras acomodaba sus lentes.

-Mi madre puede oler sangre y miedo a más de cuatrocientos metros. Ya debe saber que están aquí, solo dile que suba.- y comencé a saltar como una niña.

Por lo cual Mila solamente silbó y Sierra subió, de forma más elegante y cuidadosamente entró sin ningún rasguño a mi habitación. Tardaron sólo treinta minutos en aprontarse y vestirse de gala para acompañarme.

Connor estaba afuera de mi dormitorio. Lo escuché desde hacía unos minutos ir y venir por el pasillo.

¿Estaba nervioso, porque Mila estaba aquí o porque extrañaba a Sierra?

Ella por su parte, aún completamente ignorante de su destino, contaba cómo ella y Emerec habían estado en los últimos días viéndose en la cascada.

Sierra le reprochaba acerca de que tampoco cumplió con su palabra de conservar nuestro lugar en secreto y aquella argumentaba que la rubia ya lo había corrompido antes.

Yo en cambio me preguntaba si alguna vez me animaría a arruinar mi reputación en un lugar público. 

En fin, el momento llegó cuando Connor por fin se animó a golpear mi puerta y gritó para que saliéramos de una vez.

Cuando abrí la puerta, allí estaba el insoportable de mi hermano, con un esmoquin que le quedaba muy ceñido a su cuerpo, que arrancó algunos suspiros de Sierra y también unos jadeos de Mila.

Aunque esta última iba a negar hasta su muerte esa flaqueza pasajera.

Pero los ojos miel de Connor, fueron tornándose rojos de deseo, al observar detalladamente como el vestido corte de sirena de Mila favorecía sus curvas.

Tal vez estaba delirando o estos dos estaban demasiado pendientes uno del otro.

Connor no evito ronronear y sonreír pícaramente para mi mejor amiga, mientras ella seguía en su burbuja de indiferencia y trataba de alejarse de él.

Gracias a la Diosa mi mejor amiga no era tan estúpida como para abrirse de piernas a la primera sonrisa atrevida y provocadora de mi hermano.

Pero Sierra, que también percibió el interés descarado de su ex pareja en su amiga, trataba de controlar su voluntad de molerlo a golpes.

-Las tres estamos prontas, Connor. - dije chasqueando mis dedos en su frente, para que dejara de desvestir a Mila con su mirada pervertida.

- Están muy hermosas, elegantes y... Les deseo mucha suerte porque ...- intentó explicar Connor, pero le interrumpió Parisa, rociándonos con algún hechizo o brebaje.

-Lo que el destino les reserva, esta noche lo será, mis niñas. - dijo para luego desaparecer nuevamente. Ella era una Bruja de la montaña, sus habilidades sociales no eran su fuerte y mucho menos dar explicaciones de lo qué carajo nos tiró.

Finalmente, las tres aun totalmente pasmadas pero juntas, bajamos las escaleras principales y salimos al jardín de la Mansión. Allí nos esperaban los centenares de invitados y los flashes de las cámaras.

Connor nos seguía unos pasos más atrás y con un cabeceo nos indicó que debíamos ir hasta en centro del espectáculo.

Aquí no había marcha atrás, mi Diosa Luna.

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