6. Cuenta regresiva.
RELATO POR MILA:
Definitivamente estábamos desesperanzadas.
En mi entrenamiento de esta mañana, casi rompí la mandíbula de uno de mis compañeros, tratando de controlar a mi animal interno.
En mi defensa: se lo merecía por apretar uno de mis senos cuando se cayó sobre mí, al practicar una llave de inmovilización.
Kian solamente se reía y luego llevó al imbécil a enfermería, mientras gruñía para que apurara su paso. Y para peor, en el entrenamiento estaba Emerec, quién me miraba con descaro y pasaba en mi frente balanceando sus hombros.
Otro lobo imbécil.
Si, ya lo sé.
En los últimos días solamente llamaba de imbécil, idiota y tarado a todo ser vivo que se cruzara en mi frente.
Estaba enojada con el mundo, con mi condición y con mi infrenable destino: la transformación.
Por su parte Aimé ya había elegido sus vestidos y practicado miles de veces su maquillaje que exhibiría en la noche tan ansiada por ella.
La oía por horas enteras hablando con sus amigas por el móvil en el baño, mientras trataba de depilarse y pasarse miles de cremas hidratantes para que su piel reluciera.
La verdad era que los licántropos no necesitamos de eso, ya que nuestro metabolismo acelerado y nuestras hormonas siempre están haciendo que todas las células de nuestro cuerpo estén al cien por ciento optimas.
Por esa razón además no envejecíamos al mismo ritmo que los humanos.
Es más, según las leyendas solamente los que habían encontrado su pareja tenían esa bendición, mientras los demás debían lucir jóvenes, como un castigo eterno por no reproducirse y darle a su raza nuevos guerreros.
Yo me arrastraba por la casa, oyendo los consejos de mis padres, los reclamos de Kian por ser tan rara y evitando la mirada despectiva de Aimé, que ya se había enterado del rumor que Connor estaba tratando de llevarme a su cama.
Alguien había escuchado que Connor y yo estábamos solos en un salón, demasiado entretenidos en una pelea sin sentido.
-¿Qué vio en ti, por la Diosa?- escupió, mientras se peinaba por centésima vez en el día.
-Aimé, por favor, ya basta. Todos sabemos que sólo quiere un agujero para meter su miembro descarado y asqueroso. - le explicaba por centésima vez en el día.
-¿Pero por qué TÚ?- e hizo hincapié en pronunciar la última palabra con asco.
-Pregúntale y déjame en paz, maldición.- grité, provocando que ella saltara cerca de la puerta y agrandara sus ojos como dos platos.
-Toda la secundaria se pregunta lo mismo, ¿me entiendes? Yo sólo pienso que está ridiculizándome porque está molesto conmigo.- comenzó a sollozar. Mi hermana creía que todo el universo giraba a su alrededor.
Que todos los chicos pensaban que ella era el centro del puto universo.
-¿Qué no borrarás tu hermoso maquillaje con tus lágrimas, Aimé?- dije para dejar que lloriqueara en el dormitorio y sólo deseaba no oírla por el resto del día.
No obstante no funcionó, porque ahora gritaba agudamente, histérica por el rimel y otras futilidades en frente a nuestro tocador.
Como ya estaba harta de tanta contención familiar, me fui al único lugar donde podía oír mis pensamientos: la cascada.
Traté de poner en mi mochila un bikini y una muda de ropa, mis libros y algunas pociones de protección en caso de que me cruzara con algún vampiro.
En el camino traté de esconderme de algunas patrullas, rociándome con el hechizo que ocultaba mi olor y caminando por las laderas del río, hasta llegar a la cascada y su laguna.
Detrás de un arbusto me cambié de ropa, vistiendo el bikini rojo y atando mi cabello en una coleta alta.
Infelizmente recordé como aquella traidora de Sierra se dejó atrapar por los encantos de Connor y lo trajo allí. Sin consultarnos.
¿Qué tanto daño neuronal podría afectar un par de ojos color miel, un cuerpo atlético y una sonrisa perfecta de Connor Remus?
¿Por qué todas las chicas sólo deseaban la fama de acostarse con él y contarlo a media secundaria?
¿Tan adictivos eran sus Besos? ¿Qué tan ciertos eran los rumores de que era insaciable en la cama?
Mila, estás utilizando valiosos minutos de tu tiempo pensando en Connor. Me reproche mentalmente.
Inmediatamente tomé carrera sobre las rocas más altas y me disponía a saltar cuando unas manos me hicieron retroceder.
Sus brazos no me dejaban moverme y su respiración agitada me hacía erizar la piel.
Retrocedimos lentamente, mientras me conducía hasta las penumbras de las rocas de la gran pared de la cascada.
-Debo decir que además de tus hermosas piernas, tienes un buen trasero, pequeña Kai- susurró Emerec en mi oído y juraría que estaba sonriendo pervertidamente.
Ese era el otro famoso semental de la Secundaria, que coleccionaba admiradoras y novias como Connor.
Estaba intentando responderle, pero tenía una de sus manos cubriendo mi boca, casi sofocándome.
-Silencio, no estamos solos. -Y señaló a varios metros en nuestra frente, del otro lado de la laguna, un par de vampiros. Eran muchos como para que solo los dos los enfrentáramos sin apoyo.
Mi corazón comenzó a retumbar, haciendo que Emerec siseara en mi oído, otra vez provocando que toda mi piel se erizara. Su agarre a mi cuerpo se hizo más firme, podía sentir sus músculos tensándose sobre la piel de mi espalda.
-Apuesto que tu piel erizada no es solamente por miedo, Mila- murmuró, rozando sus labios en mi oreja. Luego sacó sus manos de mi boca, sin antes rozar con sus dedos suavemente por mis labios.
¿Qué carajos pasaba con esta Cascada y las hormonas en llamas?
¿Por qué estaba tentada en saber que pretendía Emerec con sus manos?
-¿Me estas siguiendo, Emerec?- dije para tratar de cambiar de tema. Y por increíble que pareciera, estaba conteniendo un jadeo inoportuno, mientras seguía pegada a su cuerpo, sin moverme un centímetro ni hacer ruido, de reojo observaba cómo los vampiros ya se iban de las orillas de la laguna.
-A ti no, a ellos. Pero vaya coincidencia tan hermosa. A propósito, me gusta cómo te luce el color rojo.- susurró otra vez, ahora bajando su nariz hacia mi cuello, y peligrosamente estaba siendo azotada por escalofríos por mi espalda con su tacto.
-¿Acaso esta manada no sabe lo que significa privacidad?- dije entre dientes, alzando mi cabeza hacia atrás y sin querer dejando una brecha para que Emerec siguiera frotando sus labios por mi hombro y mi cuello.
Creo que podría hacer el sacrificio de comprobar si eran ciertos los rumores. Nadie aquí vendrá a espiar. Esta cascada es casi imposible de ver por la densa vegetación del bosque.
Si, era pura curiosidad y jadeos. Maldición.
De pronto sus manos comenzaron a pasear por mis brazos y las yemas de sus dedos apenas tocar la tela que cubrían mis senos.
Tal vez me dejé llevar por las sensaciones nuevas y la idea descabellada del por qué no probar, ya que tanto alboroto hacían las parejas de fregarse continuamente unos a otros.
-Ya sientes que también me estás poniendo muy duro- balbuceó Emerec, mientras sus manos ya estaban por debajo de la tela, buscando mis pezones y yo intentaba apretarme más a él, para realmente verificar que debajo de sus pantalones estaba creciendo sus intenciones de continuar con nuestro juego.
-Emerec, yo... yo...- traté de explicarle que era la primera vez que hacía algo así.
Pero nuevamente siseó en mi oído, mientras una de sus manos comenzaba a acariciar entre mis piernas, desencadenando un sublime incendio en mi entrepierna y que mi espalda se arqueara de una forma extraña. Traté de sostenerme porque a cada movimiento ondulante de sus caricias en mis pliegues me hacía tambalear en mi lugar.
Fue así que una explosión, desde el interior de mi cuerpo, comenzó a quemar mi piel, para luego expandirse en oleadas de un placer que jamás sentí en mi vida.
Vaya que este lobo sabía muy bien que estaba haciendo.
Emerec también soltó un gemido ronco y trémulo, un poco después de que mis piernas perdieran por un instante la capacidad de sostenerme, por lo cual él tuvo que sujetarme más a él.
Unos minutos después nuestras respiraciones comenzaron a aquietarse, mientras él seguía abrazándome y al mismo tiempo besando mi cuello, en vaivenes cariñosos y suaves.
-Eres tan perfecta, Mila.- y me dio vuelta lentamente, para verme fijamente a los ojos.
-Por favor, no rompas el climax pronunciando aquellas dos palabras incoherentes. Por favor, Emerec.- rogué, supliqué mientras lo miraba fijamente.
No quería que mi primer orgasmo fuera enmarcado con aquellas estúpidas frases de los romances de novelas que Aimé acostumbraba leer.
-Sólo iba a proponer que me acompañaras a nadar en esa laguna, hermosa.- y se mordió su labio inferior. Sus encantadores hoyuelos aparecieron para deslumbrarme aún más.
Por la Diosa, suspiré como una tonta. Ahora entendía a Sierra, cuando se desvivía en ilusiones por Connor, antes de todo el lío que armó.
Si, nos besamos casi toda la tarde, mientras nos refrescábamos en la laguna. También volvimos a acariciarnos y darnos más placer otras veces más, sobre las rocas más altas de la cascada.
Y no. No hicimos más que eso.
Bien, lo admitía. Emerec era muy buen maestro, explicando dónde y cómo debía besar, tocar, morder y frotar su abrasadora piel.
Antes del anochecer él me dejó en la puerta de mi casa, mientras Kai nos observaba despedirnos en el portón.
Y si, lo hice a propósito. De un impulso colgarme al cuello de Emerec y cerrar mis piernas alrededor de su cintura, mientras me doblegaba a sus labios ardientes y peligrosos.
Pude oír claramente cómo Kian dejaba caer su quijada y pronunciar una decena de improperios al viento. Al fin de cuentas, su mejor amigo estaba corrompiendo a su hermana menor.
Luego de ducharme, mi móvil no dejaba de vibrar sobre mi cama, mientras mi hermana me miraba pasmada desde la suya.
En todos los grupos de redes sociales y en el muro de el mismísimo Emerec estaba estampada la noticia del año: Mila era la nueva chica del futuro Alfa de los Caligos Wolfs.
Si sólo pudiera ver la cara de Skyla y Connor cuando oyera esa noticia, Diosa Luna.
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