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3. El libro de los susurros.

Relato por Mila:

Mi hermano había estado insufrible desde ayer, desde que regresé por el Bosque, sola y con mucha impotencia acumulada en mis lágrimas. Maldecí a medio mundo, pateando rocas por el camino y a veces gritando a las aves ruidosas que interrumpían mi descargo. 

Lo sé, a veces no soy muy cuerda. Y más cuando pierdo el control de mi ira. Por eso regresé sola.

Siento que debería destruir todo a mi alrededor tratando de menguar ese sentimiento tan desgarrador. Podría hacerlo sin duda, pero no está en mis planes ser tan desatinada.

Lo cual era muy peligroso, siendo un licántropo. No habría posibilidad de frenar mi furia sin que destruyera cosas a mi paso.

Kian me recordaba miles de veces, sentado en mi frente en la mesa de desayuno, que no debía cruzar por esos límites sola cuando no habían patrullas, pues los vampiros hostiles y algunos lobos rebeldes usaban ese corredor en el bosque para infiltrarse a la ciudad.

Traté de fingir que lo estaba oyendo y luego me sorprendí cuando me abrazó antes de salir a su entrenamiento con el Alfa y el Beta de nuestra manada.

Mi hermano mayor era sofocante con su sobreprotección, pero en el fondo sabía que lo hacía porque no quería perdernos, como a sus compañeros que cayeron frente a las emboscadas de los Vampiros rebeldes el año anterior.

Y para mi suerte, se había olvidado de mandar a uno se sus secuaces a buscar mi moto.

Por lo cual después de ducharme y oír los quinientos audios de Sierra y Skyla en mi móvil, me vestí con lo acostumbrado para ir a clases. Hoy tocaba una larga discusión de relaciones con ambas, ya lo presentía. 

Sólo tomé una botella de jugo de la heladera, me acomodé unos lentes oscuros que Skyla había dejado en casa, volví a evaluar si la minifalda que llevaba era demasiado impactante combinada con la blusa poco escotada, pero corta, dejando ver mi increíble abdomen marcado gracias a las interminables secciones de tortura de Kai.

En seguida pensé porque mierda estaba preocupada con eso si no tenía un imbécil destinado para exigirme lo que no debía vestir. 

Gracias a la Diosa.

Y dudo que un imbécil me haga cambiar de parecer en cuanto a mi forma de vestir. 

Salí a pie hacia el puente que separaba nuestra villa de la ciudad. Kian, mi hermano mayor, pensaba que esto sería un castigo, pero para mí era libertad. 

Amaba caminar por la villa, oler cada rincón de nuestro territorio, sentir la brisa moviendo las hojas de los árboles y oír la risa de los niños en el autobús escolar cuando pasaban por la salida, rumbo a la primaria de la ciudad.

 Extrañaría mucho cada sensación de mi villa cuando fuera hacia la universidad. 

Me esperaba un poco menos de una hora de caminada, pero créeme que preferiría eso a ir a los entrenamientos.

En el camino decidí leer algunas páginas del libro que había sacado de la biblioteca de Parisa, en el cual habían algunos relatos y conjuros para bloquear y escudarse de algunos ataques de licántropos.

De repente me detuve en los capítulos que narraban como las Brujas eran muy buenas en esconder su olor en las semanas de celos, para evitar ser detectadas por licántropos descontrolados por las hormonas y sometidos al impulso de embestir y enclavar a todo lo que se les cruzara por la frente.

Memorice rápidamente un par de ellos y marqué con una hoja de un árbol la página donde describía una poción para calmar el implacable instinto de reproducción por esa época.

De seguro usaría a mi misma como cobaya para comprobar la efectividad de dicho brebaje.

Pues la semana de celos era a continuación del Festival de la Luna y posterior a mi transformación. Mi animal interior seguramente no lograría control sobre sus instintos y en mi Manada los lobos trastornados eran encerrados en las mazmorras del Alfa.

Odiaba los lugares oscuros y sofocantes. Por lo cual anoté en mi mano los ingredientes que debía conseguir en la despensa de Parisa.

Estaba tan compenetrada en los conjuros que memorizaba para mis adentros que no percibí a Emerec siguiéndome con su camioneta.

Emerec era el hijo de otro Alfa que murió en manos de una horda de rebeldes defendiendo su territorio. Y cómo aún era un cachorro cuando sucedió esa tragedia, nuestro Alfa lo adoptó mientras lo entrenaba y educaba para un día ser nuestro próximo líder. Ya que no tenía herederos, aparentemente. 

Era moreno, con barba de algunos días, fuerte y demasiado guapo. Lo más atrayente eran sus tatuajes, su actitud de chico malo y su aura oscura.

En pocas palabras, cada vez que lo miraba había un inmenso letrero luminoso que decía cuidado que muerde. Y con letras pequeñas es el mejor amigo de Kian.

-Buenos días y bonitas piernas loba Kai.- dijo aquel insolente deteniendo su vehículo en mi frente, dándome un susto de muerte.

Él era uno de los objetivos de mi hermana Aimé, pero ella ya casi no tenía muchas esperanzas luego de que la bloqueó de sus redes sociales por pesada y acosadora. Obviamente que Emerec consiguió lo que quiso, lo aprovechó y luego la descartó. 

Recuerdo cómo me reí de ella por días. Fue muy divertido. Hasta hice viral un par de memes.

-Te equivocas de hermana, Emerec. Aimé es la que espera que la acoses.- respondí esquivando su camioneta y siguiendo por el camino hacia el puente, faltaba muy pocos metros para llegar allí.

-Ya lo sé. Sube y no huyas, Mila. Me debes un par de explicaciones sobre tu paseo de anoche.- exigió mientras usaba su tono de mando. A lo que como igual a todos los miembros de la Manada estaba obligada a acatar.

Malditos instintos de manada

Si, era el tormento de ser sólo una futura Gamma. Debía obedecer a la realeza.

En el camino a la secundaria el intentó disimular sus furtivas miradas a mis piernas, mientras que yo intenté ahogar las ganas de caerle  a piñas por desvergonzado.

Pero debía mantenerme atenta al relato que estaba haciendo para evitar dar muchos detalles que conocía algunos de los pasajes subterráneo de la Alianza. Lo que obviamente era un crimen, si no eras integrante de la realeza de los licántropos.

-¿ Y tú amiga?- preguntó mientras acomodaba algunos mechones de su cabello impecablemente peinado, mirando su reflejo en el espejo retrovisor.

-¿Cuál de ELLAS?- respondí entre dientes.

-La hija de la Bruja. ¿Sigue con el medio vampiro?- insistió.

-Ella es su destinada. Serán pareja de por vida, Emerec. No tienes esperanzas con ella.-

-No lo creo, lobita Kai. Ya bájate y saca tus lindas piernas de mi frente.- pero la puerta seguía con la traba, por más que intenté abrirla con la fuerza de mi animal interno.

-Emerec, abre la puerta.- exigí  ya casi perdiendo el control.

- Aún no, ahí viene el híbrido enfurecido.- y señaló a su izquierda. A un costado del vehículo se acercaba Connor bufando como un toro, con sus ojos rojos. Y a su costado Sky intentando frenarlo, sin mucho éxito. 

- Por la Diosa, ¿qué demonios esta pasando con ese lobo?- me pregunté en voz alta.

-Se llaman celos, Mila. Quiere marcar territorio. Y no de la manera civilizada, por suerte.- y sonrió provocando que Connor apurara más su ritmo.

Lo cierto era que Emerec y Connor siempre estaban ensañados en su riña personal por competir y destacar cuál de los dos era el que tenía menos neuronas y más hormonas para causar peleas inútiles. Otro instinto de los Alfas tan inútiles y conocidas por todos. 

Sky odiaba ese tipo de espectáculos de su hermano.

Pero según Parisa, era algo normal cuando dos Alfas convivían en un mismo bosque.

Emerec sólo bajo el vidrio de su puerta y sacó su mano por la ventana. Siguió con su sonrisa provocadora, mientras que con su otro brazo, lo estiró detrás de mi asiento. Pareciendo que me estaba abrazando. 

Ya Connor sudaba y gruñia inclinado sobre la camioneta. Mirando hacia el interior, y sobre todo a mi. Se tomó unos segundos observar detalladamente que mi minifalda había subido unos centímetros a más, dejando ver mis contorneadas piernas. 

- Baja ahora, Mila.- demandó el futuro alfa de los Remus Wolfs.

-¿Y si no quiere?- provocó nuevamente Emerec.

-Connor, basta. ¿Qué te pasa, demente?- intentaba detenerlo mi mejor amiga.

Ambos futuros Alfas se enfrentaron con miradas desafiantes, entre tanto yo seguía sin saber que hacer, sentada tensa en el asiento de copiloto. Temiendo por una palpable pelea de lobos muy cabreados y estúpidamente fuertes. 

Por lo cual recordé que en el camino había leído y por suerte memorizado un conjuro para hacer que un lobo durmiera por un momento, y así evitar un ataque.

Cerré mis ojos y mis labios comenzaron a susurrar esos antiguos versos. 

Tenía una excelente memoria que me había bendecido la Diosa Luna.

Trate de acompañar al ritmo de mi corazón para sincronizar la energía que nos rodeaba. Como nos había enseñado Parisa.

Apenas abrí nuevamente mis ojos, Skyla estaba con su hermano atontado y a mi lado estaba Emerec refregándose los ojos.

-¡Eres la mejor bruja! Estoy orgullosa de ti, amiga.- gritaba la pelirroja, equilibrando a Connor que murmuraba maldiciones, mientras luchaba por permanecer en pie. 

Las dos nos ingeniamos para llevarlos a rastras adentro, antes que la mayoría de los estudiantes llegaran y los vieran en ese estado. El único lugar seguro era la enfermería, donde la madre de Connor y Skyla atendía como médica.

Al llegar con Connor alzado por debajo de sus brazos, ya su madre, la Luna Velika Remus. Sabía que Emerec y su hijo habían discutido nuevamente.

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