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⚜️CAPITULO 2 EL GENERAL DE LEM⚜️

Habían pasado ya tantos años, que los Arcángeles que cayeron a la Tierra, comenzaron a tener la necesidad de dividirse y conocer nuevos lugares por su cuenta propia. Al pasar los días, meses, años, siglos, y al no haber  encontrado a alguno de sus iguales en sus viajes, su mente olvidó que existían y comenzaron a actuar individualmente, creyendo que estaban solos y eran únicos.

Cada arcángel sobrevivió a su modo, cada uno tomó su camino. Y sólo aquello que tal vez les pudo recordar su origen, fue el hecho de conservar una parte de su poder, pero para este punto, era algo que también dejaron de usar conscientemente.

Sin embargo, los cuatro, no se explicaban como era que poseían dones que otros no. Como hacían cambiar drásticamente un lugar a su llegada, de una aldea llena de salvajes y brutos seres, terminaban convirtiéndola en un lugar tranquilo, próspero, majestuoso, lleno de justicia y honestidad. Conformado por valientes guerreros que morirían por salvar su hogar.

De esta forma, nacieron varios reinos e imperios poderosos. Cada uno con un Arcángel en el, siempre disfrazados entre sus filas guerreras. Siempre cerca del gobernante del lugar. Y uno de estos grandes Imperios fue Lem,  en el Continente perdido de Mu.

Aquí se encuentra nuestro primer Arcángel, aquel que crea la Luz; Tameront de la Luz.

—¡General! —gritaba desesperado un guerrero a su superior desde el exterior de la taberna.  —¡Debe ver algo, en el océano ha aparecido una torre muy extraña!

Un guerrero vestido en armaduras blancas portando un tridente en su pecho, ha cabalgado toda la noche desde el Mar del Sur. Ha regresado por su superior, ya que no tiene la menor idea de que es aquello que apareció en mar adentro, pero supuso que su General tendría la respuesta para actuar con prudencia frente a los aldeanos de ese lugar.

Todos en Dienvidu han sido testigo de la inesperada aparición de la enorme torre de color negro. Aquellos que se encontraban en el puerto, aseguraron que la edificación emergió desde el fondo del océano sin aviso alguno y no paró de crecer.

—¿Una Torre? —Preguntó algo incrédulo el General. —Alek, debiste estar bebiendo toda la noche e imaginaste eso.

El General tenía el conocimiento de que sus guerreros cuando estaban de permiso, se la pasaban en las tabernas, y posiblemente esto que escuchaba fuera producto de esa borrachera.

El General de Lem era un hombre bastante apantallante. Todos conocían al General de Lem debido a su apariencia y estatura inusual, por su piel blanca radiante, sus ojos azules como un zafiro en el cielo, un rostro hermoso y muy varonil. Su cabello negro parecía siempre estar ondeándose como si estuviera en agua, de complexión definida y marcada, con porte elegante y una presencia imponente.

El General de Lem vestía una armadura blanca con relieves platas y dorados. Una armadura hecha para el alto mando de una Legión. En su pecho llevaba grabado un tridente y un rayo, y su aura irradiaba tanta fuerza en su ser, que nadie, nunca , jamás  se había opuesto a él; es como si algo divino lo rodeará todo el tiempo.

—N...no general — aseguró Alek al saber lo que su superior estaba pensando. —Estuve sobrio toda la noche. Le juro que no es invención mía, todo Dienvidu lo vio, ¡es una torre enorme! —Exclamo con profundo asombro. —Calculamos que podría estar a ochenta millas dentro del océano, ¡imagínese que tamaño debe tener para que podamos verla desde las orillas!

El General en su lógica no aceptó el hecho, se quedó pensando para sí, recordó las sensaciones que tuvo la noche anterior y entonces comenzó a realizar una reflexión.

En su interior algo le dijo que las cosas estaban por cambiar. Que "algo, o alguien", había hecho aparecer esa Torre para llamarle, obtener su atención en un llamado que necesitaba ser escuchado, una voz clara y  fuerte. De esta forma, reflexionó que una inquietud embargó su ser mucho antes de que Alek apareciera con la noticia, pero al saberla, esa inquietud se había vuelto una emoción que lo obligaba a actuar.

La noche anterior, el General no había podido conciliar el sueño. Al no poder descansar, fue a la ventana de su habitación, posando sus brazos sobre el marco de la ventana y miró hacia la dirección donde se encontraba Dienvidu. En ese momento no supo que una enorme Torre estaba por aparecer, pero sintió que algo lo llamaba insistentemente desde esa dirección, un palpitar de corazón muy claro con el cual se conectó trayendo imágenes a su mente como si fuera un recuerdo.

En ese recuerdo, él podía ver un bellísimo lugar lleno de luz, un sitio que jamás físicamente había visto durante su larga vida en la Tierra. Poseía unas alas angelicales enormes, formadas de un polvo dorado luminiscente. Al verse a sí mismo con esta luz sobre su espalda, se asustó, regresando de nuevo a su presente y se daba cuenta de que su pecho subía y bajaba sin control.

—¡Tameront, te estás volviendo loco!— exclamó sumamente sorprendido. —¿¡Alas de luz!? Necesitas descansar—. Se reprochó.

Tameront se movió de el ventanal e fue a recostarse en su cama, pensó sobre esa imagen, no pudo conciliar el sueño y siguió sintiendo esa inquietud durante la noche y hasta ahora.

Tameront salió de sus pensamientos, miró a su guerrero y entendió que era una señal solamente para él. Se paró de su lugar y con un ademán de cabeza le ordenó a Alek seguirle. Ambos salieron de el lugar, fueron hasta sus enormes caballos de color blanco metalizado y los montaron dirigiéndose directo a Dienvidu.

La aldea donde se estaba dando el fenómeno, se encontraba a diez horas del reino donde Alek fue por Tameront. Diez horas a caballo, por lo que viajaron a todo galope. Sin embargo, inexplicablemente acortaron cuatro horas del tiempo normal, ya que sin saberlo, el General de Lem irradiaba energía a todo ser vivo que lo rodeaba, de esta forma, les dio beneficios a todos a su lado sin que lo supieran. En el caso de los caballos, les dio más rapidez y les evitó la fatiga acortando el tiempo de arribó.

Cuando se encontraron cerca de las Colinas de Cerezos rosas que llevaba directo al puerto, el General se llevó una sorpresa al notar a la lejanía esa construcción negra brillante. Logró notar su forma claramente, pero si era verdad la distancia a la que se encontraba, entonces esa construcción era gigantesca.

—¿Lo ve general? —Alek gritó a su superior aún yendo a galope. —Esa torre salió de la nada. Cuando salí de Dienvidu apenas si se lograba ver la punta de esa enorme cosa. Han pasado dieciséis horas y ya se logran ver escalones.

El general miró de nuevo a su guerrero, como si el tiempo que Alek había mencionado tuviera algo extraño. Arrugó el ceño, se quedó pensativo, era raro que saliera algo así sin que hubiera repercusiones en los alrededores. Algo no le cuadraba, esa mirada seria y calculadora indicaba a su guerrero que él presentía algo que los demás no.

—¿Hace cuánto dices que empezó a salir esa torre? —Preguntó de nuevo Tameront para confirmar sus sospechas.

El guerrero no entendió cual era la extrañeza, ya lo había dicho, pero el tono del General  denotaba que la edificación aún tenía sorpresas, o no estaba completamente afuera.

—¿General, esta diciendo que aún no termina de salir eso?

El guerrero se aterró al pensar que aún había más. Tameront lo miró,  con un ademán de cabeza negó dejando claro que jamás se equivocaba al percibir la situación, nunca expresaba nada al azar, siempre sabía que iba a pasar aún sin suceder.

—¿¡Hace cuanto Alek!? —exclamó exigente. —Debo saber para tomar precauciones.

Alek comenzó a hacer retrospectiva en su memoria. Sus ojos se movieron de un lado a otro recordando el evento, y recordando la información  que obtuvo antes de salir a galope por el General. Suspiró profundo y al fin tuvo una respuesta concisa.

—Hace dieciséis horas General, estoy seguro—. Manifestó Alek.

Tameront comenzó a realizar el análisis sobre toda la situación. Al adentrarse en su pensamiento estratégico, recreando cientos de escenarios que podrían darse a consecuencia de la aparición de esa Torre, empezó a sentir un palpitar de corazón; el mismo que había percibido la noche anterior.

Levantó la vista hacia Dienvidu, en el aire pudo observar listones gruesos ondeantes en color dorado brillantes.

《La Torre》

Él supo que este fenómeno era causado por aquella edificación en medio del mar. El palpitar cada vez se tornó más fuerte, tanto, que no pudo evitar doblarse  de dolor y llevaba su mano derecha a donde se encontraba su corazón. Le dolía, el órgano más importante en el ser humano estaba siendo comprimido por una fuerza invisible. Tameront respiraba con dificultad, su piel palideció y estaba llegando a un color azulado. El General se veía tan mal, que Alek tuvo que asistirlo.

—¡General! —exclamó sumamente asustado. —¿Se encuentra bien?—. Alek adelantó el caballo de el General, tomó las riendas y detenía la carrera de ambos animales.

El guerrero se acercó a Tameront, ya que éste se dejó caer sobre el lomo del caballo y se dolía. Cuando Alek cruzó uno de sus brazos por los hombros del general para cerciorarse  del estado de su superior, Tameront alzó su rostro asustando al guerrero de cabello castaño claro. Alek se llevó una enorme sorpresa al ver los ojos de el General, ya que de ser de un azul intenso, pasaron a tornarse brillantes en color dorado.

—Alek... —dijo con dificultad el de rango mayor. —Desaloja la aldea, que todos vayan a tierras altas, un enorme tsunami se acerca.

Alek ahora es quien palidecía. Su rostro se llenó de pavor, en primera, por esos ojos dorados inusuales. En segunda, por el aviso de devastación natural. Tameront al ver que su guerrero no se movió ante su orden, lo miró más penetrante y volvió a repetir la orden enérgicamente.

—¡Que vayas y desalojes! —gritó con suma molestia.

Tameront entonces salió a toda velocidad sobre su caballo directo a Dienvidu. No esperó a Alek y lo dejó atrás. El General fue directo a las orillas del mar, desmontó su caballo, caminó hasta que sus pies tocaron las aguas y se  despojó de todas sus vestimentas plateadas.

Sin embargo, el agua del mar comenzó a abrirse frente a sus ojos, marcando un camino hacia mar adentro. Tameront entendió que esa era una señal para él, ese camino se estaba abriendo para él.

Sin dudarlo se introdujo en el camino. Las aguas se alzaron a sus costados mientras avanzaba. Tameront se dio cuenta que aquello que lo guiaba no iba a permitir que nadie le ayudara, o le hiciera compañía, ya que las aguas se cerraron a sus espaldas sin derecho a regresar.  Así que sólo le quedó continuar hasta llegar a la parte frontal de esa enorme torre negra donde se encontraba la entrada.

Cuando llegó hasta la enorme edificación negra, se dio cuenta  que parte de la construcción aún se encontraba sumergida en el océano, parte que contenía las escaleras y la puerta de entrada. Tameront tuvo que esperar un par de horas a que la Torre siguiera emergiendo para poder entrar.

Cuando las puertas de la Torre fueron visibles, Tameront fue hasta colocarse frente a ellas, al mismo tiempo, aquellas piezas de su Armadura que ya no pudo quitarse en la orilla desaparecieron, dejándolo solo con sus ropas simples y ni una arma le quedó.

La puerta física no se abrió, a cambio,  un espejo de agua apareció frente al General indicando que era la verdadera entrada a el lugar. Dudoso, Tameront introdujo una mano cateando el interior. Sintió frío y cuando sacó el brazo, miró que su mano estaba cubierta de nieve.

—Curioso... —dijo en tono irónico —muy curioso.

Y mientras analizaba los pros y los contras de entrar en una Torre, escuchó una voz en su mente que le decía lo siguiente:

<<Sólo los elegidos podrán pasar. Solo los que han escuchado él llamado asistirán, ¿estás listo para cambiar tu destino? Si es así, entra y sigue tu camino. >>

La voz sonó imponente. Sin embargo Tameront no se dejó intimidar y hasta se vio divertido. Sin dudarlo se introdujo en aquel espejo de agua e inmediatamente ésta se solidificó a sus espaldas.

Afuera, a otro de los costados de esa enorme torre, otro Arcángel, el de Oscuridad, observaba lo que estaba pasado con el General de Lem en la entrada de la edificación. Éste Arcángel era muy parecido físicamente a Tameront, haciendo pensar que tal vez tenían un lazo cercano. El Arcángel de la Oscuridad se había mantenido observando desde que empezó a emerger la torre, hasta donde el General había entrado.

—Raguel... —dijo este  arcángel a alguien que se encontraba a su lado —creo que por fin hemos encontrado a un pez gordo. Después de tantos siglos a la basura, podremos adueñarnos de una de ellas. —El Arcángel de la Oscuridad no tenía buenas intenciones—.  Da la orden y despliega a todos. Yo, iré ahí y traeré la Armadura Eterna conmigo.

Raguel, era otro Arcángel, un bello ente divino que acompañaba a la Oscuridad.

—Elemiah —contestaba Raguel en tono juguetón. —¿Irás tu solo? Creo que sería mejor que te acompañe, juntos podremos obtener la Armadura sin ningún contra tiempo.

El Arcángel Oscuro miró tan molesto a su compañero divino. Su acción, a cualquier otro ser le causaría terror, pero a Raguel le divertía esto y hasta se le hizo un gesto tierno.

—Te he dicho Raguel que no me llames así, —lo amenazó —ese nombre me fue dado por aquel que traicionamos y nos despojó de todo, —acribillo a Raguel con esos ojos. —Aquí soy Hiameel ¡recuérdalo!

Raguel comenzó a reír descontrolado. Caminó hacia Hiameel y lo rodeó. La mirada de Raguel no era curiosa, pero sí demostraba un interés  personal en el Arcángel de Oscuridad.

—¿Hiameel? —dijo con tono burlón Raguel. —¿Si te has dado cuenta que es exactamente lo mismo que Elemiah? Pero bueeeeno, como gustes ¡ve entonces! Yo te esperaré y todo se encontrará preparado a tu regreso.

Hiameel saltó de ese barco donde se encontraba a mitad del océano. Comenzó a nadar sin esfuerzo alguno y con gran habilidad en dirección a la Torre.

《Me las vas a pagar Hermanito...》

Pensó Hiameel dibujando una sonrisa perversa en su rostro.

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