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5. Birkenhead

Abril de 2021

Myra recordó el día en el que la mansión de la familia Sinclair se convirtió en su hogar.

No era la primera vez que tenía uno. Ella sí había tenido un hogar una vez, pero era muy orgullosa para volver.

Todavía recordaba la voz de Edgar, el que había sido como su padre, rogándole que se quede. A veces pensaba, cuando el silencio inundaba su habitación en los días de insomnio, en cómo sería la voz de su hermanita. Y aunque pensar en su hermana la llenaba de felicidad, recordar que todavía no la había encontrado y que ella fue la razón que se tuvo que alejar de su hogar, la destrozaba.

Unos minutos atrás, Alastair y Myra le ataron las manos a Deira con lo primero que encontraron: una sábana. Los dos sabían que era muy posible que Deira pudiese soltarse, pero al menos la habían atado, por un momento. Además, no tenía chances de escapar hacia ningún lado. O eso era lo que quería pensar Myra.

Sin prestar mucha atención a su alrededor, se quedó pensando en quién era ese señor del que hablaba Deira, al que le tenía que llevar las cabezas de Alastair y la de Myra. Pensar en que a ella y a su mejor amigo los decapiten era algo que le daba mucha rabia, y a la vez, temor. Temor a que ella no llegue a salvar a su hermana, temor a no poder proteger a los que ella quiere y temor a que no pueda volver a ver a su antigua familia, que estaba muy lejos, en Londres.

Pero Myra, perdida en sus pensamientos, se quedó tranquila al acordarse de que Deira estaba en la esquina de la sala. Vio que Alastair se acercó rápidamente a una mesa de luz que Myra estaba segura que alguna vez había habido un teléfono de los viejos, pero ese teléfono ya no estaba más ahí. Se lo había llevado el fuego.

La habitación donde estaban era originalmente del abuelo de Alastair, Ramsey. El querido abuelo Ramsey que a Myra le hubiese encantado conocer, pero que cuando llegó a Liverpool, ya había muerto hacía dos años a causa del terrible incendio que destruyó la mansión de Alastair y su familia. De hecho, era por eso que Alastair recordaba tan bien la fecha en la que conoció a Myra.

Myra siempre se daba cuenta de que Alastair se entristecía al entrar a la sala. Más que nada porque allí fue donde murió. Al menos eso pensaba Myra teniendo en cuenta cómo estaba de abandonada la habitación. Nadie quería entrar en ella.

Ellos siempre pasaban por ahí para ir a la terraza, eso era cierto, pero Myra nunca se olvidaba que su mejor amigo había pasado los mejores días de su vida allí dentro. Los días en los que su abuelo seguía con vida.

― ¡Myra! ―Era Alastair, avisándole que le habían atendido la llamada―. Sí... No, papá, no lo hicimos todavía. ¿Qué hacemos con ella? ―esperó, y al escuchar la respuesta, cortó la llamada y se dirigió a Myra―. La tenemos que llevar a la Catedral de Mánchester ya.

―¿A la Catedral? ¿De Mánchester? ¿Cómo carajos vamos a ir a Mánchester ahora? Necesitamos bastante tiempo... ―comentó Myra, y se quedó pensando.

―Andamos justos de tiempo, sí ―aceptó Alastair y sonrió―, pero no lo vamos a estar si no vamos caminando.

―¿Qué piensas entonces, Alastair?

―¡Ardeshir! ¿Dónde están tus padres?

El niño, que había ido a la puerta apenas pudo, se acercó a Alastair, todavía atemorizado, y contestó una vez que Myra se lo llevó fuera de la habitación para que Deira no escuche la conversación.

―¿Mis padres? Pues... Creo que deberían estar en nuestra casa cruzando el río. Pero es la semana en la que van a Mánchester a tener reuniones, o algo así.

Myra, a pesar de sus dos años de experiencia viviendo en Liverpool, pudo darse cuenta de que estaba hablando de Birkenhead, la villa que está en frente de la ciudad, cruzando el río, como le había dicho Ardeshir.

Por otro lado, oír que los padres de Ardeshir, el señor y la señora Maalouf, vayan a reuniones cada mes fue extremadamente intrigante. Se quedó pensando por un momento.

Alastair insultó por lo bajo. Permaneció en silencio por un momento, pero luego habló.

―Bueno. Tendremos que ir en la camioneta de Duncan.

―¿De tu hermano? ¿No le importará? ―preguntó Ardeshir, inocentemente.

Pero Alastair no le contestó. Myra, al no saber qué hacer, fue hacia donde estaba Deira, que estaba sonriendo, y la levantó.

―Deira, no debería hacer esto, pero... ―le empezó a decir, pero prefirió darle de una vez el puñetazo y dejar de hablar.

―¡Myra! ―le gritó Alastair.

―Es que no se me ocurrió otra idea para que no hable y, más que nada, que no escuche ―se defendió riendo.

Luego de llevar a Deira hasta el garaje, donde estaba la camioneta de su hermano, Duncan, ya que en la entrada estaba el pobre cuerpo de Hailey, la niñera de Ardeshir, y ninguno quería dejar que el niño vea el cuerpo de ella, Alastair dejó a Deira en el asiento de atrás y se sentó con cansancio en el asiento del conductor.

Myra y Ardeshir todavía estaban fuera del auto.

―¿Qué le pasó a Duncan, Myra? A veces lo menciona pero nunca supe qué le pasó.

―Murió en el mismo incendio que el abuelo Ramsey hace unos años ―le respondió Myra, casi murmurando―. Falleció intentando salvarlo, porque cuando se dio cuenta que el abuelo seguía dentro entró a rescatarlo. Pero ninguno de los dos salió con vida de...

―Myra, Ardeshir, ¿vamos? ―la interrumpió Alastair una vez que ya había recuperado fuerzas. No parecía haber escuchado lo que estaban hablando Myra y Ardeshir.

Myra le dio una palmadita en la espalda a Ardeshir y le señaló el asiento del acompañante.

―¿De verdad puedo ir allí? ―le preguntó el niño con una sonrisa en el rostro. Él siempre había querido sentarse en la parte de adelante de un auto. Para él, estar junto al conductor sin que sus padres lo vieran era ser el más niño más rebelde entre los rebeldes.

Una vez que Myra se sentó detrás de sus dos amigos y junto a Deira, Alastair encendió la camioneta.

―¿Sabes conducir? ―le preguntó Ardeshir a Alastair.

―Más o menos.

Myra no pudo evitar soltar una carcajada.

Después de cruzar el puente y dar vueltas por todo Birkenhead porque Ardeshir no recordaba bien la dirección de su casa, llegaron finalmente veinte minutos después.

―¿Vieron qué linda es mi casa? ―dijo Ardeshir, orgulloso de su pequeña pero acogedora casa.

―Hermosa ―le dijo Alastair, mirando a su alrededor. Tenía miedo por Ardeshir y Myra, pero no sabía a qué tenía que tenérselo.

Myra lo notó serio y hasta triste todo el viaje. Parecía bastante preocupado. Se reía ligeramente de vez en cuando de los chistes que decía Myra para sacarlo de esa preocupación, pero no sirvieron de mucho.

Myra pasó su mirada a la casa de la familia de Ardeshir, los Maalouf.

Los Maalouf eran extremadamente famosos por ser los dueños y fundadores de una exitosa empresa de joyas: diamantes, oro, plata, bronce. De hecho, el más pequeño de todos, su amigo Ardeshir, tenía un collar con una placa de oro con su nombre de un lado y el apellido en el otro.

Pero en el mundo mágico, los Maalouf eran conocidos por ser los que poseían el Pasaje del Espacio, una especie de máquina de teletransportación única en el mundo. Y esa máquina les iba a permitir a Myra y a Alastair viajar hasta Mánchester en un segundo.

―Myra ―era Alastair. Apuntó con la mirada a Deira―. ¿Qué deberíamos hacer con ella? ¿La bajamos del auto?

―Creo que es lo mejor.

―¿Y si nos ve alguien? ―preguntó Alastair.

―Le decimos que es nuestra madre, que se desmayó porque es alcohólica, y que somos sus pobres hijos que tienen que cuidar de ella porque es una mala madre.

Alastair le sonrió a Myra.

―¿Lo tenías pensado, no?

No hacía falta que Myra le contestase. Ella bajó lentamente a Deira de la camioneta y con ayuda de Alastair cruzaron la calle. Ardeshir, por otro lado, ya los esperaba en el jardín delantero de su casa.

Cuando llegaron, Alastair tocó la puerta con fuerza. Pero nadie le abrió. Myra intentó ver a través de las ventanas, pero estaban las luces apagadas.

―Ardeshir ―le dijo Alastair.

―¿Sí?

―¿Hay alguien en casa?

Ardeshir vaciló. Miró a todos lados y mirando al piso le dijo que no.

Alastair volvió a la camioneta. A pensar. Myra, en cambio, se quedó con Ardeshir.

―Arruiné todo. Me olvidé que estaban en Mánchester ―le dijo el niño luego de un momento a Myra.

―No, Ardeshir. No arruinaste todo. Solamente se complicaron un poco las cosas. La próxima nos avisas, ¿sí? Pero no te preocupes, no pasa nada ―lo consoló mirando a Alastair. Después, le sonrió a su pequeño amigo―. Qué curioso, los padres de Alastair también están en Mánchester.

―Myra... ―le dijo él al escuchar a Myra.

―¿Sí?

―¿Qué es lo que están buscando?

Myra dudó en decirle, pero no podían ocultarle todo a Ardeshir.

―Algo que tiene tu familia llamado Pasaje del Espacio. Lo necesitamos para ir a Mánchester.

―Ah, me lo hubieran dicho ―le dijo a Myra sonriendo―, y nos ahorrábamos el viaje hasta aquí.

Al escuchar lo que le dijo Ardeshir, Myra llamó a los gritos a Alastair.

―¿Qué pasa? ―le preguntó cuando llegó a donde estaban Myra y Ardeshir.

―Prepárate, porque nos vamos a Mánchester ya mismo. Y cuando digo ya... Es ya.

De repente, todo se iluminó y Alastair perdió la noción del espacio.

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