32. Una chica francesa
—Sí, pero no mucho. Quiero decir, no soy un experto, pero podría... No sé, mantener una conversación, supongo. ¿Por qué me lo preguntan?
Thomas, que se había perdido de todo, al haber estado alejado en una de las habitaciones, no entendía nada.
—Necesitamos que hables francés con esta chica —respondió Emma, mirando a la extraña. Esta estaba despierta, pero se la notaba conmocionada. Tal vez estaba enferma y, además, no hablaba inglés, lo que complicaba por diez veces el problema.
Thomas miró a la chica, que seguía estando acostada en la camilla. Puso, luego, su vista en los ojos de Emma y James y después en Edgar e Irene. Recordó a su tía Océane, hermana de su madre, quien solía vivir en las afueras de Marsella, donde cocinaba sus pasteles y postres cada vez que Thomas, su hermano y sus padres la visitaban. Inevitablemente, recordó el exacto día en el que falleció su tía. Una leve melancolía recorrió su rostro, pero intentó acordarse de aquel pastel que siempre hacía, y eso lo ayudó.
Más que recordar las ausencias, prefería recordar las experiencias.
Respiró hondo y, una vez que Edgar e Irene se hicieron a un lado, caminó hacia la camilla, y se sentó a los pies de ella.
La extraña tenía los ojos algo caídos y su tonalidad era azulada. Al ver sus ojos, le recordó al color de los de James. Le sonrió a la chica, y ella le devolvió una leve y tímida sonrisa.
—Je mappelle Thomas... Comment t'appelles-tu?
Ella se rio, todavía tímida, y dejó a Thomas, algo confundido. Sonriendo, le respondió a la pregunta:
—Lucie. Ton accent est drôle.
Thomas se rio. Emma y James se miraron, confundidos.
—¿Qué dijo? —preguntó James, intrigado por aquella extraña que se le hacía muy familiar.
—Dijo que se llama Lucie... Y que mi acento es gracioso.
Todos sonrieron, menos Edgar, que preguntó:
—¿Puedes decirle qué está haciendo aquí? —Estaba concentrado, observándola, viendo cada detalle. James se asustó un poco. Los ojos de Edgar estaban puestos en Lucie como si ella fuera un peligro, aunque James no estaba seguro de que no lo fuera.
Thomas se detuvo un segundo, mirándolo, pero rápidamente le respondió.
—Sí... Espera, no recuerdo cómo... Ah, sí. Lucie, qu'est que tu fais ici?
Lucie dudó. Miró a su derecha, y luego levantó la vista hacia el resto. James y ella quedaron mirándose por un momento, ambos sintiendo un dolor punzante en la cabeza. Él sentía conocerla. Su rostro le sonaba parecido, familiar... Pero... Era solo un presentimiento.
Ella le habló a Thomas, pero seguía recorriendo con su mirada en el resto.
—Je ne sais pas... La dernière chose dont je me souviens, c'est d'être dans ma maison et ensuite je suis là. Je ne sais pas, Thomas. Aide-moi s'il te plait. S'il te plait.
—No sabe. Lo último que recuerda es que estaba en su casa y lo siguiente es estar aquí.
Irene asintió, pensativa. —¿Dónde estaba ella? Quiero decir, ¿en Francia o aquí?
—Dans quelle ville vis-tu? —le preguntó Thomas apenas encontró las palabras adecuadas—. Ici ou en France?
Lucie, rápidamente, contestó:
—Je suis de Boulogne-sur-Mer. J'habite près de la maison de José de San Martín.
Edgar la miraba atento mientras ella hablaba.
—Vive en Boulogne-sur-Mer, como escucharon —dijo Thomas—. Parece que vive cerca de la casa de un tal José de San Martín. ¿Saben quién es?
—No tengo idea. Debe ser un tío de ella —soltó James.
—Yo tampoco —dijo el traductor Thomas.
James vio a Emma empezar a dar vueltas alrededor de toda la habitación.
—¿Qué hacemos? —preguntó ella—. No podemos tener a Thomas todo el día junto a ella.
James vio a Emma empezar a dar vueltas alrededor de toda la habitación.
James intentó aguantar la risa y para su suerte, lo logró.
Edgar se quedó en silencio por un momento. Lo único que se podía oír era Thomas, que, en susurros, le traducía a Lucie lo que los otros habían estado diciendo.
Emma estaba con el ceño fruncido y dando vueltas alrededor de la sala. Cuando pasó cerca de James, él la tomó de los brazos.
—Emma, vuelve al planeta —le dijo, por lo bajo.
Ella fingió una sonrisa.
—Sí, es que pienso que están sucediendo muchas cosas que no entendemos y necesitamos respuestas ya.
—Ni te imaginas. Recién los conozco a todos ustedes y la mera existencia de la magia o lo que sea que hagan ustedes.
—Ya te explicaremos mejor. Solo espera a que veamos qué hacer con Lucie.
—¿Y después un curso intensivo sobre magia, personas locas y apariciones súbitas de personas desconocidas? Cuenta Irene, que salió de la nada, Lucie y tú, que apareciste dos veces sorprendentemente en mi cara.
—¿Dos veces?
—Sí —James soltó una carcajada—. A la madrugada y cuando entraste a esa habitación donde estaba con ese tal Elegido —señaló haciendo comillas con los dedos.
—Muy cierto —sonrió Emma—. ¡Edgar! Vamos a buscar a Edgar. ¿Puede venir Thomas?
—Estoy bien, chicos. Vayan ustedes. Además, no me voy a ningún lado.
James y Emma se miraron.
—Pues... Vamos. Debe haberse ido a nuestra habitación luego de salir del baño.
—¿Duermen en la misma habitación? ¡Qué genial! Yo siempre quise tener un compañero de cuarto, pero soy hijo único...
—Él no es mi hermano pero, siendo sincera, es como si fuera uno. Es celoso, protector y chistoso, aunque, debo decir, que con los desconocidos no se lleva muy bien.
James parpadeó.
—Tranquilo, te ayudaré a hacerte amigo de él. Seguro que serán muy buenos amigos.
—Eso espero... —murmuró él.
—¡En serio, no te preocupes! Es muy gracioso una vez que pasas el nivel 100 en el camino a ser su amigo.
James la miró, serio.
—Me empieza a dar miedo. Parecía tan bueno, Quentin. Ya estoy cansado. Parece Sword Art Online. ¡Tengo que pasar muchos niveles!
Emma no entendía la referencia, pero comenzó a reírse a carcajadas.
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