31. Como un disparo al corazón
Myra, mientras lo miraba detalladamente, pensaba en que él, Peter Thorne, era bastante agradable. Decía alguna broma de vez en cuando, no era muy complicado, no hablaba tan altanero como otros de los Guardianes, pero lo más importante, no la juzgaba tanto.
Cuando él se detuvo en la puerta de un acuario (lo cual le hizo pensar a Myra la razón por la que él podría haber hecho eso), ella tuvo la oportunidad de verlo bien. Su mandíbula tenía rasgos marcados y la expresión que salía de sus ojos cafés era gentil. Se podía notar rastros de vello facial, pero solo apenas. Tenía unas ligeras pecas alrededor de su nariz que quedaban algo extrañas, pero bonitas, en su rostro. Su rostro era bastante interesante.
Pensar en eso le dibujó una sonrisa en el rostro que él no llegó a ver.
Peter se acomodó la chaqueta. Quizás tenía frío.
Estaban en primavera, pero ese día estaba bastante fresco y eso, acompañado por el intenso viento que había, solo necesitaba que caiga del cielo una torrencial lluvia para que hubiera el ambiente que la gente pensaba que Londres tenía, aunque debía reconocer que, esporádicamente, Londres sí era así de triste, o lúgubre quizá, pero con menos lluvia, definitivamente.
Myra tenía una sonrisa en el rostro que parecía imposible que se le fuera, al estar junto a Peter, pero se esfumó por los recuerdos de su pasado en la capital que volvieron y con ello, el dolor que se asemejaba a una punzada en el pecho. Era recurrente en ella que todo la haga acordarse de su antigua vida en la Academia con Edgar y Emma, su antigua y querida mejor amiga.
Su pasado no la dejaba atrás. No le permitía seguir con su vida.
Pero miró a Peter, miró a Dominic y recordó al hijo de este, su mejor amigo, Alastair, y pensó que, con suerte, nunca más volvería a tener esa vida, que estaba basada en una pura mentira.
—¿Estás bien? —le preguntó Peter. Ella se había quedado mirando el suelo.
Myra levantó la cabeza e intentó sonreír. Esperó no ser demasiado evidente.
Él la rodeó con el brazo.
—Vamos, que nos vamos a atrasar. No debí haberme detenido aquí. Mira, ya están algo lejos.
Él comenzó a caminar, mientras la miraba.
—¿Qué miras? —preguntó Myra, graciosa.
—Solo tu belleza —dijo, sin pensar.
—Ah, ¿sí?
—Sí... Tus ojos se ven bastante bonitos bajo la luz del sol. No me imagino lo bellos que serán bajo la luz de la luna.
—No seas bobo. Me vas a hacer sonrojar —le dijo ella, empujándolo hacia un costado.
Peter chasqueó la lengua, quejándose.
—¡Vaya! Yo expreso mis puros sentimientos y tú me dices eso.
Se puso la mano en el pecho.
—Ay, Peter, no exageres —se rio ella a carcajadas.
—Fue como un disparo al corazón, lo juro.
Myra soltó una carcajada otra vez.
Peter sonrió. Eso era lo que él buscaba: que ella se riera.
Ya habían caminado algunos pasos más cuando él dijo:
—Me preguntaba algo, Myra.
Myra apartó la vista de los ojos de Peter. El miedo de que le hagan la horrible pregunta que siempre le hacía alguien al conocerla, la aterraba. Rápidamente, volvió la mirada hacia él, fingiendo una sonrisa.
—Dime —dijo, intentando lucir despreocupada.
—He estado viendo al resto del grupo desde aquí, junto a ti. Y ellos nos miran de reojo de vez en cuando, y no de la mejor manera. ¿Hay alguna razón en específico? ¿O pasa porque simplemente son serpientes de personas? No los entiendo —dijo él, apuntando con la mirada al resto de los Guardianes que la miraban de reojo de vez en cuando.
—Tal vez porque soy demasiado bella —se burló ella.
Él soltó una carcajada.
—Es muy posible.
Myra deseó que acabara la conversación en ese exacto momento, pero no fue así.
—No, en serio. No creo que esa cara sea la que siempre llevan en sus rostros. Quiero decir, ¿por qué se ponen así de... irritados o molestos, no sé si esas son las palabras más adecuadas, cuando te ven?
Myra tragó saliva, al mismo tiempo en el que se detenía. Miró a Dominic, que estaba más adelante, y recordó la vez en la que conoció a toda la familia Sinclair. Luego, intentó responderle a Peter de una forma en la que, lo que sea que fuera a hacer él después de oírla, no sea abandonarla y tenerle miedo o rechazo hacia ella.
—Todo se debe a mis padres —le dijo, con las mayores de las fuerzas. Las palabras costaban salir de sus labios—. Supongo que todas esas personas me tienen miedo. Doy millones de gracias, todos los días, al universo, o a Dios, o a quien sea, porque Alastair y su familia me hayan aceptado. No es común que yo vea gente que lo haga...
Se llevó las manos a la boca. Odiaba tener las uñas tan destrozadas por comérselas, por la ansiedad de tener que ver cómo no puede mantener una relación estable con casi nadie. Solo Alastair. Y, antes, Emma.
—Mi padre...
Él apoyó su mano sobre el hombro de ella.
—No hace falta que digas nada más —la interrumpió—. Están bien en tenerte miedo, pero no por quién eran tus padres, sino porque tú eres peligrosa. Y lo digo en el mejor de los sentidos.
—Pero es importante que lo sepas.
—Algún día me lo contarás. Cuando estemos más tranquilos, y no en medio de este lío, me dirás. No creo que sea tan grave, ¿o sí?
Myra apartó la mirada.
Peter la rodeó con su brazo y luego, le dio un beso en la mejilla.
—Sigamos buscando a ese tal Thomas Andercliff.
Myra sonrió.
—Vamos, holgazana.
Ambos se rieron.
—¿Conoces a ese Thomas?
—Yo no lo conozco, pero mi mejor amigo, Alastair, sí. Creo haber oído que lo conoció en los viajes a España que hacían en los veranos.
—Alastair Sinclair, ¿si no me equivoco?
—Exactamente. ¿Cómo lo conoces?
—La familia Sinclair es conocida en nuestro mundo. Cualquiera debería conocerlos.
Myra lo miró, extrañada.
—¿Debería? ¿Por qué?
—Dicen que los antiguos Sinclair fueron de los primeros Guardianes.
—Qué extraño... Alastair nunca me contó sobre esa historia.
—La habrá considerado aburrida.
—¡Ah! ¿Es sobre Frederik y sus hijos? ¿O algo así?
Peter asintió.
—Tiene que ver con eso, sí. Bueno, eso es lo que supongo... No hay ningún libro que lo confirme.
—Tal vez tú deberías escribirlo.
—¿Yo? —preguntó él, sonriendo.
—Claro, y quedas tú también marcado en la historia como el escritor de Historia de los Guardianes. Obviamente, del volumen uno al cien —se rió Myra.
—Trataré de resumirlo un poco —dijo, y soltó una carcajada.
De repente, el padre de Alastair, Dominic, se les acercó, y les dijo, en un susurro:
—Estamos cerca. ¡Oh, Peter! No te veía hace años. Eras un pequeño bebé cuando te vi por última vez. Bueno, chicos. ¡No se atrasen, que estos no esperan a nadie!
—Myra, eso es cierto —apuntó Peter—. Una vez quise comprar un pretzel y no me dejaron.
Ella se rio a carcajadas.
—A veces los Guardianes pueden ser muy malvados, ¿no?
—Eso es cierto —dijo Peter—. Recuerda... Hasta en el grupo más perfecto puede haber alguien podrido por dentro.
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