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30. Entrenamiento fallido

James salió del baño y vio a Emma ya preparada para entrenar, o lo que fuera a hacer. Tenía puestos unos jeans negros, una remera de mangas largas también negras y zapatillas blancas. La vio apoyada con sus codos en la mesada de la cocina, con la mirada puesta en el grifo, mientras se balanceaba lentamente de un lado para el otro a medida que tarareaba una melodía que James no pudo reconocer. Pero lo más llamativo era la gran concentración que ponía ella en el grifo. Cualquier guardián podría haber supuesto qué estaba haciendo, pero James no tenía ni idea.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó James, con los ojos saltones de la intriga y curiosidad que implicaba ver y estar con aquella joven.

Pensó en ir con Thomas, que aparentemente se había ido a una de las habitaciones, pero prefirió quedarse allí. No molestaba a nadie ahí. Irene estaba hablando con Edgar y Connor parecía estar dormido.

Quentin apareció y se apoyó en una pared. Miró desde lo lejos a James mirar a Emma. Él sonrió cuando vio que ella no le respondía al chico. Ella seguía mirando el grifo. La expresión de James le parecía tierna.

—Ni te molestes —soltó Quentin.

James puso su vista en los ojos verdes de Quentin.

—¿Qué quieres decir con eso? —dijo, mientras llevaba su mirada de Emma a Quentin y luego al revés, repetidas veces.

Quentin comenzó a caminar hacia James.

—Ella está muy concentrada. No puede prestarte atención ahora.

—¿Qué hace?

—Se está esforzando mucho. Tiene unos dieciséis años y tres cuartos y todavía no ha conseguido encontrar su elemento. Quiero decir, no sabe qué elemento puede usar.

—¿Para eso tiene que estar mirando un grifo?

—Sí. Está probando si es Guardiana del Agua.

James apartó la mirada de Quentin.

—Creo que entiendo —dijo, y se fue a sentar en una de las camillas. Quentin lo siguió—. ¿Y tú?

—¿Sí?

—¿Qué tipo de Guardián eres?

—Guardián del Aire. En resumen, puedo causar un pequeño torbellino con mis dedos —dijo, mientras movía su dedo rápido sobre la mesa, mostrándole sus poderes—, soplar y mandar a alguien a la otra punta de la ciudad. No te preocupes, no haré eso último contigo, pero, por las dudas, ten cuidado conmigo. Ya sabes... —dijo, y se rio, ante la mirada de asombro de James—. Eso es solo porque soy joven. Se supone que, a medida que pasan los años, los poderes se fortalecen.

—¿Por qué no estás tan enfocado como Emma en el entrenamiento o práctica que hacen ustedes?

—Una vez que ya sabemos, no hace falta presionarnos tanto, pero la situación de Emma es distinta. Yo, personalmente, descubrí mi elemento... Creo que una semana luego de mi cumpleaños. Lo recuerdo muy bien. Fue el pasado otoño, hace unos meses. Caían las hojas en la calle, y... Bueno. Hice un desastre. Por suerte, Edgar me ayudó a controlarlo.

—Parece ser muy agradable.

—¿Edgar?

James asintió.

—Él fue quien le dijo a Emma que vaya a buscarte.

—Oh, vaya. ¿Sabes por...? —comenzó, pero no terminó, porque Quentin levantó la mano, diciéndole con el gesto que espere. James giró su cabeza a un costado.

—¿Oyes eso?... ¿Oyes lo mismo que yo?

Quentin comenzó a dar pasos hacia atrás. Su expresión aterró a James.

James buscó con la mirada a Irene y Edgar. Vio a Connor, que había despertado en esos instantes, y a los otros dos, y notó que los tres también lo habían oído, pero no estaban tan asustados como Quentin. Solo estaban intrigados por saber quién tocaba la puerta.

En realidad, quién era quien pedía ayuda a gritos mientras tocaba la puerta.

Emma levantó la vista, sin entender nada, y vio cómo Edgar, Irene y James ayudaban a acostar sobre una de las camillas a una joven chica de cabello oscuro, que tenía los ojos cerrados, y cuyos rasgos eran muy suaves y delicados. Su piel era la de una muñeca de porcelana.

—¿Qué carajos?

Se quedó atónita por un momento, pero rápidamente reaccionó y fue con el resto. Vio, también, a Quentin, sentado en el borde de la camilla mirando a la nada. Su mirada estaba perdida.

—¿Quién es esta chica?

—No sabemos —respondió Irene.

—Alguien estaba pidiendo ayuda y, cuando abrimos la puerta, no había nadie —contó Edgar.

—Yo fui a ver, rápidamente, por si veía a alguien, pero no vi a nadie. Las calles están bastante vacías a esta hora.

Emma asintió. Vio a James. Este estaba mirando a la chica de la camilla.

—¿Estás bien? —preguntó Emma.

James intentó sonreír.

—Sí... Es que siento que conozco a esta chica de algún lugar. Su rostro se me hace muy familiar.

Emma miró a Edgar e Irene.

—Intenta recordar algo. Tal vez sirva de algo, ¿no, Edgar? —oyó Emma que Irene decía, mientras iba con Quentin.

Emma apoyó su mano sobre el hombro de Quentin después de sentarse junto a él en el borde de la camilla.

—¿Te ha pasado de nuevo?

Él asintió.

—No te preocupes. Vamos a solucionar esto, ¿sí?

Quentin miró a su amiga. Sus ojos estaban brillantes.

—Odio sentir ese dolor... Viene de todos lados, pero, a la vez, de ninguna parte.

Emma lo abrazó y sintió el amor y la calidez que le daba esa amistad. Desde que se fue su mejor amiga, Quentin era todo lo que le quedaba.

Emma lo soltó y le dio un beso en la mejilla.

—Te quiero. Lo sabes, ¿no?

Quentin asintió, con lágrimas acumuladas en los ojos esperando salir. Cuando notó a James acercándoseles, rápidamente él apartó su mirada y se levantó.

—Me voy... al baño. Ya vuelvo.

James asintió, incómodo. Lo había visto extraño, pero no tenía la más mínima idea de lo que estaba sucediendo.

Emma lo miró, intrigada.

—¿Pasa algo? ¿La chica...?

—Ha despertado... Y... Emma, ¿sabes hablar francés?

—¿Qué? No. Sé algo de alemán, pero no sirve... ¿Por?

—La chica es francesa.

Emma no sabía si reír o llorar.

—Y ahora, ¿qué hacemos? ¿Edgar, Irene y Connor tampoco saben? ¿Tú, James?

James estaba negando con la cabeza, cuando Thomas apareció. Estaba despeinado. Debía haber dormido una siesta, pese a que estaban cerca de la hora del almuerzo.

—Vi a Quentin algo raro, ¿pasó algo? —decía mientras se frotaba los ojos.

James y Emma se miraron.

—Thomas, ¿hablas francés? —preguntaron al unísono.

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