29. Recuerdos de mentes confundidas
James estaba sentado al lado de la camilla de Thomas, viendo a los Guardianes preparándose para entrenar o ejercitarse, o para lo que sea que se estén preparando. James no estaba prestando demasiado atención, aunque si lo suficiente como para ver que Connor ya había despertado, que Edgar estaba tan feliz que podría haber saltado de la alegría y que Quentin se reía de las quejas del primero.
Tal vez sí estaba prestando bastante atención.
No tenía mucho para hacer.
—No te muevas. Tienes que esperar —le decía Edgar a su hijo.
—Yo ya estoy bien, papá. No te preocupes —aseguró Connor. Miró a Quentin, que estaba riéndose—. Por tu culpa ahora estoy acá. Tú deberías estar en mi lugar, no yo.
Quentin miró a otro lado. Edgar suspiró.
—No le digas eso. Podría haber muerto si no lo ayudaba.
—Yo también podría haberme muerto.
Edgar suspiró otra vez. James lo vio levantarse e irse a la cocina a buscar un vaso de agua.
Thomas carraspeó.
—No entiendo nada —le dijo a James luego.
—Creo que Edgar curó mágicamente a Quentin y no a su hijo.
—¿Cómo se llama?
—Connor. Es el que está en la camilla, ¿ves?
—Ah... ¿Quentin es el de ojos verdes?
James asintió.
Thomas soltó una risita, y rápidamente sintió un dolor en el abdomen.
—Me cuesta recordar nombres —dijo, mirando a Quentin, mientras se alejaba.
—Lo he notado. Yo soy James, por si no lo recordabas. A mí también se me dificulta. Pero tú estabas moribundo, no podías prestar mucha atención.
Emma apareció en la sala. Volvía del baño. Tenía el cabello húmedo, pero ya llevaba puestos unos jeans y una remera blanca.
—Desde que me sacaron de la habitación esa en la que estabas tú, Emma y otros tres que no recuerdo, tengo una laguna en la mente que no me deja acordarme de nada.
James no había escuchado lo que le dijo. Thomas se rió otra vez, al verlo atónito ante la belleza de Emma.
—¡James! —lo llamó él, tratando de hacerlo lo más bajo posible. James giró su cabeza hacia Thomas, sin entender absolutamente nada—. No seas tan evidente.
James se sonrojó levemente.
—¿Tanto se nota?
Thomas le respondió, asintiendo.
—¿Qué me habías dicho? —dijo James. Emma se acercó a ellos.
James sonrió al verla.
—¿Cómo andan?
—Bien, solo le preguntaba si recordaba algo de lo que pasó después de que me llevaran de la habitación en la que estábamos —dijo Thomas.
—Yo no sé nada. Cuando los sacaron de ahí, me quedé un rato con El Elegido.
—¿Ah, así que así se llamaba ese tipo?
Emma asintió. Ambos miraron a James, que estaba pensando.
—No sé —dijo este—. Solo recuerdo que me inyectaron algo. ¿Un suero, tal vez?
—A mí me deben haber dado eso. No lo recuerdo —miró a Emma—. Tú eres Emma, ¿no es cierto?
—Ajá.
—¿Qué sucedió entre ese momento y cuando me desperté hoy?
—Me encontraron Quentin, Connor y Edgar, después nos cruzamos con Irene, escuchamos la explosión...
—¿Explosión? —exclamaron Thomas y James al mismo tiempo.
—Sí, oímos la explosión y luego vimos que venía de una habitación bastante extraña donde estaban ustedes dos solos.
—¿Por qué la explosión? —preguntó James.
—¡Edgar! —lo llamó ella. Él caminó hacia ellos—. ¿Qué provocó la explosión que hubo entre ellos?
—Me alegra que estén bien. Sucedió por algo muy inusual que se llama Rechazo Interelemental, donde dos Guardianes no pueden tocarse por ser de dos elementos distintos.
—¿Y qué elementos somos nosotros? —preguntó James.
—No lo sabemos. Por eso Emma fue a buscarte, James. Me olvidé de preguntarte, Thomas. ¿Qué edad tienes?
—Diecisiete.
—¿Todavía no sabes que elemento puedes controlar?
Thomas bajó la vista.
—Supongo que puedo confiar en ustedes. Me han salvado de esos locos.
—Sí, no somos peligrosos —dijo Emma, sonriéndole dulcemente.
Thomas sonrió.
—Tierra.
Emma miró a Edgar, quien estaba atónito. James no entendía del todo.
Edgar, con la mirada perdida, se alejó.
—Mierda, no les debería haber contado —soltó Thomas.
Edgar giró hacia ellos.
—No, no te preocupes.
—No le diremos a nadie —dijo ella.
—Emma. Ven conmigo.
—Ya vuelvo, ¿sí?
Emma se levantó y fue con Edgar a la pequeña cocina, cuyas paredes eran blancas y donde no había mucho espacio. Ni siquiera había dos sillas para que se pudieran sentar, porque en ese momento estaban desparramadas por toda la Academia, que más que una escuela, era un hogar para todos los que estuviesen allí.
—¿Pasa algo?
Edgar asintió, pensativo.
—Necesito que no le digas a absolutamente nadie que Thomas puede controlar el elemento tierra.
Emma lo miró, extrañada.
—¿A qué te refieres con absolutamente nadie?
—A nadie. Ni siquiera Quentin. Irene y mi hijo, Connor, tampoco pueden enterarse. Debe quedar entre Thomas, James, tú y yo.
Ella frunció el ceño.
—¿Por qué tiene que ser todo tan secreto?
—No podemos confiar ese secreto tan importante a todos, por más que hablemos de mi hijo o de tu mejor amigo.
—Supongo que le tenemos que decir esto a ellos dos, ¿no? —preguntó Emma, mirando a Thomas y a James.
James, que estaba casi igual de perdido que Thomas, no paraba de preguntarse miles de cosas mientras veía a Emma y Edgar hablar, pero la pregunta que le hizo no tenía que ver con ellos dos.
—Thomas, ¿cómo fue que llegaste con Emma a esa habitación? —fue lo que le preguntó.
El chico, que también estaba con sus ojos puestos en Emma y Edgar, miró directo a los ojos azules de James.
—Estábamos en una habitación. Ambos dos. Yo apenas podía oír lo que el tipo ese raro, el Elegido, le decía a Emma. Ella debe haber pensado que yo estaba durmiendo. Igualmente, no recuerdo mucho. Es todo muy confuso. Lo siguiente que recuerdo es que el hombre se fue y vino otro. Ella lo conocía. Se desató, de alguna forma, y comenzaron a pelear, pero Emma rápidamente lo dejó en el piso.
—Un punto para Emma —se rio James.
Thomas asintió, gracioso, y siguió.
—Me sacó mis ataduras y me llevó a esa habitación.
—Menos mal que no eres tan pesado. De hecho, eres bastante delgado.
Thomas soltó una risita.
—No he tenido mucha oportunidad para permitirme un banquete. No, al menos, este último tiempo, y mucho menos en ese lugar de mier...
Pero Emma volvió. James tuvo que guardarse la pregunta que le iba a hacer a Thomas.
—Bueno, chicos. Lo que Edgar quería decirme era que no le pueden contar a nadie que Thomas —bajó el tono de voz, y se corrigió—, que tú, eres un Guardián de la Tierra.
—¿Por qué? —preguntó James. Ella lo miró, pero Thomas fue el que contestó.
—Por la misma razón por la que yo no quería contárselo a ustedes. Es información demasiado importante. No hay muchos Guardianes de la Tierra.
—Creo que eres el único, Thomas —dijo ella, pensativa.
Thomas asintió, con una sonrisa de lado, algo apenado.
Irene comenzó a acercarse a los chicos, pero se estaba dirigiendo a todos.
—Estoy algo cansada, ¡bah! Bastante cansada, pero debemos hacer algo para pasar todo este tiempo.
—¿Entrenamos? Recién me bañé, pero bueno... —dijo Emma, sonriendo. James no supo distinguir si le hablaba a él y a Thomas o a alguno de los dos en particular.
Luego, supuso que le hablaba a los dos. Emma levantó primero a James, que casi tuvo que pegar un salto por la fuerza que ella hizo, y después ayudó a Thomas a ponerse de pie.
James se preguntó si algún día Emma lo vería a él de la misma forma en la que él la veía a ella.
No estaba seguro de la respuesta.
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