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24. El testigo, el Támesis (Comienzo de la parte II)

INICIO DE LA PARTE 2

La Academia de Magia de Londres era un nombre demasiado pretencioso si se tenía en cuenta cómo era ese colegio, ubicado en el sótano de un edificio de Battersea, uno de los barrios más tranquilos de Londres, destinado para hijos de Guardianes, sin importar el elemento que podían controlar. En parte, funcionaba como orfanato, ya que los hijos de los difuntos Guardianes que habían formado parte de la Guerra contra los Oscuros podían ir y hospedarse allí, pero, por otro lado, era prácticamente ilegal y clandestino, según las leyes humanas. Edgar no usaría esas palabras. Diría que es un Refugio Solidario para Víctimas Indefensas de Conflictos Armados. Ningún Guardián iba a usar ese nombre, solo era una fachada, pero servía para estar escondidos ya que, para todos, estaba abandonado.

La entrada era una puerta llena de telarañas a la que se llegaba a través de un corto pasillo de dos metros. Había una placa con el nombre que había ideado Edgar y estaba con las puntas rotas y algunas letras estaban desgastadas, para que se parezca que hace mucho tiempo nadie va hacia allí. Nadie imaginaría lo que había dentro.

Para Edgar, la humanidad era cada vez más egoísta e ignorante, y empezó a pensar eso cada vez más seguido, estando al tanto de las noticias de cada día, pero ese pensamiento había dejado de rondar su cabeza cuando conoció a una humana llamada Sybil, su futura segunda esposa. La mujer con la que un tiempo después tuvo a su pequeña hija, Emily. Como Sybil no era Guardiana, fue humillada y maltratada por la mayoría de los compañeros de Edgar, e incluso, algunos amigos de él.

Solo unos pocos los apoyaban y eran buenos con Edgar y ella, como la familia Warlight que, cuando tuvieron a su hijo James, les rogaron que lo cuiden el día en que ya no estén. Lamentablemente, ese día llegó muy rápido. James era solo un niño cuando sus padres desaparecieron. Y Edgar no sabía que era peor, si tener que entregar al bebé a Philip, un viejo amigo de Edgar y los Warlight, porque no podía hacerse cargo de él, o que James nunca se entere de su verdadera identidad y que sus padres estén en un paradero desconocido.

―Edgar ―oyó, y se dio la vuelta un momento después. Era Emma.

―¿Qué sucede? ―preguntó él. Estaba sentado junto a su hijo, Connor, y parecía estar muy asustado.

―Necesitamos ayuda. Irene es enfermera, y yo puedo ayudar con algunas cosas, pero necesitamos tu ayuda. Más que nada con Quentin. Irene puso unas hierbas sobre su herida, pero la ayuda de un Guardián de la Vida es más importante. Connor va a estar bien.

―Connor... No lo puedo perder. Con Emily y Sybil ya tuve suficiente... Tuve demasiado ―murmuró, con su profunda voz cada vez más quebradiza. Hizo una pausa, sin quitar su mirada de la herida de su hijo, el cual estaba durmiendo.

Segundos después, Emma abrió la boca para decirle que era leve, solo un corte, y que no se preocupe, pero él se levantó de golpe y fue a la camilla de Quentin. Sin dudar, puso sus manos sobre su herida.

Edgar cerró los ojos, intentando despejar la mente, respiró y¬ ella vio cómo la herida iba desapareciendo, y apenas él terminó, se alejó unos metros, se sentó en una silla y empezó a hiperventilar, como solía suceder cuando curaba a alguien.

Emma, sorprendida por lo breve y apresurado que él fue, se dirigió a la cocina para llevarle un vaso de agua. Edgar lo tomó con rapidez y, de a poco, se calmó.

―Gracias, Emma ―le agradeció él. Ella ya se estaba alejando, y al oírlo, se detuvo. Lo miró por un momento, y siguió yendo hacia las camillas.

―Emma, ayúdame con Thomas y James ―le pidió Irene.

Las dos fueron a las otras camillas, que estaban frente a la de Quentin, y empezaron a curarlos. Necesitaban hielo y para eso, Emma se alejó a buscar dos bolsas de hielo y las puso sobre la frente de los dos porque, aunque Irene era Guardiana del Agua, necesitaban bolsas, y ella no podía fabricar hielo y ponerlo en bolsas. A veces, sus poderes no eran tan útiles.

―Van a estar bien, ¿no?

Irene asintió.

―Sí, seguramente. Se golpearon la cabeza, pero no tan fuerte. No es muy grave.

Emma se alivió. Había estado muy nerviosa, y haber aparecido en un bar a las nueve de la mañana complicaba todo. Había estado lleno de personas, y todos se habían quedado mirándolos.

Por eso salieron lo más rápido posible. No estaban muy lejos de la Academia. De hecho, solo tenían que cruzar el río Támesis por el puente de Battersea, ya que el bar estaba en Chelsea. Emma pensó que habían disimulado muy bien, porque iban lentamente y sonrientes. Cualquiera podría haber pensado que Quentin, Thomas, James y Connor venían de una fiesta y apenas podían mantenerse de pie por el alcohol, pero si alguien supiese la verdad, sería encerrado en un psiquiátrico, y los Guardianes, en una prisión de máxima seguridad, o serían llevados al Servicio Secreto de Inteligencia para ser investigados, pensó Emma. Hubiese sido entretenido.

De todas maneras, todo había salido bien, y el único testigo, fue el Támesis.

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