21. La primera sangre
Algunos Guardianes solían tener una fuerte tradición. En el momento en el que había sangre por primera vez, se tomaba venganza. Podría parecer exagerado y extremo, pero se lo tomaban muy a pecho.
En el siglo XXI, esto ya no sucedía, pero ciertas personas sí recurrían a la mítica y poco útil venganza por "la primera sangre", como Edgar Westbrook. También sucedían otras cosas en ese siglo como, por ejemplo, las batallas en lugares cerrados, con muy poco espacio donde pelear.
Emma, Quentin, Connor, Edgar e Irene Jeanes estaban frente a más de diez integrantes de Ofiuco, y nadie parecía querer arreglar las cosas, al menos, por palabra.
Connor fue el primero de todos en hacer algo. Con sus poderes de controlar el agua, hizo una esfera con sus manos y la arrojó a la puerta, desde dentro. Todos tuvieron que hacerse a un lado rápidamente. Quentin aprovechó la oportunidad, y cuando los miembros de Ofiuco se sorprendieron por el agua y se distrajeron, abrió su boca.
Sopló lo más que pudo y los llevó a todos hacia afuera. Emma, que observaba todo, pensó que así sería más fácil pelear.
Ella, junto al resto, salieron rápidamente y se pusieron en frente a los otros, dejando a Thomas y James dentro de la habitación.
―¡Chicos, no dejen que entren en esa sala! ―gritó Edgar―. ¡Ya los encontramos una vez! No podemos perderlos de vuelta.
Emma decidió que, como era la única que no tenía poderes, sin contar a James, tenía que ir a controlar la puerta. El resto se encargaría de Ofiuco.
Edgar, quien era Guardián del Fuego, con sus ojos, ardientes y fogosos, lanzó rayos de fuego, que podrían haber sido confundidos por cualquier humano como rayos de luz solar, pero era distinto. Emma pensó en James y sus humanos pensamientos. Él habría pensado en eso. Un hombre de Ofiuco se cayó al suelo, con un hueco en el pecho. Estaba muerto.
Un grito desgarrador asustó a Emma. Era Connor, que había sufrido un corte. Uno de los miembros de Ofiuco, con una especie de espada plateada, le hizo sangrar la pierna, exactamente en el muslo derecho.
―¡Edgar, la sangre! ¡Es la primera! ―gritó Quentin.
―¡Ya conocerás a la familia Westbrook! ―hizo, como su hijo, una esfera con sus manos, pero de fuego, y no de agua. Se la arrojó a los que estaban más atrás, Violet, Rodrik y Matheo.
Todos oyeron el insulto de Violet antes de sentir el calor de la bola de fuego.
―¡Mierda, Violet! ¡Haz algo! ¡Usa el escudo!
Violet agitó su muñeca, y de donde estaba un brazalete, salió un escudo dorado con una serpiente en el centro.
―¿Qué les pasa a estos tipos con las serpientes? ―se quejó Quentin.
―Son muy fuertes esos escudos, Edgar ―le avisó Irene―. He visto cómo los hacen con el polvo de las estrellas. No es broma. Es en serio ―aclaró al ver el rostro desconfiado de Edgar.
―Entonces tendremos que atacarlos todos juntos, al mismo tiempo ―dijo Edgar―. Emma, ten cuidado.
Ella asintió como respuesta y dio unos pasos hacia atrás.
Emma estaba segura de que lo que pasó en los siguientes minutos nadie lo recordaría. Haces de luces, rojas y azules, mucho viento y calor, llenaron la escena. Para el final, Rodrik se encontraba en el suelo, al igual que Connor. Edgar, Irene y Matheo estaban bien, pero Quentin y Violet, por otro lado, sí parecían haber estado en una batalla como esa. De su frente caían gotas de sudor y se notaba que estaban agotados.
Hasta el momento parecía que los Guardianes iban a ganar, pero Carson, uno de los de Ofiuco, tenía una espada, probablemente hecha de polvo de estrellas, ya que no era plateada y brillaba como el dorado escudo de Violet, y se estaba acercando extremadamente rápido a Quentin.
―¡Quentin, no! ―gritó Emma, con lágrimas en los ojos, intentando acercarse hacia él, pero Matheo la agarró con fuerza de la muñeca y la sostuvo. El Elegido salió de la habitación y se fue con sus seguidores.
Quentin se cayó de rodillas hacia el suelo. Una línea de sangre salió de su boca, y una gran mancha, desde su estómago, pintó su remera de rojo escarlata.
Edgar corrió hacia él y se lo llevó hacia atrás. Matheo empezó a caminar hacia donde estaban Violet y Rodrik, llevando a Emma consigo.
Edgar dejó a Quentin y quedó frente a Carson. En el rostro de este último apareció un repentino terror. Él sabía que iba a ser desintegrado por el fuego. Y así fue. En el piso solo quedaron cenizas, y la sangre del moribundo Quentin.
Edgar comenzó a correr hacia Emma, pero Irene Jeanes lo detuvo, teniéndolo del brazo. Ella le negó con la cabeza, seria. En otras palabras, rendida.
Él se soltó y generó una bola de fuego con sus manos. La dirigió hacia Violet, Rodrik y los otros dos integrantes de Ofiuco que quedaban vivos. Todos ellos se alejaron de Matheo y Emma, que quedaron solos frente a Edgar.
―Déjala ir. Te lo pediré una sola vez, Matheo ―afirmó Edgar―. Hazlo por tus recuerdos.
―Mis únicos recuerdos están aquí ―respondió él, diciendo cada palabra lentamente.
Emma miró a Edgar, a los ojos. Los dos sabían que tenían que hacer. Ambos asintieron y comenzaron su recién creado plan.
―Lo siento, Matheo ―dijo Edgar.
Luego, Emma fingió un grito de dolor, con el objetivo de que Matheo se distrajera.
―¿Estás bien? ―preguntó él.
Edgar llevó sus manos hacia atrás, escondiéndolas, para poder usar su poder y generar un rayo de fuego.
Rodrik, que estaba detrás de ellos, vio el rostro de su compañera Violet, que estaba mirando lo que sucedía, sin inmutarse.
Él siguió la mirada de Violet, y vio cómo Edgar atravezaba con fuego a Matheo, por su costado derecho. Rodrik gritó.
―¡Matheo!
Emma sintió calor en su cadera, debido a lo que acababa de hacer Edgar. Pudo soltarse y, cuando lo hizo, corrió hacia Quentin. Edgar hizo prácticamente lo mismo, pero se encaminó hacia su hijo, en vez de a Quentin.
Emma vio desfallecer a su exnovio, Matheo, y caer al piso, muerto y vencido.
Irene salió de la habitación, cargando a Thomas. Edgar estaba entrando, y unos segundos después, salió con James. Este último podía caminar, pero Thomas estaba desmayado.
Los integrantes de Ofiuco desaparecieron. Un poco más calmados, Emma, Edgar e Irene comenzaron a llevar a James, Thomas, Quentin y Connor, buscando una salida, destrozados y en parte, derrotados.
A medida que caminaban, una luz se hacía más presente y los sonidos propios de un aeropuerto, que habían aparecido por un momento, ya no estaban. Edgar abrió una puerta, y como si todo hubiera sido fácil, salieron de allí. Estaban en Londres, pero dentro de un bar. Y las miradas de todos los clientes de allí eran bastante incómodas, y era peligroso que los descubran. Siete misteriosas personas salieron del baño de un bar, y cuatro estaban por morirse.
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