2. Cumpleaños
Londres, a 250km de Liverpool
Mayo de 2021
Lo último que hubiese pensado James para su cumpleaños era que alguien venga a su casa en el medio de la noche. Y encima, para rescatarlo de unos hombres que querían matarlo.
Todo comenzó alrededor de las tres de la mañana, cuando una chica entró a su habitación y se sentó en su cama. James instantáneamente se despertó. Su padre le había enseñado a tener el sueño liviano. James nunca supo el porqué.
La chica lo miraba fijo, como si fuese una reliquia que debía cuidar con su vida. Tal vez así lo fuera.
―¿Quién eres? ¿Qué quieres? ―le preguntó él rápidamente mientras se acurrucaba contra la pared. Desvió su mirada de los ojos de la chica, azules como el zafiro y brillantes como un diamante.
―Confía en mí, ¿sí? ―le pidió ella con una sonrisa―. Sígueme. Es por tu bien.
―Es por mi bien... ―dijo James en voz baja.
―¿Todo bien? ―le preguntó ella, que había escuchado algo, pero no lo había entendido.
James se rio.
―Por ahora...
Unos minutos más tarde, James ya se había cambiado la ropa y sus pantuflas por el mejor par de zapatillas que tenía. Si iba, de algún modo, a escaparse con una chica que ni siquiera conocía, tenía que ir bien vestido. Cómodo, pero bien vestido.
―Antes de que salga de mi casa o de que me maten, me gustaría saber tu nombre ―se animó a preguntar James justo cuando ella estaba por abrir la puerta.
La chica vaciló.
―Emma ―le contestó ella, mirando a un costado―. Ese es mi nombre ―hizo un silencio―. Por favor, trata de hacer silencio ahora.
― ¿No deberías estar en tu casa durmiendo? Seguramente tus padres deben estar preocupados.
Emma lo miró a los ojos.
―Yo no ―empezó, pero no pudo terminar―. Por favor. Haz silencio. Esto es muy importante.
Mientras James pensaba en lo lindo que era el nombre de Emma, ella abrió la puerta.
Emma acercó la cabeza, con los pies aún dentro de la habitación y, unos segundos después, levantó la mano derecha y le hizo una señal de que espere.
James se quedó dónde estaba, hasta que pudo ver a Emma dejando un cuerpo boca arriba en el piso.
―¡Emma! ―le susurró James cuando ella entró de nuevo a la habitación―. ¿Qué has hecho? ¿Quién era ese?
―Era uno de los tipos que entró a tu casa.
James parpadeó.
―¿Cómo que entró a mi casa? ¿Hay más?
Justo cuando terminó de hablar, ambos escucharon los gritos de un hombre.
«¡Suéltenme!».
―¡No! ―gritó James susurrando. Se tapó la boca, aterrado.
―¿Quién es el que grita?
―Papá ―contestó. James se apoyó, temblando, en una cómoda y bajó la vista―. Emma. No puedo dejarlo solo ―volvió a mirarla.
Emma intentó decir algo, pero no supo qué era lo mejor.
―Tenemos que ayudarlo ―continuó James. Se interrumpió cuando una sombra gigante se puso detrás de la chica. Eso no era nada bueno―. ¡Emma, cuidado!
***
Cuando Emma se despertó, lo primero que vio fue que estaba dentro de una especie de limusina con sus manos y pies atados.
― ¿Qué pasó? ¿Dónde estoy? ―murmuró―. ¿Y James?
Pudo ver que dos hombres de traje estaban frente a ella, inexpresivos, mirando a la nada. El que estaba frente a Emma estaba calvo y tenía unos increíbles ojos celestes. El otro tenía una barba bien roja, al estilo vikingo y era, visiblemente, más alto que el calvo.
―No intentes hacer nada. No tiene sentido ―le dijo el de ojos celestes a Emma.
―Suéltenme. Esto es injusto ―se quejó ella―. ¿Por qué no se enfrentan con alguien como ustedes?
Ambos parpadearon dos veces y se miraron entre ellos.
― ¿Alguien como nosotros? ―preguntaron al unísono.
Si no hubiera estado secuestrada y maniatada, se hubiera reído al ver la cara de los dos.
―Llegamos ―interrumpió la voz extraordinariamente ronca de una mujer que parecía ser la conductora―. Ábrele la puerta a esta pobre niña, si eres tan amable ―le dijo a ninguno en particular.
Ambos inmediatamente se bajaron del auto y le dejaron la puerta abierta. Emma seguía maniatada.
―Imbéciles ―insultó la choferesa en voz baja un momento después. Después elevó la voz―. ¿No veis que la chica no se puede mover?
Emma no sabría decidir quién fue el que la desató, ya que parecía que luchaban entre ellos para que quién la soltaba primero.
Lo que no pensaron fue que Emma era una chica peligrosa.
Antes de hacer nada, lo primero que hizo Emma fue ver dónde podría estar. Desde que se despertó, habían pasado cinco minutos. Claramente debían estar en las afueras de Londres, porque no se escuchaba el bullicio de los autos. Además, tenía que haber pasado seguramente entre media hora y una hora desde que se la llevaron.
Lo que pudo ver, a pesar de la oscuridad, fue una mansión con muchas ventanas y varios pisos. La entrada estaba decorada con flores, las cuales Emma no pudo distinguir.
Miró el oscuro cielo de la noche y vio las luces de un avión. ¿Qué hacía volando tan bajo? Debía haber un aeropuerto cerca.
Emma pensó en un aeropuerto que se encuentre en las afueras de la ciudad. Solo conocía uno: el aeropuerto de Biggin Hill.
―Gracias, chicos ―les dijo Emma lo más dulcemente posible.
― ¿Ves, Vikingo? Ella me prefiere a mí. La chica se bajó por este lado ―le gritó el calvo al pelirrojo.
Emma sonrió de lado y agarró al calvo de los hombros. Le pegó un rodillazo en el estómago y después le dio un puñetazo, tirándolo al piso. Vikingo se sorprendió, pero no dudó en agarrar su radio.
―Aquí. Habla Vikingo. La rehén se soltó ―informó mientras rodeaba la limusina para llegar hasta Emma
―¿No te han enseñado que no es bueno mentir? ―intervino Emma, graciosa.
Vikingo sonrió mientras apagaba la radio.
―No has sido Iniciada, chica. No me puedes vencer ―le advirtió él.
―No te preocupes.
Vikingo amagó a pegarle, pero ella bloqueó el golpe y le pegó directo en la cara.
El golpazo de Emma no fue lo suficientemente fuerte como para tirarlo al piso. De hecho, fue el de Vikingo en su mejilla lo último que recordó Emma antes de caer al suelo y desmayarse.
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