17. Pasadizos reveladores
Edgar, Emma e incluso El Elegido se dieron la vuelta. Vieron a una bella mujer, que parecía carismática pero también elegante, aparecer a lo lejos. Tenía puesta una bata blanca y su cabello era negro y brillante.
―¿Estás seguro de eso, Edgar? Yo les recomiendo que se vayan por el otro lado. Por allí, donde se fueron sus amigos ―dijo señalando el punto donde el pasillo se dividía.
―¿De dónde la conoces? ―le preguntó Emma por lo bajo.
―No sé quién es.
―Querido Edgar, no le mientas a la chica.
La mujer salió de la oscuridad y dejó ver su rostro. Era hermosa. Su piel era morena, sus ojos color café y su cabello estaba levemente rizado.
―¿Irene? ―dijo Edgar, sorprendido.
―Exacto. Soy yo, Irene Jeanes. ¿Ves que no era tan difícil recordarme?
―Edgar... ¿Quién es? ―le preguntó Emma.
―No es nadie ―dijo él, negando con la cabeza.
Irene sonrió.
―Soy una vieja amiga de él. ¿Y tú quién eres? ―dijo mientras se le acercaba a Emma, quien no pudo evitar dar un paso atrás―. No temas.
Emma sintió la mano de Irene en su mandíbula. La llevó hacia un lado, y luego hacia el otro. La mujer estaba observándola como a una piedra preciosa.
―Eres bella. Bella como Michelle, tu madre. ¿No, Edgar?
Emma dio unos pasos hacia atrás al oír el nombre de su madre.
―¿Cómo sabes qué ella es mi madre? ¿Cómo sabes su nombre?
―Éramos amigas, ¿sabes? Eres muy parecida. También te pareces a tu padre, Henry...
Edgar la detuvo.
―Irene, debemos irnos.
―¿De verdad me dices eso? ¿Hace dieciséis años que no nos vemos y me dices que te tienes que ir? A mí me secuestraron, ¿recuerdas? Eres un maldito cobarde.
―Oye, no le digas así a Edgar ―lo defendió Emma, pero no sabía qué más decir.
―Tú no sabes quién es él. No conoces el verda...
―¿Qué quieres de nosotros? ―le preguntó Edgar, interrumpiéndola.
Irene dejó de sonreír.
―Quiero irme de aquí. Quiero volver con mi hija.
―¿Tienes una hija? ―le preguntó Emma.
―Claro. Tiene unos años más que tú. Odio esto, pero ayúdame, Edgar.
Edgar se quedó en silencio, con la mirada en el suelo.
―No quieres arruinar tu misión, ¿no? ―dijo Irene―. Prefieres que termine de morirme aquí, porque eso es lo que único que uno puede hacer aquí. Yo pude resistir trabajando para El Elegido, pero ustedes son mi única salvación. Además, yo les puedo ser útil.
Emma miró a Edgar, quien le negó levemente con la cabeza. Emma sabía que todo se había salido demasiado de control. Él miró al Elegido.
―¿Cómo sabemos que no vas a espiar para este tipo? ―preguntó Edgar.
―Tengo que ver a mi hija. Necesito que me lleven con ella. Quiero saber qué es de su vida ―dijo, y miró a Emma―. Convéncelo. Tú debes reconocer quién es bueno y quién no. Prueba que eres la hija de Henry y Michelle.
Emma observó a Irene.
―¿Por qué yo? Tú debes convencerlo, no yo. No te conozco.
―Está bien. Tienes razón. Edgar, ¿vas a dejar que me muera aquí? ¿Quieres cargar con eso en tu consciencia?
Emma vio a Edgar cerrar los ojos por unos segundos. Debía estar pensando, o recordando algo. Para ella, él era un misterio.
Deseó saber la verdad sobre lo que sucedió dieciséis años atrás, cuando ella nació y sus padres murieron. Cuando tantos Guardianes fueron asesinados y la raza quedó masacrada por los Guardianes Oscuros.
Edgar abrió la boca, para dar una respuesta, pero nada salió como lo esperado. Todos oyeron un estruendo.
―¿Qué fue eso? ―dijo él, antes de que corran hacia el otro pasillo, donde Quentin y Connor se habían ido. Era una explosión, y venía de allí.
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