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1. Nos van a matar (Comienzo de la parte I)

INICIO DE LA PARTE 1
Liverpool, a 250km de Londres
Abril de 2021

-¿Sabes que mañana se cumplen dos años desde que llegaste aquí? -le preguntó Alastair mientras el sol aparecía, interrumpiendo lo que Myra estaba diciendo sobre que su hermana tendría unos ocho años. Ese era un tema algo delicado y Alastair pensó que estaría bueno recordar aquel momento en el que una chica rubia y de extraordinarios ojos azules apareció en la puerta de su casa en medio de una lluviosa y oscura noche.

-¿Ya? Cielos, sí que pasa rápido el tiempo -una sonrisa cubrió su rostro. Sus ojos, que le recordaban a Alastair a los que tenía su hermano, brillaban, y hacían un hermoso contraste con su blusa blanca, y esta lo hacía aún más con los jeans negros que tenía puestos-. ¿Cómo te acuerdas?

La sonrisa de Myra se desvaneció rápidamente. El rostro de Alastair le recordó lo que había pasado. ¿Qué tipo de amiga era al no recordarlo?

-Alastair... -comenzó ella, queriendo disculparse. Puso su mano sobre la de su amigo, pero se calló cuando él puso su otra mano sobre la de Myra.

-¿Tienes frío? -le preguntó él, sonriendo-. Tienes las manos frías. Vamos adentro. Le diré a Rosemary que te prepare un té.

―¿Pero no se la llevaron tus padres hacia Mánchester? ¿A una de esas reuniones de trabajo que tienen una vez al mes que solo Dios sabe qué hacen allí?

―Oh, cierto. No lo recordaba. Probablemente haya ido con ellos.

―¿Entonces no hay nadie en la casa? ¿Cuándo se fueron?

Alastair levantó los hombros.

―Supongo que a la madrugada.

Myra soltó una risita.

―Para nada misterioso, ¿no? ―dijo ella, irónica.

―No, para nada ―contestó Alastair, que parecía de verdad creérselo.

Los dos miraron por otro instante el amanecer, como si se fuera a ir en algún momento, y se dirigieron a la puerta que los llevaba al ático.

Eso era algo que solían hacer: sentarse a la hora del amanecer y quedarse allí, sentados en el borde de la terraza, con los pies colgando y contemplando la belleza de la naturaleza. Más tarde, ya cuando el cielo no estaba de un oscuro color azul, volvían a la casa.

Volvían a la realidad.

-Es que tus manos siempre están muy calientes... -opinó ella, tratando de no sonar apenada. De repente, se interrumpió.

***

Al abrir la puerta, vieron las mismas cajas y el mismo polvillo de siempre. Lo único distinto era ver a su amigo Ardeshir ocultándose detrás de una de esas cajas.

-¿Ardeshir? -el rostro de Alastair se llenó de felicidad, pero al mismo tiempo de desconcierto. Ardeshir tenía unos años menos que Alastair y Myra y era el hijo más pequeño de una famosa familia originaria del Líbano, y sólo venían algunas veces a la ciudad. Estaba sentado entre dos pilas de cajas, tremendamente asustado―. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué estás aquí?

Él temblaba tanto que, al apenas moverse, se cayó una de las cajas de arriba, casi sobre su cabeza. Guirnaldas y adornos de navidad salieron de la caja, que se había abierto.

Soltó una maldición, susurrando. Luego los miró.

-¿Qué hacen allí parados? Escóndanse... Hailey, mi ñiñera... Ella, está muerta ―dijo, sin responderle a Alastair.

Alastair, sin entender mucho, la tomó a Myra de la mano y se la llevó a la otra punta de la habitación, detrás de la puerta. Su viejo amigo se quedó dónde estaba, abrazándose sus piernas, repitiendo sin cesar "Nos van a matar, nos van a matar".

Allí sentados, tanto Alastair como Myra entendieron lo que estaba pasando.

-Mírame. Mírame, ¿qué haces? ¿Quieres que nos maten? -le preguntó ella-. ¡Estamos al lado de la puerta! Nos pueden ver.

-Tranquila, Myra. Tengo una idea -le contestó Alastair-. Solo... Espera.

El problema era que no tenía ninguna idea.

Alastair, desde allí sentado, lo observó a su amigo, que parecía que se le venía el mundo encima. A la vez pudo oír ruidos a sus espaldas, más allá de la pared, donde se encontraba la escalera. Pasos, al parecer. Era imposible bajarla sin que quienquiera esté ahí se entere.

Lentamente la puerta se fue abriendo, chirriando. Ambos sintieron que se les iban a salir sus corazones de lo rápido que latían.

En completo silencio, vieron a la persona que había entrado.

Era una mujer que vestía un elegante vestido rojo, con rayas negras en el borde y que tenía un par de esos zapatos negros de taco chino. Myra no se imaginaba con unos de esos en sus pies. Tenía un cinturón negro, que parecía una franja más del dibujo del vestido, y en él, tenía una pequeña espada de unos sesenta centímetros.

La mujer se dirigió hacia donde estaba Ardeshir, sin mirar atrás. El miedo de Myra y Alastair ya se había esfumado. Pero, ahora, temían por su pequeño amigo.

Alastair se levantó silenciosamente y se colocó a unos pasos detrás de la mujer. Se dijo a sí mismo que iba a salvarlo. Estaba dispuesto a dar su vida. Pero él sabía que no hacía falta darla.

Justo cuando la mujer amagó a herir a Ardeshir, Alastair, desde atrás, le quitó la espada y, de inmediato, ella se dio la vuelta. Él la agarró de los brazos, la tiró al suelo y al dejarla en el piso, la apuntó con la propia espada de la mujer. Ella pegó un ligero grito por el susto. Rápidamente, se soltó, se arrastró hacia atrás y quedó pegada a la pared. Alastair seguía apuntándola.

-¿Quién eres, mujer? -le preguntó Alastair. La mujer le sonrió-. Debes saber que, si quiero matarte, puedo hacerlo. Ibas a matar a mi amigo. Y mataste a Hailey.

-Deira -dijo finalmente la mujer-. Ese es mi nombre. ¿Se llamaba Hailey esa chica? Tenía un nombre demasiado lindo. Me cayó mal.

―¿Vienes acompañada? ―le preguntó Alastair al ver a Deira mirando la puerta.

Alastair oyó a su amiga Myra acercándose, pero no le sacó la mirada de encima a la mujer.

-¿Qué haces aquí? -dijo Myra cuando Deira la vio. Pensó en buscar su espada, pero recordó que la había dejado sobre su cama. Y la habitación estaba en el piso de abajo-. ¿Qué buscas aquí, en nuestra casa?

-¿Su casa? Yo tenía entendido que aquí vivías sólo tú y tu familia, Alastair Sinclair. Tú, tus padres, tu abuelo y tu hermano mayor...

―¡No te atrevas a siquiera mencionar a mi familia! -la interrumpió Alastair, gritando. Le salieron llamas de fuego por los ojos. Literalmente. Al darse cuenta, trató de calmarse. La mano le temblaba. Si no hubiese puesto todas sus fuerzas en que no se le caiga la espada, que era bastante pesada, se le podría haber caído-. ¿De dónde sabes todo eso?

-Con que eres un Guardián del fuego... ¡Vamos, jovencito! No fue nada fácil, ¿sabes? En los registros no decía casi nada de los Sinclair. Mucho menos de que una Barnes viviera aquí -dijo, en alusión a Myra. Luego, pasó su mirada a Ardeshir-. ¿Y este niño? ―dijo, entre risas―. Está más muerto que vivo. Mira cómo tiembla.

-¡Cállate, Deira! -le gritó Alastair, otra vez con los ojos ardientes.

-Dinos quién eres y tal vez te dejemos ir -Myra no estaba muy segura de que su propuesta fuera a funcionar, pero era lo único que podía hacer.

-Ah, ¿sí? -sonrió maléficamente-. Está bien. Yo me iré, pero siempre y cuando...

-Y ahora comienza con sus malditas condiciones -soltó Myra, interrumpiéndola por lo bajo.

-¡Señorita Barnes! El vocabulario -La retó, de forma burlona-. Pensé que los Guardianes eran un poco más respetuosos. Siempre alardeando de buena educación, sus poderes, su tremendo sentido de la justicia...

-No les debemos nada de respeto a ustedes -soltó Myra-. Además, yo no soy una guardiana.

-Todos sabemos que tu padre era Iain Barnes. ¿O me dirás que él no era un guardián? De los Oscuros, sí, pero nunca dejó de tener la sangre dorada que dicen tener ustedes -Myra se resistió a decir algo. Apartó la vista de la mujer, pensando que eso la ayudaría a controlarse. Ella misma reconocía que era muy impulsiva. Tenía que controlarse-. Tu madre debió sentirse muy triste. Luego de lo de tu padre, y después tú, renunciando a tu verdadera identidad... Tristísimo.

Apretando los labios, Myra la miró, con los ojos húmedos. Deira pareció haberse acordado de algo.

-Oh, cierto ―sonrió―. Debes sentirte extremadamente culpable. Si no hubieses nacido...

Alastair no dejó que diga nada más. Se arrodilló frente a ella y apoyó su espada en la yugular de Deira. Ya había pasado el límite. Había tocado un nervio sensible de Myra. Sus padres.

-Contesta lo que te hemos preguntado -le ordenó Alastair. Myra se dio la vuelta y se alejó un poco-. ¿Qué haces aquí? ―preguntó él.

-¿Aquí en Liverpool? Turismo. Dicen que de aquí eran los Beatles -contestó Deira. Alastair la amenazó otra vez apoyando aún más fuerte la espada en su cuello. El disgusto y el dolor eran visibles en el rostro de Deira, pero ella trató de disimularlos-. Digamos que fue debido a una encomienda especial. Una muy buena recompensa. No saben cuántas personas la quieren.

Alastair buscó a su compañera con la mirada. Estaba comprobando que Deira haya venido sola.

-Vino sola - dijo Myra cuando volvió a donde estaban los demás. Deira se puso seria-. ¿Y cuál sería esa encomienda? -preguntó entonces ella, intrigada.

Apenas se lo dijo, se dio cuenta que Ardeshir, su pequeño amigo, ya no estaba por ahí. Pero esa no iba a ser su única preocupación. Alastair estaba perdiendo la paciencia.

-¿Debemos repetirte todo lo que digamos?

-Tranquilo, Niño Fuego ―le dijo a modo de apodo―. Pensé que ya se habrían dado cuenta.

―¿De qué? ―preguntaron Alastair y Myra al mismo tiempo.

Deira sonrió.

-De que yo, Deira, le llevaré a mi señor vuestras cabezas.

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