Capítulo 9
La expresión seria de Leví me confirmó que no, aquello no era una broma, y sí, esa noche iban a dormir en mi casa.
—Sin la protección de Caleb, no puedes quedarte sola. Rut ha sabido esconderte bien, pero no está preparada para hacer frente a este tipo de desterrados— explicó Leví sin quitar su expresión seria. Seguramente por eso Dan lo llamaba cara de palo.
Los miré varias veces. No había rastro de risa en ninguno de ellos. ¿Lo estaban diciendo en serio?
—Será sólo hasta que aparezca Caleb, no va a ser para siempre— añadió Dan encogiéndose de hombros, como si fuera algo natural.
—No. Ya podéis olvidarlo. ¿Y si Caleb no apareciera? ¿Cómo vais a vivir en mi casa? Eso es absurdo.
—No hay discusión— respondió alzando la voz. — Nuestra misión es protegerte y haremos lo que sea necesario para lograrlo, te guste o no.
—¿Entonces no tengo nada que opinar?
—No.
—¡Es mi casa!
—En eso te equivocas. Es una casa proporcionada por la asociación que abastece a los guardianes, así que, en cierto modo, es nuestra también.
—¿Qué?
—Es más, esto tampoco es plato de buen gusto para mí, así que, lo sobrellevaremos como podamos, ¿está bien?— dijo con rudeza mientras se abría paso para entrar en el edificio.
Sus palabras ásperas me molestaron mucho. Era cierto que todo aquello era real y que estábamos en peligro, pero en cierto modo, perder la intimidad de mi casa me irritaba mucho. Hasta ese momento, llegar a casa y encerrarme en mi cuarto me ayudaba a evadirme de lo que estaba pasando y ahora ellos también iban a formar parte de ese entorno.
Dan y yo también subimos, mientras éste se encogía de hombros y alzaba las cejas incómodo.
—Creí que habíamos avanzado en la "operación: cretino"— susurré. Dan se rió.
—Ha sido una noche difícil para todos. Mañana estará más tranquilo.
—Eso espero.
Mi abuela ya nos estaba esperando en el rellano de la escalera y me sorprendió. Era tarde y por lo general ella estaba acostada a aquella hora. Quizá nos había escuchado llegar.
—Bienvenidos—dijo sonriente. Me llamó la atención que no pareciera sorprendida.—No os esperaba hasta mañana.
—¿Sabías esto?— pregunté molesta.
—Me puse en contacto con ellos en cuanto supe que las cosas se estaban complicando. Yo ya no tengo fuerzas para afrontar a los desterrados.
—No me puedo creer que mi Abu también sea una de vosotros— murmuré mientras nos dirigíamos al salón.
Ayudé a mi abuela a preparar mantas para que los chicos pudieran dormir en el sofá. La observé con tristeza mientras abría un arcón que tenía en su dormitorio.
—Abu, ¿Qué está pasando? ¿Por qué...?— no sabía por dónde empezar a preguntar y, sin querer, derramé un par de lágrimas de impotencia. Ella se acercó a mí y me abrazó.
—Mi niña, nada de lo que siento por ti es diferente. Eres lo más precioso que he tenido en mi vida y agradezco todos y cada uno de los momentos vividos a tu lado.
—¿Pero entonces no eres mi abuelita?— la voz me temblaba.
—En mi corazón lo soy. Y tú eres mi nietecita preciosa. Entre nosotras existe un vínculo tan real como lo pueden ser los lazos de sangre: El amor. —Me besó en la frente y sonrió.
—Lamento no haberte creído todos estos años. Siempre has intentado explicármelo y yo creía que estabas perdiendo la cabeza...— me sequé las lágrimas que empezaban a resultar embarazosas.
—Está bien, mi niña. Era mejor así. No estabas preparada y por eso nunca intenté demostrarte nada. —Sonrió y me acarició ambas mejillas con sus suaves y arrugadas manos. Me encantaba su olor, me transmitía seguridad y eso, en aquel momento, me hacía mucha falta. —Vamos. Llevemos unas mantas a esos guardianes guapos. No me extraña que las jóvenes se vuelvan locas por ellos.
—¡Abu!—exclamé sonrojada por su sinceridad. Ella se rió de nuevo.
—¿Qué? Es la verdad...
Dimos a los guardianes las mantas y Dan sonrió agradecido, mientras Leví seguía con el ceño fruncido.
—Espero que no seamos una molestia— dijo Dan con amabilidad.
—No digas tonterías, hijo. Ya tenía ganas de que mi Angie trajera chicos a casa— bromeó.
Me cubrí la cara con el pelo, avergonzada. Mi abuela no era muy sutil para las cosas del amor adolescente y decía sin tapujos lo que se le pasaba por la cabeza. ¿Y todavía se extrañaba de que no llevara a nadie a casa?
—En fin, vais a disculpar a esta pobre vieja, pero ya no estoy para estos trotes. Me voy a descansar, que mi cuerpo me lo requiere. A diferencia de vosotros, los guardianes de tercera como yo tenemos que soportar el paso de los años sobre nosotros.
—Buenas noches, Abu. Gracias por esperarme despierta. Te quiero...
—Yo a ti también, mi niña— sonrió. Caminó con dificultad hasta su cuarto y cerró la puerta.
En seguida miré a ambos muchachos con recelo y ellos me miraron a mí. ¿Qué iba a ser de mí a partir de ese momento?
—Voy a avisar a Jake de que estamos aquí. Tengo que hacer un reporte del día de hoy— dijo Leví con frialdad. Se puso en pie y se apartó aun rincón del salón.
—Tenía ganas de conocer a tu abuela— confesó Dan con una sonrisa.
—¿A mi abuela? ¿Por qué?— su afirmación me pilló por sorpresa.
—Quería saber qué clase de guardiana era la que te había criado. No es fácil educar a un adolescente hoy en día y tú eres diferente de todas las demás, en parte, gracias a la educación que has recibido. Tenía que ser así, de otro modo no habríamos sido capaces de reconocerte.
—¿Que soy diferente? Yo sólo soy una chica del montón...
—¿Del montón? ¿Cómo te atreves?— frunció el ceño, pero en seguida sonrió. —Deberías tener más confianza en ti misma.
Bajé la mirada avergonzada y, sin darme cuenta, mis ojos se movieron involuntariamente hasta donde estaba Leví.
—¿Crees que ha vuelto a enfadarse conmigo?— susurré.
Dan lo miró también y se rió.
—No. Deja que se aclare con sus propias emociones. Lleva demasiado tiempo siendo un cara de palo.
Me puse en pie y me asomé por la ventana del salón. ¿Dónde podía estar Caleb? ¿Y si lo habían matado? Ese pensamiento me hizo estremecer. Estaba ahí, en algún lugar, y teníamos que encontrarlo. Según lo que había dicho Dan, podía estar en peligro.
—No lo encontrarás ahí— oí la voz de Leví justo detrás de mí y di un respingo.
—Lo sé. Estoy preocupada— respondí sin apartar la vista de las oscuras calles.
Reflejado en el cristal, pude ver la cara de Leví. Parecía triste.
—Entonces... ¿Caleb te contó lo que ocurrió?— preguntó. Al principio no sabía a qué se refería, pero su expresión melancólica me dijo que hablaba de nuestro pasado en común.
—Más o menos. Él me hizo tener un sueño acerca de algo que yo no recuerdo... como si fuera de otra vida.
—¿Qué te mostró?
Al recordar el instante antes de terminar el sueño, me sonrojé. Él casi me besó... ¿Cómo iba a hablar sobre eso precisamente con él?
—Me mostró el momento en el que nos dio la noticia de que seríais guardianes.
Bajó la cabeza y en el reflejo del cristal dejé de ver su expresión. Me giré y quedé parada frente a él. Estaba muy cerca, pero no se apartó. Parecía afligido.
—Creo que aquel fue el segundo peor día de mi vida— sonrió con tristeza.
—Me gustaría oír la historia— respondí sin quitar mis ojos de los suyos.
—Él me prometió que cuidaría de ti... Y lo peor es que yo sabía lo que pasaría cuando me fuera, pero me negaba a creerlo. Confié...confié en ti y en él... porque eso es lo que hacen los amigos...Confiar.
No siguió hablando. Se dio la vuelta y se fue, dejándome frente a la ventana y mirando cómo se iba.
—No sé qué hacer— murmuré más para mí que para ser respondida. —Por mucho que me esfuerce siempre consigo el mismo resultado. Yo no recuerdo nada de lo que pasó, no puede odiarme por algo de lo que no puedo defenderme.
—Angie—dijo Dan mientras estaba echado en el sofá y mirando su móvil distraído. —No te odia, te lo digo en serio. Si actúa como lo hace es porque se siente débil y eso es peligroso, tanto para ti,como para él. Un guardián debe ser siempre inmutable, y desde que te conoce es completamente inestable.
—Entonces ¿por qué lo han convertido en mi guardián? ¿No se dan cuenta de que le están haciendo sufrir?
Dan me miró unos instantes y sonrió.
—Nosotros no cuestionamos las decisiones que se toman en Gallasteria. Ellos saben mejor que nosotros lo que es bueno. Ven desde una perspectiva diferente y saben por qué hacen las cosas.
—A mí eso me suena a lavado cerebral.
—Es lógico que pienses así— se rió. —Pero si te das cuenta, viene a ser más bien como una relación entre padres e hijos. Un padre trata de buscar lo mejor para sus hijos y los obligan a estudiar y hacer cosas que ellos no quieren hacer, pero cuando crecen, están agradecidos porque un día sus padres se esforzaron por procurarles lo mejor. En Gallasteria ocurre igual. Nuestro Gobernante sabe lo que es mejor para nosotros y si quiere que Leví pase por esta experiencia, es por algo.
Lo que decía tenía sentido, pero no me gustaban esos métodos.
—Creo que será mejor que me vaya a dormir. Es tarde— murmuré cansada. Había sido un día largo y necesitaba que acabase ya.
—Buenas noches, peque.— Dan me dio un beso en la frente y se volvió a echar en el sofá, cubriéndose con la manta que le había traído mi abuela.
Me metí en la cama y después de un par de vueltas, logré conciliar el sueño. Aquella noche volví a soñar y, como el otro día, sentía que era real, como si no fuera un sueño.
Al principio pensé que podría tratarse de Caleb, intentando mostrarme algo en sueños y lo busqué preocupada, pero no tardé en darme cuenta de que todo se veía diferente. No me sentía tan cómoda como en el otro sueño. Tenía una extraña sensación de miedo inexplicable que llegaba a cada rincón de mi ser, como cuando había cerca un desterrado. Miré en todas direcciones y, aunque se trataba de la misma ciudad, todo estaba más oscuro, como en un eterno crepúsculo, pero la noche nunca terminase de llegar. Tenía algo de frío y en un vano intento por entrar en calor, me froté los brazos con las manos.
Me sentí sola y abrumada. Busqué a Caleb, a Leví o a Dan por todas partes, pero no había nadie a mi alrededor. Quería salir de allí, escapar de aquel sentimiento de soledad que me quemaba por dentro. Eché a correr por las bellas pero frías calles. No sabía exactamente por qué caían lágrimas de mis ojos, pero no podía dejar de hacerlo. Era superior a mí. Como si la tristeza impregnada en aquel lugar me afectase.
A lo lejos divisé una silueta. Una persona parada en medio de la calle. Corrí en su dirección, pero no importaba cuánto corriera, siempre estaba lejos. Me detuve para tomar aliento y cuando iba a emprender de nuevo la marcha, apareció delante de mí, como si se tratase de un fantasma.
—Tú... —reconocí en seguida al extraño que había visto en la calle. Intenté huir en dirección contraria, pero fue inútil. Cada vez que me giraba, él aparecía frente a mí.
—Te esperaba— su voz sonó hueca. Rechinaba en mis oídos como el arrastrar de unas uñas sobre la pizarra— Hace mucho tiempo que te buscaba, han sabido esconderte bien, y aparentemente te ha ido mucho mejor que a mí— me repasó con la mirada desde la cabeza a los pies tomándose más tiempo en unas partes que en otras. Me cubrí aterrada— Es una lástima que tanto esfuerzo no sirva para nada. Al final siempre te encuentro.
De nuevo intenté huir, pero un intenso dolor empezó a quemarme por dentro y caí al suelo.
—Esto no es más que un aviso. Sólo acabamos de empezar el juego y pienso divertirme, así que, no te preocupes, no morirás esta noche— el dolor se acentuó y empecé a gritar. Era como si todos mis órganos internos explotasen.— Aunque cuando el auténtico juego haya comenzado, el dolor que sientes ahora no será nada y rogarás porque haga venir la muerte sobre ti. Empezaré con todos los que te importan y tú serás la culminación de mi obra.
Empezó a reír, pero más que carcajadas, sonaba como los ladridos de un perro moribundo. Me dio pavor oírlo.
Él desapareció, pero el dolor no cesaba y cada vez que tomaba aire, se volvía más intenso. Creo que me atrevo a decir que llegó un momento en que deseé morir de verdad para acabar con el dolor.
Entre sudores y jadeos me desperté con un grito. Miré a mi alrededor y estaba en mi cuarto. Me puse la mano en el pecho al recordar el horrible dolor que había sentido, pero había desaparecido sin dejar rastro, como si nada hubiese ocurrido. Sólo el frío que sentía y el pánico en mi interior me recordaban que aquello no fue sólo un sueño.
Enseguida entró Leví a la habitación con la cara descompuesta.
—¿Estás bien? ¿Qué te ha pasado?— preguntó nervioso.
—Era él... en mi sueño...— dije respirando con dificultad.
—¿Él? ¿Quién?
—Ese desterrado...
El rostro de Leví palideció. Sin mencionar palabra, se fue del cuarto para volver segundos después con la manta con la que se cubría y un cojín. Se echó en la alfombra que había frente a mi cama y se tapó.
—Espera... ¿Qué crees que estás haciendo?— empecé a protestar.
—¿Qué quieres que haga?— contestó alterado.
—No lo sé, cualquier cosa que no sea dormir en mi cuarto me parece bien.
De nuevo resopló y siguió acomodándose.
—Tengo que vigilarte más de cerca. A pesar de nuestros esfuerzos por mantenerte lejos de los desterrados, consiguen burlar nuestras defensas y colarse en tus sueños. Si no estoy más atento, podrían llegar a matarte.
Me estremecí cuando lo oí decir eso. Pensar que, si aquel ser repulsivo hubiera querido, me podría haber matado ya, me llenaba de pavor. Estaba aterrada. Pero por otro lado, él sólo quería protegerme. No podía dejarlo tirado en el suelo, como si fuera un perro a los pies de mi cama. Lo observé moverse de un lado para otro intentando acomodarse al suelo y me sentí culpable.
—Leví...—murmuré bien bajito.
—¿Qué quieres ahora?— contestó exasperado.
—Puedes dormir aquí arriba... si quieres.
Alzó la cabeza sorprendido, e incluso, si hubiera más luz, habría jurado que se había sonrojado. Volví a pensar en la invitación que había hecho y me arrepentí, pero ya no podía echarme atrás.
—Pero no puedes entrar debajo de mi manta— le advertí.
—Sí, por supuesto— respondió mientras se echaba de un salto sobre mi cama.
Me giré para darle la espalda. ¿Cómo habíamos llegado a eso? Prácticamente acababa de conocerlo y ya lo tenía en mi cama. ¿En qué lugar me dejaba eso? ¿En qué me estaba convirtiendo? Mi corazón martilleaba tan fuerte que, por un momento pensé que me rompería las costillas. Seguro que podía oírlo. Por un segundo me vino a la cabeza el casi beso que no nos llegamos a dar en aquel sueño... y ahí estaba él. A mi lado... Estaba a punto de volverme loca. ¿Y si él intentaba algo durante la noche? ¿Y si lo intentaba yo?
—Gracias —susurró de repente cortando todos los pensamientos estúpidos que me rondaban la cabeza. Sonreí. Al final no parecía ser mal chico.
—Gracias a ti por cuidar de mí a pesar de todo.
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