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Capítulo 4

Entré en casa y el dulce aroma de bizcocho me dio la bienvenida. Eso sí que era extraño. Mi abuela sólo cocinaba bizcocho cuando teníamos visita o si tenía malas noticias que darme.

—¡Abu! ¿Todo bien?— exclamé desde la entrada mientras me quitaba la chaqueta y la mochila. —¿Celebramos algo o tenemos visita?— me senté en la mesa para comer el plato que mi abuela había dejado preparado para mí.

—Ah, hola, mi niña. No te he oído llegar. Si que te has retrasado hoy.—Mi abuela se acercó a mí con cara de alegría y me agarró por los hombros sonriente. No. Hoy era uno de esos días. Había perdido el norte del todo.

—¿Estas bien, Abu?

—Sí, claro.

—¿A qué se debe el bizcocho?

—Sólo quería celebrar el comienzo de una nueva etapa en nuestra vida. Una etapa que no va a ser fácil, pero que valdrá la pena— mi abuela se emocionó y sus ojos se llenaron de lágrimas. Me preocupé un poco, pero no dejó de sonreír.— Llevo esperando este momento desde hace muchos años.

—¿A qué te refieres?

—Sé fuerte, mi niña— me agarró las manos y las estrechó con la escasa fuerza que le quedaba—. No tengas miedo. Afronta el porvenir con amor y una sonrisa y no temas abrir tu corazón. Así todo será más fácil, pues es cómo reacciones a la adversidad y no la consecuencia de ésta lo que determinará la manera en que todo acabe. —me abrazó, me besó en la frente y, acto seguido, continuó trabajando en la cocina.

Me quedé estupefacta y la observé durante unos instantes hasta que me forcé a mí misma a reaccionar.

—Vaya... gracias Abu, creo— conseguí articular.

—¿Has tenido un buen día de clases?— preguntó como si unos segundos atrás no hubiéramos tenido un extraño episodio de demencia senil, aunque ya no estaba tan segura de poder seguir llamándolo así, después de haber visto y oído todas aquellas cosas de boca de tanta gente diferente.

—Sí. Bueno... ha sido todo un poco raro...

—¿En serio? ¿Qué ha pasado?— preguntó sin dejar de fregar todo lo que había ensuciado al preparar el bizcocho.

—La verdad es que no estoy segura. ¿Recuerdas que te dije que a Sarah le gustaba un chico?— mi abuela asintió— pues parece que ayer pasaron el día juntos y hoy la ha dejado. Ella estaba tan triste que se fue a casa más temprano y ¿sabes qué? El chico empezó a hablar conmigo como si tuviera algún derecho, después de romper el corazón de mi amiga.

—¿De verdad crees que Sarah tiene corazón para que se lo rompan? —bromeó mi abuela.

—¡Abu! No digas esas cosas de mi amiga.

—Lo siento, cielo. Continúa, por favor.

—Él me dijo que están buscando a alguien y que por eso pasaba tanto tiempo con Sarah, pues pensó que era ella la persona a la que buscaba... pero luego me dijo que tal vez podría ser yo... así que...— la cara de mi abuela me hizo dejar de hablar. Sus ojos se habían encharcado de lágrimas otra vez y le temblaba la barbilla.

—Te lo dije, te está buscando a ti— sonrió. —Creí que yo no viviría suficiente para ver llegar este día.

—¿De qué hablas?

—Angie, no debes apartarte de ese muchacho por nada del mundo, pero por favor, sé discreta. No queremos llamar la atención de energías negativas innecesarias.

—Abu, no entiendo nada... ¿Es que tú también estás metida en esas cosas?

—Lo entenderás. Ya lo verás.

¿Por qué hoy todo el mundo me venía con esa misma historia? Empezaba a estar molesta. Terminé de comer y tomé un trozo de bizcocho para comerlo en mi cuarto. Di un beso a mi abuela en la frente y me disponía a ir a estudiar.

—¡Angie! —me llamó mi abuela— La próxima vez que hables con ese chico, dile esta palabra: BATAUNTI.

—¿Ba... qué? ¿Qué significa eso?

—Tú díselo. Si es quien creo que es, sabrá lo que significa.

Asentí,pero no le di mucha atención. Me dispuse a ir a mi cuarto. Estaba agotada. Sólo tenía ganas de descansar. Había sido una mañana algo rara y todo aquello me agobiaba mucho. No podía quitarme de la cabeza la idea de que tanto Dan, como Mr. White y ese tal Leví eran algo más. Seres que se encargaban de protegernos, como una especie de ángeles guardianes. Me reí con mi propio pensamiento, aunque ala vista estaba que ya había sido protegida dos veces el día anterior.

Entré en el cuarto con un sonoro suspiro, cerré la puerta y me eché en la cama. Intenté relajarme un poco antes de empezar a estudiar, pero no podía. Cerré los ojos intentando dormirme y también me fue imposible. Vino a mi mente el recuerdo de aquel muchacho que había visto en el pasillo. De alguna manera también estaba conectado a Mr. White y los demás. ¿Quién sería? Mr. White había dicho que no era de este mundo...

Me senté en la cama, cuando algo insólito ocurrió. Casi me dio un infarto al ver parado frente a la puerta de mi habitación al chico misterioso que había visto en el instituto.

Puede que cualquier chica normal hubiera sonreído para intentar parecer coqueta, pero yo empecé a gritar y a tirarle cojines.

Entonces sonrió y las fuerzas se me fueron por completo. ¿Cómo podía ejercer tanto poder sobre mi cuerpo con sólo una sonrisa? Casi sentí rabia... pero sólo casi, porque si mi corazón latía con fuerza cuando estaba frente a los otros, este muchacho conseguía que me temblasen las piernas.

—Hola, Ángela— dijo con una voz tan melodiosa que sonaba como música en mis oídos.

—¿Por qué demonios sabes mi nombre? ¿Quién eres y qué haces en mi cuarto? Márchate si no quieres que llame a la policía— traté de parecer agresiva, pero creo que el rubor de mis mejillas me lo impedía.

—La verdad es que esto está ocurriendo diferente a como había imaginado— se puso la mano detrás de la cabeza y de nuevo sonrió, provocando, otra vez, que mi corazón latiera como el aleteo de las alas de un colibrí.— Realmente no te acuerdas de mí, ¿cierto?

Lo miré de arriba a abajo. Iba vestido con ropa clara, en tonos beige y blanco, le hacía parecer más blanco de piel todavía y su pelo, tan claro que cerca quedaba de ser blanco, daba la sensación de que acababa de salir de un cubo de lejía.

Sus ojos me miraban con cierta fascinación. Entonces me fijé que eran de color gris, casi diría que plateados. Nunca habría podido olvidar una cara como esa ¿De qué me conocía?

—Me resulta raro, pero me presentaré. Mi nombre es Caleb y estoy aquí para protegerte.

—¿Para protegerme? ¿Tú también? ¿Pero qué demonios está pasando aquí? Esto tiene que ser una broma. ¡Sarah, si es idea tuya, no tiene gracia!— alcé un poco la voz esperando a que mi amiga saliera de su escondite, pero nada pasó. Tal vez fue mi abuela quien lo invitó. Últimamente estaba muy preocupada porque no salía con chicos. Tal vez por eso había organizado esto y estaba preparando el dulce...

—Tu abuela y tus amigas no tienen nada que ver con esto. Te estoy diciendo la verdad— hizo un amago de querer poner su mano sobre mi hombro, pero no llegó a tocarme.

—En ese caso, empieza por explicar qué estás haciendo aquí, en mi habitación.

—Ángela, ya los has sentido ¿verdad?

—¿A quiénes?

—A los desterrados. Cuando ellos están cerca sientes frío y tus peores temores se apoderan de tu corazón. Una concentración de energías negativas los envuelve y el cuerpo físico reacciona a ellas con miedo, odio, tristeza...

—¿Cómo puedes saber eso? — murmuré sorprendida.

Sonrió con tristeza.

—Porque ellos son muy reales y existen en este mundo para hacer el mal. Tú eres especial y por tanto eres un objetivo muy importante para ellos. Quieren destruirte.

—¿Como el taxista que intentó hacerme daño?

—Exactamente. Ese pobre hombre estaba tan absorbido por la influencia de los desterrados que ya no diferenciaba lo que está bien de lo que está mal. Por suerte logré que un guardián estuviera allí para salvarte.

—¿Pero por qué no viniste tú si estabas ahí?

—Es complicado, Ángela. Los desterrados son seres incorpóreos, como yo. Puedo protegerte de ellos, pero cuando se trata de una persona influenciada por ellos, es necesario que un guardián esté ahí.

—¿Incorpóreo? ¿Qué eres?

—Soy un Guardián, Ángela. Tu Guardián.

—¿Como un ángel de la guarda?— No podía creer que lo hubiera dicho en voz alta.

—En el pasado se nos llamó así, aunque no estoy de acuerdo con el matiz religioso que se le acabó dando. Sin embargo, ahora la gente ha dejado de creer en todo lo que no puede ver y han perdido la esperanza, convirtiendo el mundo en un banquete para los desterrados, que se ceban con todas las energías negativas que esa desesperanza produce. Estamos en este mundo para proteger y ayudar a las personas a lograr su misión en la vida.

Eso era exactamente de lo que hablaban los padres de Elisa sobre la gente que protegía. Me sentí culpable, yo era una de las que había dejado de creer y me entristecí. Me había dejado llevar por las modas del mundo sin pararme a pensar en qué era verdad o no. Sin dejar que mis sentimientos guiaran a mi corazón.

—En el fondo de tu corazón siempre lo supiste, pero no te permitimos creer en ello para no llamar la atención de los desterrados sobre ti.

—Espera un segundo. ¿Estás diciéndome que hay alguien que me ha hecho pensar como pienso o ser como soy? ¿Quiénes sois?

—No es exactamente así. Eres tú misma, pero influimos en tu pensamiento cuando es necesario protegerte. Has vivido escondida junto a una guardiana mortal todos estos años y sólo yo conocía tu paradero. Pero ahora él te ha encontrado y debemos aumentar la seguridad a tu alrededor.

Cuando usó la palabra "encontrado", pensé en aquel hombre que había quedado borrado de mi mente. Me había esforzado por convencerme de que había sido una alucinación.

—¿Te refieres a ese tipejo que vi en la calle y que me asustó tanto?

—Así es. Él es Azariel. Uno de los más peligrosos y agresivos que conozco hasta ahora. Fue el que acabó con la vida de tus padres.

—¿Qué? ¿De qué hablas? Mis padres murieron en un accidente de coche— el corazón se me aceleró y una enorme tristeza me invadió.

—Eso es cierto, pero hay detalles que no se te han contado, como que su muerte fue planeada por Azariel. Él hizo que el ciervo se parase en medio del camino en un punto en el que no podía ser esquivado.

—¿Qué estás diciendo? ¿Acaso se podría haber evitado su muerte?

—No se podía. Eras tú o ellos.

—¿Y quién decidió que yo tenía que vivir y ellos no? —dije empezando a sentir que las lágrimas brotaban de mis ojos.

Caleb suspiró triste.

—Ojalá pudiera abrazarte para consolarte, pero es imposible— me miró a los ojos y se forzó a sonreír.— Angie, yo estuve allí y te salvé. Intentaron acabar contigo también, pero logré salvarte. Tristemente no pude hacer lo mismo con tus padres.

Me sequé las lágrimas, tomé aire y me esforcé por echar la tristeza de mi corazón. Hasta aquel día, nunca había llegado a estar realmente afectada por la muerte de mis padres. Yo no era más que un bebé y no tenía ningún recuerdo de ellos, aparte de las fotos que mi abuela guardaba o las historias que me contaba.

—Esa es mi valiente Angie.— Caleb sonrió orgulloso de mí.

Entonces caí en la cuenta de algo que no me había percatado hasta ese momento. Él era la voz de mi cabeza.

—Me alegro de que empieces a reconocerme.

—No sé si es cosa mía, pero tengo la sensación todo el tiempo de que estás contestando a mis pensamientos.

—Así es. Tu mente para mi suena tan alto y claro como tu voz.

—¿Qué? Imposible— Me enrojecí inmediatamente. Recordé todas las cosas bobas que había pensado sobre él y me dio muchísima vergüenza. Me cubrí la cara con ambas manos y le di la espalda.

—No te preocupes, ni te imaginas las cosas que he llegado a escuchar por ahí— su voz sonaba ahora frente a mí.

—Entiende que todo esto, así, de repente, es difícil de asimilar para mí...

—Lo entiendo. No tienes de qué preocuparte.

De nuevo percibí su deseo de poder abrazarme, consolarme... Me trataba con mucha familiaridad, como si ya nos conociéramos de antes. Por eso había preguntado si no me acordaba de él.

—¿De qué nos conocemos, Caleb? ¿Por qué no te recuerdo?

—En realidad nos hemos visto muchas veces, pero nunca te he permitido recordarlo, para poder protegerte.

—¿Has manipulado mis recuerdos?— pregunté espantada. —¿Qué demonios pasa con vosotros manipulando a la gente?

—Los recuerdos son algo que siempre está ahí, pero se almacenan en un lugar del cerebro donde, si no ocurre algo particular que te ayude a recordar, los acabas olvidando de manera natural. Nosotros únicamente ocultamos los que pueden ponerte en peligro, pero no desaparecen.

—Esto no es justo, borras recuerdos, lees la mente... tienes demasiada ventaja sobre mí. ¿Y qué más cosas he olvidado?

Él me miró con intensidad y sonrió.

—Hace mucho tiempo, en un mundo parecido a este, tú y yo no éramos tan diferentes. Éramos mucho más que amigos— por un segundo me pareció ver un pequeño rubor en sus pálidas mejillas, el cual produjo un efecto similar en mí. ¿Yo? ¿Más que amiga de alguien como él?

—Deberías tenerte en mejor estima— sonrió. Su mirada intensa me fundía como un cubito de hielo en una freidora, sin embargo no era capaz de apartar la mirada.

—Mi abuela me contaba esas historias cuando era pequeña. Siempre había pensado que sólo eran cuentos y que en los últimos años había acabado por perder la cabeza y creerse sus propios cuentos. Ahora resulta que todo es verdad y la loca soy yo. Esto es...— me aparté el pelo de la frente, desbordada por todos los sentimientos que estaba experimentando. No encontré una palabra para definirlos.

—Es la verdad— terminó mi frase.

—Pero la verdad me da miedo.

—No temas sólo porque no la recuerdas. Ese es uno de los grandes errores que ha cometido la humanidad a lo largo de la vida: temer lo que no entiende. Tu vida antes de venir aquí era hermosa y tenías a mucha gente que todavía hoy te sigue amando mucho. Eras feliz y nos encargábamos de que así fuera.

—No puedo evitar darme cuenta de que hablas en plural— pregunté curiosa.

—Por supuesto. Muchos de los amigos especiales que conoces aquí ya eran especiales antes de venir a la Tierra. Y los más especiales acabaron convirtiéndose en tus guardianes.

—Y... ¿Cómo de especial era nuestra amistad?

—Estábamos muy unidos, pero tuvimos que separarnos para cumplir nuestras distintas misiones— apartó la vista unos segundos, para luego volver a mirarme con vehemencia—, sin embargo, hice una promesa antes de que partieras y la voy a cumplir, pase lo que pase.

Su voz se quebró al terminar la frase.

—¿Qué promesa?— se volvió a dibujar una dulce, aunque débil sonrisa en su rostro, pero no contestó.

Escuché que alguien llamaba a la puerta y me sobresalté. Me levanté para abrir con cautela, por si Caleb era descubierto en mi cuarto y mi abuela ponía el grito en el cielo, pero cuando volví a buscarlo con la mirada, ya no estaba.

—Angie, ¿estás bien?— preguntó mi abuela asomando la cara por la puerta.— Me parece haberte oído gritar.

—Sí, yo...— me quedé sin palabras y mi abuela sonrió.

—Te dejo, para que estudies, mi niña.

Caleb no volvió a mi cuarto aquella noche, pero de algún modo sabía que él estaba ahí, cuidando de mí.

—No sé si puedes oírme ahora, pero desearía poder saber sobre ese otro mundo del que me has hablado. Ojalá pudiera recordar...— me sentí tonta al hablar sola. Tendría que cambiar muchas cosas en mi manera de pensar para acabar creyendo en todo lo que acababa de vivir.

Concentrarme para estudiar se convirtió en un imposible, después de todo, ¿para qué lo hacía? ¿Qué futuro nos esperaba? ¿Y si todos los que pretendían protegerme no eran capaces de vencer a ese tal Azariel? Parecía un enemigo formidable y peligroso y eso me asustaba. Deseé poder entender qué le había hecho para llegar a esa situación. De todas maneras no entendía nada sobre los desterrados. ¿Quiénes eran? ¿De dónde venían? ¿Por qué nos hacían daño?

Volví a recostarme en la cama y, sin darme cuenta, acabé por quedarme dormida.

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