Capítulo 35
Azariel nos observaba burlón, mientras nos rodeaba inclinando la cabeza hacia un lado.
—Vaya, vaya, vaya... ¡Qué grupo tan encantador! ¿Recordando viejos tiempos? No os importará si me uno, ¿no es así?
—Maldito Azariel... —gruñó Leví.
—¿Y bien? ¿Qué os ha parecido mi obra de arte? Todavía me quedan las pinceladas finales, pero casi he terminado —sacó la lengua, disfrutando de la imagen mental que le producía.
—¡Ciro! —lo llamé. —No sigas haciendo esto. —Él dejó de sonreír inmediatamente.
—Hacía mucho tiempo que nadie me llamaba así... —entrecerró los ojos, mientras me miraba con curiosidad, pero en seguida su boca se curvó hacia abajo. —Y me da asco.
Alzó la mano y, aunque no me tocó, sentí un golpe que me empujó hacia atrás, chocando con el tronco de un árbol. Noté mis costillas arder de dolor cuando alguna pareció fracturarse por el golpe.
—¡Angie!— exclamaron los guardianes. Leví trató de correr hasta donde estaba tendida, pero Azariel se lo impidió.
—¿Dónde crees que vas, infeliz? —levantó un muro de ramas y piedras entre nosotros dos, impidiéndole llegar a mí. —Tú y yo todavía tenemos una conversación pendiente, Amira, así que espera, mientras me hago cargo de ellos.
—¡No! —exclamé desesperada.
Me puse en pie, ignorando el terrible dolor en mi costado y traté de rodear ese muro que había levantado entre nosotros. No podía permitir que les hiciera daño. Tenía que protegerlos.
Escuché los golpes de la pelea. Potentes rayos salían disparados en todas direcciones, lanzando árboles por los aires y quemando vastas extensiones de bosque.
—¡Leví! —lo llamé, intentando subir el muro de ramas, pero el dolor no me permitía hacer fuerza para elevar mi cuerpo.
Muy cerca de donde yo estaba, un rayo de luz alcanzó el muro, abriendo un paso hacia la lucha. Con dificultad corrí hacia allí y, espantada, vi cómo Azariel se enfrentaba a los tres guardianes al mismo tiempo, casi sin esfuerzo. Dan estaba herido en el suelo, mientras el desterrado sostenía a Caleb del cuello y éste se debatía por soltarse. Con la mano que le quedaba libre, se defendía de los ataques de Leví. Era rápido y demasiado fuerte a causa de los kifos, que le otorgaban un poder descomunal... entonces se me ocurrió que si su poder provenía de ellos, tal vez yo podría lanzar mi onda expansiva y debilitarle lo suficiente como para que los guardianes pudieran con él.
Mientras pensaba en esto, vi que Azariel golpeaba a Leví, lanzándolo hacia atrás y chocando con un árbol que había cerca. Tenía que actuar inmediatamente o podría perderlos a los tres.
No lo pensé ni un segundo. Crucé los brazos delante de mí y la familiar onda expansiva salió disparada, sin embargo, esta vez no fue tan poderosa como otras veces. ¿Y si al haber limpiado a Leví había gastado la energía que me quedaba? Para colmo, el retroceso, aunque más débil, hizo que mi costado se resintiera mucho más.
Azariel posó sus ojos en mí molesto y soltó a Caleb, dejándolo caer desfallecido en el suelo.
—Amira, Amira... ¿Estás siendo traviesa? Estas cosas no se hacen, puedes hacerte daño.
En un abrir y cerrar de ojos de paró frente a mí y yo caí hacia atrás sobrecogida por su inmenso poder.
—Sé lo que intentas, pero no va a funcionar conmigo, portadora de la llave —dijo inclinándose hasta ponerse a mi altura. —Ya no soy el mismo de antes. Gracias a esos ridículos guardianes del instituto, pude obtener el poder de Behemoth y ahora, toda la luz ha desaparecido de mi interior.
—No es cierto. Sé que todavía hay algo de Ciro en ti.
—Eres tan ingenua que me produces arcadas —negó arrugando la nariz.—¿Todavía crees que esto es por ti? —Una carcajada llena de sorna me hizo estremecer. —Eres más vanidosa de lo que creí. No. Esto no es por ti, aunque debo admitir que sí empezó por tu culpa.
Azariel me acarició la mejilla, pero me empujó hacia un lado, arañándome con la afilada uña de su dedo pulgar y haciéndome sangrar.
Si no podía lanzar una onda expansiva, ¿Qué me quedaba? ¿Qué podía hacer para defenderme de él?
Leví se abalanzó sobre él por la espalda y lo agarró del cuello, pero, sin ninguna dificultad, Azariel lo tomó del brazo y se lo quitó de encima como si fuera un insecto. Cayó de pie en el suelo y corrió hasta pararse a mi lado, para asegurarse de que estaba bien.
Entonces Azariel alzó las cejas sorprendido.
—Vaya. No esperaba que fueras capaz de romper mi sello, Leví. —se rió.
—Tú me lo pusiste... —murmuró Leví, que parecía estar recordando algo mientras pasaba la mano por donde antes había tenido aquella marca oscura.
—Exacto. El día en que esa ridícula niña te rompió el corazón, yo estaba ahí, a tu lado, dispuesto a llevarte conmigo. Te puse una marca que debía haber ido corroyendo tu interior hasta oscurecer cada sentimiento, pero, para mi sorpresa, resististe, hasta que al final te has deshecho de él. —Azariel empezó a reír a carcajadas. —Oh, el amor. ¡Qué cosa tan poderosa...! y estúpida.
—¿Qué es lo que quieres? —inquirí desesperada. —¿Cuándo te vas a dar por satisfecho?
Azariel arrugó la frente molesto.
—¿Sabes? nunca lo había pensado. —Inclinó la cabeza hacia un lado mientras pensaba en mi pregunta. —Creo que no pararé hasta que haya destruido toda la obra de esos necios que creen que saben más que nadie. Que nos manipulan y nos convierten en sus marionetas para su propio provecho... —Azariel cerró el puño con rabia, para luego mirarme y señalarme con el dedo. —Una vez yo fui inocente y puro como vosotros, pero todo eso desapareció a causa de las mentiras y el dolor. Tú fuiste el desencadenante que me hizo abrir los ojos para ver este mundo de falsedad y artimañas secretas. Marou me engañó y me hizo desgraciado, y el Gobernante y su ciudad perfecta me desterraron para siempre por hallarme indigno de ellos. ¡Todos sois culpables! Por eso voy a...
Azariel guardó silencio, como si algo hubiera llamado su atención. Algo que nosotros no podíamos ver, pero que no le gustó nada. Alzó la mirada al cielo y, con fastidio, me miró de nuevo.
—Por ahora no te mataré, Amira. Quiero regodearme en tu sufrimiento, si no, esto no tendría gracia. Debo irme, pero no dudo que volveremos a encontrarnos... y entonces será la última vez.
En cuanto hubo dicho eso, desapareció, dejando un rastro de oscuridad en el aire.
Me estremecí al sentir una punzada de dolor en el costado, donde tenía la costilla rota y Leví, preocupado, me ayudó a ponerme en pie.
—¿Estás bien?
—Sí. ¿Cómo están los demás?
Corrimos a ver cómo estaban Dan y Caleb, que, para mi alivio, se encontraban bien, aunque algo magullados.
—Maldita sea, ese Azariel es demasiado fuerte para nosotros —se quejó Dan,mientras usaba su poder para sanar las heridas que tenía. —¿Te has dado cuenta de cómo nos ha dado una paliza casi sin pestañear?¡A los tres a la vez! Ha herido mi orgullo...
—Debemos darnos prisa. —apremió Leví inquieto —Tenemos que ir a la Torre Central, antes de que ocurra algo más. No me ha gustado cómo se ha ido Azariel. Estoy seguro de que todavía nos aguardan más problemas.
Mientras salíamos del bosque, no pude evitar lamentarme al ver el estado en el que había quedado, no sólo donde nos habíamos enfrentado a Azariel, sino en el bosque entero.
Me llené de horror al ver que el árbol gigante al que tanto aprecio le tenía, había sufrido graves daños y la barrera que protegía al bosque había desaparecido. Como consecuencia, los kifos habían logrado pasar y estaban destruyendo todo a su paso, incluidos a aquellos que, como nosotros, habían huido buscando refugio allí. ¿Cuánto dolor más tendríamos que aguantar hasta que Azariel dijera que ya era suficiente? No parecía estar saciado con nada y tampoco veíamos cómo podríamos detenerlo.
Al salir del bosque, vimos la casa de Mahkah, que estaba totalmente destruida. Mi primer pensamiento fue para Baruc y Carmi. No soportaría que les hubiera pasado nada.
Tampoco había conseguido encontrar a mis padres. Si los perdía ahora que los acababa de recuperar, jamás se lo perdonaría a Azariel.
En la parte más alta de la ciudadela, se erguía la que, en su momento, fue una hermosa torre de un brillante color blanco, pero que estaba rodeada por la oscuridad de cientos de kifos de todos los tamaños. Parecían buscar un recoveco por el que introducirse en ésta.
No había por dónde pasar sin exponernos ante los feroces kifos, que nos destruirían como al resto de habitantes de Gallasteria tan pronto como nos viesen aproximarnos.
—Maldita sea... —musitó Leví al ver el horrible panorama.
—¿Cómo vamos a llegar a la Torre? —pregunté inquieta.
—Tenemos que pensar en algo —exclamó nervioso. —Si no nos damos prisa, no quedará nada que salvar.
Leví dio varias vueltas de un lado a otro mientras se pasaba la mano por el pelo. Siempre que pensaba hacía eso.
—Tiene que haber algo que podamos hacer. Si queremos sobrevivir, tenemos que acabar con todos de un sólo golpe. La super onda expansiva debe ser lanzada desde la Torre, no hay otra manera—dijo Dan derrotado, sin apartar la mirada de la Torre.
—Pero la última vez que intenté lanzar la onda con Azariel, apenas le causé daño — protesté. —Creo que gasté mucha energía al limpiar a Leví. ¿Y si no soy capaz?
—Angie...—Dan abrió los ojos espantado y agarrándome de los hombros incrédulo —¿Me estás diciendo que has consumido toda tu energía?
—Eso creo...
Dan se sentó en el suelo derrotado, apoyando los brazos en sus rodillas encogidas. Gruñó mientras se estiraba, quedando tendido de espaldas y cubriéndose la cara con ambas manos.
—¡Lo siento! ¿vale? No creí que esto pasaría. —intenté defenderme.
—Está bien, Angie, no te preocupes. —Leví agarró mi mano.— Descansa un poco. Si es necesario transmitiremos nuestra energía a tu interior, aunque admito que no será lo mismo.
—Eh, chicos, puede que haya una forma de llegar a la Torre, —dijo Caleb pensativo mientras observaba a su alrededor. —Antes de ir a la Tierra, me entrenaban en la oficina del patriarca para ser incorpóreo. Allí vi que tienen un kazrefti enorme que comunica con la sala de juntas de la Torre. Al ser más grande, puede que funcione.
—¡Tienes razón! —dijo Dan de repente incorporándose. —Estamos en Kadeer y la oficina del patriarca está aquí mismo. —señaló un pequeño edificio que estaba al otro lado de la calle.
Esperanzados, corrimos hasta allí, pero un enorme kifo nos cortó el paso.
—¡Cuidado! —escuchamos una voz proveniente de un edificio cercano.
—¡Carmi! —llamé a la joven, que ya no se veía tan joven. Había recuperado su apariencia de adulta.
Lanzó varios ataques de energía al kifo que, lentamente, se giró hasta quedar mirándola. En ese momento, Leví aprovechó para sacar su espada, que se veía más grande y luminosa que antes. De un salto se posó sobre la cabeza del enorme monstruo y clavó la espada. El grito del espectro nos hizo estremecer, y entonces Leví se dejó caer hacia un lado, cortándolo por la mitad. En seguida se desvaneció en una niebla oscura y desapareció.
—¡Angie! ¿estás bien? —Carmi corrió hasta mí y me abrazó con fuerza. —Cielos, no puedo creer que todavía estés viva. Todos están muertos, o tratando de defender la Torre Central. Es como una pesadilla.
—Tenemos que entrar en la oficina del patriarca para llegar a la Torre a través de su Kazrefti —la informé. Ella arrugó la frente preocupada.
—¿Para qué vais a ir allí? Tenéis que volver a la Tierra. Aquí moriréis.
—La Tierra también está destruida —dijo Dan negando con la cabeza. —Si no acabamos con el mal desde aquí mismo, no habrá más paz para la humanidad.
—Pero los Kazreftis están debilitados. No podrán usarse como portales.
—Angie tiene que llegar a la Torre central —apremió Dan. —Desde allí ella podrá acabar con todos los kifos de un sólo golpe.
—¿En serio? —Carmi me miró sorprendida, pero para mi asombro, asintió.—En ese caso... —Pensó unos instantes antes de hablar. —Venid conmigo. Os llevaré hasta el kazrefti del patriarca.
Entramos en el edificio, que, seguramente, antes de la guerra, debió ser un lugar muy hermoso. Había paredes de cristal rotas por todas partes y en el centro, lo que parecía ser una recepción, también hecha de cristal, totalmente destrozada. Detrás del mostrador se veía el cadáver de una muchacha de cabellos rojizos. Los guardianes se lamentaron profundamente cuando la vieron allí tendida y eso no hizo más que avivar sus ganas de acabar con aquello cuanto antes. Toda la gente que una vez habían conocido ahora estaba muerta y ya no quedaba casi nadie.
Caminamos por un pequeño pasillo que nos llevó a una puerta doble de color blanco, como todo allí. Carmi la abrió apremiante y rodeó el escritorio que había en el centro de la sala hasta pararse frente aun espejo enorme, donde vi que no nos veíamos reflejados.
—Maldita sea —musitó Dan al ver el kazrefti. —Está igual que los demás. Pensé que tal vez podría funcionar.
Carmi apoyó ambas manos sobre el cristal, y palpó en varios puntos, como si estuviera buscando algo.
—Bien, chicos, ¿preparados?
—¿Qué vas a hacer? —inquirió Leví.
—¿Qué crees que voy a hacer? Voy a intentar que esto funcione.
—Pero si conectas tu energía con la red de Gallasteria, puede que no sobrevivas.
—¡Lo sé! Pero no hay otra forma —exclamó ella.
—Tiene que haber otra forma —supliqué angustiada. —No quiero que muera nadie más.
Carmi suspiró y puso las manos sobre mis dos hombros.
—Amira, debo hacer esto. Cuando todos huyeron, yo sentí que debía permanecer aquí, esperando. No supe por qué hasta que os vi correr por la calle delante de ese kifo. Déjame cumplir con mi cometido. —Me abrazó y, con lágrimas en los ojos, volvió a colocar las manos sobre la superficie impoluta del cristal.
Cerró los ojos y sus manos empezaron a iluminarse. Su frente estaba contraída a causa del dolor, mientras la luz se iba intensificando, llenando todo el cristal.
—Vamos, chicos. Tenéis que pasar ahora —dijo con dificultad.
—Carmi... —la llamé desesperada. Ella tenía que venir con nosotros. Tenía que salvarla a ella al menos.
—Angie, quiero contarte algo... —musitó débil. —Justo antes de que todo esto empezara, recibí mi misión para bajar a la Tierra. Tiene gracia, —se rió —porque voy a nacer como hija tuya...
—No, Carmi... No puedes sacrificarte aquí —lloré. —¡Debes vivir!
Caleb y Dan atravesaron el cristal, y Leví, tomándome de los hombros, empezó a empujarme para que yo también entrase. Cuando pasé junto a Carmi, ella me miró y se esforzó por sonreír, pero había palidecido. Sus pómulos habían empezado a marcarse, como si se estuviese consumiendo, no sólo su energía, sino también su cuerpo.
—¡No! —Intenté agarrarla de la mano para detenerla, pero Leví me llevó hasta el interior del cristal.
Cuando hube atravesado el cristal, me giré y la vi, al otro lado, caer desmayada. En ese momento el cristal se volvió opaco de nuevo.
—¡Carmi! —exclamé llorando desesperada, golpeando el cristal con el puño, pero ella ya no estaba ahí.
¿Mi hija? Un terrible pesar cayó sobre mi corazón. Si Carmi muriese sin haber llegado a pasar por la Tierra, no me lo perdonaría nunca.
—Carmi se ha sacrificado para que podamos hacer esto, peque —dijo Dan abrazándome, también con lágrimas en los ojos. —Hagamos que su sacrificio haya valido la pena.
—Lo haremos —sentencié con determinación mientras me secaba las lágrimas. No era momento de llorar, sino de avanzar.
Estábamos en una sala que tenía una mesa redonda y varias sillas a su alrededor. Esa debía ser la sala de juntas de la Torre, pero no había nadie allí. Había varias puertas, una en cada pared, pero no había ventanas.
—¿Qué tienes pensado, Dan? ¿Dónde tenemos que ir? —preguntó Leví mientras intentaba abrir una de las puertas, sin éxito.
Dan y Caleb fueron hasta dos de las otras puertas, pero también estaban cerradas. La cuarta puerta era la única que nos permitió el paso y al abrirla, encontramos a algunas personas, entre los que reconocí a Baruc y a Amón, concentrados, con las manos sobre unas esferas de cristal. Sentí alivio al ver que Baruc estaba bien, aunque, como había pasado con Carmi, empezaba a verse cansado.
Por el suelo había cuerpos de personas que parecían sin vida. ¿Acaso la muerte y la destrucción ya estaba llegando allí?
—¿Qué hacéis aquí? —inquirió de repente una voz de mujer.
—¡Sela! —exclamó Dan al ver a una mujer que se aproximaba a nosotros sorprendida. —Traemos a Amira. Ella nos ayudará en la defensa de la ciudad.
—¿Amira? —dijo Baruc de repente, consciente de que estábamos allí. —Mi niña, ¿qué haces aquí?
—Baruc. —Fui corriendo hasta donde él estaba y traté de agarrarlo de las manos.
—¡No me toques, Amira! —exclamó exaltado. La energía que estoy transmitiendo aquí podría consumir tu cuerpo en cuestión de segundos.
—Baruc, ¿qué ha pasado?
—Gallasteria ha caído al completo y las pocas personas que hay en la Torre somos los únicos que podemos defenderla.
—¿Sabes si mis padres están aquí? —pregunté inquieta.
—Me temo que no... —dijo cabizbajo sin apartar la mirada de su esfera. —Aunque no significa que hayan muerto. Ten esperanza, Amira. Seguro que están por ahí, escondidos. Nacor es fuerte y sabrá proteger a tu madre —sonrió. Sin embargo, su débil sonrisa me confirmó que no se creía lo que decía.
Me puse la mano en el pecho. Todo empezaba a ser demasiado doloroso. Había demasiada gente sufriendo. Demasiadas vidas perdidas.
—¿Jake pasó por aquí? —inquirió Dan, preocupado por no saber de su compañero desde que se separaron.
—¿Jake? —la mujer a la que Dan había llamado Sela sonrió sarcástica. —Trajo un libro endemoniado que lo único que hizo fue dar más poder a nuestros enemigos.
—Pero ese libro debía ser sellado.
—Hablas de sellarlo como si fuera algo fácil. —Se cruzó de brazos preocupada. —El único capaz de sellar un libro como ese es el Gobernante, que, por cierto, está encerrado en lo alto de la Torre. Ese maldito desterrado, Azariel, ha usado el poder del libro para encerrarlo.
—¿El Gobernante está prisionero? —se asombró Dan.
—Nosotros, los que estamos aquí, somos los últimos baluartes de la ciudad. Estamos esperando que el Gobernante consiga librarse de su prisión y acabe con todo esto cuanto antes.
—¿Y si eso no ocurre? —pregunté incrédula. —No podéis quedaros aquí, esperando a que Él haga algo. Debéis atacar.
La mujer me miró frunciendo el ceño.
—Si nos movemos de aquí, la Torre caerá. Debemos resistir cuanto podamos porque confiamos en el Gobernante.
Ver la desesperación de todos los que estaban allí, esforzándose por transmitir su energía a aquellas esferas que defendían la Torre me afligió. Todo dependía demasiado de mi poder, que ni siquiera sabía si iba a poder usar.
Una de las personas que sostenía una esfera cayó al suelo inerte y Sela fue rápidamente a ocupar su lugar, con expresión de aflicción en su rostro al ver a su camarada caído. No había tiempo de sufrir por los caídos. Sólo seguir adelante.
—Sela, necesitamos que utilices tu poder para renovar la energía de esta joven —dijo Dan mientras me ponía las manos en los hombros y me paraba frente a ella. La mujer lo miró confusa.
—Pero si suelto esta esfera, la Torre caerá y los que ya están agotados no podrán sobrevivir a la sobrecarga de energía.
—Amira tiene el poder suficiente para destruir a todos los kifos, pero su energía está debilitada. Debes curarla para que pueda acabar con todo de una vez.
Sela me miró sorprendida. No parecía poder creer lo que escuchaba, sin embargo, era como si algo dentro de ella estuviera diciéndole que debía hacer lo contrario de lo que su lógica dictaba.
—¿Eres tú? —preguntó la mujer de repente. —¿Tú eres...?
—Así es, Sela. —intervino Baruc. —Ella es la hija especial que nuestro Gobernante preparó para cuando llegara este día. Debes ayudarla.
Lentamente empezó a soltar la esfera, tras lo cual, el sufrimiento de las otras personas que sostenían las esferas, incluido Baruc, se incrementó. Puso sus manos, una en mi pecho, y la otra en la espalda. Observó a sus compañeros con lágrimas en los ojos y, tratando de acabar con eso cuanto antes, cerró los ojos para concentrarse. Sentí una oleada de calor directamente sobre mi corazón, que se fue extendiendo por todo mi cuerpo.
Uno a uno, los que sostenían las esferas fueron cayendo. Sela lloraba mientras sus compañeros iban muriendo al agotar su energía. Miré a Baruc, que me dedicó una última sonrisa antes de caer a tierra.
—¡Baruc! —lo llamé, pero era tarde. No quedaba nadie para seguir defendiendo la Torre. Todos los que había allí dentro iban a morir como el resto de la ciudad.
—Ahora, Amira —me dijo Sela con una inmensa angustia. —Ve y cumple con tu cometido.
La mujer me soltó y devolvió las manos a su esfera. En cuanto lo hizo empezó a gritar de dolor.
—Vamos, Angie. —Leví me tomó de la mano y me llevó a través de aquella sala donde sólo Sela seguía esforzándose por defender el último resto de la humanidad. Pude sentir el instante exacto en que cayó cuando toda la sala perdió el brillo de la energía de las esferas y se oscureció. Traté de mirar hacia atrás, pero Dan me lo impidió.
Cruzamos una puerta donde había una enorme escalera de caracol que rodeaba todo el contorno de la Torre por dentro. Era blanca, sin embargo, al asomarnos por el enorme hueco del centro, vi que la oscuridad había comenzado a subir por ésta. Kifos se agolpaban, subiendo a toda prisa y nos darían alcance mucho antes de que llegáramos donde estaba el Gobernante.
—Tenemos que subir —dijo Dan apremiante.
—Pero si no los detenemos, no vamos a llegar muy lejos —replicó Caleb señalando a los kifos que estaban a punto de llegar a nosotros.
—Los entretendremos nosotros —afirmó Dan con determinación mientras apretaba el puño. Me fijé que le temblaba un poco la mano. Caleb tragó en seco antes de asentir. —Leví. Lleva a Angie a lo alto de la torre y cuando haya llegado al mirador, que lance su onda expansiva. La recarga de Sela debe haber sido suficiente para que haga un ataque espectacular que acabe con todos.
—¡No! Dan... no me dejéis, por favor —supliqué. Él me abrazó.
—Confío en ti, Angie. No eres una niña que necesita ser protegida. Tú puedes salvarnos a todos.
Caleb también me abrazó.
—No dudes que puedes. Este es el momento en que demostrarás de qué estás hecha.
Asentí mientras me secaba las lágrimas. Leví miró a sus compañeros triste, pero no podía permitirse ni un segundo más para despedidas. Me agarró de la mano de nuevo para seguir subiendo.
—¡Leví! —gritó Dan. El aludido lo miró. —¡Agárrala para que no se golpee con el retroceso! —exclamó justo antes de empezar a bajar escalones.
—Dan... Caleb... —musité.
—Corre, Angie. Si nos damos prisa, podremos salvarlos a ellos también.
Decidida, empecé a subir detrás de Leví. No teníamos ni un segundo que perder. Corría sin pensar en nada más, ignorando el dolor que sentía en las piernas producido por el esfuerzo.
Cuando llegamos al último andar de la Torre, vimos a un Azariel sonriente, frente a una puerta blanca grandísima.
—Sí que os ha costado llegar hasta aquí —se burló mientras se aproximaba caminando despacio. —Es una pena que después de todo vuestro esfuerzo vayáis a morir, como todos los demás.
—Vamos a acabar contigo, maldito —dijo Leví apretando el puño con rabia.
—Eso sería interesante de ver —se rió. —Pero por desgracia para vosotros, lo único que se interpone entre vosotros y lo que pretendéis soy yo... y, ah, no lo voy a poner fácil. Creí que te habrías dado cuenta con el pequeño calentamiento que tuvimos en el bosque.
Leví hizo salir sus armas, que brillaban con fuerza. Azariel hizo un pequeño guiño molesto al verlas.
—Está bien, Leví. ¿Quieres jugar a los guerreros? Juguemos en igualdad de condiciones para que sea menos aburrido.
Azariel hizo salir de sus manos dos espadas de sombras, mientras miraba a Leví con una sonrisa maliciosa, pasándose la lengua por sus labios, como si el hecho de pensar en todo lo que nos iba a hacer le produjera placer.
—Angie, voy a enfrentarme a él.
—¡No! Te matará. Puedo hacer la onda y matarlo aquí mismo.
—No, Tú debes intentar abrir esa puerta. Allí está el mirador del que hablaba Dan.
—Pero casi todos han muerto. Ya no vale la pena seguir luchando.
Leví me agarró de las mejillas y me besó con dulzura. Luego apoyó la frente sobre la mía.
—No pienses en eso. Rendirte no es una opción. No vamos a permitir que él se salga con la suya, sin importar qué. Debes hacerlo porque te necesitamos y porque... yo te amo, y eso, después de todo lo que hemos vivido, es algo que no cambiará jamás, estemos donde estemos. Eso es lo que debes proteger.
—Leví...
—¡Me estáis dando ganas de vomitar! —exclamó Azariel hastiado. —Vamos, Leví. ¿Vais a dejar de cuchichear y vas a venir aquí?
Leví se puso en pie y, de nuevo, dejó salir sus armas. Corrió con fiereza hacia donde estaba Azariel y le asestó un golpe que le resultó difícil de detener, lanzándolo hacia atrás.
Cuando éste se puso en pie, sonrió, como si le hubiera resultado excitante haber encontrado algo con lo que divertirse un rato. Esta vez era su turno de atacar y se abalanzó sobre Leví a una velocidad que éste no pudo esquivar el golpe. Azariel le atacaba con ambas espadas al mismo tiempo, mientras Leví apenas podía frenar todos los golpes. Cada vez que le daba con una de ellas, aparecía una marca oscura sobre su piel.
Mi primer impulso era lanzar la onda y salvarle, pero él esperaba que siguiera adelante. Todos lo esperaban. Y cuanto más tiempo pasara, menos quedaría que proteger.
Corrí rápidamente hacia la puerta que Azariel defendía y traté de abrirla, pero estaba cerrada. ¿Qué podía hacer? Sólo quedaba ese último paso. Abrir la puerta. Entonces se me ocurrió algo. Miré mi mano. ¿Y si mi llave podía abrir más de una puerta?
Cerré los ojos y traté de concentrar mi energía en la mano. Ésta empezó a iluminarse y, en cuanto puse la mano sobre la manivela de la puerta, toda ésta empezó a brillar con luz propia.
—¡No! —exclamó Azariel que había puesto su atención sobre mí mientras sostenía a su adversario por ambos brazos.
Desesperado por detenerme, clavó una de sus espadas en el pecho de Leví que abrió los ojos con sorpresa, y lo lanzó hacia un lado de una patada. El cuerpo de Leví quedó completamente inerte sobre el suelo. No era posible. Eso no podía estar pasando otra vez.
—¡No! ¡Leví! —exclamé desesperada. La historia se repetía ante mí. Tanta gente perdiendo la vida y yo... Me temblaron las manos, pero no podía detenerme. Debía seguir adelante y darme prisa. Tenía que conseguir abrir la puerta. Era todo lo que me quedaba.
Grité sintiendo que mi mundo se desmoronaba. Apenas me quedaban fuerzas y Azariel estaba a punto de acabar conmigo también. Lo más fácil era dejar de luchar. No quería sentir más dolor. No quería seguir avanzando. Sólo quería llorar y unirme a Leví. No deseaba seguir viviendo si él no estaba conmigo. Giré mi rostro para ver la muerte llegar de frente, cuando percibí que el desterrado apenas se había movido del sitio en el que estaba.
No tenía idea de qué estaba pasando. Por alguna razón, todo a mi alrededor se había ralentizado muchísimo. Puede que se tratase del Gobernante ayudándome. Durante una fracción de segundo me pareció oir la voz de Leví diciéndome que siguiera adelante y sentí una sobrecarga de energía producida por la adrenalina. Debía aprovechar el tiempo que se me había brindado, pues no sabía cuánto duraría. Empujé la puerta con todas mis fuerzas y ésta se abrió por fin.
Con lágrimas en los ojos, caí de rodillas en el suelo. Miré hacia atrás y vi el rostro de Leví con la mirada perdida. ¿Había muerto? No era posible. No otra vez...
"Hola, Amira." Escuché la voz del Gobernante llamarme.
Alcé la mirada y vi, en medio de una sala blanca e iluminada, al Gobernante, que me miraba sonriente.
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