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Capítulo 31

ANGIE


Lo primero que sentí era que me picaba la nariz. Quería rascarme, pero mi cuerpo no respondía. Me esforzaba por mover la mano y ésta permanecía inmóvil. Escuché voces a mi alrededor. Voces que conocía y otras que no. Me pareció escuchar que hablaban de mí.

—¿Para qué se le ha otorgado ese poder, entonces? Es increíble cómo acaba con ellos de un plumazo.

Una voz conocida.

—¿Pero eres consciente de lo que se desgasta un cuerpo físico en Gallasteria? Si utiliza ese ataque allí, podría morir. No estoy dispuesto a sacrificar a mi niña por quienes nos dieron la espalda cuando nació.

Una voz desconocida.

—Quizá, si aprendiese a usar su poder, correctamente canalizado, con la ayuda de un medallón o algún otro catalizador, no resulte tan agotador para ella.

Una voz conocida.

—Maldita sea, con los guardianes que tiene no me extraña que haya acabado así. ¿Qué opinas tú, Leví? De los tres, pareces el único que tiene algo en el cerebro.

Un momento, ¿Qué nombre acababa de escuchar? ¿Había dicho Leví? Mi corazón se aceleró, pero seguía sin poder mover mi cuerpo.

—Tal vez, como ha dicho Caleb, deberíamos confiar un poco en ella y dejar que decida si quiere hacerlo, o si se ve capaz.

Esa era la voz de Leví. No había duda. Quería levantarme. Quería saltar a sus brazos. Lo habíamos conseguido. Él estaba ahí...Pero, ¿Por qué mi cuerpo no respondía? ¿Qué me había pasado? ¿Y por qué hablaban sobre mí como un arma?

—Si se parece un poco a su madre, sabes que lo hará sin plantearse que pueda haber otra opción.

Otra vez la voz desconocida, pero él sí conocía a mi madre... y tal vez a mí. ¿Era mi padre? Quería abrir los ojos para poder mirarle. ¡Era él! ¡Ahí mismo!

—En ese caso, esperemos a que despierte.

De nuevo escuché la voz de Leví. Tenía que recuperar el control de mi cuerpo. ¿Qué me había ocurrido? ¿Por qué estaba así? Vinieron a mi mente fragmentos de lo último que había vivido. De cómo cientos de Kifos nos daban caza y de mí salía un poder que los destruyó a todos. ¿Se referían a ese poder como arma para defender Gallasteria?

Lentamente y con mucho esfuerzo, conseguí mover un dedo. Concentré todas mis fuerzas en mover ese dedo de nuevo y cada vez era más fácil.

—¡Mirad! ¡Se está moviendo! —exclamó Leví, que agarró mi mano con más fuerza. —¡Angie! ¿Me escuchas?

Por fin, como si toda la energía de mi cuerpo se hubiera regenerado de repente, abrí los ojos y, frente a los míos, estaban los de Leví, que me miraba sonriente. Junto a él estaban mi madre, Dan, Caleb y... un hombre rubio con unos inconfundibles ojos verdes. ¿Mi padre?

—¡Angie! —Mi madre me abrazó. —Por fin te despiertas. Nos tenías muy preocupados.

—¿Qué ha pasado? —conseguí decir, entre abrazos. Intenté incorporarme, pero mi madre no me lo permitió.

—Debes descansar un poco más, hija.

—Estoy bien.

—No te hagas la fuerte. No es necesario. Entre todos podemos cuidar de ti.

El hombre rubio tomó mi mano y, con una gran sonrisa, la estrechó suavemente.

—Angie, estaba deseando poder conocerte —dijo con un nudo en la garganta producido por la emoción.

—Pa... ¿Papá?

Al oírme pronunciar esas palabras, su sonrisa se volvió más amplia todavía.

—Es raro, pero me siento como un padre primerizo que acaba de escuchar a su hijita llamarlo papá por primera vez —se rió.

—De hecho, eso es lo que acaba de pasar —puntualizó Dan.

—Vamos, Nacor. Déjala. La vas a avergonzar —bromeó mi madre.

Mis ojos buscaron a Leví, que se había sentado junto a Caleb para dejar todo el protagonismo a mis padres. Volví a incorporarme y me sentía extrañamente bien. Mucho mejor de lo que había estado nunca.

—¿Cómo...? ¿Cuándo...? ¿Qué ha pasado?—no sabía cómo formular la pregunta o qué quería saber primero, pero estaba feliz de haber encontrado a Leví.

—Un destello de energía llamó nuestra atención mientras salíamos a explorar —explicó mi padre. —Creo que me han dicho que fuiste tú.

—Te desmayaste cuando nos salvaste de los Kifos —musitó Caleb.

—¡Cierto! —insistió mi madre. —Deberías dejar de usar ese poder tan peligroso. Nos las arreglaremos sin necesidad de que te pongas en peligro.

Al mirar a todos a mi alrededor, me llamó la atención que en los cuerpos de Dan y Caleb podía ver una pequeña luz emanando de su pecho. Los demás no la tenían. Había un vacío en ellos. ¿Qué era eso que podía ver?

—¿Tienes hambre? —preguntó Dan. —Llevas bastantes horas sin comer y necesitas recuperar la energía que has consumido.

—Un poco. Gracias.

—Sólo tengo unas galletas de avena. Espero que no te importe.

—Eso estará bien... —no podía dejar de mirar esa luz que me desconcertaba.

Mientras comía, decidieron que esperarían un poco hasta que yo me sintiera lo suficientemente bien como para empezar a correr todos juntos hacia la puerta de salida y no parar hasta que estuviéramos otra vez en Stonehenge. Volveríamos por donde habíamos llegado y con la llave que yo portaba, la puerta se abriría de nuevo. O algo así me había parecido entender. El verdadero reto era atravesar el yermo sin mirar a los atormentados y sin ser consumidos por los Kifos. Dan explicaba a todos el plan a seguir, dejándome al margen. Al fin y al cabo, yo sólo era la que iba a abrir la puerta.

Miré mi mano y donde antes brillaba la marca que me había hecho el Gobernante, ahora parecía haber una leve cicatriz que rodeaba mi muñeca y subía hacia el antebrazo. Era como si el poder que había en esa marca hubiera sido absorbido por mi cuerpo y éste lo hubiera interiorizado, haciéndolo propio.

Decidí experimentar un poco con esas nuevas sensaciones. Tal vez podía lanzar rayos con las manos como había visto hacer a los guardianes en alguna ocasión, cuando luchaban. ¿Cómo podía hacerlo? Miré la palma de mi mano durante varios minutos, pero nada ocurría.

—¿Qué haces? —preguntó Leví, sentándose a mi lado.

—Quiero lanzar un rayo —musité intentando no perder la concentración. Eso provocó la risa de Leví.

—¿Un rayo? cuidado, no vayas a darte en la cara —dijo mientras apartaba mi mano y se reía.

—No tiene gracia. Quiero aprender a usar ese poder.

—¿Te refieres a hacer algo así? —dijo Dan sentándose a nuestro lado.

Extendió la mano y empezó a iluminarse, generando una esfera de energía sobre ésta. Era bella. Brillaba con una tenue luz azul,mientras miles de puntitos luminosos giraban en una espiral que convergía en el centro de la esfera. Cuando iba a tocarla, Dan cerró la mano y la esfera desapareció.

—No se toca —dijo agitando el dedo índice a los lados. —Te puedes hacer daño.

—¿Cómo lo hacéis?

—La verdad, no sé cómo explicarlo —admitió Dan. —¿Cómo explicarías lo que haces para decidir mover un brazo?

—No lo sé, lo muevo y ya está.

—Pues algo así.

Leví se rió, negando con la cabeza.

—Lo tuyo nunca ha sido ser instructor.

—Cierto, pero compenso con otras virtudes —se encogió de hombros.

Leví entonces tomó mi mano y la puso sobre la suya, con la palma hacia arriba, dejando al descubierto todas las cicatrices que habían quedado a causa de la marca.

—Intenta concentrar toda tu energía en un punto imaginario de tu mano.

Obedecí y volví a centrar la vista en la palma de mi mano, esta vez sin apuntar hacia mi cara.

—Pero antes, cierra los ojos. —Empezó a hablar con voz suave. —Siente cómo tus pulmones se llenan y se vacían de oxígeno, transformándolo en energía. Escucha tu corazón. Siente cómo bombea sangre a través de tus venas y arterias, haciendo que esa energía llegue a cada rincón de tu cuerpo. Siente cómo tus nervios transmiten impulsos por todos tus músculos, transformando la energía en movimiento... y ahora concentra toda esa energía que mueve tu cuerpo en tu mano.

Según le iba escuchando, podía sentir cómo esa energía fluía a través de mi cuerpo. Era cálida, como una caricia. Pedí a esa energía que se moviera hacia mi mano y noté el cosquilleo moverse hasta donde le había pedido.

—Y... suéltalo —susurró Leví.

Abrí los ojos y de mi mano, vi una luz igual a la que había visto en la mano de Dan, salir disparada hacia arriba, chocando con el techo de la cueva y desprendiendo algunas piedras sobre nosotros.

—¡Eh, cuidado! ¿Qué estáis haciendo ahí? —protestó Beth. —¿Estáis enseñando a mi hija a jugar con fuego? Ella no es una guardiana.

—Vaya, eso no lo esperaba...— musitó Dan. — No sabía que un mortal fuera capaz de canalizar energía tan fácilmente.

—No pueden —corrigió mi padre. —Pero lleva mis genes. ¿Qué esperas?

—Nunca antes había sido capaz de hacer algo así... Es como si... algo hubiera cambiado —observé de nuevo mi mano, intentando comprender hasta qué punto me estaba cambiando la marca que me había hecho el Gobernante.

—No sabía que fueras tan buen maestro —Dan dio una palmada en la espalda de Leví, que se esforzaba por parecer indiferente.

—Ya sabes que he sido instructor muchas veces.

—¡Y eso es exactamente lo que tenemos que hacer! —exclamó Dan. —Si ella aprendiera, podría luchar contra los Kifos sin necesidad de expulsar esa cantidad absurda de energía y quedarse indefensa...

—¿Vas a seguir insistiendo con eso? —Replicó mi madre empezando a perder los estribos. —Ya os he dicho que mi hija no va a ser ningún arma secreta invencible del Gobernante. Si Él es tan poderoso, que lo haga Él mismo y que no mande a una niña a hacer su trabajo.

—¡Ya basta! —exclamé harta de ver cómo todos querían decidir por mí. —No soy ninguna niña.

Me aproximé hasta donde estaban mis padres y tomé una mano a cada uno, tratando de parecer firme, pero a la vez con cariño.

—Estoy muy agradecida por haberos encontrado, pero necesito que me apoyéis en esto. —Ambos se miraron el uno al otro y luego volvieron a mirarme apenados. —Siento en lo más hondo de mi corazón que ésta es la razón por la que he venido a la tierra a través de vosotros. La razón por la que subí hasta Gallasteria y luego caí a Baltzoak. Porque tengo que detener a quien fue mi amigo Ciro... Azariel. Porque en verdad, soy la única que puede detenerlo.

—Pero Angie, hay miles... millones de Batauntis mucho más poderosos que tú que podrían tomar esa responsabilidad sobre sus hombros—protestó mi padre.

—Y ninguno de ellos podrá detener a Azariel y su ejército de Kifos. Es algo que sólo yo puedo hacer.

—¿Por qué tú? ¿Qué tienes de especial? —insistió.

—¡Todavía no lo sé! Pero lo averiguaremos cuando llegue el momento.

Mis tres guardianes se pusieron a mi lado, frente a mis padres, mostrándome su apoyo y, al final, mi madre soltó un sonoro suspiro de rendición.

—¡Vaya! Definitivamente, es cabezota como yo —exclamó señalándome con ambas manos.

—Está bien, hija —dijo mi padre poniéndome la mano en el hombro. —Cuenta con nuestra ayuda y nuestro apoyo.

Sonreí satisfecha por haber conseguido que todos estuvieran unidos en un solo propósito y dejasen de discutir por todo. Abracé a mis padres con efusividad y ellos me devolvieron el abrazo, mientras algo en mi interior se agitaba. Tantas veces había deseado poder hacer algo así. Tantas veces había soñado con ese momento... Me sequé una lagrimilla traviesa y lancé una mirada de gratitud a mis guardianes,que sonreían orgullosos.

—Esa es mi peque —dijo Dan poniéndome la mano en la cabeza y agitándome el pelo.

Era hora de ponerse en marcha. La recta final se aproximaba y algo me decía que desde ese momento, no habría vuelta atrás.

Nos asomamos a la entrada de la cueva y, como esperábamos, había muchísimos atormentados por todas partes, caminando ajenos a nuestra presencia, centrados en su sufrimiento interno. A lo lejos divisé las columnas de lo que parecía el lugar por el que habíamos llegado al principio. A pesar de lo lejos que parecía estar, creí que habíamos avanzado mucho más. Había varias columnas, tan altas que no podía ver hasta donde llegaban, perdiéndose en la negrura de aquel mundo, apostadas a los lados de unos pocos escalones que subían hacia una gran puerta negra, tan alta como las columnas. Parecía pesada.

—Está bastante lejos —musité asombrada por la inmensidad de aquel lugar.—¿Cuánto creéis que tardaremos en llegar allí?

—Espero que no demasiado —Mi padre observaba alrededor y señaló hacia la parte superior, donde estaba más oscuro. —¿Puedes ver lo que hay ahí?

Miré en la dirección que señalaba y me espanté cuando me di cuenta de que toda aquella oscuridad la producían los Kifos que estaban esperando el momento de abandonar Baltzoak, como un ejército invasor, listo para atacar.

—Son millones... —Dan se pasó la mano por el pelo, abrumado. —¡No! ¡Miles de millones! ¿Cómo vamos a poder con ellos?

—¡Vamos! Cada segundo cuenta —exclamé empezando a caminar entre los atormentados. Había aprendido cómo hacerlo sin necesidad de cubrirme los ojos. Sólo tenía que fijarme en lo que había delante de mis pies, sin prestarles atención.

Leví se adelantó y tomó mi mano para caminar a mi lado.

—Preparada para empezar a correr cuando te lo diga —murmuró sin apartar la mirada de la oscuridad sobre nuestras cabezas. Asentí decidida. —¡Ahora! ¡Corred!

Dan y Caleb corrían frente a nosotros, a ambos lados, con sus armas desplegadas, asestando golpes y derribando a cualquier atormentado que se atreviera a poner los ojos en nosotros. Mis padres corrían detrás de nosotros tan rápido como podían, sin embargo empezaban a ralentizar el paso. Fijé la mirada en la gran puerta negra que poco a poco se iba volviendo más y más grande.

—¡Vamos, más rápido! —exclamó Dan, que acababa de saltar para asestar una estocada mortal a un atormentado que crecía para convertirse en algún tipo de monstruo. —¡Caleb, ve hacia la retaguardia a echar una mano!

El aludido asintió y aminoró el paso para ponerse a la altura de mis padres y ayudarlos a deshacerse de varios atormentados que intentaban acabar con ellos. Varios golpes de su impresionante arma y desaparecieron como polvo en el aire.

—¿Estáis bien?— preguntó.

—¡Sí! ¡Vamos, deprisa! —dijo mi padre, que agarraba a mi madre de la mano y volvieron a emprender la marcha. —Los Kifos ya se han percatado de nuestra presencia. Se están acercando.

Miré hacia arriba y sus rostros blancos nos miraban atentos. Habían empezado a descender por las paredes y a agolparse detrás de nosotros. Era impresionante verlos moverse al unísono, como un tsunami arrasador.

Casi habíamos llegado a la escalera. Estábamos a escasos metros de nuestra meta, pero la encorvada figura de Azariel nos esperaba allí. Sonriente, amenazador, como siempre.

Subimos la escalera y nos detuvimos jadeantes. Sólo Azariel se interponía entre la libertad y nosotros.

El desterrado alzó ambas manos y el mar de rostros blancos se detuvo por completo, justo antes de empezar a subir las escaleras. Nos acechaban, como leones a su presa, esperando la orden de su amo para abalanzarse contra nosotros.

—Bienvenidos, chicos. Veo que en mi ausencia habéis hecho muchas cosas... —Entrelazó los dedos delante de su pecho, observándonos con detenimiento, sin dejar de sonreír, como si se supiera vencedor. —Yo también he estado ocupado.

—Apártate de ahí —dijo Leví apretando el puño.

—¿Y ya está? Vamos, Leví. Podemos hacer esto un poco más interesante. ¿O es que no ves la situación en la que estamos?

Los gritos de los atormentados empezaron a volverse más ensordecedores. Los Kifos habían empezado a alimentarse de ellos para fortalecerse.

—Aquí, en Baltzoak, tengo reservas de energía suficientes para alimentar a mis Kifos por una buena temporada... Pero ellos prefieren a los vivos. —Se encogió de hombros, fingiendo asombro. —No imagino por qué puede ser.

—¡Jamás te lo permitiremos!— exclamó Dan.

—Ah, ¿no? Querido guardián, me lo permitisteis el día que abristeis este portal.

—¿Qué? —musité turbada. No podía ser cierto. ¿Qué había hecho?

—Es interesante ver cómo la gente pierde la vitalidad y las ganas de vivir. Se van consumiendo, enfermando, debilitándose... Los muy ineptos creen que es una enfermedad que está arrasando el mundo entero, pero mis Kifos se están volviendo más y más poderosos a su costa, hasta ser lo suficientemente fuertes como para atacar a la mismísima Gallasteria.

—¡Estás loco! —exclamó Caleb, con sus armas en mano, esperando cualquier movimiento para abalanzarse contra Azariel.

—Puede ser... pero no tanto como quien traicionó a sus amigos de forma tan patética y egoísta.

Las miradas atónitas de todos a nuestro alrededor se centraron en Caleb, que bajó la mirada apesadumbrado.

—¿Traicionó? ¿A qué se refiere?— inquirió Leví, esta vez volteándose turbado para encarar a un compungido Caleb.

Éste lo miró cabizbajo, deseando no tener que pasar por aquel trago en ese preciso momento. Sus armas se desvanecieron, volviendo a tomar su lugar como tatuajes alrededor de sus brazos y tomó una posición más relajada, sabiendo que todo empeoraría a partir de ese momento.

—Ah, ¿No les has contado tu pequeño secreto?

Ese parecía el secreto del que Caleb no se había atrevido a hablarme cuando estábamos en Jérica. ¿Qué podía haber hecho para hacerlo sentir de esa manera?

—Caleb... —Leví estaba empezando a estar inquieto. Sostenía sus armas con fuerza, hasta hacer que sus puños temblaran. —¿Qué has hecho?

—¡Vamos, Caleb! —le apremió Azariel con una enorme sonrisa, disfrutando de cada sentimiento negativo que se desprendía de ellos. —No seas tímido, o tendré que decírselo yo mismo.

El aludido miró a Azariel con rabia, para luego pasear la mirada por todos los demás y terminar clavando sus ojos grises en los míos. Luego los cerró llevado por un inmenso pesar.

—Perdóname, Leví... Te prometo que fui una víctima más de algo mucho más grande —murmuró Caleb mientras su voz se quebraba llena de tristeza. —Me dejé llevar por los celos, yo... no era realmente consciente de lo que estaba haciendo.

—¿De qué me estás hablando? —La voz de Leví sonaba grave. —¡Habla claro, maldita sea!

—No tenemos todo el día...— se rió Azariel mientras lágrimas caían de los ojos de un arrepentido Caleb.

—El día que me asignaron como guardián incorpóreo yo todavía no sabía cómo manejar las emociones recién adquiridas y sufrí mucho. Cierto que es un trabajo honorable, pero no era lo que yo quería... Yo quería estar con ella, aunque fuera como un amigo, no ser alguien invisible a sus ojos... Yo deseaba tu lugar —Caleb alzó la mirada para ver a un perplejo Leví, que escuchaba atónito lo que decía su compañero. —Seguramente habría superado esos sentimientos, como es lo habitual en todos los que, por primera vez, se enfrentan a ellos, pero en mi caso, conocí a alguien que afirmaba ser un Bataunti. No parecía mentir. Él dio alas a esos sentimientos que debí haber censurado en seguida y me convenció de que no había nada de malo. Mi propio egoísmo me convenció de que lo que decía era verdad... Me ofreció lo que yo siempre había deseado, pero que nunca me había permitido pensar: el amor de Amira... A cambio de darle un poder para hacer una modificación en la misión de Leví.

—Tú...—Leví empezaba a desprender un aura que me asustaba. Su respiración se había vuelto profunda, mientras luchaba por contener todo ese odio que crecía en su interior.

—¿Hiciste un trato con Marou? —inquirió Dan incrédulo.

—Así es —Azariel se encogió de hombros. —Con Leví lejos, y una pequeña ayuda de Marou para que Amira lo olvidase por completo, sería toda suya. No importaría si era un incorpóreo, en cuanto terminara su misión junto a ella, volverían a estar juntos en Gallasteria, y Leví todavía estaría en la tierra, esperando durante siglos y siglos su hora de volver.

—Marou necesitaba un sello que recibió al cerrar el pacto conmigo a través de un apretón de manos... —Caleb se abrió la parte superior de la camisa, dejando al descubierto su hombro y mostrando una marca con forma de serpiente. —Una vez cerrado el pacto, no podía incumplirlo, o sería expulsado de Gallasteria, convirtiéndome en un desterrado.

—¡Y eso es lo que habrías merecido, maldito miserable!— exclamó Leví, que de un salto se abalanzó sobre él con sus armas desenvainadas, dispuesto a acabar con Caleb allí mismo.

En una respuesta instintiva, Caleb alzó sus brazos y sus armas se desplegaron, protegiéndolo del ataque de Leví.

—¡Ya te he dicho que lo siento, Leví! No pensé en lo que podría pasar, sólo me dejé llevar...

Leví guardó sus armas, pero deslizó su pierna bajo los pies de Caleb, haciéndolo perder el equilibrio y cayendo al suelo. Se abalanzó sobre él y empezó a golpearle en la cara, sin dejar de gritar desesperado, dejando salir toda la rabia y la ira que había estado guardando dentro de sí durante tanto tiempo.

—¡Leví, detente! —exclamó Dan, agarrándolo de los brazos. Mi padre le ayudó, mientras un enfurecido Leví intentaba quitárselos de encima por todos los medios para seguir golpeando a quien ya no volvería a considerar su compañero.

Mi madre se arrodilló junto a Caleb, que todavía no se había levantado del suelo, mientras yo miraba la escena horrorizada.

—¡Angie! quédate con Caleb —dijo mi madre alzando la voz.

Me arrodillé a su lado y puso la cabeza de un magullado Caleb sobre mi regazo. Estaba totalmente deformado por todos los golpes que había recibido de Leví.

Ella se puso en pie y fue hasta donde estaba Leví, todavía forcejeando para quitarse de encima a los dos guardianes.

—Cálmate, Leví, así no vas a solucionar nada —le dijo mi padre.

—¡No quiero solucionarlo! Sólo quiero matar a ese hijo de la gran...

—¡Basta!—exclamó mi madre mientras asestaba un bofetón a Leví, que se quedó perplejo uno instantes, antes de mirarla. No podía reconocer a Leví en la expresión de su rostro. Estaba diferente. Lleno de odio, dolor, resentimiento... Ese no era él.

—Escúchame, guardián de pacotilla —mi madre volvió a golpearle en el brazo. —Yo no he estado todo este tiempo aguantando aquí para que tú, a las puertas de conseguir salir de este infierno, caigas en las provocaciones de éste desterrado. ¡Obsérvalo! ¡Mira su sonrisa! Te está llevando exactamente a donde quiere.

—¡No me importa! —gritó desesperado.

—¿No te importa? Esa no es la actitud de un aspirante a Bataunti. Me decepcionas —insistió.

—Todo esto ha pasado por su culpa. ¿No podía dejar las cosas como debían ser? ¿Cuántas desgracias habríamos evitado?

—Eso es... —murmuró Azariel con una amplia sonrisa. —Ahora, mientras arregláis vuestras pequeñas diferencias, yo me voy con mi ejército a otra parte, listo para vuestra llegada a la tierra de los vivos.

La gran puerta se abrió y él, junto a todos los kifos, salieron como si fueran un gran huracán oscuro. Cubrí a Caleb como pude, tratando de protegerlo de los golpes que recibíamos de los Kifos que pasaban a nuestro alrededor a toda velocidad.

En pocos segundos, la puerta había vuelto a cerrarse y no quedaba nadie a nuestro alrededor, sólo nosotros cinco.

—¡Maldita sea! —exclamó Dan, mientras golpeaba la puerta con el pie. —Ese cerdo se ha escapado... ¿En qué demonios piensas, Leví?

—¿Yo? ¿Cómo te atreves? —replicó el aludido indignado. —¿Acaso no lo has oído? Fui guardián por culpa de Caleb. Él me separó de ella...

—¡Lo he oído, cretino! Yo también estaba aquí, y déjame decirte una cosa antes de partirte la cara. Por lo que a mí respecta, el culpable de todo ha sido Marou. De lo que hizo Caleb, de lo que le pasó a Ciro y de todo el mal que te ha atormentado. Y tú, como un tonto, estás cayendo de pleno en una jugada ideada mucho antes de que viniéramos a la tierra. ¿Es que no lo ves? ¿Cómo puede haberse ofuscado tu razón de esa manera?

—¿Vas a ponerte de su lado? —Leví señaló al maltrecho Caleb, que intentaba ponerse en pie.

—¿De su lado? —Dan se frotó la cara incrédulo. —Rayos, de verdad que te has metido en tu papel de adolescente hiper hormonado. Aquí sólo hay un lado, y es el nuestro. Todos juntos contra Marou, Azariel y todo Baltzoak, si hace falta. Cualquier tipo de secesión nos debilitará y los hará más poderosos a ellos. ¡Despierta de una vez!

Leví no contestó. Lo observó en silencio unos instantes antes de gruñir y alejarse de él malhumorado. Se paró frente a Caleb, pero no le dirigió ni una mirada. Caleb, que había empezado a cicatrizar sus heridas, lo miraba suplicante.

—No ha habido un sólo día en el que no me haya lamentado de lo que hice. Perdóname, Leví. Él me engañó. Creí que sería algo más inofensivo... ¡Por favor, mírame!

Leví le hizo caso y lo miró tan resentido que su rabia me producía dolor incluso a mí.

—No me hables... no me mires... no vuelvas a pronunciar mi nombre. Por lo que a mí respecta, tú nunca has existido y espero que sea recíproco.

Cuando hubo dicho eso, se dio media vuelta y se fue hacia la puerta. La empujó con todas sus fuerzas y cuando la abrió lo suficiente como para pasar, se giró y me dedicó una mirada de tristeza.

—No, Leví, ¡Espera! —exclamó Dan, pero no le escuchó. Al salir de Baltzoak, se desvaneció y desapareció de nuestra vista.

Sentí que mi corazón se rompía por la tristeza, como si se tratara de un dolor físico. ¿Por qué al final todo tenía que complicarse así? Ese maldito Azariel iba a pagar por todo el daño que estaba haciéndonos a todos.

—Vamos, tenemos que salir de aquí —dijo mi madre apremiante, dirigiéndose a la salida.

—¡Espera, Beth! —Dan la retuvo. —Si sales, te irás directa a Gallasteria.

Mi madre nos observó unos segundos y se acercó a mí para darme un abrazo.

—Angie, te prometo que voy a buscar a ese cretino y le voy a tirar de la oreja.

—Mamá... —La estreché con fuerza. No veía el momento de volver a estar con ellos y no tener que separarnos nunca más.

—Gracias por salvarnos, hija mía.

Mi padre se unió a nuestro pequeño abrazo familiar.

—Nos volveremos a ver pronto, Angie —susurró en mi oído.

—Lo sé. Vamos a arreglar todo este embrollo —dije entre sollozos. No podía quitarme de la cabeza la mirada de Leví. No soportaba ver el dolor que estaba sufriendo.

Cuando nos separamos, Dan y Caleb se despidieron también de mis padres.

—Nos veremos en el otro lado —dijo mi padre, mientras abrazaba a Caleb.—Y no te preocupes tanto. Todos hemos cometido errores alguna vez.

—Exacto —aseguró mi madre. —Todo ha sido por culpa de Marou y Azariel. Deja de atormentarte. De no ser por ti, no sé qué habría sido de mi hija.

Caleb asintió agradecido.

—Nos veremos... —musitó mientras los observábamos salir por la gran puerta y, al igual que pasó con Leví, se desvanecieron en un millón de pequeños destellos que se elevaron lentamente hacia el cielo.

—Nos veremos... —susurré.

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