Capítulo 29
La mujer se aproximó a mí incrédula y acarició mi mejilla. Sus ojos habían empezado a llenarse de lágrimas y, llevada por una mezcla de sentimientos encontrados, me abrazó.
—¿Qué diablos haces aquí? Deberías estar viviendo una vida feliz, protegida por tus guardianes —dijo entre lágrimas.
—Lo intento —me reí, también llevada por la emoción. No podía creer que de verdad fuera ella.
Me apartó, sin soltar mis hombros y me miró de arriba a abajo con aparente preocupación.
—Pero tú sigues viva, ¿no es así? ¿Por qué has venido? Es más... ¿Cómo has venido?
—Ha sido una larga historia— musité cansada. Devolví la vista a Dan y Caleb, que seguían inconscientes. —¿Y los guardianes? ¿Se van a poner bien?
—¿Esos son tus guardianes? —preguntó con gesto incrédulo. —Vaya protectores están hechos. Pues dependerá de cuánta vida les hayan absorbido esos monstruos. Si fueran mortales normales, probablemente ya habrían muerto. Déjalos descansar un poco. Pronto despertarán.
Me arrodillé junto a ellos y sentí sus mejillas frías. Para hacerlos entrar en calor, y con ayuda de mi madre, encendimos una pequeña hoguera. Al parecer, había unos agujeros en la tierra, fuera de la cueva, que rezumaban un tipo de aceite negruzco, similar al petroleo, pero algo más espeso. Mi madre lo recolectaba y lo usaba como combustible. Era bastante duradero, similar a la cera de una vela. Como mecha, utilizaba trozos de tela que había encontrado mientras exploraba cada día en busca de una salida.
Me ayudó a colocar a los guardianes cerca del fuego y a cubrirlos con unos trozos de tela algo más grandes.
—Vaya, ¿este es Caleb? ¿Qué le ha pasado?—preguntó mi madre mientras levantaba su cabeza y colocaba otro pedazo de tela debajo. —La última vez que lo vi no tenía cuerpo físico.
—Fue Azariel. Le tendió una trampa para matarlo.
—Cielo santo. Habéis debido de pasar por mucho. —Mi madre miró a los guardianes y sonrió. —Parecen niños. ¿Por qué tienen esta apariencia de adolescentes?
—Están... o estaban asistiendo al instituto conmigo. Me dijo Dan que es mejor pasar desapercibidos, porque se ve menos raro si parecemos todos de la misma edad.
—Entiendo. ¿Y cuántos años tienes ya?
—Dieciocho.
Mi madre me miró pensativa y suspiró, mientras negaba con la cabeza, cansada.
—¿Ya eres mayor de edad? —sonrió sin ganas. —No puedo creer que hayan pasado dieciocho años desde que llegamos. Vaya, el tiempo pasa muy diferente en Baltzoak, no hay duda. No creí que lleváramos tanto tiempo aquí.
—¿Y dónde está mi padre? —me atreví a preguntar en vista de que estábamos allí solas. Ella suspiró de nuevo.
—No lo sé... llevo buscándolo desde el día en que Azariel nos arrastró a este mundo infernal, pero siempre en vano. Empiezo a creer que puede que se haya convertido en un atormentado.
—No digas eso. Estoy segura de que le encontraremos, igual que te he encontrado a ti.
—Este mundo pertenece a los desterrados y aquí ellos dictan las normas. Si nos hemos encontrado, estoy segura de que ha sido porque Azariel planea algo para hacernos sufrir. No ha sido casualidad.
Tomé aire, y lo expulsé despacio para tratar de controlar la ira que se arremolinaba en mi interior. Lo peor que podía hacer era dejar que el odio que sentía por él se fortaleciera. Eso era lo que él quería y yo no debía permitirlo. Pero era difícil. Muy difícil.
—¿Y cómo está Rut? —preguntó mi madre.
—Bien... bueno, Azariel la mató...
—¿Qué?
—Pero volvió a Gallasteria y allí la vi, ¡Estaba tan joven!
—Espera, espera. Será mejor que empieces desde el principio. ¿Qué demonios ha pasado?
Conté a mi madre toda la historia que había vivido desde que había conocido a los guardianes y ella abrió los ojos con sorpresa. Traté de evitar hablar sobre Leví y lo que había ocurrido entre nosotros, sin embargo, ella era más perspicaz de lo que había imaginado. Sarah me lo había dicho muchas veces y nunca la había creído. ¿Acaso era cierto eso de que las madres tenían poderes para saber la verdad?
—¿Y dónde está Leví ahora? —preguntó entrecerrando los ojos. —Espero que no sea él la razón por la que estás en este infierno maldito. —Bajé la mirada avergonzada y mi silencio fue la respuesta que mi madre no quería escuchar. Se cubrió el rostro con ambas manos y gruñó molesta. —¿Me estás diciendo que, por amor, has ignorado el sacrificio que tanta gente ha hecho por ti y has venido hasta aquí?
—¡No! Bueno... sí... pero no es así, exactamente.
—¡Claro que lo es! ¿Es que crees que yo no he estado antes en tu situación? ¿Crees que yo no he tenido tu edad? También renuncié a muchas cosas buenas por amor, y no siempre valía la pena. Debimos haber actuado con un poco más de responsabilidad y no creer que el amor lo puede todo... ¡Mira en la situación que estamos! Ya llevo demasiado tiempo intentando encontrar a Nacor y... cada vez siento que estoy un poco más lejos de él.
—Pero estamos aquí, hemos venido a salvaros...
—Como yo lo veo, estáis tan atrapados como nosotros.
—No. Yo sé que el Gobernante sabía que tendría que venir aquí. Él medio la llave. Me dijo que debía proteger a los guardianes.
—¿Tú? Pero si no eres más que una niña. ¿Qué espera que hagas? Probablemente está empezando a estar un poco desesperado.
Suspiré cansada. No había nada que pudiera decirle que la hiciera cambiar de opinión. Era como si el estar allí hubiera oscurecido su esperanza. La miré preocupada y la tomé de la mano. No podía permitir que ella terminase convirtiéndose en uno de los seres que estaban ahí fuera, gritando y lamentándose para toda la eternidad. Ella acarició mi mano y sonrió.
—Nunca imaginé que podría verte así, tan mayor y tan guapa... —pasó su mano por mi frente y me acarició la mejilla. Noté un cosquilleo agradable. Así que eso era una "caricia de mamá". —Sólo lamento que no hayamos podido verte crecer y permanecer a tu lado todo este tiempo. Hay tanto que nos hemos perdido y que nunca volverá...
—Está bien, mi abuela se esforzó mucho por que nunca me faltara el amor.
Mi madre me abrazó con fuerza.
—Yo también te lo habría dado, hasta que nos hubiera salido por las orejas a todos— nos reímos. Cuando se apartó para mirarme a los ojos, su sonrisa desapareció de sus labios. —Me he preguntado muchas veces por qué no hemos podido ser como cualquier otra familia normal. Habríamos sido muy felices. Estoy segura.
Su pregunta era la misma que me había estado formulando durante toda mi vida, sin embargo, había aprendido que pensar en el pasado no me daría un futuro mejor. En cambio, debía luchar en el presente para que me legara un futuro que fuera como yo quería.
Después de ponernos un poco al día, me quedé observando el fuego crepitante frente a nosotras. Era apacible. Puse las manos en las frentes de ambos guardianes y habían empezado a entrar en calor. Acaricié el pelo de Caleb, enredando mis dedos en éste y luego fui pasando los dedos hasta su mejilla. Él se estremeció y tomó mi mano, impidiéndome que la retirase.
—Espera, sólo un poquito más... —bromeó.
—¡Caleb, estás despierto! —exclamé esperanzada. —¿Cómo estás? ¿Te duele algo?
Él se incorporó con esfuerzo y sostuvo su cabeza con ambas manos,mientras intentaba reponerse.
—Me siento muy débil —murmuró.
—De no ser por Angie, habríais muerto —dijo mi madre frunciendo el ceño con recelo.
Cuando Caleb la escuchó hablar, alzó la mirada para encontrarse con unos ojos que hacía mucho tiempo que no veía.
—¡Beth! —exclamó lleno de sorpresa. —Todavía estás...
—¿Cuerda? Sí, aunque no por mucho tiempo...
—Cuánto me alegro de verte.
—Diría lo mismo, pero no es el caso. ¿Qué demonios hace mi hija aquí?
Caleb bajó la mirada triste y volvió a recostarse.
—Las cosas se han complicado demasiado, Beth.
—Sí. Algo me ha contado Angie. Lo que no puedo creer es que la trajeseis a la boca del lobo. Sois sus guardianes, no unos amigos imprudentes haciendo una escapada de fin de semana.
—¡No hemos tenido más remedio! —Caleb se incorporó y alzó la voz irritado. —Era esto, o que se fuera con los desterrados.
—¿Y no viene a ser lo mismo? Tú no tienes ni idea de lo que es vivir en este infierno, Caleb. He pasado los últimos años intentando sobrevivir, aferrándome a la conexión que me une a Nacor para no perder la cordura, pero llegará el día que ni siquiera eso consiga mantenerme entera. Baltzoak es un auténtico infierno.
Caleb tomó aire y lo expulsó con vehemencia tratando de buscar calma. Todos parecían bastante irritables. ¿Sería el efecto de estar en Baltzoak?
—Está bien. Dan sabe cómo salir de aquí. Pero tenemos que encontrar a Leví.
—¿Dan? —mi madre se quedó con la boca abierta unos segundos, sin saber bien qué decir. Miró al aludido admirada y luego a nosotros.
—Vamos a sacaros de aquí, mamá.
Mi madre no dijo nada más. Temía que si se hacía muchas ilusiones, la posibilidad de escapar de allí se esfumaría, como tantas otras veces. Se puso en pie y se acercó pensativa a la entrada de la cueva.
Miré a Dan, que seguía dormido. ¿Por qué él no se había despertado como Caleb? Me arrodillé a su lado y toqué su frente. Estaba cálida. Parecía relajado.
—¿Qué nos ha pasado? —preguntó Caleb, que también observaba a Dan.
—Fuimos atacados por Kifos.
—¿Kifos? Pero... maldita sea. —musitó Caleb, consciente de que si nos cubríamos los ojos para no mirar a los atormentados, seríamos fácilmente atacados por los Kifos.
—Mi madre ha descubierto cómo moverse entre los atormentados sin necesidad de cubrirse los ojos. Con su ayuda conseguí traeros hasta aquí.
—Entiendo. Estábamos demasiado centrados en crear barreras protectoras para ti y no pensamos en nosotros mismos. Al final nos convertimos en un lastre. —Tomó una piedrecita y la tiró al fuego con rabia.
—Lo que debe preocuparnos ahora es encontrar a Leví y a mi padre—mascullé sin apartar la mirada de Dan.
Caleb asintió, sin embargo no dejó de observarme. Me sentía culpable porque mis sentimientos titubeantes nos habían llevado a esa situación. ¿Por qué me pasaba eso? Yo no era así. Siempre había tenido las ideas claras, especialmente en cuanto a mis sentimientos. El amor nunca había sido algo tan significativo en mi vida, y ahí estaba yo, experimentando sentimientos similares por dos personas diferentes. ¿Acaso era una lección que debía aprender? ¿Tal vez era mi propia ineptitud castigándome por creer que merecía ser amada por seres como ellos?
—Percibo tus emociones, Angie.
Lo miré frunciendo el ceño al sentirme invadida por esa inoportuna confesión.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Ya no soy capaz de saber qué piensas, tranquila, pero he aprendido a ver las emociones. La culpabilidad no te va a llevar a nada bueno. Créeme, sé de qué hablo.
De nuevo, Caleb hablaba acerca de ese algo que había hecho y del que no quería hablarme todavía.
—Mi culpabilidad me ayuda a mantener los pies sobre la tierra —traté de justificarme.
—De eso nada. Si en algún momento te has equivocado, aprende de tu error y sigue adelante. No lo retengas, porque los sentimientos que te produce pueden fortalecer a nuestros enemigos.
—Pero, ¿cómo voy a seguir adelante? Todo esto es culpa mía, Caleb.
—¿Qué dices? Es culpa de Azariel, no dejes que te convenza de lo contrario.
—Me refiero a que Leví sufría porque yo nunca fui capaz de tener claros mis sentimientos y por eso no pudo ser un guardián excelente. Por eso Azariel consiguió...
No me atreví a terminar la frase. Caleb tomó aire y lo expulsó despacio.
—No pienses en eso ahora. Ya tendremos tiempo de hablar sobre ese tema más detenidamente.
Dan giró la cabeza hacia un lado y frunció el ceño dolorido.
—¡Dan! —lo llamé. Le di un par de toquecitos en la mejilla.
—¡Angie! —gritó exaltado mientras se incorporaba, agarrándome de los brazos. Su expresión de terror me asustó por un momento. —¿Estás bien?
—S-sí...
Me miró preocupado, asegurándose de que no estaba herida. Al ver que era así, se relajó y eso hizo que perdiera las fuerzas y volviera a recostarse.
—¿Cómo estás, Dan? —preguntó Caleb.
—Agh... como si hubiera estado a las puertas de la muerte. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde estamos?
—En mi pequeño refugio improvisado —dijo mi madre aproximándose de nuevo a nosotros.
Dan volvió a incorporarse al escuchar la voz desconocida y la observó desconfiado.
—Y tú eres...
—Soy Beth.
—Beth... ¡Beth! ¡Eres la madre de Angie! Es un placer conocerte. —Dan se incorporó exaltado y se aproximó a la mujer, que lo miraba sorprendida por su reacción. —¿Cómo nos has encontrado?
—Había una extraña concentración de seres de rostro blanco y fui a ver por qué. No esperaba encontrar a nadie con vida después de un "festín"como ese, y mucho menos a mi hija. ¿Qué clase de guardianes sois vosotros? ¿No se supone que un guardián protege?
La sonrisa de Dan se borró inmediatamente de sus labios y miró a mi madre entrecerrando los ojos. No pareció haberle agradado el reproche.
—Y eso hemos hecho desde el momento en que se nos mandó, pero ¿sabes? No es fácil. Tiene cierta tendencia a la insubordinación y a actuar por su propia cuenta que tal vez te resulte familiar.
Le di un codazo a modo de protesta por hablar de mí como si no estuviera delante. Mi madre, en cambio, arrugó la frente disgustada, dándose por aludida.
—En cualquier caso, dice Angie que sabes cómo volver a la tierra de los vivos —siguió hablando mi madre, esta vez con un tono de voz más suave.
—Sí, pero no.
—¿Cómo que "sí, pero no"? ¿Lo sabes o no?
—Lo sé. Pero el camino que seguiremos será muy distinto.
Mi madre pareció entender a qué se refería, pero a mí se me escapó. No me gustaba cuando hablaban en modo codificado.
—¿Qué queréis decir? —inquirí. Mi madre y Dan me miraron preocupados.
—Verás, Angie... —ella empezó a hablar, pero un terrible temblor de tierra la interrumpió, haciéndonos perder el equilibrio.
—¿Qué pasa? —preguntó Dan alarmado.
—Es Azariel. De vez en cuando usa a sus Kifos para destruir la cueva en la que estoy y hacerme salir —exclamó mi madre abrazándome para protegerme.
Algunas rocas se desprendieron de las paredes de la cueva cayendo demasiado cerca de donde estábamos.
—¡Hay que salir de aquí! —grité empezando a empujar a todos fuera de la cueva.
—¡Espera! —Dan se detuvo en la entrada, al ver a los atormentados. —Angie, ¿te has tapado los ojos?
—Olvídalo. Eso no sirve de nada— advirtió mi madre. — Sólo no los miréis a los ojos, ¿vale? ¡Corred!
Caleb me tomó de la mano y seguimos a mi madre, corriendo en medio de los atormentados. Literalmente, los atravesábamos como si fueran humo y eso me impresionó, al punto de que algunos empezaron a seguirnos. A su vez, los Kifos nos seguían de cerca, mostrando sus dientes, listos para alimentarse de nosotros.
—¡No los mires, Angie! —Exclamó Caleb.
Cerré los ojos y continué a ciegas, guiándome por la mano de Caleb, que se aferraba a la mía con fuerza. Seguimos corriendo hasta que, de repente, sentí la presencia de Leví, no muy lejos de allí. En la negrura de mis párpados, una luz brillaba. Sabía que era él, pero no podía explicar cómo.
—¡Allí hay otra cueva! —exclamó mi madre.
—¡No! Debemos seguir adelante. Leví está cerca —advertí.
—¿Cómo lo sabes?— inquirió.
—No lo sé. Sólo lo siento.
—¡Sigamos! —dijo Dan apresurado mientras pasaba de largo de la cueva que había señalado mi madre.
—¡No! Esperad, moriremos si seguimos corriendo —exclamó ella. —Los Kifos nos darán alcance.
—¡Yo también puedo sentirlo! —exclamó Dan. —¡Está allí!
El cansancio empezaba a ser desmesurado. Necesitaba aminorar el paso, pero si lo hacía podía poner en riesgo la vida de los guardianes y mi madre, así que decidí hacer uso una vez más de ese gran poder con el que podía destruir a los Kifos.
Solté la mano de Caleb y me giré. Cientos de Kifos se abalanzaban sobre nosotros, y, como había hecho anteriormente, crucé mis brazos frente a mí. La onda expansiva fue tan fuerte que me lanzó hacia atrás con fuerza, chocando contra Caleb, que detuvo mi caída.
—¡Angie! —Escuché la voz de Caleb que me llamaba, pero después todo se fue oscureciendo hasta que perdí el conocimiento.
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