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Capítulo 27

Aquella noche fue tan terrible como la anterior. Apenas había podido pegar ojo, pero sobre todo porque no habíamos conseguido la llave y no teníamos ni idea de cómo llegar a Baltzoak. El solsticio sería por la mañana y ni siquiera sabía cómo conseguiríamos llegar al monumento de piedra sin ser vistos por los druidas.

Miré mi reloj y apenas eran las cuatro de la madrugada. Me froté la cara cansada. Tal vez dormir en la alfombra sería mejor que encajonada entre las dos grandes espaldas de los guardianes.

Me escurrí en medio de ellos y me cubrí con una manta de pieles que me habían prestado durante la cena, cuando me dio frío. Me disponía a echarme sobre la peluda alfombra, cuando escuché unos ruidos en el exterior de la cabaña. Me asomé a la ventana, pero no vi a nadie. Volví a recostarme sobre la alfombra, cuando se escuchó el ruido de nuevo, esta vez más claramente, como si alguien o algo estuviese arañando la puerta. Seguramente sería algún animalejo, atraído por el calor de nuestra cabaña, así que decidí asomarme para espantarlo, o no me dejaría dormir.

Abrí la puerta lo suficiente como para asomar la cabeza y tan pronto como lo hice, unos brazos me agarraron y me sacaron a la fuerza de allí. No tuve oportunidad de ver la cara de mi captor. Me puso una capucha negra y me ató las manos en cuestión de segundos. Me elevó y noté un fuerte golpe en el estómago que me dejó sin aliento cuando alguien aparentemente bastante fuerte me cargó en el hombro.

—¡Dan! —lo llamé asustada. —Caleb, ¡Ayuda!

Escuché a los guardianes salir de la cabaña y llamarme, pero sus voces cada vez sonaban más lejanas. En pocos segundos había dejado de escucharlos llamándome. Mi captor también era increíblemente rápido.

—¿Quién eres?— demandé. —Suéltame. ¡Socorro!

Traté de patearlo, pero no se inmutaba. Luego intenté gritar, para llamar la atención de cualquier persona a nuestro alrededor, pero a esa hora todos estaban durmiendo.

—Si mis guardianes te encuentran, te van a matar... maldito hijo de...—El secuestrador me dejó caer en el suelo y gemí al notar un agudo dolor en el trasero. —¡Podrías tener más cuidado!

—¿Es ella?— Oí una voz de mujer familiar.

—Sí, mi señora. —La voz del que supuse que era mi secuestrador, sonaba grave, casi como si no fuera humano.

Por fin me quitaron la capucha y vi que estaba en una cueva. Frente a mí había una mujer ataviada con un vestido rojo que le llegaba hasta los pies y con una corona de flores del mismo color que su vestido.

—Aldana... —musité. —¿Qué demonios crees que estás haciendo?

—No es nada personal, Amira. Simplemente impido que hagas una tontería de la que todos tengamos que arrepentirnos después —dijo alzando los hombros mientras se arrodillaba a mi lado y soltaba las ligaduras de mis manos.

En seguida pensé en el viejo Kalen. Seguramente me había delatado. No debí haber hablado con él sobre abrir la puerta.

—¿Tú sabes cómo abrir la puerta? —inquirí desesperada. Ya me había descubierto, así que no necesitaba fingir más. Ella me miró sorprendida y parpadeó un par de veces antes de responder.

—Vaya, no esperaba que fueras tan directa. En caso de que lo supiera y pudiera decírtelo, sólo el portador de la llave sería capaz de abrir el portal.

—¿Y no sabes dónde puedo encontrar a ese portador o la llave?

—Niña, sólo el Gobernante puede otorgar el poder de la llave. No es algo que se encuentre en esta tierra.

—¿Un poder que otorga el Gobernante?— musité mientras observaba mi mano. ¿Y si el Gobernante me había dado la llave a mí? Mi mano se iluminó ligeramente y un brillo irisado salió del centro de la palma, recorriendo mi muñeca y el antebrazo hasta parecerse mucho al tatuaje de los guardianes.

Aldana me miró abriendo los ojos con sorpresa.

—No puede ser... —musitó empezando a sentirse espantada. —¿Tú? ¿El Gobernante te ha dado la llave?

Escondí mi mano detrás de la espalda, como si intentara proteger lo que fuera que me hubiera dado el Gobernante.

—Maldita sea. Dugan, llévala a dentro. Esta niña es más peligrosa de lo que había anticipado. No quiero que sus guardianes la encuentren.

El susodicho Dugan me agarró de un brazo para ponerme en pie y me arrastró hacia dentro de la cueva. Lo miré furiosa, lista para propinarle algunos insultos por su brusquedad, pero al verlo, me llené de miedo y no fui capaz de decir palabra.

Era tan grande como un armario, tenía la piel oscura y el pelo andrajoso y largo. Su mandíbula inferior sobresalía, de manera que dos colmillos pronunciados asomaban sobre sus labios. Era como una bestia salida de una película de terror.

Me miró con sus feroces ojos negros y yo traté de soltarme para huir de él espantada, pero no me lo permitió.

—Si sigues intentando escapar, tendré que matarte— dijo con su voz ronca.

—No le digas esas cosas, Dugan. Me irrita cuando tienen tanto miedo —dijo Aldana, que caminaba varios pasos por detrás.

—¿Qué vais a hacer conmigo? —inquirí.

—Si te portas bien, te soltaremos en cuanto acabe el solsticio —respondió la druida con total calma.

Seguimos caminando hacia dentro de la cueva. Cada vez había más humedad en el ambiente y me costaba respirar.

La cueva estaba iluminada por las mismas esferas blancas que había suspendidas en el aire sobre el pueblo y que había en el pasillo de la ciudadela de Gallasteria. Éstas estaban a los laterales, a la altura de mi cabeza. Parecían lámparas, pero no había bombillas. Era como si la luz proviniese directamente de la roca. Parecía que los druidas también tenían en su poder tecnología de los guardianes.

Miré mi reloj preocupada. Apenas quedaban tres cuartos de hora para el amanecer. ¿Y si perdía la oportunidad de llegar a Leví?

Al fondo de la cueva vi una luz cálida y un murmullo de voces se hacía eco. Empecé a temer por mi vida cuando mil estupideces pasaron por mi cabeza. ¿Y si Aldana pertenecía a una secta extraña y quería sacrificarme a sus dioses paganos? De nuevo miré a Dugan que no apartaba la vista del frente. Su mano no se había suavizado ni un poquito alrededor de mi brazo.

Llegamos al lugar de donde provenía la luz y vi que se trataba de una especie de balcón, desde donde podía ver a un grupo de druidas que recordaba haber visto esa misma noche en la cena. En cuanto nos vieron aparecer, fueron acallando el murmullo hasta quedar en un silencio sepulcral.

—Hermanos druidas, tal y como os advertí, mis temores se han hecho realidad. El Gobernante de Gallasteria nos ha enviado una llave que pretende abrir el portal— dijo Aldana alzando los brazos y dirigiéndose a la multitud. Empecé a escuchar el murmullo de la gente.

—No es más que una niña. ¿Qué clase de llave es esta?— se escuchó a uno riéndose.

—¿Acaso se burlan de nosotros?— exclamó otro.

—Calma, hermanos— insistió la mujer. —Esta joven no supone una amenaza, pero sí sus guardianes, pues se trata de un antiguo y otro realmente poderoso al que no hemos sabido clasificar. Impediremos que se reúnan hasta que haya terminado el solsticio. La puerta nunca debe ser abierta.

Los druidas prorrumpieron en vítores y clamores, apoyando a su líder.

—¡No! Tenéis que dejarme ir— supliqué. —Tengo que encontrar a Leví.

—Si para encontrar a ese tal Leví es necesario abrir la puerta, debes olvidarte de que un día existió— insistió Aldana con la voz algo más grave. —Dugan, llévala al calabozo. La dejaremos ir dentro de unas horas.

—¡No!

—Y por tu bien, joven Amira, será mejor que nunca vuelvas a intentar abrir este portal. La próxima vez no seré tan indulgente.

El gigante me llevó por una escalera, hasta llegar a la muchedumbre. Pasamos entre ellos, mientras recibía miradas recelosas y alguna burla.

En el fondo de aquella estancia, había un hueco con una puerta de barrotes de madera. Me empujó hasta allí y cerró la puertecilla con cuidado.

—No intentes escapar— fueron sus últimas palabras antes de sentarse a un lado para vigilarme.

Incrédula, empecé a caminar de un lado a otro de la pequeña prisión en la que estaba para tratar de analizar la situación. No había ningún tipo de ventana. Estaba rodeada por roca maciza, a excepción de la puerta, custodiada por aquel hombre extraño. ¿Qué podía hacer? De nuevo miré mi reloj. No quedaba mucho tiempo para el amanecer. Gruñí de impotencia.

—Y ahora, vayamos a concluir los rituales del solsticio— anunció Aldana desde el pequeño balcón, provocando que los presentes clamaran con júbilo.

Poco a poco fueron saliendo de allí y dejándome a solas con el enorme Dugan, que tenía la mirada fija en la entrada de la cueva, por donde habíamos llegado minutos atrás y por donde salían los últimos druidas.

Me senté en el centro de la celda y miré mi mano resplandecer en la oscuridad. En lo más hondo de mi corazón deseé que el Gobernante me hubiese dado algún súper poder con el que abrir puertas y destruir enemigos, pero nada ocurría. Si al menos Dan y Caleb estuvieran allí, podrían ayudarme a salir. Ni siquiera había conseguido conservar el inhibidor para intentar escapar a escondidas.

Entre las sombras identifiqué a Kalen, que se aproximaba a nosotros despacio.

—Me has delatado— musité resentida.

—Te equivocas. Tú me hablaste de tu plan, pero Aldana tiene oídos en muchas partes. Probablemente alguien te escuchó mencionar Baltzoak y tu intención de abrir la puerta. —El anciano se quedó parado frente a la puerta de mi prisión con actitud compungida.

—He perdido la oportunidad de salvarlo. —Derrotada, abracé mis rodillas y escondí el rostro para evitar que me viese derramar lágrimas de impotencia.

—Joven Angie, sabes lo que ocurriría si abrieras el portal, ¿cierto?

—Sé lo que pasará si no lo hago— observé en mi reloj los segundos pasar. En breve el sol saldría y, con éste, se perdería la oportunidad de abrir el portal.

—¿Tan importante es esa persona para ti?— Alcé la vista negando con la cabeza.

—Es mucho más que importante.

—Pero lo que no entiendo es... ¿por qué el Gobernante confiaría la llave a una niña como tú? Pareces tan frágil y perdida...

—No lo sé... ni siquiera sé si es cierto, sólo ha sido una idea loca que me ha pasado por la cabeza. Además, ¿qué importa? Si para el momento que salga el sol no he conseguido salir de aquí, da igual si tengo la llave o no.

El hombre me observaba, apoyado en su largo bastón de druida, mientras pensaba frunciendo el ceño.

—No debería decirte esto, pero tus guardianes han encontrado este templo oculto y están llegando aquí.

—¿Qué? —un nuevo rayo de esperanza apareció en mi corazón, pero desapareció tan pronto como recordé que apenas tendría tiempo de salir de la cueva y llegar a Stonehenge antes del amanecer.

El hombre parecía seguir observándome con expectación. ¿Qué creía que iba a hacer con la información que me había dado?

—Tampoco debería decirte esto, pero si, como dice Aldana, realmente eres la llave, grandes poderes se ocultan dentro de ti. Los suficientes como para rescatar a tus guardianes de la ira de Aldana, llegar al portal y abrirlo sin provocar una catástrofe.

—Yo no soy capaz de eso —repliqué incrédula.

—Y mucho más. Me sorprende que no te hayan preparado para poseer esa llave desde que naciste. Probablemente tu nacimiento había sido predicho siglos antes de que ocurriese.

—No, creo que se equivoca. El que yo posea esta llave fue completamente improvisado— murmuré mientras acariciaba la palma de mi mano.

—Oh, niña, me temo que el Gobernante nunca ha improvisado nada. Si ha decidido darte esa llave, tal vez deberías dejar de creer que necesitas ser protegida y tomar las riendas de tu vida. En ti está el poder necesario para lograr lo que te propongas. Incluso de proteger a quienes te protegen.

Al escucharlo decir aquello, me recordó a la promesa que le había hecho al Gobernante, cuando me pidió que cuidara de los guardianes.

—Pero no sé cómo hacerlo... estoy asustada y aquí encerrada. ¿Cómo voy a poder salvar a nadie?

—Cada vez que veas que todas las puertas se cierran ante ti, busca una llave. Puede que sea la clave para ser libre.

—¿Una llave?

Miré el colgante con forma de llave que me había regalado y lo metí en el cerrojo. Ésta giró y la puerta se abrió. Dugan, que estaba sentado en el suelo, me miró sorprendido antes de apuntarme con una lanza de madera que tenía.

El hombre suspiró lleno de compasión y miró al gigante tratando de levantarse torpemente.

—Dugan, tienes que marcharte de aquí unos instantes— le dijo fijando la mirada en él.

—Señor, Aldana ha ordenado que...

—Aldana lo entenderá cuando yo haya hablado con ella.

—Sí señor...— Dugan se inclinó en una reverencia y se marchó, dejándome a solas con el anciano. ¿Quién sería ese hombre para que el gigante lo obedeciese con tal sumisión?

—¿Por qué me ayudas?— pregunté desconfiada mientras me ponía en pie para no perder ni un segundo.

—Te vi en una visión, niña. Tu rostro vino a mí tan claramente como te estoy mirando ahora, sólo dos días antes de que llegaras. Lo que vas a hacer está en contra de todas mis creencias y principios como druida, además de que me convierte en un traidor por ayudarte, pero a causa de esa visión que tuve, sé que debes hacerlo.

—Gracias, Kalen— dije mientras lo tomaba de la mano. Él hizo un ademán con la cabeza.

—Vete, o no te dará tiempo.

Corrí con todas mis fuerzas en dirección a la salida. Miré mi reloj y apenas tenía veinte minutos para llegar al exterior y encontrar el lugar desde donde podría abrir el portal. Probablemente no me daría tiempo a llegar, pero tenía que esforzarme al máximo y no detenerme hasta que todas las posibilidades estuvieran agotadas. Tenía que hacer lo posible por llegar a Leví.

Casi había llegado a la entrada de la cueva, donde estaban los últimos druidas saliendo para ir hacia el Stonehenge y llevar a cabo los rituales de los que habían hablado, cuando sentí un tirón del brazo que me arrastró hacia un lado. Una mano cubrió mi boca para evitar que hiciera ruido.

En la penumbra se me hizo difícil reconocerlo, pero era Caleb, que estaba junto a Dan,agazapado detrás de una roca, esperando a que la procesión de druidas terminase de pasar.

—Veo que no necesitas nuestra ayuda— dijo alzando una ceja.

—¡Chicos! —exclamé aliviada mientras los abrazaba. —Vamos, no tenemos tiempo que perder...

—Angie, hemos tardado más de media hora en llegar hasta aquí para salvarte. No nos queda tiempo para llegar al portal —musitó Dan triste. —Tal vez debamos dejarlo para el próximo solsticio.

—¡No! Hemos llegado hasta aquí y no nos podemos rendir.

—Pero sin la llave...

Alcé mi mano brillante y Dan la observó abriendo los ojos con asombro.

—Tú... tú eres la llave— musitó.

Dan miró a Caleb consternado y éste asintió, respondiendo a la pregunta silenciosa que había sido formulada.

—Está bien. Esto que vamos a hacer es una locura, pero no hay otro modo —dijo Dan. —Si nos descubre alguien, ya sea mortales o guardianes, nos podemos dar por excomulgados.

Sacó de un pequeño bolso atado a su cinturón un artefacto inhibidor y el broche de las alas con las que habíamos viajado a Gallasteria, y se lo puso en el pecho.

—¿Qué quieres hacer con esto?— pregunté desesperada.

—¡Caleb! Ya sabes lo que tienes que hacer —exclamó. El aludido asintió y empezó a correr en dirección a la salida de la cueva.

—¿Él no viene? —inquirí.

—Sólo tengo unas alas... —hizo un guiño de disgusto. —Pero en seguida estará ahí con nosotros. Debemos encargarnos de abrir la puerta y asegurarnos de que se mantiene así mientras él llega.

Dan musitó unas palabras que no entendí y sus alas se desplegaron brillantes y majestuosas. Me abrazó y alzó sus alas con fuerza, atravesando el techo de la cueva como si fuéramos invisibles y elevándonos hasta el cielo. Desde allí podíamos ver el Stonehenge sin dificultad, y, por el camino, la procesión de druidas que estaban a punto de llegar.

Se concentró y de nuevo agitó sus alas con suavidad para que nos desplazásemos hasta allí. Se detuvo varios metros por encima del círculo de piedra y me miró.

—El descenso va a ser movidito.

—¿Qué?

Me tapó la boca para que no gritase y sus alas se desvanecieron como si fueran burbujas. Comenzamos a caer y Dan me abrazó, haciéndome caer sobre él, amortiguando el golpe. Caímos junto a uno de los pilares del círculo exterior, pero la gente a nuestro alrededor ni siquiera se dio cuenta de lo que acababa de pasar. Todos miraban hacia el este, mientras estaban hablando, cantando y festejando el momento que llevaban esperando desde hacía dos días.

—¡Dan! ¿Estás bien?

Lo palpé y él se quejó dolorido. Habíamos caído, aproximadamente, desde unos cinco metros.

—Creo que me he dislocado un hombro, pero tranquila, viviré. —gruñó entre muecas de dolor. —Ve a buscar el portal. No hay tiempo.

—Sí... yo... yo tengo la llave —musité mientras me incorporaba tan nerviosa como apresurada. Miré a mi alrededor, pero apenas podía visualizar en qué parte de la construcción me encontraba. Había cabezas por todas partes y yo no era lo suficientemente alta—Creo que no voy a poder hacer esto sin ti, Dan.

—Toma. —Me puso en la oreja el inhibidor. —Ve hacia el altar del centro. Desde allí podrás ver mejor. ¡Y que no te vea nadie!

El cielo había empezado a tomar tonalidades anaranjadas. Todas las nubes espesas del día anterior habían dado paso a un cielo claro que nos iba a dar un bello espectáculo.

Aldana lideraba a un grupo de druidas que bailaban, acompañados de música y repitiendo entre otras cosas, las palabras "celebramos la unión entre la tierra y el sol" una y otra vez. Si me veían, nunca conseguiría abrir el portal.

Un rayo de sol que apareció justo en medio de los megalitos, acalló a la gente a nuestro alrededor y miramos todos hacia el este. Seguí el rayo de sol que iluminó el altar que había en el centro del círculo concéntrico.

Me abrí paso con dificultad entre la gente y llegué al altar, donde reconocí a dos druidas que lo custodiaban. Ambos observaban el sol salir embelesados por su belleza y yo aproveché para poner mi mano sobre la roca del altar bañada por la luz solar. Al hacerlo, se formó una especie de niebla con forma de espiral entre dos pilares que estaban frente al altar. Lo rodeé asombrada y, según me iba aproximando, la niebla se transformó en un hermoso velo, de un blanco puro, similar a las alas de los guardianes. Tal vez estaba hecho del mismo material.

Estaba ahí. Esa era la entrada. Lo había logrado. Lo toqué y noté un cosquilleo al atravesarlo con la punta de los dedos. Al otro lado iba a encontrar a Leví. Lo único que tenía que hacer era no mirar a nadie al otro lado.

De repente se levantó un fuerte viento que me arrastraba hacia el interior del portal, atrayendo también a la gente a nuestro alrededor, que empezaron a huir asustados. Eso llamó la atención de Aldana y los druidas, que me vieron al instante.

—¡¡Angie!! ¡¡Espera!!— escuché la voz de Dan detrás de mí.

—¡No!—exclamó Aldana aterrada. —Amira, yo te nombro. ¡Detente!

Tan pronto como Aldana dijo esas palabras, me quedé congelada y uno de los druidas se abalanzó sobre mí, haciéndome caer. El viento cada vez era más fuerte y apenas conseguía mantenerme en pie. Desesperada, miré hacia el portal temerosa de que se cerrara, pero para mi alivio, seguía ahí.

—¡No lo entendéis! Tengo que irme —supliqué al druida, pero me agarró más fuerte, mientras se aferraba al altar, para no ser arrastrado también.

—¿Cómo te has atrevido, insensata? —exclamó Aldana aproximándose a nosotros. —¿Tienes idea de lo que has hecho?

La cara de Aldana se veía muy diferente. Sus mejillas estaban enrojecidas de pura rabia y sus ojos tan abiertos que parecía que se iban a salir de las cuencas. Me dio un escalofrío.

—¡No quería tener que llegar a esto, pero no me has dejado otra opción! —clamó furiosa mientras alzaba la mano para clavarme un cuchillo.

—¡Cuidado, Angie! —exclamó Dan abalanzándose sobre ella e impidiendo que me hiriese.

La gente, agolpada a nuestro alrededor, se aferraba a lo que podía y, los más afortunados conseguían alejarse, mientras que algunos caían dentro del portal, arrastrados por esa fuerte corriente. Para mi asombro, había quienes se estaban atreviendo a grabar la escena con sus teléfonos móviles.

En un momento de distracción, mientras el druida que me sostenía dudaba si debía ir a socorrer a su líder, le asesté un codazo en el estómago y me acerqué donde estaba Dan, apoyado tras uno de los pilares del círculo interior. Tenía a la gran druida sujeta de ambas manos, inmovilizándola completamente. Le quité el cuchillo a Aldana, que gritaba desesperada.

—¡No sabéis lo que hacéis!

Mientras me agarraba a uno de los monolitos, alcé el cuchillo con la mano que me quedaba libre para intentar parecer amenazadora, pero casi no podía ver nada a causa del viento. El druida a mi lado aprovechó para reducirme. Se abalanzó sobre mí y trató de quitarme el cuchillo de Aldana. Mientras forcejeábamos, le herí la mano y, al ver la sangre, solté el cuchillo rápidamente. No. Definitivamente no estaba preparada para quitar una vida.

—¡Angie, no te acerques más!—gritó Dan, que forcejeaba con Aldana y otro druida que trataba de ayudarla.

El hombre al que había herido en la mano, agarró el cuchillo caído y dio un par de estocadas que esquivé torpemente. Me agarró del cuello y me estampó contra la columna de roca. Agarré su brazo e intenté clavarle las uñas, pero la tela de su ropa era tan gruesa que no sentía nada. Le golpeé el brazo y sólo conseguí que cerrase con más fuerza la mano alrededor de mi cuello. Me dolía. Dolía mucho.

El viento se volvió más embravecido y sentí que algo tiraba de mí, como si unas manos invisibles me agarraran de los pies y me llevaran hacia el portal.

—¡Hay que cerrar esa puerta como sea! —clamó Aldana mientras intentaba soltarse de los brazos de Dan.

Sentía que las fuerzas me fallaban, hasta que al final, logré patear lo suficiente para golpear en la entrepierna del hombre que me sostenía. Él me soltó inmediatamente y, al hacerlo, caí hacia atrás. Antes de tocar el suelo, la corriente de aire me arrastró y me llevó directa al interior del portal.

—¡¡Angie!!—me llamó Dan.

Pasé a través del velo y de repente, todo el bullicio y la luz se volvieron silencio y oscuridad.

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