Capítulo 26
A pesar de ser el mes de junio, hacía bastante frío. El viento y la lluvia azotaban en las pequeñas ventanas, dejando pasar el frío y la humedad. Ambos guardianes dormían dándome la espalda y yo estaba acostada mirando hacia arriba. Me dolía todo por la falta de movimiento. ¿Hacia qué lado podría girarme para intentar encontrar una postura cómoda para lograr conciliar el sueño?
Al pensar en lo que nos esperaba al amanecer o ante la expectativa de ser atacados durante la noche, lo que no entendía era cómo ellos conseguían dormir.
—¿Estáis dormidos?— susurré, pero no obtuve respuesta.
Resoplé molesta hasta que noté cómo Caleb se giraba hasta quedar mirándome a mí. Todavía estaba despierto.
—¿Estás bien?— dijo con la voz muy baja.
—No. Me duele todo porque no dejáis que me mueva a gusto y no puedo dormir.
—Que yo sepa no estás atada— se rió.
—Ya... —musité tratando de acomodarme.
—No te preocupes más. Pase lo que pase, no podemos estar más cerca para protegerte— bromeó.
Me puse de lado, dándole la espalda a Dan y mi columna lo agradeció. Quedé frente a Caleb, que me miraba serio.
—No te sientas mal por mí, por favor —dijo adivinando mis pensamientos sobre lo que había pasado entre nosotros la semana pasada. —Tengo lo que me he buscado.
—Tú siempre me has ayudado, Caleb. Te debo mucho.
—No tanto... Sólo intento resarcir errores del pasado.
—¿A qué te refieres?— pregunté sorprendida por la extraña confesión.
Me colocó un mechón de pelo detrás de la oreja y me acarició la mejilla, luego volvió a colocar la mano en su sitio.
—Algún día encontraré el valor para contártelo todo— musitó triste. —Hasta entonces te ruego que confíes en mí.
—Sabes que confío en ti con toda mi alma.
—Gracias —sonrió débilmente.
Agarró mi mano y la acarició, hasta que colocó los dedos en la muñeca. Supongo que me dormí, porque lo siguiente que recuerdo es despertarme por un ruido que escuché en el exterior. Levanté la cabeza y me vi abrazada al torso de Dan, mientras Caleb estaba abrazado a mi espalda.
De nuevo escuché el ruido y esta vez, Dan también se despertó.
—Buenos días, Angelita— se burló Dan. —¿Estás a gusto?
—¿Angelita? —protesté. Odiaba que me llamaran así. En seguida lo solté y al moverme, Caleb también se despertó. Ya había amanecido hacía tiempo y el sol entraba por una de las ventanas.
—Creo que no había dormido tan mal desde que tengo cuerpo— murmuró Caleb mientras se estiraba. —Me duele todo. ¿Qué hora es?
—Las ocho— informó Dan.
—¿Esta gente no va a parar con los cánticos y el ruido de los dichosos tambores?— se quejó Caleb. —Han estado así toda la noche.
—Son los ritos ceremoniales previos al solsticio. A los druidas les gustan mucho esas cosas— se rió Dan.
—En fin, ya es de día. Vamos a levantarnos —apremié, mientras intentaba salir del hueco que había quedado en medio de los dos guardianes.
Medio un escalofrío al abandonar la calidez de sus cuerpos y me froté los brazos.
—¿Quieres quedarte así un poquito más, peque? Por mí está bien— bromeó Dan.
—Ni loca...— dije mientras agarraba un abrigo y me lo ponía.
Abrí la puerta de la pequeña cabaña y me recibió un cálido sol que me ayudó a desentumecer mis huesos. Me sorprendió el movimiento del poblado. Había gente caminando por todas partes y me llamó la atención que parecieran sacados de una historia de la edad media. Nunca hubiera imaginado encontrar un lugar así en el siglo XXI. Usaban túnicas con capas, como la que había visto usar a Aldana. También usaban pieles y corpiños.
En medio de una replaceta había unos hombres tocando unos tambores y algunos instrumentos de cuerda, mientras una muchacha cantaba. En medio de ellos, una mujer hablaba en un idioma que no conocía, pero parecía uno de esos rituales de los que había hablado Dan.
En otra dirección vi puestos de comida, donde vendían fruta, carne y verduras. También había un puesto lleno de tinajas de barro y arcilla. Me acerqué a verlas y me fijé en sus bonitos tallados. Sobre una mesa vi algunos colgantes y amuletos preciosos y los observé. Entre ellos me llamó la atención uno dorado con forma de llave. Se me pasó la idea absurda de que esa pudiera ser la llave que buscábamos, pero la deseché tan pronto como me percaté de lo obvio. ¿Por qué iba a estar la llave en un mercado de la aldea?
Se acercó a mí un hombre que supuse que era el artesano que había hecho todas aquellas cosas. Tenía una larga barba y una túnica gris, y caminaba con dificultad apoyándose en un viejo bastón.
—Hola, ¿has visto algo que te guste? —preguntó sonriente.
—No... sólo estoy mirando.
Seguí observando distraída y cuando fui a mirar el siguiente puesto me encontré de bruces con el hombre, que seguía mirándome sonriente. Miré hacia atrás, ¿cómo había llegado hasta ahí tan rápido si estaba medio cojo?
—¿Estás segura, chica?— insistió. —Busca algo que te guste. Te lo regalo.
Caminó hasta donde estaban los amuletos y pasó la mano sobre ellos. Se detuvo sobre la llave dorada y la tomó.
—Te gusta éste, ¿no es así?
—¿Cómo... cómo lo sabes?
—Grandes hazañas vivieron los que en el pasado poseyeron este magnífico amuleto, símbolo de poder y conocimiento. Una llave abrirá infinidad de caminos en tu senda y te ayudará a pasar todos los umbrales.
El hombre colocó el colgante alrededor de mi cuello y sonrió.
—Te queda bien, jovencita.
Me quedé mirando la bonita llave dorada. Tenía un círculo en el que había tres brazos espirales que se unían en un punto central.
—Es bonito, pero no puedo aceptarlo —comencé a quitármelo, pero el hombre me lo impidió.
—Acéptalo, por favor. Me sentiría muy honrado.
Me pareció curioso que dijera eso, pero no le di más importancia. Le di las gracias y volví a la cabaña en seguida. Suficiente turismo por un día.
—¿Dónde estabas? —preguntó Caleb.
—He ido a curiosear por ahí —me limité a responder encogiéndome de hombros.
—Nos han traído algo de desayunar —dijo Dan con la boca llena de comida, ya sentado en la mesa. —Siento no haberte esperado para empezar, pero tardabas mucho. ¿Quieres?
Me ofreció algo de pan con mantequilla y algunas frutas, y yo me senté a su lado a comer.
—¿Es normal que sean tan amables con nosotros?— pregunté desconfiada.
—Todavía no les hemos dado razones para no serlo, ¿no es así?
—Ya, pero mira. —Saqué la llave de mi cuello y se la mostré a Dan, quien la observó detenidamente.
—Bonito amuleto. Esto es una llave triskel. Un símbolo sagrado para los druidas. ¿De dónde lo has sacado?
—Me lo ha regalado un hombre en uno de los puestos artesanales.
—¿Un regalo? Qué extraño.
—¿Por qué?
—Verás, el triskel tiene un poder mágico especial y sólo los druidas pueden llevarlo. No sé por qué querrían regalarte uno —dijo encogiéndose de hombros.
Lo miré con detenimiento y empecé a sentir algo fluir desde la llave hasta mi mano. Era cálido y agradable, y me recordó al tacto del Gobernante cuando estuve en Gallasteria.
—Hoy tenemos que aprovechar el día para investigar cómo conseguir abrir el portal —dijo Dan bajando la voz.
—¿Y no has pensado que tal vez ésta podría ser la llave a la que se refiere el libro? —mencioné en voz alta la absurda idea, por si acaso a alguien no le parecía tan estúpida.
Dan lo pensó unos segundos, pero en seguida negó con la cabeza.
—Nah, demasiado obvio —lo que yo decía—.Aunque no descarto nada. Cuando no sabes la respuesta, cualquier opción puede ser válida.
—Podríamos probar— opinó Caleb. —No perdemos nada.
—Vamos a pasear por la aldea, no sé, puede que encontremos alguna pista. Si han guardado el portal durante milenios, quizá haya alguna inscripción o algo que nos de ideas.
En cuanto terminamos de desayunar, escuchamos golpes en la puerta y Caleb fue a abrir. Aldana nos saludó sonriente.
—Buenos días, guardianes— saludó inclinando la cabeza hacia un lado con su característica sonrisa impasible.
—Buenos días.
—Espero que hayáis descansado bien. Esta mañana me he reunido con el caudillo y algunos de sus consejeros y hemos pensado que, ya que habéis venido a hacer turismo, deberíamos enseñaros la zona y sus hermosos tesoros.
—Eso sería maravilloso— respondió Dan con cortesía.
—Bien, pues si habéis terminado de desayunar, podríamos comenzar ya.
Pasamos el día yendo de un lugar a otro, pero no veíamos nada que nos pudiera dar una pista sobre lo que podía ser la llave que abría el portal o cómo hacerlo. Deseaba ir hacia el monumento de roca para investigar allí, pero no había manera de escapar de Aldana. Era como si nos estuviera vigilando.
Al atardecer, la aldea ofreció un banquete para celebrar el solsticio del día siguiente. Aldana me había prestado un bonito vestido de una suave tela verde, similar al terciopelo. Tenía las mangas muy anchas y amplias y un cinto a la altura de las caderas.Parecía una princesa celta. También habían prestado ropa a Caleb y Dan.
—Hacía tiempo que no tenía que usar este tipo de ropas— se rió Dan melancólico.
—¿Y por qué las usan en esta época?— preguntó Caleb curioso.
—Según ellos, para ser fieles a las tradiciones. No es gente de muchos cambios. Se aferran a su pasado como si no hubiera nada más.
—¿Y nosotros también tenemos que vestirnos así?
—Sí, ¿por qué no? Respetemos sus tradiciones— Dan se encogió de hombros y tomó asiento.
Le imitamos y observé a la gente a nuestro alrededor. Tocaban música alegre mientras bailaban. Parecía que algunos ya habían tomado alguna cerveza de más a la espera de que Aldana dijera unas palabras como Gran Druida para dar comienzo al banquete.
Habían encendido una hoguera alrededor de la cual habían puesto mesas llenas de comida. Habían matado unos cuantos cerdos y los habían servido en bandejas por todas las mesas. Frente a nosotros había una de las patas traseras y sentí mi estómago revolverse cuando vi el pelo del animal en las pezuñas. No. Yo no iba a comer de eso.
—Hola, joven.
Me sobresaltó escuchar la voz del hombre que había visto aquella mañana en el puesto de artesanía. Se había sentado a mi lado y agarró un trozo de carne, lo puso en su plato y lo acompañó con una guarnición de algo con caldo y patatas.
—Hola.
—No te veo muy animada —dijo señalando la comida. —¿Acaso te encuentras mal? ¿Hay algo que no es de tu agrado?
—No, todo es perfecto...
—Puedo ver preocupación en tus ojos. ¿Hay algo que pueda hacer por ti?
Pensé en preguntarle a él la información que necesitaba, pero Dan nos había pedido prudencia y no nombrar el portal. Ellos existían para defenderlo y nunca conseguiría hacerles entender lo importante que era para mí.
Me limité a sonreír y negar con la cabeza.
—El amor es algo complicado —dijo de repente mientras observaba a la gente bailando y conversando. —Puede conseguir que hagamos cosas maravillosas, pero también grandes locuras. De hecho, las mayores locuras siempre se han hecho por amor, ¿no crees?
—No sé a qué se refiere— traté de mirar en otra dirección, pero sus palabras me intrigaban. ¿Qué era lo que él sabía?
—Dime, joven... Esto... ¿Cómo debo llamarte?
—Mi nombre es Angie.
—Bonito nombre.
—Gracias.
—Yo soy Kalen.
Asentí incómoda y desvié la mirada. No deseaba hablar con él, pero insistía en seguir hablando conmigo.
—Dime, Angie, tú tienes a alguien así en tu vida, ¿no es cierto?
No respondí, pero mi silencio fue mucho más elocuente para él que cualquier respuesta que le pudiera haber dado.
—¿Y qué le ha ocurrido?— siguió interesándose. No me apetecía hablar sobre el tema, pero parecía que no iba a darse por vencido.
—Murió —respondí a secas.
—Vaya. Lo siento. Aunque por lo que ha dicho Aldana, conoces la ciudad de Gallasteria, así que sabes que podréis volver a encontraros, ¿cierto?
—La verdad es que... —tomé aire y lo solté para tratar de calmar las lágrimas que amenazaban con salir en cualquier momento. —Él no fue a Gallasteria.
—Oh, entiendo— asintió apesadumbrado. —Lamento haber sacado el tema, entonces.
—Está bien.
—Hace muchos años, mi amada sucumbió a los desterrados —dijo él triste. —Así que sé cómo te sientes. Después de aquello decidí convertirme en druida para poder defender a la gente que me importa del peligro de Marou y su reino.
—Me sorprende que los druidas sepáis sobre los guardianes y Gallasteria.
—Los druidas sabemos mucho. A veces creemos que demasiado —se rió de una broma que sólo él pareció entender. —En la antigüedad, los druidas luchaban junto a los guardianes. Eran numerosos y muy poderosos, pero a causa de las guerras, fueron muriendo y su conocimiento se fue perdiendo. Los que quedamos nos esforzamos por pasarlo a través de las generaciones para que no se pierda para siempre.
—¿Y por qué no volvéis a aliaros con los guardianes?
—Hubo algunos desacuerdos entre mis antepasados y los guardianes sobre los métodos utilizados para la protección de la gente y eso nos llevó a cortar todos los vínculos con ellos. Decidieron que también combatirían a los desterrados, pero a su manera.
—Pero si eso ocurrió en la antigüedad, ¿por qué no dejáis el pasado atrás y comenzáis de cero? Estoy segura de que la ayuda de los druidas vendría bien a los guardianes en esta época.
—Joven Angie, los druidas siguen teniendo métodos que no están de acuerdo con las normas de los guardianes y viceversa. No es algo tan sencillo.
Aldana se paró en medio de las mesas y llamó la atención de todos los que estaban allí. La gente que bailaba fue tomando asiento alrededor de la fogata y todo el mundo quedó en silencio.
La druida hizo una pequeña reverencia al que supuse que debía ser el caudillo del pueblo, pues su mesa y su asiento eran ligeramente más elevados que los de los demás. El hombre le dio paso y ella comenzó a hablar.
—Mis hermanos, amigos y compañeros. Una vez más nos hemos congregado alrededor del fuego sagrado para honrar nuestro pacto como protectores del Stonehenge. Demos gracias a los dioses que nos han protegido de todos los males hasta ahora y que han impedido que en nuestra generación se quebrante el sello que nos protege del gran mal.
Detrás de Aldana se pusieron en pie algunas personas que comenzaron a escenificar, según ella iba hablando.
—Hace más de seis mil años, en el auge del esplendor de nuestros pueblos, cuando otras culturas acudían a nosotros en busca de luz y sabiduría, Stonehenge no existía. La puerta al inframundo se encontraba abierta y constantemente la humanidad era azotada con sus ataques. Mucha gente moría y los guardianes, con la ayuda de los druidas, empezaron a ser insuficientes para lograr detener las calamidades que provenían del reino del infame Marou.
Miré a Dan, que escuchaba atentamente la historia de Aldana, aunque, por su expresión, no parecía estar muy de acuerdo con todo lo que se decía.
—¿Tú recuerdas eso?
—Por lo visto, mucho mejor que ella. De hecho, podría hacerle una disertación de cómo los druidas estaban siendo masacrados y los protegíamos —sonrió con autosuficiencia.
—Pero el gran Breogan, guerrero y poderoso druida, construyó Stonehenge con ayuda de los guardianes y su tecnología... —prosiguió Aldana.
—Mentira. Fuimos nosotros quienes lo construimos —susurró Dan negando con la cabeza, pero sin perder la sonrisa. —Ellos sólo sabían cantar y adorar a sus dioses paganos, como si pudieran ser escuchados.
—¿Quieres guardar silencio? Es interesante.
—Sí, como cuento antes de dormir— rodó los ojos y, con disimulo, agarró un trozo de pan y se lo metió en la boca.
—Desde entonces, hemos dado nuestra vida para proteger el portal que nos separa de nuestros enemigos naturales: Marou y sus huestes. Para evitar que grandes catástrofes asolen la tierra de nuevo. —Aldana extendía las manos al aire con dramatismo, mientras la gente asentía a su alrededor. —Gracias antepasados.
—Gracias —repitió la gente.
—Gracias a vosotros, hermanos...
—Gracias —volvieron a repetir.
—Y una vez más, gracias a las futuras generaciones que están por llegar y que cumplirán con el divino deber de proteger la tierra y a la humanidad de las calamidades.
—Gracias —repitieron por tercera vez.
La gente estalló en aplausos y, de nuevo, la música comenzó. Todos a nuestro alrededor empezaron a comer y los imitamos.
—Por fin— protestó Caleb. —Creí que moriría de hambre.
—Esta gente no tiene ni idea de lo que es dar la vida por proteger a la humanidad —murmuró Dan molesto mientras mordía un pedazo de carne. —Después de tantas generaciones, seguramente ni siquiera saben lo que ocurriría si esas piedras no estuvieran ahí.
—¿Y qué piensas que ocurriría? —Kalen se metió en la conversación y Dan dejó de masticar para mirar al anciano sentado a mi lado.
—No lo pienso, abuelete. Lo sé perfectamente. Yo estuve ahí cuando eso se construyó —dijo muy pagado de sí mismo.
—¿Y tú me llamas abuelete a mí?— se rió Kalen. Dan se rió también al darse cuenta de que nadie allí era tan viejo como él.
—Antes de que se construyera el portal, había guardianes que se dedicaban a proteger la entrada a Baltzoak. Ellos se encargaban de que los desterrados entrasen, pero que nada ni nadie saliera de allí. Era un sistema perfecto. No hacía falta ninguna puerta imposible de abrir.
—¿No te olvidas de un pequeño detalle? ¿Por qué fue construido el portal?—insistió Kalen apremiante.
—Uno de los guardianes del portal fue corrompido... —siguió hablando Dan, esta vez con un tono de voz más triste. —Fue cuando ocurrió la gran tragedia. Ordas de desterrados salieron de Baltzoak y causaron gran muerte y destrucción por toda la tierra.
—Por tanto, quedó patente que las estrictas normas de los guardianes no cumplieron con su cometido —el anciano volvió a meter el dedo en la llaga y Dan frunció el ceño molesto.
—Puede ser, pero también ha quedado claro, con el pasar de los milenios, que tener sellada la entrada de Baltzoak no ha servido de mucho, ¿no crees?
—Lo ignoro. Nosotros vivimos en paz aquí, sin otra preocupación que cuidar del portal para que no sea abierto.
Dan empezaba a perder la paciencia.
—¿Pero acaso no alardeáis de que protegéis al mundo y a la humanidad? Los desterrados se mueven por la faz de la tierra, corrompiendo corazones, destruyendo la felicidad de la gente y arrastrándolos a sus filas, para seguir expandiéndose, como un virus. Incluso he llegado a ver a algunos capaces de abrir agujeros en la tierra que arrastran a sus presas directos a Baltzoak sin haber sido, siquiera corrompidos.
—Suena aterrador, pero... para eso estáis vosotros, ¿no es así?
—No lo veo tan claro.
—Los druidas nos hemos visto reducidos en los últimos siglos y las generaciones que nos preceden cada vez están menos interesadas en nuestras tradiciones, dejándose llevar por la vida fácil que ofrece el mundo. Poco podemos hacer, cuando ya apenas sí podemos proteger este gran portal. Mira a tu alrededor, guardián.
Dan le obedeció y miró a la gente que conversaba y comía alegremente.
—Los que ves aquí, que no serán más de cien personas, sumamos a los druidas que quedamos con vida y los que un día llegarán a serlo. Jérica es la última aldea druida auténtica. Todas las demás ciudades son ecos de una cultura casi extinta, dedicadas al turismo para satisfacer la curiosidad del mundo.
—En ese caso deberíais empezar a pensar en renovaros un poco y cambiar vuestra forma de vida —opinó Dan.
—¿Ves lo que quería decir, joven Angie?— dijo Kalen negando con la cabeza y riéndose. —Nunca vamos a conseguir ponernos de acuerdo. Tenemos métodos muy diferentes y cuando ambas partes creen tener la razón absoluta, es difícil llegar a un consenso.
—¿Tú sabes cómo abrir la puerta, Kalen? —pregunté sin andarme con rodeos y provocando que Dan se atragantase con un pedazo de pan que tenía en la boca.
El hombre me miró sorprendido, pero luego sonrió.
—No. La única persona que tiene ese conocimiento es la Gran Druida.
Miré a Aldana, que estaba sentada junto al caudillo del pueblo, conversando alegremente con sus compañeros mientras comía. Debía sonsacarle esa información cuanto antes. No quería ni pensar que cuando consiguiera llegar a Leví, fuera demasiado tarde para salvarlo.
—¿Y para qué quieres abrir esa puerta, criatura? ¿Qué se te ha perdido en ese infierno? —inquirió el anciano aterrado.
—¿Recuerdas que me preguntaste si yo tenía un amor que me empuja a hacer grandes locuras? —Kalen asintió mientras su respiración se aceleraba.—Pues está ahí, esperándome. Y yo debo ir a salvarlo.
—Pero no veo cómo una niña como tú podría...
—No olvides que nos tiene a nosotros —aportó Dan alzando las cejas muy confiado.
—¿Y qué clase de locura os ha dado para exponer a vuestra protegida de esa manera? —insistió preocupado.
—Sé que puedo hacerlo, aunque todavía no he descubierto el cómo—insistí. —Es una promesa que hice en Gallasteria.
Kalen me miró y, para mi sorpresa, sonrió.
—En ese caso, te deseo suerte. Espero que el amuleto que te regalé esta mañana te ayude.
—Gracias, Kalen.
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