Capítulo 25
ANGIE
Decir que aquella había sido la semana más larga de mi vida se quedaba corto. Nunca había visitado Inglaterra y hasta el momento me estaba pareciendo un lugar encantador, aunque bastante lluvioso.
Faltaban dos días para el solsticio de verano y los pasaríamos acampados a una distancia prudencial del monumento. Dan había colocado unos inhibidores para ocultarnos de la vista de curiosos. Como siempre, tecnología de Gallasteria: si no lo buscabas, no lo verías.
Mientras tanto, investigábamos sobre lo que podría ser la llave infinita de la que hablaban los textos de Izen, los cuales, Dan había fotografiado para poder leerlos una y otra vez e intentar revelar sus secretos.
A nuestro alrededor había otras personas que también acampaban, sin embargo eran bastante ruidosos. Había música, alcohol y baile. Nunca habría pensado que Stonehenge fuera un lugar en el que encontraría ese tipo de fiestas.
—Este lugar me trae tantos recuerdos... —dijo Dan melancólico. —Fue mi lugar de trabajo durante los primeros dos mil años de mi existencia.
—¿Dos mil años? —exclamé asombrada.
—¿Creías que siempre me había dedicado a cuidar del cara de palo? —se rió. —Espero que haga sol durante el solsticio— dijo mirando al cielo del atardecer lleno de nubes. —Sin la luz del sol, la entrada no se mostrará.
—¿Por qué hay tanta gente?— pregunté molesta por el ruido.
—Siempre ocurre durante los solsticios. La gente no tiene ni idea de por qué se reúne, pero les llama la atención que un monumento construido hace tanto tiempo sea tan exacto para predecir eventos astronómicos y ya sabes que el ser humano es curioso por naturaleza.
—Ya... — murmuré mientras observaba a un grupo de gente con demasiado alcohol en el cuerpo que rodeaba a dos parejas de hombres subidos a hombros y que luchaban para derribarse unos a otros. Me pareció ridículo y resoplé negando con la cabeza. —Además de curioso, a veces pienso que el ser humano es estúpido.
—A veces no, querida Angie. La gran mayoría del tiempo— se rió Dan.
Observé la atestada llanura de pasto verde, donde había gente de toda clase, algunos haciendo fotos y otros, simplemente admirando el lugar al que sólo podrían acceder durante el solsticio, pues el resto del año no se permitía la entrada.
A pesar de ser un lugar bello, a diferencia del resto de personas, yo no iba a admirarlo, sino a usarlo. Para mí tenía un valor muy distinto que para el resto de gente que se había reunido allí. Era la puerta que me llevaría de nuevo a Leví.
—¿Crees que todavía funcionará?— pregunté temerosa.
—Ni idea— confesó el guardián mientras se rascaba la cabeza. —Pero si no funciona, intentaremos ponerlo operativo nosotros.
—¿Y si algo sale mal?— interrumpió Caleb preocupado. —Si este lugar ha quedado olvidado debe ser por algo, ¿no creéis? Además, ¿Qué vamos a hacer con todas esas personas que podrían vernos? No creo que sea buena idea abrir un portal a Baltzoak con tanto borracho alrededor.
—¿Qué te pasa? ¿Es que no quieres salvar a Leví?— pregunté cansada de sus quejas. No había parado de poner pegas desde que Dan había planteado la idea de venir. Él me miró achicando los ojos y frunció el ceño.
—No es eso.
—Pero tienes razón, Caleb— añadió Dan. —No sabemos qué clase de magia oculta el Stonehenge y, mucho menos, el efecto que puede tener en los alrededores. Ojalá pudiéramos hacer que toda esa gente se marchase.
Dan comenzó a caminar entre la muchedumbre, aproximándose al monumento. Pasó por debajo de la cinta de contención que separaba a la gente del monumento y caminó con las manos en los bolsillos despreocupado. Asustada miré a los guardias de seguridad que vigilaban, pero todos parecían ignorar a Dan.
—¿Adónde vas?— exclamé preocupada.
Dan hizo una seña con la mano para que lo esperásemos allí, pero no le hice caso. Estaba demasiado ansiosa por conseguir llegar a Leví, como para quedarme mirando, sin más. Comencé a caminar en la misma dirección que él, pero me encontré de bruces con los fuertes brazos cruzados de un enorme guardia de seguridad que me impedía el paso.
—Lo siento, pero hasta el solsticio no se puede pasar— dijo con un fuerte acento británico y mirándome con cara de pocos amigos.
—Pero si... —desconcertada iba a señalar a Dan, pero lo había perdido de vista.
—¿Por qué eres tan impaciente?— dijo Caleb tirando de mi brazo y apartándome de la multitud. —Necesitas un inhibidor para pasar desapercibida.
—¿Y por qué no lo habéis dicho antes?
Caleb me extendió el aparato poniendo los ojos en blanco y sonrió. A simple vista parecía un auricular inalámbrico. Lo tomé de su mano y me lo puse en la oreja, tal y como lo tenía él.
—¿Y ya está?
—Ya está.
—¿Con esto podré pasar?
—¿Quieres intentarlo?
Miré al enorme guardia de seguridad y asentí llena de determinación. Caminé con audacia, seguida de Caleb y como por arte de magia, pasamos junto al hombre, que no nos dirigió ni una mirada. Caleb levantó la cinta de contención y pasamos por debajo, siguiendo el mismo camino que había andado Dan.
Mi corazón latía desbocado por nuestra pequeña travesura y empecé a correr llevada por la adrenalina. Caleb me siguió entre risas hasta las enormes rocas que coronaban la verde llanura.
—Nunca pensé que un día estaría aquí— dije admirando los imponentes monolitos mientras ponía la mano sobre uno de ellos. Al hacerlo noté un cosquilleo en la palma de la mano que me hizo sonreír admirada. Aquel lugar escondía más magia de la que nunca hubiera imaginado.
—¿Y dónde está Dan?— pregunté mirando alrededor. Caleb se rió de nuevo.
—¿Lo dices en serio?
Lo miré desconcertada justo antes de sentir una mano en mi hombro que me hizo gritar del susto.
—¡Dan! —exclamé mientras hiperventilaba. —¿Cuánto tiempo llevas ahí?
—He estado aquí todo el tiempo. ¿No me has visto?— se rió. Luego señaló al inhibidor de su oreja y me guiñó un ojo. Comprobado. Esos trastos funcionaban muy bien.
—¿Y qué buscamos exactamente? —dijo Caleb mientras pasaba la mano por otro megalito y lo rodeaba atento por si encontraba alguna pista.
Dan se paró frente a uno de los arcos rocosos
—Ni idea. Según el libro, durante el alba del día más largo, la luz mostrará el camino a la llave del poder infinito que todo lo abre.—contestó Dan poniendo voz cavernosa y riéndose un poco. —Hasta entonces sólo podemos observar, investigar y conocer el lugar para planificarlo todo bien. El amanecer dura sólo unos minutos y no sabemos cuánto tiempo nos puede llevar encontrar esa llave.
—¿Y si no la encontramos?— pregunté temerosa.
—Habrá que esperar seis meses hasta el solsticio de invierno.
Fruncí el ceño disconforme. Estábamos demasiado cerca y no pensaba esperar seis meses más para poder encontrar a Leví. ¿Y si llegábamos demasiado tarde? Suspiré preocupada y comencé a caminar entre las rocas del Stonehenge, observándolo todo con detenimiento. No sabía qué buscaba y tampoco dónde buscarlo. Aquello era mucho más complicado de lo que me había parecido desde un principio.
Salí del gran círculo de piedras y me llamó la atención una mujer rubia con un vestido largo hasta los pies de color blanco y cubierta con una capa negra que sacudía una vara casi tan alta como ella mientras caminaba desde una roca algo más apartada, hacia donde estábamos nosotros.
Segura de que no me vería, no me moví de donde estaba. Permanecí quieta observándola caminar. Tenía una bonita corona de flores de colores decorando su cabeza y era bastante guapa.
En el momento en que pasó a mi lado, se detuvo y miró a ambos lados hasta que sus ojos se conectaron con los míos.
—Sabía que había alguien aquí— dijo con un fuerte acento británico.
—Me has visto...— musité.
—Claro que te he visto, buscaba a quien se escondía de mí—sonrió mientras señalaba mi oreja. —Mi nombre es Aldana, y tú eres...
—Angie.
—No,me refiero a tu nombre verdadero. Posees tecnología de Gallasteria, estoy segura de que ya conoces tu verdadero nombre.
Observé a la mujer recelosa, pero por alguna razón sentí que podía confiaren ella.
—Amira —respondí con timidez. Nunca antes me había presentado con ese nombre, al menos que yo recordase, y sentí como si lo hubiera hecho un poco más mío.
—Es un placer, Amira. ¿Y qué te trae por aquí en un día como hoy? —con la cabeza señaló a la ruidosa multitud que rodeaba el monumento.
No sabía hasta qué punto podía confiar en ella, así que decidí no hablarle de nuestro plan a menos que Dan o Caleb me dieran el visto bueno.
—Sólo turismo —mentí.
—¿En serio? Qué casualidad... Estoy segura de que sabes qué fecha se aproxima. —dijo inclinando la cabeza hacia un lado sin dejar de sonreír. Me fijé que tenía las pestañas del mismo color que el pelo y los ojos tan claros que parecían blancos.
Me quedé callada bajo su atenta mirada. Era como si escudriñase mi interior, tratando de averiguar cuáles eran mis auténticas intenciones sin necesidad de escucharme hablar. ¿Quién demonios era esa mujer?
Dan y Caleb se aproximaron a nosotras y la saludaron con una pequeña reverencia. Ella inclinó la cabeza devolviéndoles el saludo.
—No esperaba encontrarme a la Gran Druida aquí— dijo Dan sonriente.
—Yo tampoco esperaba ver a un par de guardianes dejando que su protegida juegue con cosas peligrosas— Aldana también sonrió, pero su tono irónico nos dejó claro que no pensaba ponernos las cosas fáciles para acceder al portal.
—Es una cuestión importante— explicó Dan —, pero nada que deba preocuparte.
—Mis compañeros druidas y yo venimos aquí cada solsticio, durante generaciones, desde hace milenios, para proteger este lugar místico y lleno de magia —Aldana me miró entrecerrando los ojos, pero sonrió.
—Como he dicho, no es nuestra intención hacer nada peligroso. Simplemente investigamos sobre algunos asuntos— reiteró Dan.
—Entiendo. En ese caso, me gustaría invitaros a pasar el tiempo que estéis aquí con nosotros, en nuestra aldea, que está oculta detrás de aquellos árboles de allá— señaló una pequeña arboleda que se divisaba a lo lejos a través de las planicies verdes.
—Gracias, Gran Druida— de nuevo, Dan inclinó la cabeza ante la mujer.
—Sin embargo, he de advertir a vuestra protegida que nunca más vuelva a dar su verdadero nombre a nadie sobre la faz de esta tierra.
—¿Le has dado tu nombre?— preguntó Caleb sorprendido.
—¿Por qué no?— me defendí.
—La importancia de un nombre es grande. —Explicó Aldana. —Es lo que liga a tu cuerpo con tu verdadero ser y es el canal a través del cual fluye la fuerza vital al cuerpo. Llamando a alguien por su verdadero nombre puedes devolverlo a la vida, o, por el contrario, quitársela. Nunca vuelvas a dar tu verdadero nombre a nadie.
—De acuerdo... Gracias por el aviso— tragué en seco asustada. ¿Todo eso por un simple nombre? Eso me llevó a pensar, ¿Y si me había pedido mi nombre por si tenía que usarlo en mi contra? Miré a la mujer con desconfianza y ella sonrió.
—Será mejor que vayamos a por nuestras cosas al campamento— dijo Dan mirando al cielo, que empezaba a verse ligeramente tiznado de nubes oscuras. —Si nos mojamos podríamos resfriarnos.
—Por supuesto. Os esperaré aquí —dijo ella, inclinando la cabeza hacia un lado y sin borrar la sonrisa de sus labios.
—Tenemos un problema— dijo Dan alzando una ceja preocupado, en cuanto salimos del campo auditivo de la mujer. —Los druidas no nos dejarán buscar la puerta.
—¿No? Aldana me ha parecido muy amable —me extrañé por las sospechas de Dan.
—Le dijiste tu nombre...
—¿Y qué?
—Ahora estamos en clara desventaja. Aunque tuviéramos la llave, ellos existen para evitar que la puerta sea abierta. ¿Crees que nos lo van a poner fácil?
—No... no lo sé —musité. —¿Acaso ellos no están en el mismo bando que nosotros?
—¿Bando? Ellos no están en ningún bando. Su única misión en la vida es intentar que esa puerta no se abra.
—¿Y por qué ese empeño?
—El mundo es muy antiguo, Angie. Muchas cosas han pasado desde que este portal se erigió. —Dan volvió la mirada hacia el megalito y negó con la cabeza. —Cosas horribles.
—No sé si me atrevo a preguntar...
Dan me miró serio. Nunca lo había visto tan serio.
—Si no ponemos remedio pronto, posiblemente el mundo volverá a sufrir como antaño.
Dan aceleró el paso y se deslizó bajo la cinta de contención, perdiéndose entre la gente. Tragué en seco asustada. ¿Qué habría querido decir con eso?
Volvimos hasta donde estaba instalado el campamento y empezamos a recoger todo. Estaba oscureciendo y el poblado druida estaba bastante retirado.
—¿Y si Aldana no nos deja abrir ese portal nunca y no conseguimos llegar hasta Leví?— di voz a mis temores.
—Angie, —dijo Caleb poniendo su mano en mi hombro. —Sea como sea, conseguiremos abrirlo. Deja de preocuparte.
—Sí —asentí con firmeza, pero algo dentro de mí me decía que esa tal Aldana nos iba a dar problemas.
Una vez hubimos recogido todo, nos encontramos con la druida y fuimos hacia la aldea. El camino se alargó más de treinta minutos y ya era noche cerrada cuando llegamos.
—Bienvenidos a Jérica— dijo la druida extendiendo las manos. —la aldea secreta de los druidas protectores de Stonehenge.
—Gracias por la hospitalidad, Gran Druida — Dan inclinó la cabeza en señal de gratitud. —Para nosotros es un honor haber sido invitados a este legendario lugar.
A pesar de ser de noche, había bastante luz en el poblado. Había unas esferas luminosas que flotaban sobre los caminos, como farolas que no estaban en la tierra. ¿Qué clase de magia era esa? Me recordaban a las esferas que habíamos visto en el túnel que nos había llevado hasta la ciudadela de Gallasteria. ¿Serían del mismo material? Y si era así, ¿qué relación tendrían los druidas con la gran ciudad?
Aldana nos ofreció una pequeña cabaña para pasar la noche, construida en barro y piedras deforma circular, con un tejado de paja. No parecía muy grande y fruncí el ceño al comprobar que en su interior sólo había una cama grande, una mesa con sillas y una alfombra hecha con piel de animal.
—Os pido disculpas, pero en la época de solsticio muchos druidas vienen de lejos para quedarse en nuestro poblado y no tenemos mucho espacio. Espero que no os importe compartir la casa.
—Descuida, Aldana— dijo Dan sonriente. —Tampoco aceptaríamos separarnos de Angie.
—Eso pensé— respondió ella. —Será mejor que descanséis. Mañana conversaremos un poco más. Buenas noches.
—Buenas noches, gran druida.
La mujer se marchó y Dan cerró la puerta. Corrió el gran pasador oxidado y, con ayuda de Caleb, empezaron a observar la casa con detenimiento. Cerraron cada pequeña cortina, miraron debajo de todos los muebles e, incluso, se asomaron por la pequeña chimenea que había a un lado de la pared.
—Tenemos que cubrir esto de aquí— dijo Dan pensativo.
Unos segundos después, apareció Caleb con un plato grande de madera y loutilizó para cubrir el hueco de la chimenea.
—Esto servirá —musitó mientras encajaba una cuchara entre las ranuras de las piedras que subían por la chimenea.
—¿Qué estáis haciendo? —inquirí empezando a sentirme intranquila por tantas medidas de seguridad.
—No me fío de Aldana. Creo que sospecha de nuestras intenciones —sentenció Dan sin apartar la mirada de todos los rincones de la casa, todavía intranquilo por si había algo que se le había pasado.
—¿Tú crees? ¿Y por qué has aceptado su invitación?
—Porque si no lo hubiera hecho, habría dejado de manifiesto que no confío en ella y eso no nos conviene. Ya estamos en desventaja por lo de tu nombre. —Bajé la mirada avergonzada por mi metedura de pata.—Además, desde aquí me resultará más fácil controlar sus movimientos.
—Entiendo.
Dan se sentó con las piernas cruzadas en el suelo, sobre la mullida alfombra y nos invitó a que le imitásemos.
—Escuchadme bien, —Dan empezó a hablar en un susurro con cierta desconfianza —los druidas son gente peligrosa. Tuve algunos encuentros con ellos en el pasado y son como una secta. No habrá manera de que podamos hacerlos cambiar de opinión en cuanto a abrir el portal así pues, es probable que todo esto se complique un poco. Para colmo, no nos está permitido usar todo nuestro poder contra ellos, ya que son sólo simples mortales.
—¿A qué te refieres con que "se complique"?
Dan me miró consternado y luego a Caleb. De nuevo jugaban al juego de las miraditas secretas cargadas de palabras que se escapaban a mi entendimiento.
—¿Hasta dónde estás dispuesta a hacer lo que sea por Leví?— preguntó Dan mirándome a los ojos con intensidad.
—Hasta donde haga falta— sentencié sin un ápice de duda.
—¿Quitarías una vida si fuera necesario?
—¿Qué? ¿De verdad crees que...?
—Es muy probable, Angie. Esta época es muy pacífica y entiendo que podría ser difícil matar a alguien si se diera el caso, pero los druidas son unos fanáticos que no van a detenerse y si dudas, podrían matarte sin pestañear. ¿Estás segura de que quieres seguir adelante y no esperar al próximo solsticio para planificarlo todo un poco mejor?
Por un momento dudé. Quitar una vida era algo serio, pero tan pronto como pensé en Leví y lo que debía estar sufriendo en aquel lugar,todas mis dudas se disiparon.
—Sigamos adelante —afirmé con toda la convicción de mi ser.
Dan me miró fijamente durante unos segundos más, y al final dio una palmada mientras se ponía en pie, sobresaltándome.
—En fin. No sé vosotros, pero yo tengo hambre —dijo sonriente mientras abría la mochila y buscaba algo para cenar.
Me sorprendió la facilidad con la que su expresión había cambiado. Tal vez Dan no era en realidad tan risueño como siempre había imaginado y se trataba sólo de una máscara con la que ocultaba el dolor de una larga vida llena de muchas más penas que alegrías.
Mientras él y Caleb se encargaban de encender la chimenea para calentar algo de cena, yo me quedé observando la lluvia por la ventana, y a lo lejos el inmenso conjunto de rocas milenario rodeado de gente que celebraba la proximidad del solsticio.
Cientos de preguntas pasaron por mi mente. ¿Dónde podría estar la llave? Y si la encontrábamos y conseguíamos abrir el portal, ¿qué encontraría al otro lado? ¿Conseguiría encontrar a Leví? ¿A qué se había referido Dan con lo de las cosas horribles que ocurrían en la tierra en el pasado? A eso se le sumaba la perspectiva de tener que enfrentarnos a los druidas y tener que matar si fuera necesario. Por un momento flaqueé en mi empeño por abrir ese portal, pero tenía que salvar a Leví. Era mi responsabilidad, pues todo había ocurrido porque yo no había sido capaz de mantener mis sentimientos firmes.
—Angie —la voz de Caleb me sobresaltó. —¿Quieres un poco?
Me ofreció una especie de guiso enlatado que miré con un poco de asco, pero el hambre apremiaba y lo acepté.
—No te preocupes por lo que ha dicho Dan— siguió hablando mientras comía a mi lado. —No voy a permitir que te pase nada y Dan tampoco. Recuerda que somos tus guardianes y nuestro deber es protegerte.
Sonreí agradecida, sin embargo, las palabras del Gobernante vinieron a mi mente. Yo debía protegerlos a ellos y sentía, tan claro como si fuera una voz hablando en mi mente, que el momento se aproximaba.
No era tanto el miedo que tenía a los druidas, como a lo que encontraría al otro lado del portal. Era un mundo diferente. Uno peligroso que sobrepasaba los límites de mi imaginación.
—¿Cómo es Baltzoak? —pregunté intentando prepararme mentalmente para lo que me esperaba si conseguíamos llegar allí.
—Baltzoak es un mundo horroroso —dijo Dan mientras se acercaba a nosotros con una sobreactuada expresión de horror. —Está lleno de gente perdida que anda lamentándose de un lado a otro, intentando buscar un consuelo que nunca llega. Cuando estemos allí, debemos tener cuidado, nuestra presencia no pasará desapercibida para ellos. Nos odian porque tenemos las oportunidades que ellos nunca más tendrán. Es importante que no les tengáis miedo, aunque adopten formas monstruosas, ya que en el momento en que tomen poder sobre vuestras emociones, estaréis perdidos. Lo mejor es no mirarlos. Debemos tener algo a mano para cubrirnos los ojos. Gritarán, os amenazarán,tratarán de intimidaros, pero nunca os podrán tocar a menos que se lo permitáis.
—Suena bastante crudo... —musité asustada.
—¡Lo es! ¿Por qué crees que Leví quería evitar que fueras? Pero lo peor no es eso. Ellos mentirán. Se harán pasar por la persona que andamos buscando para que los miremos y acabemos siendo víctimas de su propia locura, convirtiéndonos en atormentados. Para asegurarnos de identificarlos correctamente, tratad de palparlos y si lo conseguís, sólo si lo conseguís, será Leví.
Las palabras de Dan me inquietaron. Si vencer a los druidas iba a ser difícil, más lo sería encontrar a Leví en aquél mundo oscuro y peligroso.
Fuimos a dormir temprano. El amanecer comenzaría antes de las cinco de la mañana y al no saber lo que nos esperaba al día siguiente en la aldea de Jérica, como la había llamado la druida, decidimos descansar lo que pudiéramos.
—Y bien, ¿cómo vamos a dormir? —pregunté dando por hecho que no cabíamos los tres en la misma cama. —¿Queréis que yo duerma en la alfombra? No tengo problema— ofrecí.
—¿En la alfombra? No, no —Dan negó con la cabeza. —Todos juntitos en la cama estaremos mejor.
—¿Los tres? Bromeas, ¿no?
—¿Por qué no?— se rió Caleb. —Aquí hace más frío que en nuestra ciudad. Nos ayudará a mantener el calor.
—No. Ya podéis ir olvidando la idea— protesté en seguida.
—Está bien— dijo Dan. —Nosotros podemos dormir en la alfombra, de ese modo conservarás tu intimidad. Pero después no vengas a llamarnos, cuando la temperatura baje a diez grados y tengas frío.
—El frío no me importa. Tengo un saco de dormir.
—Entonces... si viene algún ladrón e intenta meterse en tu cama...
—Sabes que eso no va a pasar. Habéis cerrado todo a cal y canto.
—¿Cucarachas? ¿Ratones?
—De aparecer alguno, ¿habrá alguna diferencia si vosotros estáis a mi lado o no?
Dan frunció el ceño mientras se concentraba en buscar algo que me hiciera cambiar de opinión.
—Tampoco vengas a buscarnos si los druidas intentan hacernos algo mientras estamos descansando— añadió Caleb.
—¿Los druidas?— Ahora sí habían llamado mi atención. —¿Creéis que podrían intentar algo mientras dormimos?
—No lo sé —Dan se encogió de hombros lanzando una mirada de complicidad a Caleb. —Pero tendríamos que estar preparados por si acaso.
Maldije unas cuantas veces antes de rendirme. No era que no me fiase de ellos, pero después de todo, en una cama de 1,50m de ancho, el roce sería inevitable, y después de lo que había pasado con Caleb una semana atrás, prefería evitarlo. Había expuesto mis sentimientos por él y le había dicho que le quería, sin embargo, eso había quedado eclipsado ante la posibilidad de volver a ver a Leví. Me sentí como una hipócrita. No debí haber cedido, aunque en ese momento me había parecido lo correcto, había terminado por jugar con sus sentimientos y hacerle daño.
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