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Capítulo 24


LEVÍ

La cabeza me dolía como si un duende invisible me estuviese dando martillazos. Apenas podía abrir los ojos y sentía las piernas flaquear. Estaba sobre una superficie fría y dura. ¿Dónde diablos estaba? Mi primer pensamiento fue para Amira. Tenía que ayudarla. Intenté levantarme, pero un dolor punzante en el abdomen y en el pecho me lo impidieron.

—No te levantes, sólo conseguirás hacerte daño.

Miré en la dirección desde donde me pareció escuchar la voz, pero tenía la vista nublada. Apenas podía distinguir nada, y los sonidos llegaban a mis oídos acolchados, como si mi cabeza estuviese dentro de un bote de cristal.

—¿Quién eres?— farfullé. Mi voz sonaba rasposa. Me dolía la garganta y tenía muchísima sed.

—Eso aquí no importa.

—¿Dónde es aquí?

La intensa oscuridad me impedía saber si mi vista mejoraba, pero poco a poco empezaba a notar que las fuerzas volvían a mis extremidades. Miré en dirección a la voz y provenía de un joven, que estaba de pie junto a la entrada de lo que parecía una cueva. ¿Estaba en una cueva? ¿Qué demonios era aquel lugar?

—Cuando llegamos aquí siempre es un poco confuso, pero en seguida te aclararás, guardián.

Esta vez hice el esfuerzo de incorporarme a pesar del terrible dolor y dediqué una mirada inquisitiva al joven que me hablaba. Una cosa estaba clara. Él sabía quién era yo.

—¿Quién eres? Contéstame.

—Yo también solía ser un guardián... pero fui imprudente y no cumplí las normas.

—¿Y por qué no eres un desterrado?

—No lo sé. Supongo que no pueden conmigo. —El joven soltó una risa cansada y se acercó a mí. Se sentó a mi lado y entonces pude distinguir su cara. Una cara que hacía mucho tiempo que no veía.

—¡Nacor!

—Hola, Leví.

Ignorando el dolor de mis heridas, abracé a mi viejo amigo. Realmente era la última persona que esperaba encontrar en aquel lugar, lo que me llevó a pensar...

—Entonces eso significa que estoy...

—En el último sitio donde te gustaría estar ahora mismo, eso seguro.

—Baltzoak.

—Así es.

Con algo más de fuerzas, me levanté y miré a mi alrededor. Estábamos en una especie de cueva muy oscura, resguardados de quienes se lamentaban afuera, en lo que se conocía como el Yermo de los Atormentados. Según había leído en uno de los libros de Izen, no podíamos mirarlos a los ojos, pues eso pondría su atención en nosotros y acabarían por arrastrarnos a la locura que caracterizaba a los que estaban allí encerrados.

—¿Cómo me has encontrado?— pregunté extrañado.

—Apareciste inconsciente en la entrada de la cueva. Te traje hasta aquí y te curé las heridas que tenías. —Eché un vistazo a mis heridas, pero, para mi sorpresa, a pesar del dolor, no había nada. Debían haberse cerrado mientras estaba inconsciente gracias a la curación de Nacor, pero mi mente todavía tenía un recuerdo residual de ese dolor. —Seguramente los tejidos internos siguen dañados, así que no deberías moverte tan alegremente, o tendrás un derrame.

—¿Dónde está Eder?— pregunté forzándome a ignorar el dolor, que cada vez era menos intenso.

—Ella responde por el nombre de Beth... —suspiró sonoramente. —No tengo ni idea. Nunca he conseguido encontrarla. Cada vez que lo intento, estoy más cerca de enloquecer, hasta que al final deje de buscarla y acabe por unirme a ese coro de lunáticos...

—No lo permitiré, Nacor. Te ayudaré a encontrarla y saldremos de aquí.

Nacor me miró incrédulo y empezó a reír a carcajadas, hasta que me hizo sentir incómodo.

—¿Acaso crees que no llevo intentando salir de este maldito infierno desde el miserable día en que llegué? Es imposible. La salida está sellada con magia poderosa y es imposible abrirla desde dentro.

—¿Y si alguien nos ayudase desde fuera?

—Ah, claro, eso tiene mucho sentido —espetó cargado de sarcasmo.—Entonces está todo solucionado. Usa un kazrefti para avisar, si es que funciona aquí, o mejor, llama por teléfono para que te abran la puerta y ya está.—Nacor se puso de pie y dio un par de vueltas nervioso antes de seguir hablando. —Lo siento por ti, Leví, pero cuanto antes aceptes la realidad, mejor para ti. Este sitio es un calabozo donde entras y nunca sales. Y a nadie ahí fuera le importa porque te dan por muerto y ya está, así que puedes ir olvidando esa idea y pensar en otra.

Observé a mi amigo preocupado. Tanto tiempo allí había hecho mella en su actitud. Él solía ser brillante, uno de los mejores, y ver cómo los desterrados habían conseguido hundirlo, me dolía en el corazón. Sin embargo, sólo era un reflejo de lo que acabaría por pasarme a mí si no salíamos de allí.

—Perdóname —dije bajando la cabeza triste. Él me miró sorprendido.

—¿Por qué?

—Estaba tan centrado en mí mismo que hasta que Angie no propuso la idea de venir a buscaros, no se me ocurrió que podía existir un modo.

Me senté en el suelo otra vez, triste y derrotado. Nacor se agachó hasta ponerse a mi altura y apoyó una mano en mi hombro.

—Está bien, amigo. Siento haberme puesto así. Es por culpa de este sitio infernal, que pronto podrá conmigo. —suspiró sonoramente. — Y dime, ¿Cómo está Angie? ¿Caleb ha podido protegerla todo este tiempo?

—Sí... ha crecido... bastante —contesté incómodo. Nacor era mi amigo, pero se me hacía extraño hablar con él sobre ella. Era nada menos que su padre.

—Ella era tan pequeña y tan pura... Tuvimos que abandonarla en aquel coche frío... —guardó un instante de silencio —Por suerte Caleb estaba ahí.

Cada vez que escuchaba a Nacor nombrar a Caleb, sentía que un montón de cuchillos se me clavaban en el corazón. A pesar de lo complicado de la situación, estaba celoso. Y mucho.

Con discreción cubrí mi Turek para apartarlo de la vista de Nacor. Me avergonzaba que viera que mi propio desorden me había llevado a ese lugar.

—Tenemos que encontrar a Beth. Ojalá no sea demasiado tarde para ella —cambié de tema exasperado.

—No lo es —afirmó muy seguro.

—¿Cómo lo sabes?

Introdujo un dedo por el cuello de su camisa y en la clavícula dejó al descubierto una pequeña marca con forma de infinito. Yo conocía aquella marca. Era una conexión eterna. Lo que sentía el uno, lo podía sentir el otro, sin importar dónde estuviesen.

—Estás ligado a ella...— estudié la brillante marca. Era de un bonito color gris irisado y un constante flujo de energía se movía siguiendo el camino marcado.

—Sí... tuvimos que hacerlo. Una larga historia. —Suspiró triste. —Pero gracias a ésto, sé que todavía me ama y que me busca, tanto como yo la busco a ella. Es lo que mantiene nuestra esperanza hasta ahora. Sin embargo, también puedo percibir cuánto está sufriendo y eso me atormenta. —Esta vez se pasó la mano por el pelo rubio y lo sacudió impotente.

—La encontraremos —dije lleno de determinación. —Y también saldremos de aquí.

—Me agrada escucharte decir eso, —sonrió con amargura —pero ya lo he intentado todo. Es imposible.

Me dio un escalofrío. De repente la temperatura había comenzado a descender y yo sabía por qué. Nacor se puso en guardia, al igual que yo, y ambos miramos en la misma dirección.

—Vaya, vaya... empezamos a tener una colección algo molesta de guardianes que rehúsan a caer en el camino fácil —la familiar voz de Azariel llegó a mis oídos.

—Maldito seas...— murmuró Nacor.

—Sí, lo soy... pero decidme, jóvenes... claro, jóvenes en el sentido figurado. No sé por qué los guardianes siempre queréis aparentar ser niños... —se aclaró la garganta cargado de burla — Hace mucho que no nos vemos, así que empecemos con los formalismos habituales... dejadme pensar. ¿Qué tal vuestras chicas?

Nacor, furioso, lanzó un ataque de energía hacia él con sus manos, pero fue esquivado. Él cayó de rodillas al suelo. Parecía cansado. No debía quedarle mucha reserva de energía.

—Vaya, ¿no queréis responder? Pero si es una pregunta de lo más sencilla—se rió. —Quizá es porque no tenéis una respuesta.

Entonces me miró a mí con expresión socarrona.

—Leví, veo que has vuelto a dejar a Angie sola con Caleb. ¿Qué te pasa? ¿No has aprendido la lección?

En cuanto hubo dicho eso, lanzó un ataque similar al que había lanzado Nacor, pero contra mí. Salté hacia un lado para poder esquivarlo. Cerré el puño con rabia. Sabía perfectamente dónde atacarme para hacer más daño, pero resistí la tentación de responder. En aquel lugar, no entrar en su juego era una de las pocas cosas que podía hacer para no darle más poder sobre mí.

—Nacorcito —dijo ahora dirigiéndose al otro guardián. Él llevaba más tiempo allí y cada vez le costaba más resistirse. —Hoy he ido a ver a tu amada. ¿Todavía no has podido encontrarla? —soltó una carcajada —Está empezando a cansarse de esperar, ¿sabes? Si no te das prisa, al final se rendirá.

—Azariel, maldito. Te juro que un día te voy a... —agarré a mi amigo de los hombros y lo detuve antes de que intentase lanzar otro ataque contra Azariel y desperdiciara más energía inútilmente.

—Tranquilízate, Nacor. Sólo nos está provocando.

—En cualquier caso, —prosiguió Azariel —ambos vais a pasar una temporada aquí. ¿Qué os parece hasta que sucumbáis y os convirtáis en desterrados?

Dicho eso, se fue, dejándonos solos de nuevo y haciendo que la sensación de frío desapareciese. La respiración acelerada de Nacor confirmaba que sus fuerzas se veían mermadas cada vez que se repetía uno de aquellos encuentros. ¿Cuánto tiempo más podría resistir?

—Todos los días pasa por aquí para atormentarme —se lamentó Nacor. —Bueno, supongo que será todos los días. Hace mucho que perdí la noción del tiempo.

Me quedé pensativo. Teníamos que lograr salir de allí como fuera, pero para eso, teníamos que encontrar a Beth. Lo peor era que aquel lugar era tan grande como el mismo infinito. Un lugar de tormento sin fin donde el tiempo y el espacio eran una especie de esfera sempiterna, sin comienzo ni final. A lo que se le añadía la obligación de caminar a ciegas. Debíamos cubrir nuestros ojos para caminar por en medio de los atormentados y que no nos volvieran locos.

Miré a mi amigo que estaba sentado en el suelo. Sin necesidad de ver el Turek, podía sentir cómo la desesperación lo hundía cada vez más. La cantidad de energía negativa que emanaba empezaba a ser tóxica y si no tenía cuidado, acabaría por volverse un atormentado, o peor aún, un desterrado a las órdenes de Azariel. ¿Qué podía hacer? ¿Por dónde podía empezar? Si Dan no descubría cómo descifrar los sellos en los libros de Izen, no habría manera de que pudieran salvarnos.

—Vamos, Nacor —dije mientras arrancaba una manga de mi camisa y me cubría los ojos con ella. —Caminemos. Intentemos llegar a... —palpé las paredes y empecé a caminar. Aquello iba a ser lento, pero no iba a rendirme. —...A donde sea. Será mejor que quedarnos aquí estancados.

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