Capítulo 20
Cuando recuperé el sentido, estaba en una gran habitación blanca de hermosas cortinas de visillo que ondeaban, dejando entrar una suave brisa estival. Olía a flores y pan tostado. Me incorporé y estaba en una cama enorme, sobre un pulcro edredón blanco.
—Las tenemos para emergencias. —La voz de Baruc me sobresaltó. Estaba sentado en una silla que había junto a la cama. —No es que necesitemos dormir, ni nada de eso, pero nunca se sabe quién puede visitarnos.
—¿Qué me ha pasado?— pregunté todavía débil.
—El estar aquí ha empezado a afectar a tu cuerpo mortal, pero no es grave. Nada que un poco de descanso y comida no puedan solucionar —sonrió mientras me acercaba una bandeja con un poco de pan tostado con mantequilla.
—¿Cómo sabías que me gusta así?— pregunté sorprendida. Baruc se limitó a sonreír con ternura.
—Todavía recuerdo la sensación de tener hambre y es algo que no voy a echar de menos— negó con la cabeza. —Aunque he de reconocer que comer cuando se tiene hambre es maravilloso.
Asentí enérgicamente mientras masticaba el tierno, pero crujiente pan.
—¿Tú ya has vivido en la tierra?
—Así es. Fui un guardián, como Dan y Leví, pero después de la última misión en la que participé, hubo una guerra y tuve que concluir y volver precipitadamente. Fue duro.
—¿En qué época estuviste allí?
—Desde el principio hasta... más o menos a finales del siglo XV. Acompañaba a mi protegido en un viaje trascendental que volvería a unir los dos grandes continentes, Europa y América.
—Espera... ¿Estás hablando de descubrimiento de América? Eso sí que debió ser emocionante...— sonreí admirada.
—Querida mía, aquello no fue un descubrimiento, porque ya había gente viviendo allí. Y lo de emocionante... Fue una travesía difícil, llena de hambre, enfermedades y miseria. Los desterrados hacían sufrir a la tripulación y tuve que aplicarme al máximo para cumplir mi misión como protector. En aquella situación eran peligrosos tanto los vivos, como los desterrados. Tristemente, estando allí, la codicia de las personas y la guerra que se desató entre nativos e invasores logró acabar con mi vida, ya debilitada por el esfuerzo de luchar contra los desterrados.
—Parece que no fue exactamente como se enseña en los libros de texto.
—No lo fue, pero está bien. Cada uno acepta la vida que va a tener antes de ir a la tierra, y yo acepté esa misión a sabiendas de todo lo que pasaría, al igual que tú aceptaste la tuya.
—¿Y los que se van con los desterrados? ¿Ellos también sabían que se irían?
Baruc suspiró triste al escuchar mi pregunta. Parecía que, otra vez, había tocado un tema sensible.
—Como en todo, a veces uno se sale de lo planeado y es cuando llegan los problemas. Todos tenemos una misión en la Tierra y los desterrados buscan el modo que sea para que no consigamos cumplirla. Hay gente que, porque en realidad son más débiles de lo que creen, se dejan seducir y sucumben al camino más fácil.
—Pero eso no es lo que ocurrió con mis padres, ¿verdad?
Baruc me agarró la mano y la estrechó con cariño.
—No —sonrió con tristeza. —Cuando tus padres... murieron, yo me preocupé por ti —la voz se le entrecortó y suspiró con tristeza—. No sabía si serías capaz de sobrevivir sin su guía y protección, pero Caleb hizo un buen trabajo para mantenerte a salvo. Él fue quien ideó el plan de ocultarte hasta que fueras mayor.
—Y ¿cómo era mi padre?
—Era un hombre muy valiente y poderoso. Nunca antes había flaqueado en cumplir con sus responsabilidades— su rostro se ensombreció por un instante, pero en seguida volvió a sonreír. —Por cierto, tu amiga Sarah estuvo aquí haciéndote una visita. Es una joven muy osada. Estaba convencida de que te habíamos envenenado.
—¡Sarah! ¿Está aquí?
—Me temo que como tardabas en despertar, volvió a su entrenamiento en Lootah. Vuestro tiempo aquí debe ser aprovechado al máximo. Me han dicho que lo está haciendo muy bien.
—Me alegra oírlo. Debe estar alucinando con todo esto.
—Supongo que con "alucinando" te refieres a sorprenderse. Sí, parece bastante admirada— se rió.
Conversar con Baruc se me hacía extraño. Por una parte, me sentía cómoda hablando con él. Tenía plena confianza, como si fuera mi propio padre, o como si toda la vida hubiera sabido que él era mi "abuelo", o lo que fuera. Lo que más me gustaba era que podía sentir su amor por mí. Lo que me llevó a aumentar mi determinación de salvar a mis padres. Eso era lo que yo más deseaba, poder tener una familia con padres y abuelos que me quisieran y me protegieran.
Terminé de comer el último bocado de pan tostado y me levanté de la cama. Me sentía muchísimo mejor, no cabía duda. El descanso me había ayudado a recuperar las energías.
—No te confíes mucho— se rió Baruc al verme tan decidida a volver a la acción. —Posiblemente necesitarás un descanso como este cada cuatro horas, si no, volverás a desmayarte.
—Lo tendré en cuenta— respondí mientras curioseaba un poco por la estancia.
—En ese armario tienes ropa, por si quieres cambiarte— dijo señalando un armario de dos puertas con enormes espejos en éstas.
Sonreí agradecida y fui directa al armario. Al abrir las puertas, encontré todo tipo de ropa blanca. Nada se salía del blanco y dorado. Resoplé molesta y eso provocó la risa de Baruc.
—Creo que éste de aquí te quedará hermoso. Queda bien con tu color de ojos —dijo sacando un bonito vestido. A mis ojos era blanco, como todo lo demás, pero me encogí de hombros y decidí fiarme de él. Después de todo era él quien veía los colores.
Unos toques en la puerta llamaron nuestra atención y vimos a Leví que entraba sonriente.
—¿Te encuentras mejor?— preguntó.
—Sí. Me siento perfectamente— respondí mientras me analizaba mentalmente, intentando encontrar algún resquicio de cansancio.
—Quería darte una sorpresa— dijo extendiéndome su mano para que la tomara. Miró a Baruc, que hizo un ademán con la cabeza dándole permiso para hacer lo que fuera que tenía en mente.
—¿Más sorpresas?— pregunté mientras agarraba su mano. Él tiró de mí y me llevó fuera de la habitación.
—Esta te va a gustar.
Corrimos por el pasillo enmoquetado y bajamos las escaleras a toda velocidad. Me reí al ver lo apresurado que estaba. ¿Qué sería lo que tenía en mente esta vez? Salimos de la casa y seguimos corriendo por las bonitas calles de la ciudad. Según avanzábamos, las casas se iban volviendo más sofisticadas, hasta que empezaron a convertirse en modernos edificios.
La carrera me estaba pasando factura y me estaba costando respirar. Me sentía mucho más cansada de lo normal.
—Leví, por favor, ve más despacio. ¿A dónde vamos?
Empezó a aminorar el paso hasta que se detuvo delante de un edificio no muy grande. Respiré como si no hubiera aire suficiente para llenarme los pulmones y él sonrió. No parecía cansado en absoluto.
—¡Adelante! —extendió ambas manos señalando la puerta del edificio.
Obedecí algo recelosa y abrí la puerta. Frente a mí había una escalera y comencé a subir lentamente. Estaba exhausta después de la carrera, pero Leví, impaciente, puso las manos en mis hombros y empezó a empujarme para ir más deprisa.
—¿A ti no se te acaba nunca la batería?— exclamé poniendo los ojos en blanco.
Nos detuvimos frente a otra puerta y golpeó varias veces en ella ansioso. Aquella faceta de Leví me pareció adorable. Era como si fuera un niño pequeño.
La puerta se abrió y una mujer de unos treinta y tantos años nos miraba atónita. Los ojos se le fueron cargando de lágrimas, hasta que no pudo más y me abrazó con fuerza, como si me fuera a escapar en cualquier momento. No podía imaginar quién era esa mujer.
—Mi niña, ¿qué estás haciendo aquí? —Me tomó de las mejillas para mirarme mejor y yo aproveché para observarla bien. Su cara me era francamente familiar, pero no lograba recordar por qué. —Sé que ha pasado poco tiempo, pero te he echado mucho de menos. Siento haberte dejado tan pronto.
—¿Abu? —mis ojos se abrieron como platos. ¡No la había reconocido tan joven! La volví a abrazar con necesidad, esta vez era yo la que temía que fuera a desaparecer. —Abu, estás increíble. No puedo creer que seas tú de verdad.
—¿Qué creías, que la vejez me acompañaría para siempre?— se rió.
—¡No! Claro, es lógico, pero... estás tan guapa...— la volví a mirar como si fuera un espejismo. —También te he echado de menos.
—Cuando me marché me puse muy triste. Esperaba haber estado contigo unos meses más antes de volver a Gallasteria, pero irme en aquellas circunstancias fue...
—¿Era cierto que estabas enferma?
—Así es, mi niña... Pero nada de eso importa ya. Vamos, entrad en casa. No os quedéis en la puerta.
Al entrar, la familiaridad de la estancia me sorprendió. La casa era una réplica exacta de nuestra casa en la tierra. Me quedé maravillada.
—¡Es increíble!
—Lo sé— se rió mi abuela, aunque ahora se me hacía raro llamarla abuela. Podría haber pasado perfectamente por mi hermana. —No he podido evitar recrear la casa en la que vivíamos. Me trae muchos buenos recuerdos.
Luego abrazó a Leví, que le devolvió el abrazo sonriente.
—Muchas gracias.
—No tienes por qué darlas —respondió tímidamente.
—¿Cómo que no? —replicó escandalizada. —No sólo estáis cuidando de mi niña, protegiéndola de los peligros de los que yo no pude protegerla, sino que además, ahora nos habéis vuelto a reunir. Vamos, reconoce que no ha tenido que ser fácil encontrarme en esta inmensa multitud.
—En realidad fue Dan. Ha estado buscándote desde que llegamos.
—¿Y dónde están él y Caleb? Me gustaría verlos también.
—Están ocupados con unos asuntos importantes.
Leví intentó parecer despreocupado, pero me dio la sensación de que eran asuntos, más que importantes, peligrosos.
—Y dime, Angie. ¿Ya has conocido a Baruc?
—Oh, sí— dije con una amplia sonrisa.
—Es encantador —sonrió también —pero, por favor, cuando hables con él, no toques el tema de tus padres.
—¿Por qué?— inquirí curiosa. Ya había comentado alguna cosa y vi su rostro entristecer.
—Baruc, con todo el dolor de su corazón, fue uno de los que votó que Nacor debía ser cesado como guardián. No aprobaba la relación entre tus padres.
—Entiendo —contesté triste al saber que las cosas eran así. —Sin embargo él me quiere mucho, aunque sea fruto de esa relación.
—¡Claro que te quiere! Él sabe que no eres culpable de las elecciones de tus padres. Además, Baruc ya te quería mucho antes de nacer a través de Nacor y Beth. Eras brillante, y lo sigues siendo. —Me besó en la frente.
—Gracias, Abu. —La abracé.
—Pero contadme, ¿Por qué habéis venido hasta aquí? Seguís siendo mortales, ¿Qué ha pasado con Azariel?
Leví negó con la cabeza.
—No sabemos mucho todavía. Intentamos buscar respuestas y, entre otras opciones, acabamos viniendo aquí.
—¿Vais a visitar al Gobernante?
—Eso planeamos.
—Pues suerte con eso. He oído que las cosas están poniéndose mal en la Torre Central. Se han enviado muchas tropas a las fronteras y la ciudadela está quedando desprotegida. Los Kazreftis están siendo cerrados para evitar filtraciones.
—¿También en Gallasteria?
—Sí. Es como si los desterrados hubieran encontrado una fuente de poder alternativa que les da ventaja sobre nuestros mejores soldados. Gersón empieza a estar preocupado.
Leví frunció el ceño preocupado mientras cruzaba los brazos. Siempre hacía lo mismo cuando se concentraba.
—Está bien, tenemos que marcharnos ya. ¿Te gustaría instalarte con nosotros en Mahkah mientras estamos por aquí? —ofreció Leví. Mi abuela sonrió.
—¡Claro!Déjame preparar algunas cosas y nos marchamos. —Ella se adentró en en pasillo, directa a la que era su habitación y preparó sus cosas.
Yo aproveché el momento a solas para abrazar a Leví.
—Nunca podré agradecerte lo suficiente lo que has hecho hoy por mí.
—Es cierto— se rió. —Nunca podrás. Por eso he pensado que voy a guardarme este as en la manga para cuando lo necesite. —Me dio un beso rápido en la boca.
—Hum, veo que las cosas son distintas entre vosotros. ¿Me he perdido algo en estos días, o acaso han cambiado las normas de los guardianes? —Mi abuela sonrió burlona.
—Ah... bueno...— Leví se apartó ligeramente ruborizado. —Sólo hemos decidido dejar de luchar contra los sentimientos que tenemos el uno por el otro.
—Pero eso puede ser peligroso y lo sabes...
—No lo descubrirán —interrumpí llena de determinación.—Encontraremos la manera de vivir juntos sin que nadie se meta en nuestros asuntos.
—Esas palabras me son dolorosamente familiares— dijo mi abuela mientras me acariciaba la mejilla con ternura. —Es exactamente lo que dijo tu padre cuando decidió dar rienda suelta a sus sentimientos por tu madre... —parecía realmente preocupada. —Tened cuidado, por favor.
—Lo tendremos, Abu. No te preocupes.
Cuando llegamos a Mahkah, mi abuela se adelantó para establecerse en una de las habitaciones de la mansión, mientras nosotros fuimos a dar un paseo por los bellos jardines.
—¿Es seguro que paseemos los dos solos? ¿No sospecharán de algo?—pregunté inquieta.
—Dejará de ser seguro cuando empieces a ponerte nerviosa y a temer que nos descubran. —Me besó en la frente y me puse tensa.
—¡Quieto! —me reí y miré en todas direcciones preocupada.
—¿Qué pasa? ¿Acaso un guardián no puede dar afecto a su protegida? Tu abuela te besa en la frente a todas horas.
—¡Los besos de mi abuela no son los tuyos!— contesté azorada.
—Ah, ¿no? ¿Qué tienen los de tu abuela que no tengan los míos?
—Al contrario. ¿Qué tienen los tuyos que no tienen los de ella?
Escuchamos unas voces y me separé dos metros de Leví, haciendo que volviera a reírse de mí. Sonreí con él avergonzada y, por un momento, me pregunté qué había hecho de bueno en la vida para merecer a alguien como él.
De repente, toda mi determinación se tambaleó al ver a Caleb conversando con Carmi y otro joven más al que no conocía. Me molesté conmigo misma cuando sentí cómo mis entrañas se agitaban cada vez que él aparecía. ¿Qué estaba pasando en mi interior? Me sentía extraña, pues algo similar a los celos me arañaba por dentro cada vez que Carmi tocaba el brazo de Caleb, y para mi desgracia, lo hacía demasiado a menudo. Empecé a plantearme la idea de que yo tenía problemas de bipolaridad. Había pensado que mi amor por Leví era muy real, sin embargo, tenía ese conflicto interno que me desesperaba.
Me llamó la atención que los tres tenían el mismo color de pelo, de un rubio plateado tan claro que casi parecía blanco. Era como si pertenecieran a la misma familia.
Caleb se giró y me vio, pero estaba muy serio. Después del desaire que le había hecho la noche antes de llegar allí, procuraba evitar hablar conmigo.
—¡Amira! —exclamó una eufórica Carmi tan feliz de verme que no cabía en sí de alegría. —Oh, lo siento. Se me olvidaba que ahora respondes por el nombre de Angie. Me alegro de que ya estés bien. Me habías dado un susto de muerte.
—Fue sólo un pequeño desmayo —contesté tratando de restar importancia.
—Hola... Angie —dijo el joven que acompañaba a Carmi y a Caleb.
—Hola —respondí con timidez. Al contrario que Carmi, aquel joven era muy alto y tenía el ceño fruncido y un aire serio, como si la carga de la preocupación constante recayera sobre sus hombros. Me sentí intimidada y miré en otra dirección.
—¡Vamos, Angie! ¿Qué pasa contigo? ¿Sólo vas a decir eso a mi hermano Gersón?— gritó Carmi empezando a perder la paciencia, pero nunca la sonrisa. —Ha adoptado una apariencia de joven, como yo, para que te sientas más cómoda.
—Yo... Lo siento, pero no recuerdo a nadie...
—Está bien, no esperaba que te acordases de mí— dijo el joven con una calmada sonrisa en los labios.
Aunque en la cara se parecían mucho, nada tenía que ver su calma imperturbable con la entusiasta fogosidad de su hermana. Era como ver a un gato siendo amigo de un perrito.
Carmi nos tomó a ambos de las manos y las juntó feliz. Nerviosa, me solté y escondí mi mano detrás de la espalda, lo que provocó una sonrisita en Gersón.
—Déjalo, Carmi. Hasta que no recuerde, no vale la pena. Sólo conseguirás incomodarlos a todos— señaló con la cabeza a Leví y a Caleb, que nos observaban frunciendo el ceño.
—En fin —interrumpió Leví, mientras se aclaraba la garganta incómodo.—Gersón, cuánto tiempo sin verte.
—Así es, Leví.
No hubo palabras en aquella conversación. Sólo una serie de miradas raras que acabaron en una sonrisa.
—Os deseo suerte con vuestra cruzada. —Gersón hizo una pequeña reverencia con la cabeza, me miró, me guiñó un ojo y se marchó.
Lo observé caminar mientras se alejaba, preguntándome qué clase de amistad me unía a él. Me frustraba muchísimo saber que pertenecía a aquel lugar, pero en realidad no era parte de él.
Unos segundos después, Carmi llamó mi atención.
—He oído que tu súper amiga Sarah está en Lootah siendo entrenada. Vaya, nunca lo hubiera dicho— Carmi se encogió de hombros.
—¿Por qué?
—Bueno, estuvo en Mahkah cuando supo que te habías desmayado y armó un escándalo tremendo— se rió —y, pues ya sabes... por la gran amistad que dice profesar por ti, creí que sería de una familia más afín. Lootah y Mahkah siempre han tenido sus rivalidades, por eso de que sus violentos entrenamientos destruyen el equilibrio de los bosques y... —La miré confusa. No lograba entender de qué me estaba hablando en realidad. Ella se rió de nuevo. —Lo siento, siempre se me olvida. ¡Verte aquí, parada, como si no te hubieras marchado, me confunde! —Me volvió a abrazar. —Te voy a echar de menos cuando te marches otra vez. No deseo que vuelvas pronto, pero no veo la hora de que volvamos a estar juntas como antes. —Me besó en la mejilla. —Ahora tengo que marcharme. Voy a volver a presentar una solicitud para bajar a la tierra. Seguro que me rechazan como siempre, pero sigo teniendo la esperanza de que llegaré a estar en la tierra contigo.
En cuanto acabó de hablar, salió corriendo sin esperar una respuesta.
—Esta chica me agota— murmuró Caleb negando con la cabeza, pero sin dejar de sonreír. —Habla para compensar los silencios de su hermano.
—Puede ser —se rió Leví.
—¿Ella no ha nacido todavía?— me asombré.
—No. Gersón fue un incorpóreo hace muchísimo tiempo. Cumplió con su misión y volvió a Gallasteria exitoso, sin embargo ella sigue esperando su momento. Seguro que no tarda en llegar —sonrió Leví.
—Últimamente te noto muy feliz— dijo Caleb observando a Leví con el ceño fruncido.
El aludido lo miró desafiante, como si supiera exactamente las palabras ocultas detrás de esa afirmación.
—¿Y qué si lo estoy?— respondió Leví desafiante.
—¿Qué ha cambiado, exactamente?
—No te incumbe, Caleb.
—Te equivocas. Todo lo que tenga que ver con ella, me incumbe.
—¿Quieres que lo aclaremos todo aquí y ahora?
—Sería un placer. —Caleb empujó a Leví, haciéndolo perder el equilibrio y forzándolo a apoyarse en un árbol para no caer al suelo. Éste no lo pensó ni un segundo. Sonrió, como si hubiera esperado ese momento durante toda su vida y golpeó a Caleb en la cara.
Ese fue el detonante para que se enzarzaran en una pelea de puñetazos espantosa. Horrorizada, quería detenerlos, pero se movían a una velocidad que, apenas, conseguía seguir con la mirada.
—¡Parad, por favor!— exclamé.
—Vas por ahí diciendo a los demás lo que tienen que hacer cuando tú mismo no eres capaz de controlarte— dijo Caleb asestando un puñetazo en el estómago de Leví y dejándolo casi sin aliento.
—Precisamente tú tampoco eres el más apto para hablar— respondió entre toses, mientras se esforzaba por hablar.
—¡Nunca debiste regresar! Te habrías ahorrado todos esos siglos de sufrimiento que te han convertido en un rebelde amargado —gritó Caleb mientras intentaba soltarse de los brazos de Leví, que lo tenían sujeto por el cuello, dificultándole la respiración.
—Y tú nunca debiste atreverte a cruzar la línea, maldito embustero.
—Oh, vamos, Leví. ¿En serio eres tan ingenuo que has creído todo este tiempo que tuve que esforzarme lo más mínimo? La perdiste en el instante en que te marchaste, y lo sabes.
—¡Voy a cerrarte esa boca grande!
Leví golpeó de nuevo a Caleb y no pude soportar más. Me lancé en medio de ellos y agarré el fuerte brazo de Leví, que, de nuevo, descendía para dar otro golpe al magullado Caleb.
—¡Si alguien da otro golpe hoy, se las verá conmigo!— exclamé hastiada justo en el momento en que Leví se detenía.
Ambos se miraron el uno al otro, con la cara llena de sangre y se relajaron.
—No puedo creer que vosotros seáis los seres milenarios que se dedican a proteger a la gente— los reprendí. —¡Miraos! Parecéis dos muchachos con una sobrecarga de hormonas.
En cuanto hube terminado de hablar, volví a sentir que me fallaban las fuerzas. Todavía no habían pasado cuatro horas desde la última vez que descansé, pero la carrera con Leví y todas las emociones que habíamos vivido, me estaban volviendo a pasar factura.
—¿Estás bien?— se preocupó Leví mientras me rodeaba la cintura.
—Sí... creo que sólo necesito descansar.
—Volvamos a la casa de Mahkah. —Leví miró a Caleb resentido. —Terminaremos con esto en otro momento.
—Por mí, estupendo— respondió el guardián empezando a caminar a paso rápido hacia la gran mansión.
Leví cerró los ojos y llenó sus pulmones de aire. Mientras lo expulsaba, una venita empezó a marcarse en su frente. Entonces me maravillé al ver que sus heridas empezaron a cicatrizar rápidamente.
—Eso es increíble. ¿Puedes hacer eso con todas las heridas que te hacen?
Leví abrió los ojos e inspiró profundamente, expulsando el aire después con calma.
—No. Sólo con las más superficiales. Una herida más profunda requiere de tratamiento médico.
Se pasó las manos por la cara, se crujió los dedos, el cuello y la espalda y volvió a expirar con vehemencia.
—Creo que estoy listo para volver a la casa.
Me tomó de la mano y empezamos a caminar en dirección a la mansión. Lo miré de reojo mientras caminábamos. Cada cosa que descubría sobre él me parecía más fascinante que la anterior.
Al entrar me llamó la atención el gran revuelo que había por todas partes. Gente corría de un lado a otro nerviosa, arreglando, limpiando, discutiendo... había un aire tenso en todas partes.
—¿Qué nos hemos perdido?— pregunté mientras veía a una mujer corriendo desesperada con un montón de cosas que no tenía idea de qué eran entre sus brazos.
—No lo sé— susurró Leví tan extrañado como yo.
Un inquieto Baruc nos vio y se aproximó apremiante a nosotros.
—¡Angie! Querida, tienes que prepararte para una visita importante.
Me agarró de las manos y pretendió sonreír, pero en su mirada vi que estaba aterrado.
—¿Qué ocurre?— inquirió Leví.
—¿No os lo han dicho? El Gobernante está viniendo a la casa Mahkah. Ha llegado a sus oídos que estáis aquí y desea conversar con vosotros en persona.
—¿Qué? —Leví se quedó atónito. —¿Él va a venir hasta aquí?
Me miró consternado y se aclaró la garganta.
—¿Pero no era esa la finalidad de nuestra visita?— pregunté extrañada.
—Angie, necesito hablar un momento contigo a solas. —Leví hizo una pequeña reverencia a Baruc, me tomó de la mano y me llevó hasta una sala vacía de la gran casa. Miró por todas las ventanas, abrió algunos armarios que había por allí para ver dentro y luego cerró la puerta con vehemencia.
—¿Qué pasa? Me estás asustando.
—Escúchame, Angie, —me tomó de las manos y las apretó nervioso. —Nuestros sentimientos no pasarán desapercibidos ante el Gobernante de Batau. Yo tengo algunos trucos para conseguir esconderlos, pero si tú te presentas ante Él, serás tan transparente como el cristal y eso puede traernos problemas.
—¿Y qué puedo hacer?
—Ignoro la razón por la que se molesta en venir hasta aquí, pero me temo que no podremos hacer nada. Tú necesitarías mucho tiempo hasta conseguir controlarte lo suficiente como para presentarte ante Él.
—Tal vez deberíamos dejar a un lado nuestros sentimientos, Leví, y quizá en un futuro...
—¡No!—me interrumpió exasperado. —En un futuro...— tomó aire y lo expulsó tenso —Yo seguiré en la tierra, tú morirás y volverás a estar aquí con Caleb. Quiero aprovechar cada segundo a tu lado. No pienso seguir desperdiciando lo que me quede de estar contigo luchando con mis sentimientos por ti. ¡No quiero hacerlo! —Me abrazó. —Además, ¿quién me garantiza que, si escogiste a Caleb una vez mientras yo no estaba, no volverás a hacerlo?
—No sé qué pasó, Leví. Por desgracia, no puedo recordar nada —tomé su rostro entre mis manos y sonreí —pero hoy y ahora te amo con todo mi corazón y no podría imaginar una vida sin ti.
Él me miró a los ojos y apoyó la frente en la mía.
—No hagas trampa, señorita— se rió. —Si en breve vamos a estar frente al Gobernante, no deberías decirme cosas así, o de lo contrario...
—De lo contrario... ¿qué?
Me besó en los labios con cariño y luego se apartó, aclarándose la garganta y pretendiendo que no había ocurrido nada.
—De lo contrario, no respondo de mis actos.
Unos toques en la puerta nos sobresaltaron justo en el instante en que Leví se aproximaba para besarme de nuevo. Sonrió y fue hasta la puerta. Al abrirla, un magullado Caleb nos observaba con el ceño fruncido.
—Venía a avisaros de que Baruc os requiere.
Me lanzó una mirada de reproche que me hizo estremecer. Tal vez había escuchado todo lo que habíamos dicho. No deseaba decepcionarle y aparté la mirada avergonzada. ¿Por qué todo cambiaba así cuando él estaba delante? Un minuto atrás había jurado mi amor a Leví y ahora me asaltaban dudas. Me pasé ambas manos por la cara para intentar aclararme y salí de la habitación.
Seguimos a Caleb hasta una gran sala, donde Baruc nos esperaba sentado en una silla que había alrededor de una enorme mesa. Parecía una sala de juntas. Al vernos entrar, Baruc se puso en pie y suspiró sonoramente.
—¡Esto es una catástrofe! Mucho peor de lo que esperaba— exclamó poniéndose las manos en la cabeza desesperado. —A vosotros dos, guardianes...— Baruc resopló exasperado —Ni siquiera hay que echar un vistazo a vuestro Turek para saber que vuestras emociones están hechas un desastre, y... Oh, no sé si queda alguna emoción prohibida que no hayáis experimentado en la última hora. ¡Es un desastre!
—¿Perdón?—Leví inclinó la cabeza hacia un lado, como si no supiera de qué hablaba.
—¿¡Quién te has creído que soy, Leví, hijo de Thanh!? —exclamó Baruc alzando la voz, sin embargo, no parecía enfadado, sino, preocupado.—Soy un Bataunti, líder de la familia Mahkah, tus truquitos de guardián son un juego de niños para mí. No puedes ocultarme el desasosiego que existe en tu corazón y que turba el de mi querida Amira.
Leví agachó la cabeza avergonzado por el simple hecho de haberlo intentado.
—En cuanto a ti, Caleb— Baruc levantó el dedo indicador señalando al aludido —, tu resentimiento resuena tan fuerte en mi cabeza que casi tengo que salir corriendo cuando te veo llegar.
Caleb también bajó la cabeza.
No me atreví a mirarlo, a la espera de las palabras duras que tenía preparadas para mí, sin embargo, no llegaron. Baruc suspiró cansado.
—Escuchadme los tres, el amor es un sentimiento muy poderoso, mucho más que cualquier otro, pero es un arma de doble filo y si se descontrola, puede ser muy destructivo.
Baruc puso las manos en los hombros de sendos guardianes y los miró con el ceño fruncido.
—Os ayudaré a esconder todos esos sentimientos, pero a cambio necesito vuestro compromiso de que os esforzaréis por evitarlos.
—No sé si podría aceptar algo así— Leví bajó la mirada triste.
—No os estoy pidiendo que dejéis de amar a mi pequeña, sé que no es fácil, pero os ruego que eso no se convierta en el motivo para desatender vuestras obligaciones. Las cosas en la Tierra y en Gallasteria se están complicando mucho y necesitamos a todos los efectivos más preparados que nunca. ¡UNA SOLA FLAQUEZA!— exclamó y di un respingo. —y seréis pasto de desterrado.
—Lo entendemos, Baruc. —respondió Leví sin levantar la mirada del suelo.
—¿Caleb? —miró al otro guardián, que no se había pronunciado todavía.
—Entended que yo no poseo todos los recuerdos todavía. —dijo triste. —Lo único que sé es que quiero estar a su lado por encima de todo y... hacerla feliz.
Eso último lo dijo mirándome a los ojos y sentí cómo sus palabras me acariciaron el corazón.
—Eso tiene solución —contestó Baruc sonriente. —Deberías haber dicho antes que tenías ese problema.
Puso su mano sobre la cabeza de Caleb y una suave luz emanó de su cuerpo durante unos instantes, tras lo cual, sus ojos se abrieron como platos, como si de repente todo empezara a cobrar sentido para él. Sonrió asombrado.
—Recuerdo todo...
—Caleb, eras un ser poderoso. Mucho. Perder tu poder de incorpóreo ha sido un duro golpe en la protección de Amira. Sin embargo, en tu interior todavía albergas poderes que, en el momento adecuado, serán grandes aliados para ti. Es la magia de los guardianes. Confía en ella.
El aludido sonrió y luego nos miró con cierta añoranza. Inmediatamente después, el sonido de una multitud gritando y vitoreando en el exterior llamó nuestra atención.
—¡Es Él! —Baruc se puso nervioso y, con la punta de su dedo, tocó nuestras frentes. Sentí como si algo saliera de mí. Algo extraño sucedía y dejó un vacío en mi interior. —Con esto debería ser suficiente.
La puerta de la sala en la que estábamos se abrió y un hombre entró, dejando tras de sí a la multitud que clamaba alabanzas y honores. Cerró la puerta con cuidado y se giró para mirarnos con una amplia sonrisa. Baruc, Caleb y Leví se arrodillaron en señal de respeto tan pronto como lo vieron. Yo los imité con torpeza. Ese debía ser el Gobernante del que tanto se hablaba.
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