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Capítulo 19

Nos reunimos en el gimnasio del instituto, los tres guardianes, Sarah y yo, en compañía de Mr. White. Todos los guardianes reunidos conversaban entre sí, mientras Sarah estaba haciendo fotos discretas a los tres jóvenes con su teléfono.

—¿Cómo es posible que se haya juntado tanta hermosura en un sólo punto del planeta y que yo haya tenido la suerte de estar presente?— dijo mientras me mostraba una de las fotos, aumentando la imagen en la cara de Dan.

—No seas tonta— me reí. —¿Has estado hablando con Mr. White hace un momento?

—Sí, pero si te digo sobre lo que hemos hablado, no te lo vas a creer.

—Pruébame.

—Verás, ha estado mostrándome algunas imágenes de avistamientos de seres mitológicos y me ha preguntado si yo creía en esas cosas. Me he reído de él, por supuesto, ¿Cómo un hombre adulto como él me pregunta por ángeles y demonios? La cuestión es que ha estado dándome una disertación completa sobre todo ese mundo extraño y... para ser sincera, lo ha dicho todo tan serio que, por un momento, me gustaría creerle.

—Yo le creo— dije observando la ceja de Sarah elevándose llena de incredulidad.

—¿Tú?

—Sí... ¿Recuerdas cuando os hablé de aquella voz en mi cabeza?

—Ahora que lo mencionas, sí, creo que recuerdo algo.

—Muchas cosas han pasado desde entonces, Sarah, y desde hoy, tú también vas a ser partícipe de ellas.

—No lo entiendo— murmuró examinando mi expresión facial, buscando la sorna por algún sitio.

—Es muy sencillo— dijo Dan parándose a su lado. —Espera y verás.

Tomó el broche que me había enseñado por la mañana y lo puso en el centro de su pecho, al igual que hicieron Leví y Caleb. En ese momento una potente luz los envolvió durante un instante. Me cubrí los ojos cegada por la luz, y cuando pudimos volver a mirarlos,fuimos testigos de uno de los espectáculos más bellos del mundo entero. De la espalda de los tres muchachos salían unas alas blancas tan grandes y frondosas que les hacían parecer ángeles.

—¡Son preciosas!— exclamé admirada.

—¿Qué demonios es esto?— farfulló Sarah escondiéndose detrás de mí.

—Todo esto sería más sencillo si Jude no hubiera estado haciendo de las suyas— murmuró Leví negando con la cabeza. —Mis disculpas por el susto, Sarah.

—Angie... ¿Está hablando conmigo de verdad?— susurró Sarah en mi oído. —¿No estoy soñando?

—No, por desgracia, esto no es un sueño— dije mirando de soslayo a Mr. White, que no apartaba la vista de Leví.

—¿Sois ángeles?— dijo Sarah aproximándose a Dan. Extendió la mano y trató de tocar sus alas, pero las atravesó. Donde su mano entraba en contacto con ellas, se volvía de una bonita tonalidad azul celeste.

—No somos ángeles, aunque debo admitir que a causa de las alas, se nos ha idealizado en muchas religiones del mundo, dándonos un matiz religioso —Dan agitó las alas y un delicado brillo se desprendió de ellas, provocando una sonrisa en nosotras.

Caleb miraba su espalda tan sorprendido como lo estábamos Sarah y yo.

—La apariencia alada es por pura estética. En Gallasteria a veces también son un poco presumidos — se rió Mr. White. —Esto no es más que el medio de transporte que se usa para viajar a Gallasteria —informó con una sonrisa al ver la fascinación de Sarah.

—¿Gallasteria? —preguntó ella inclinando la cabeza hacia un lado.

—Es el lugar al que vais ahora.

—Maldita sea, Angie. Por favor, pellízcame y que esto no sea un sueño.

Los guardianes se rieron de su espontaneidad.

—Huelga deciros que debéis estar de regreso antes de veinticuatro horas —advirtió Mr. White. —De lo contrario, las jovencitas podrían pasar un mal rato.

Leví se aproximó a mí con una sonrisita pícara y pasó el brazo por mi cintura.

—¿Qué te ha parecido mi sorpresa?

—Es... increíble. Creo que no tengo palabras para describirlo...

—Sabía que te gustaría. —Me besó en la frente con cuidado.

Nerviosa, miré a Mr. White, pero estaba afanado dando instrucciones a Caleb sobre cómo usar aquel medio de transporte, como él lo había llamado.

—Pero nosotras no tenemos alas de esas— protestó Sarah preocupada.

—¿Y crees que te harán falta?— dijo Dan mientras la alzaba en brazos. Ella dio un gritito de entusiasmo y se agarró al cuello del guardián. Estaba claro que disfrutaba cada segundo.

Antes de ser consciente de que la siguiente era yo, Leví había pasado sus brazos por detrás de mis piernas y por mis hombros y me había alzado también. Asustada, me aferré a su cuello y él se rió.

—Deja los sustos para más adelante, te harán falta.

—¿Qué? —Empezaba a estar acongojada de verdad.

—¿Preparada?

Mr. White tenía una especie de tablet transparente similar a la que había usado el doctor para mostrarnos la purificación de Elisa, y pulsaba algunos puntos que no lograba ver bien desde mi posición, tras lo cual, Leví alzó sus alas y se impulsó hacia arriba. Al notar el cosquilleo en mi barriga, me aferré más a él y noté cómo sonreía complacido.

Nos elevábamos a toda velocidad, como si fuéramos aves atravesando el cielo.

Fuera llovía, pero las gotas no nos llegaban a mojar. Nos alzábamos a toda velocidad hacia las nubes, rodeados por una especie de halo luminiscente que nos daba un brillo magnífico entre las oscuras nubes de tormenta, dejando una bella estela detrás de nosotros.

En un momento dado, un relámpago atravesó el cielo y a nuestro alrededor, como si fuera una plaga, vi todos aquellos rostros blancos observándonos. Grité aterrada, mientras escondía la cara en el pecho de Leví.

—¿Estás bien?— dijo él buscando mi mirada.

—¿No los has visto?— pregunté volviendo a mirar a mi alrededor, pero volvíamos a estar rodeados únicamente por nubes de tormenta.

—¿Ver el qué?

—Los rostros blancos. Estábamos rodeados.

Leví miró a nuestro alrededor preocupado, pero en seguida terminamos de atravesar las nubes y una hermosa puesta de sol nos esperaba al otro lado.

—No veo nada.

—Estaban ahí, lo juro.

—Te creo, Angie —me aproximó más a él, mientras agitaba sus alas lentamente, pero con fuerza para mantener el ritmo de subida.

El cielo había dejado de verse celeste y se iba tornando más oscuro según avanzábamos. Empecé a temer por la falta de oxígeno.

—Nos vamos a asfixiar— grité alarmada. Leví sonrió de nuevo.

—¿Quieres relajarte y disfrutar del espectáculo?

Leví me agarró de las manos y me apartó de él. Pensé que perdería el equilibrio y caería, pero él tiró de mí hasta apoyar mi espalda en su pecho.

Cuando miré a mi alrededor, el paisaje me dejó sin aliento. Estábamos probablemente en la última capa de la atmósfera, desde donde podía ver, perfectamente, la curvatura de la tierra, que era azul y bella,como si fuera un zafiro decorando un cielo de terciopelo salpicado de estrellas como diamantes.

—Es... —empecé a decir, pero no encontraba palabras para describirla.

—Bella —susurró en mi oído.

Giré la cabeza hasta encontrarme con sus ojos azules justo frente a los míos y sonrió.

—Pensé que no volvería a mirarte así nunca más— murmuró rodeando mi cintura con sus brazos. —¿Lista para el descenso? Puede ser un poco brusco.

—¿Qué?—pregunté todavía anonadada, cuando vi sobre nuestras cabezas una luz.

La atravesamos como si se tratara de un portal y de repente, la gravedad empezó a atraernos con fuerza. Grité aterrorizada cuando sentí que caíamos al vacío y volví a aferrarme a Leví.

La risa de Sarah me hizo salir de mi refugio y miré a mi alrededor. Estábamos en tierra firme. Las piernas me temblaban y apenas podía sostenerme en pie. De no haber estado abrazada a Leví, probablemente habría perdido el equilibrio y me habría caído.

—Tampoco ha sido para tanto— se burló Sarah.

Sonreí avergonzada y solté a Leví, asegurándome que podía mantenerme en pie sin problemas.

—Este lugar es...— murmuré.

—Gallasteria —Leví terminó la frase por mí.

Todo era tan bello y perfecto como lo recordaba en mis sueños. Estábamos en una larga calle recta con hermosos jardines a ambos lados, todos llenos de flores de todos los colores y árboles también cargados de fragantes flores. Había casas y altos edificios del más impoluto blanco y la gente caminaba sonriente por todas partes, saludándose y charlando. Reflejaban paz, sin prisa, sin estrés... Anhelé esa felicidad. Quería ser como ellos. Inspiré profundamente y el olor a flores llenó mi nariz

—¿Esto es el cielo?— murmuró Sarah tan maravillada como yo.

—Podría decirse— respondió Dan encogiéndose de hombros. —Nunca me ha gustado llamarlo así, aunque, literalmente, debemos ascender hasta el cielo para llegar aquí. Quizá por eso los mortales han puesto ese nombre a nuestra bella ciudad.

Empezamos a caminar por la transitada calle hecha de adoquines. Era amplia y muy larga, y según íbamos avanzando, vi entre las ramas de los árboles que nos daban sombra, que nos dirigíamos hacia un montículo que en su cumbre tenía una muralla blanca rodeando otra parte de la ciudad.

—¿Qué es ese lugar?— pregunté señalando la enorme colina.

—Aquello es el centro de la ciudad, donde habita el Gobernador y los Bataunti, y también donde están los edificios administrativos de las cuatro casas— explicó Dan. —Cuando lleguemos a lo más alto, veréis las vistas y apreciaréis mejor la inmensidad de esta ciudad. Si creéis que las ciudades de la Tierra son grandes, esperad a ver esta.

Pasamos junto a un enorme lago con una bonita fuente en el centro. En éste convergía el río que rodeaba la parte central de la ciudad. Según nos íbamos aproximando al montículo, me di cuenta de que su base era de una piedra blanca gigantesca, y que de ella fluían varias cascadas que descargaban con fuerza en el río que rodeaba el montículo. Era una visión asombrosa.

Llegamos a un puente, donde un hombre sonriente nos recibió, estrechando con alegría la mano de Leví y los demás. Era muy alto y musculoso, con la piel bastante bronceada y el pelo de un bonito color dorado, en el que se le formaban unos graciosos rizos. De no ser por su porte magnífico, habría dicho que era un querubín... uno muy cachas. Su ropa era blanca, pero a diferencia de lo que había visto usar a Caleb hasta ese momento, usaba un pectoral dorado que cubría una camisola blanca, ambas cosas ceñidas por un cinto también dorado. Usaba un pantalón de un material brillante, como si fuera una malla metálica y unas protecciones en las piernas que llegaban hasta su calzado, unas sandalias del mismo color dorado que lo demás. En su mano derecha tenía un báculo de oro, coronado por unas alas que se asemejaban al broche que habían usado los guardianes para llevarnos hasta allí.

—¿Y estas señoritas? No parecen pertenecer a la ciudad todavía—inquirió centrando su atención en Sarah y en mí.

—Descuida, Remiel. Son nuestras protegidas— explicó Leví. —Hemos tenido un pequeño contratiempo durante nuestra misión y venimos en busca de sabiduría y consejo.

—Ya veo...— el hombre se acercó a mí y me miró fijamente a los ojos. Sus ojos eran de un intenso color azul. Me hice un par de pasos hacia atrás intimidada y Leví apoyó su mano en mi espalda para que me detuviera y dejara que el hombre me examinara.

—No tengas miedo— susurró.

—Últimamente hemos tenido brechas en la seguridad y no podemos fiarnos de nada ni de nadie— dijo negando con la cabeza y claramente preocupado. —Los desterrados no nos dan tregua y muchos de nuestros soldados luchan en la frontera defendiendo la ciudad.

—Algo de eso esperábamos que estuviera ocurriendo cuando dejamos de recibir mensajes desde la ciudad— dijo Leví observando en la distancia, como si pudiera ver esas fronteras de las que había hablado el hombre alto.

—No entiendo por qué intentan invadirnos —dijo pensativo el hombre al que Leví había llamado Remiel. —Hasta ahora había sido una línea que no se habían atrevido a rebasar. El Gobernante sospecha que están tramando algo grave.

—Y es muy probable que tenga razón. Por ese motivo necesitamos consejo.

—Bienvenidos al centro de Gallasteria, entonces. Que disfruten de su estancia.

El hombre, con una cálida sonrisa, dio un golpe en el suelo con el enorme báculo que tenía en la mano y el portón blanco que nos impedía atravesar el puente se abrió, dándonos paso.

—¿Qué estaba mirando en mi cara?— pregunté cuando me aseguré que habíamos salido de su campo auditivo.

—Algún rastro de desterrados en vuestros corazones.

—¿Qué son los desterrados?— la curiosidad de Sarah empezaba a agobiarla un poco. Todo aquello le resultaba abrumadoramente imposible y, conociéndola, debía estar hecha un lío.

—En seguida te lo explicaremos todo. No te impacientes— se rió Dan.

—¿Que no me impaciente? ¡Esto es de locos! Necesito saberlo todo—exclamó extendiendo los brazos y girando sobre sí misma en un espontáneo ataque de euforia.

Se asomó por el lado del puente y miró el agua correr varios metros bajo nuestros pies.

—¡Mira eso! El agua es tan pura que desde aquí podría contar las rocas que hay en el lecho del río— señaló hacia abajo sonriente.

Luego corrió hacia el final del puente, aproximándose a un árbol que parecía un sauce en flor. Tenía hileras de flores rosadas que daban un toque dulce contrastando con el verde que lo rodeaba.

—¿Has visto este árbol? ¡Nunca había olido algo tan maravilloso!

Según íbamos avanzando, Sarah parecía más y más feliz. Su faz resplandecía llena de alegría, como si todos los problemas que había cargado hasta ese momento se hubieran quedado muy lejos.

—Nunca la había visto así de feliz— susurré a Leví, que sonreía al ver a la joven corriendo de un lado para otro.

—Es el efecto que produce la cercanía a la torre central. Todos sus miedos, sus complejos e inseguridades desaparecen y se siente como realmente debería sentirse, sin todas esas emociones negativas que tanto les gustan a los desterrados.

—¿Este es el estado en el que deberíamos estar si Marou no se hubiera rebelado y decidido fastidiarnos la vida?— pregunté frunciendo el ceño y recordando aquella charla que me dio Dan sobre el remoto pasado de Gallasteria. De hecho me sorprendió haber recordado cómo se llamaba.

—¿Has oído hablar de Marou?— Leví frunció el ceño con desagrado.

—Sí, una de las instructivas charlas de Dan.

Se rió para sí mismo y lanzó una mirada de reproche a su compañero, que miró hacia nosotros y sacó la lengua con una mueca burlona.

Llegamos al pie de una escalera de piedra blanca. Hasta ese momento habíamos ascendido lo suficiente para tener una vista privilegiada del extenso territorio que ocupaba Gallasteria, llena de edificios y casas blancas hasta donde se perdía la vista en el horizonte. No parecía tener final.

Subimos la larga escalinata, mientras acariciaba la suave baranda de un impoluto mármol blanco y llegamos hasta una gran puerta que llevaba a un recibidor, todo tan blanco como el resto de construcciones que habíamos visto hasta ese momento. Allí había otra puerta dorada custodiada por otro hombre, éste algo menos llamativo que el anterior.

—Hola Uriel, cuánto tiempo sin verte —dijo Leví mientras se aproximaba al hombre que, al verlo, abrió los ojos con asombro y, con una amplia sonrisa, fue hasta Leví para darle un sonoro abrazo.

Su cabello, largo hasta los hombros, era totalmente negro, y como atuendo, apenas llevaba una ligera túnica blanca que le llegaba hasta las rodillas, ceñida a la cintura por un cinto dorado. Estaba usando una capa blanca con un bordado dorado con motivos florales.

—Dichosos los ojos que te ven, amigo mío. ¿Qué estáis haciendo aquí? No he recibido ninguna notificación con vuestro nombre. De hecho...—de nuevo, como había hecho el anterior, la mirada del guardián se clavó en Sarah y en mí. —Estas muchachas todavía tienen su envoltura mortal. ¿Por qué las traéis hasta aquí? Sabéis que no es bueno para ellas.

—Es una larga historia y no lo haríamos a menos que fuera importante. Las cosas en la tierra se complican a pasos agigantados.

—Entiendo. Allí se vive un reflejo de lo que ocurre aquí. Hemos tenido que cortar todas las comunicaciones con los centros de la tierra para evitar que nos intercepten y puedan penetrar en nuestras fronteras. Aunque, para serte sincero, yo creo que alguien en nuestras filas juega a dos bandas.

—Entonces es algo más serio de lo que creíamos— murmuró Leví pensativo. —En cualquier caso, no debes preocuparte por mis acompañantes. Todos ellos vienen con la aprobación de Remiel.

—¡Claro, Leví! Sabes que yo confío plenamente en ti.

Uriel puso la mano sobre la gran puerta dorada y ésta se iluminó y empezó a abrirse lentamente dando paso a un oscuro túnel con pequeñas esferas luminosas a los lados de las paredes. Tragué en seco al ver el profundo túnel ascender en una leve pendiente que nos llevaría, finalmente, a la ciudadela que había en lo alto de la montaña.

Mientras pasábamos frente a Uriel, me sonrió e hizo un ademán con la cabeza.

—Mucho ánimo, joven Amira.

Le devolví la sonrisa desconcertada y en seguida agarré a Leví del brazo para llamar su atención.

—Me ha llamado Amira. ¿Por qué la gente me llama Amira?

Leví soltó una pequeña carcajada y me agarró la mano con ternura.

—Ese es tu nombre. El de verdad.

—Mi... ¿mi nombre? ¿Entonces qué pasa con Ángela?

—Ese es el nombre que te dieron tus padres.

—¿Y ahora hay que llamarme Amira?

—No —se rió. —Tu nombre no debe ser el mismo que el que has tenido en Gallasteria, a menos que sepas cómo defenderlo.

—¿Defenderlo de qué?

—El nombre es algo que está ligado a tu alma y a tu vida. Es un canal por medio del cual fluye tu fuerza vital hasta el cuerpo, y si no sabes cómo protegerlo, en malas manos, podría acabar destruyéndote.

—Pero si sólo es un nombre... ¿Qué hay en un nombre?

—¿Sólo un nombre? Conocer el verdadero nombre de alguien te da poder para darle o quitarle la vida. Con ese conocimiento, y si sabes cómo hacerlo, puedes controlar a una persona a voluntad.

—¿Y Leví es tu verdadero nombre?

—Los guardianes conservamos nuestros nombres, porque tenemos los medios para protegernos de cualquier atentado contra nosotros.

Cuando Dan empujó las pesadas puertas que había al final del túnel, una luz brillante me cegó en un instante, pero tan pronto como me hube acostumbrado a la luz, vi una gran plaza que nos recibía alegre, con gente caminando por todas partes. Parecía un lugar aún más bullicioso que la larga calle que habíamos visto al principio. Gente, todos vestidos de blanco, caminaban sonrientes de un lado a otro, inmersos en sus quehaceres.

Por todas partes había grandes árboles y majestuosos jardines pulcramente cuidados. Las edificaciones, también blancas, se alzaban orgullosas, contrastando con el intenso azul del cielo.

Me percaté de que Dan decía algo al oído de Leví y en seguida se marchaba acompañado por Caleb.

—¿Dónde van?— preguntó Sarah frunciendo el ceño, mientras los observaba perderse entre la gente.

—Tienen algo importante que hacer, pero tú también, así que no te preocupes— dijo Leví a la preocupada Sarah.

—¿Yo? ¿Qué tengo que hacer?

—Serás instruida en una de las escuelas dedicadas a ello.

—¿Que voy a ir a la escuela? Yo creí que este sitio era como el cielo—protestó Sarah haciendo un mohín.

—No es como la escuela que tú conoces— se rió Leví. —Es algo más como un centro de capacitación. Antes iremos a ver a qué casa perteneces y en base a eso, te llevaremos a la escuela que te corresponde.

—No entiendo nada, pero me parece bien— respondió ufana.

Leví nos llevó hasta un edificio con puertas acristaladas. Entramos y saludó a algunas personas. Aquello parecía una sala de espera con sillas y gente que se paraba frente a lo que me pareció un escáner de retina en toda regla. Nos aproximamos a uno e indicó a Sarah que se parase delante del artefacto y que intentara no parpadear.

Unos segundos más tarde, la esfera que había frente al escáner se iluminó de un vivo color rojo.

—Familia de Lootah— se rió. —¿Por qué será que no me sorprende?

—¿Qué es Lootah? —preguntó Sarah impaciente. —¿Por qué no te sorprende?

—Lootah es una de las cuatro familias a las que pertenecen todas las personas que han vivido en Gallasteria antes de ir a la tierra. Cada una se caracteriza por algo en concreto y Lootah, en este caso, es una casa competitiva, agresiva y fuerte.

—Vale, adoro ser de Lootah— dijo ella ilusionada. Casi podía ver estrellitas de felicidad emanar de sus ojos.

Emprendimos la marcha hacia la sede de Lootah y, según nos íbamos aproximando, las edificaciones iban cambiando. Empezaban a ser más robustas y grandes.

—Este lugar es precioso— se admiró Sarah. —No sé para qué tenemos que ir a la tierra a sufrir. Yo viviría para siempre aquí.

—Observa a las personas a tu alrededor— dijo Leví alzando ambas manos. —¿No notas algo distinto en ellos?

Sarah los miró con atención. Luego miró a Leví. Después volvió amirar los y acabó tirando la toalla.

—¿Qué les pasa?

—Cuando las personas han concluido con éxito su misión en la tierra, se convierten en Batauntis, y ellos, si te fijas bien, tienen un aura luminosa a su alrededor.

—¡Es verdad! —exclamó Sarah admirada. —Qué bonito se ve. Es como si fuera el aureola de un ángel.

—Casi todos los que ves aquí, en la ciudadela, han pasado por la tierra, y los que no lo han hecho todavía, están deseando poder hacerlo.

—¿Por qué? ¿Qué tiene de bueno la tierra?— La expresión de Sarah se oscureció. —Está llena de injusticia y dolor.

—Y ahí es realmente donde radica la belleza de la vida. Antes de vivir en la tierra somos seres incompletos, acostumbrados a una perfección vacía. Nunca hemos sufrido, así que la felicidad no tiene ningún valor. Se aprende muchísimo más en el breve tiempo que vivimos en la tierra que... es decir, breve para los que sois mortales —Leví sonrió melancólico— que en una eternidad entera en Gallasteria.

—¿Y qué ocurre con los que caen en manos de los desterrados?— pregunté con la mirada perdida en el infinito, pensando en mis padres, en el que había sido mi amigo Ciro, antes de convertirse en Azariel, o en la joven que Leví protegía. — No es justo. Todos vivíamos aquí y éramos felices, pero por culpa de esa pequeña aventurita a la que llamamos vida, muchos acaban por perderse para toda la eternidad.

Leví me miró serio unos segundos antes de seguir hablando. Parecía que había tocado una fibra sensible. Tomó aire y lo expulsó despacio, pero justo cuando iba a empezar a hablar, una voz ronca le interrumpió.

—¿Es cierto lo que ven mis ojos? —la voz provenía de detrás de nosotros y me asusté al ver a un tipo enorme que, con toda seguridad, superaba los dos metros tanto de alto como de ancho. —¿Qué estás haciendo por aquí, diablillo?

Se abalanzó sobre Leví con una amplia sonrisa y lo abrazó, golpeándolo en la espalda repetidas veces con la palma de la mano. Leví se quedó sin aliento durante unos segundos, mientras le devolvía el abrazo intentando sonreír.

El gigante usaba ropas claras, como todo el mundo allí, sin embargo, parecía un gran guerrero. Tenía una copiosa barba negra y el pelo tan corto que se podía ver el tatuaje que tenía en su cabeza. Su piel era oscura y sus ojos de un profundo color negro.

—Amón, viejo perro. ¡Cuánto tiempo sin verte! —exclamó feliz. Nunca había visto a Leví sonreír de esa manera. Parecía mucho más guapo, si es que eso era posible.

El gigante posó sus vistosos ojos en nosotras y, sin perder la sonrisa, se aproximó a mi amiga y a mí.

—¿Y vosotras? Apenas lleváis unos años fuera. ¿Qué hacéis aquí?

Sarah me agarró del brazo impresionada por aquel hombre. Su voz sonaba grave y fuerte, como un potente trueno.

—Es una situación especial —informó Leví consternado. —Nos dirigimos al Centro en busca de sabiduría.

—¿Qué estáis planeando? No iréis a hacer ninguna tontería, ¿verdad?—Amón interpretó nuestro breve silencio en seguida y sonrió.—Siempre haciendo locuras— negó con la cabeza.

—Sabes que no podría ser de otra manera.

Amón sonrió con calidez. A pesar de su apariencia descomunal, desprendía una fuerte energía afectiva. Contrario a lo que parecía, era una persona que hacía sentir cómodo a quien estaba a su lado.

—Por favor, no dejéis de pasar por la casa Lootah antes de marcharos—rió dando un palmetazo en la espalda de Leví, haciéndolo perder el aliento de nuevo.

—Ahora estábamos yendo hacia allí— dijo entre toses.

—¿Y a qué debo el honor?— inquirió alzando una de sus pobladas cejas.

—Esta de aquí es Sarah— dijo señalando a mi amiga. —Necesita un entrenamiento exprés para convertirse en una guardiana mortal y parece pertenecer a la familia de Lootah.

—Entiendo... —Amón la observó detenidamente mientras ella le sostuvo la mirada desafiante.

—¿Qué miras?— demandó la asustada muchacha sin soltarme la mano.

—Me gusta esta chica— se rió el gigante. —Será una buena hija de Lootah.

El gigante me miró luego a mí y sonrió con ternura.

—¿Sabe Baruc que estáis aquí?

—Todavía no— respondió Leví. —Acabamos de llegar y apenas hemos tenido tiempo de saludar.

—En ese caso, id a verle. Yo me llevaré a la hija de Lootah para comenzar el adiestramiento. Cuando tienen cuerpo mortal, cada minuto cuenta— dijo riéndose.

Sarah me miró aterrada y negó con la cabeza.

—No te asustes. Aunque Amón pueda parecer un animal, es un estupendo anfitrión— la animó Leví.

Ella empezó a hiperventilar y me abrazó.

—No sé si volveré a verte, amiga mía, o si moriré en el intento, pero siempre recuerda que lo intenté.

—Estarás bien, Sarah. Amón parece un buen tipo— la tranquilicé sonriendo por su absurdo arrebato de dramatismo.

Tras una interminable despedida, Sarah se marchó junto al gigante. Era cómico verlos caminar uno al lado del otro, tan opuestos. Ella era delgada, bajita y rubia, mientras que él podría ser un armario donde guardar a diez como ella.

—Vamos —dijo Leví mientras me tomaba de la mano y me llevaba en dirección contraria. —Si todavía no ha llegado a los oídos de Baruc que estamos aquí, podemos intentar darle una sorpresa.

—¿Vamos a ver a Baruc?

El recuerdo de las ocasiones en que lo había visto vino a mi mente y sonreí. No sabía de él nada más que lo poco que recordaba, pero me hacía feliz saber que le vería.

Mientras caminábamos, empecé a sentir que me fallaban las rodillas. Estaba bastante cansada y poco a poco notaba cómo las fuerzas se escapaban de mi cuerpo. Sin embargo, las maravillas que había a mi alrededor mantenían mi atención activa y apenas presté atención al inminente cansancio que sentía.

—¿Eso de ahí son secuoyas de verdad?— pregunté señalando unos enormes árboles tan altos como rascacielos.

Nunca había tenido oportunidad de ver una secuoya con mis propios ojos, pero su grandiosidad había llamado poderosamente mi atención desde que tenía uso de razón.

—Te han echado de menos, estoy seguro— dijo Leví sonriendo. —Corre a saludarlos.

—¿A los árboles?— sonreí incrédula.

Él asintió y, sin pensarlo más, corrí hasta llegar al bosque. Me paré frente a uno de los árboles, un gigante inmóvil que mecía sus ramas inalcanzables, como si quisiera llegar al cielo.

—Ellos eran tus amigos cuando vivías aquí.

—¿Amiga de los árboles?

—Es parte del poder de Mahkah, la familia a la que perteneces. Tenéis una sensibilidad especial, distinta a todas las demás familias.

Puse mi mano sobre el árbol y noté una calidez que recorrió cada una de mis terminaciones nerviosas. Instintivamente me abracé a él y su energía me revitalizó. Todo el cansancio que había sentido hasta ese entonces desapareció.

Entonces recordé que la primera vez que soñé, cuando Caleb me había mostrado aquel sueño, yo había vivido algo similar, caminando entre aquellos árboles, junto a Leví. Eran los mismos árboles, los que me querían tanto como yo a ellos.

—Entonces es cierto lo que se dice por ahí— escuchamos una voz que se me hizo muy familiar. —¡Amira, estás aquí!

Me separé del árbol y vi a un acelerado Baruc aproximarse a nosotros. Se detuvo a escasos pasos de mí con una amplia sonrisa en sus labios y, como si hubiera estado deseando hacerlo desde la primera vez que lo vi, me lancé a sus brazos.

—Amira, cómo me alegro de que estés bien— dijo estrechándome contra su pecho. —He estado muy preocupado. Las cosas por aquí andan mal por las constantes contiendas con los desterrados en la frontera y no podemos comunicarnos con los guardianes de la Tierra.

—¿Y cómo es que yo pude verte ayer?— pregunté recordando nuestros breves encuentros.

—En ambas ocasiones fue porque tú te aproximaste a mí.

—¿Yo?

—Amira, cielo, tienes un gran poder todavía por ser descubierto. ¡Por el amor del Gobernante! —exclamó escandalizado —¡Eres hija de Nacor! ¿Es que creías que eres una mortal cualquiera?

—No lo sé, la verdad... no creo haber vivido nada en mi vida que me diga que soy diferente de los demás. Ni siquiera sé por qué necesito tanta protección a mi alrededor— confesé bajando la mirada.

—¿Lo estás diciendo en serio?

Baruc esperó unos instantes para asegurarse de que no estaba bromeando, pero mi cara de desconcierto confirmó sus sospechas.

—Veo que Rut hablaba muy en serio cuando dijo que te mantendría al margen de todo. Está bien. No hay problema. —Baruc me tomó del brazo y sonrió. —Vayamos a casa. Imagino que ya debes haber empezado anotar las consecuencias de pasear tan alegremente por aquí con un cuerpo mortal.

—Sí... estoy algo cansada —confesé.

—Ah, Leví, qué poca consideración— le reprendió con cariño. El aludido sonrió mientras miraba en otra dirección fingiendo estar distraído. —En casa te espera Carmi. Estaba como loca diciendo que habías llegado y yo no sabía de qué hablaba— se rió. —Ahora entiendo el porqué de su efusividad.

—¿Carmi?

—Ella era tu mejor amiga aquí, en Gallasteria —susurró Leví al ver mi confusión.

Me sorprendió tener una mejor amiga allí y a la vez se me hacía extraño. Era como si hubiese dejado una vida pausada mientras vivía en la tierra, para volver a retomarla cuando muriese. Y aunque yo no recordaba nada, me gustaba ver la forma en que todo el mundo me trataba con tanta familiaridad y cariño. Me dio la sensación de que aquellos debieron ser días muy felices para mí.

Llegamos a lo que Baruc había llamado la casa de Mahkah, que colindaba con los límites del bosque de secuoyas en el que estábamos. Era una enorme mansión rodeada por bellos jardines. Arcos de rosales surcaban un camino de piedras que rodeaba la casa y llevaba hasta la puerta de entrada. Las paredes de la mansión eran blancas, como todas las demás que había visto hasta ese momento.

—¿Por qué todo aquí es blanco?— pregunté con curiosidad. Leví y Baruc se miraron con una sonrisa mientras éste último nos abría paso al interior de la casa.

—Me temo que tus ojos mortales no están preparados para ver la belleza de los colores de Gallasteria, así que lo ves todo resplandecer de manera que crees que es blanco— informó Baruc.

—¿Me estáis diciendo que todo lo que veo blanco en realidad no lo es?

—Es probable. La luz que emanan las cosas en Gallasteria hace que, a tus ojos, parezca blanco, pero la gama cromática que hay aquí es muy superior a los pocos miles que podéis diferenciar vosotros.

—Vaya chasco, me siento engañada— me reí. —Yo también quiero ver los colores.

—Ya llegará el momento, Amira. No lo dudes— Baruc juntó su frente a la mía y sonrió. —Y yo estaré aquí para recibirte.

Dentro de la casa todo era de una elegancia rústica, muy natural. Había motivos florales casi por cualquier sitio, aunque, para mi desgracia, seguía siendo todo blanco.

Mientras observaba la grandeza de la mansión de Baruc, me encontré con unos ojos grises que me resultaron familiares.

—¡¡Amira!!—exclamó una chica menuda con el pelo blanco y muy largo. Parecía una adolescente de no más de quince años, algo que no había visto allí desde que habíamos llegado. Todos a nuestro alrededor eran adultos. —¡Qué ganas tenía de verte! No puedo creer que estés aquí.

Se abalanzó sobre mí y me abrazó con fuerza, haciendo que casi perdiéramos el equilibrio y provocando las risas de los presentes.

—Déjame adivinar. Tú debes de ser Carmi —dije mientras intentaba soltarme de su afectuoso abrazo.

—Ah, claro. No me recuerdas. ¡No pasa nada! Mi hermano tiene muchas ganas de verte también, pero me ha pedido que pida disculpas de su parte por no haber podido venir a recibirte. Ha estado organizando tropas para luchar en la frontera y desde que empezó la guerra, apenas tiene tiempo libre.

Carmi hablaba demasiado y de una manera muy apresurada. Me costaba mucho trabajo seguir su ritmo de conversación. De hecho, la cabeza me dolía y me sentía un poco mareada. Todo empezó a darme vueltas y, de repente, mi vista se nubló, volviéndose todo negro.

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