Capítulo 13
Nos fuimos a clase y Caleb con nosotros. Había sido previamente inscrito en el instituto por Heredia y aquel sería su primer día de clase. Lo habían puesto también en 2ºA, junto a Leví y Dan. Además, durante algunas asignaturas en concreto, lo llevarían a las salas de entrenamiento especiales de esas que sólo podían ver quienes las buscaban. A esos guardianes les encantaba presumir de la tecnología de Gallasteria y no dudaban en resaltarlo cada vez que había algo que se escapaba de nuestro conocimiento.
Al entrar en clase, me encontré con una risueña Sarah que charlaba con un compañero, mientras Elisa miraba por la ventana en silencio, abstraída en algún punto lejano del paisaje.
Cuando Sarah me vio, me saludó eufórica, pero la sonrisa se borró de sus labios al ver a los tres guardianes entrar detrás de mí.
Mi sitio de siempre, delante de mis amigas, estaba desocupado y fui directa a sentarme allí. Caleb se sentó a mi lado, mientras que Dan y Leví se sentaron varios sitios más atrás.
—¡Qué sorpresa verte, Caleb! ¿Al final has decidido quedarte aquí?—preguntó Sarah mirándome de reojo. —Esta clase está llenándose de chicos muy interesantes— se rió.
—Sí. Va a estudiar en nuestro instituto. Se va a quedar una temporada en esta ciudad— respondí mientras daba un codazo a Caleb para que reaccionase.
Habíamos estado practicando por el camino la historia que debía contar a la gente para explicar por qué se mudaba a nuestro instituto cuando casi estaba terminando el primer trimestre.
—Imagino que habrá encontrado un lugar en el que quedarse a vivir, y no estará todavía en tu casa, ¿no?— inquirió sin dejar de mirar a Caleb.
Vaya, en eso no habíamos pensado.
—Pues... seguimos trabajando en ello— respondí derrotada.
—¿Vive contigo?— exclamó sorprendida.
—Baja la voz, ¿quieres?— la apremié. —Puedes meternos en problemas.
—Es que no es algo muy común. En fin, ya que estamos... —Sarah guiñó un ojo a Caleb. —Ya sabes que si te cansas de vivir con la sosa de Angie, puedes venir a mi casa.
Él bajó la mirada ruborizado.
—Gracias. Lo tendré presente— contestó con timidez.
Sonreí al verlo y Sarah ladeó la cabeza extrañada. Este nuevo Caleb tímido no se parecía en nada al Caleb que ella había conocido en la cena, tan extrovertido y hablador.
La profesora entró en clase y todos volvimos la vista al frente mientras abríamos la página que correspondía del libro.
—Espero que se te de bien improvisar— susurré a Caleb. —Nunca antes has estado en un instituto y puede que estés un poco perdido con lo que se enseña aquí.
Caleb me miró alzando una ceja y sonrió con autosuficiencia. Un momento, ¿qué había pasado con el Caleb tímido de hacía un momento?
—No te preocupes. Puede que no sepa quién soy, pero hay ciertos conocimientos que no han desaparecido de mi mente. La educación básica que se puede impartir en un instituto no será problema para mí.
—Ya veo que estás sobrado— me reí. —Si necesitas algo, sólo pídelo.
La clase de historia comenzó y mi mirada se paseó por todas las compañeras que miraban a Caleb embobadas. Verdaderamente, Caleb era un chico espectacular, de esos que harían volver la vista atrás si te cruzas con él por la calle, y en ese momento tenía captada, incluso, la atención de la profesora, que, prácticamente, sólo hablaba para él.
Negué con la cabeza sonriendo para mí misma. Nadie podría siquiera imaginar quién era él y en qué circunstancias había venido a nuestro instituto.
Cuando llegó la hora del recreo, Caleb se había convertido en el centro de un grupo de chicas que lo acosaban a preguntas. Él conversaba con ellas sin ponerse ni un poquito nervioso y eso me pareció curioso. Era como si hubiera dos Caleb distintos: uno tímido y perdido, y el otro más atrevido, como el que había tomado mi mano aquella mañana y ahora coqueteaba con las compañeras de clase.
—Si quieres yo te puedo enseñar la ciudad— dijo Claudia, una de nuestras compañeras de clase. —Conozco un par de sitios que estoy segura de que te encantarán.
—Lo tendré en cuenta— respondió Caleb con una cordial sonrisa. Fruncí el ceño. ¿Por qué lo iba a tener en cuenta? ¿No sabía que lar espuesta debía ser un "no, gracias" automático?
—Yo tengo el día libre mañana, ¿Qué te parece si nos vemos?—insistió ella.
—La verdad es que ahora estoy un poco ocupado con la adaptación: trasladar mis cosas, ponerme al día con los estudios y alguna otra cosa más que ocupa mi tiempo. El ocio, de momento, no es algo que me pueda permitir.
Claudia sonrió y percibí que le pasaba una nota mientras le acariciaba la mano.
—Llámame en cuanto estés disponible. No tengo prisa— le guiñó un ojo.
—Claro, sin problemas —respondió mientras metía la nota en el bolsillo sin abrirla siquiera
Sarah observaba la escena frunciendo el ceño. Odiaba a Claudia con todas sus fuerzas.
—¿Cómo es vivir con un bombón así en casa?— preguntó sin apartar la mirada de Caleb y Claudia.
—Ah,nada de especial. Él siempre está ocupado— respondí esforzándome por actuar con naturalidad, pero como siempre ocurre cuando te esfuerzas en algo, no me salió tan natural como quería y Sarah me miró suspicaz.
—¿Os habéis liado ya?
—¡No! —me ruboricé en seguida.— Por favor, Sarah, ¿Es que no piensas en otra cosa?
—¿En qué otra cosa podría pensar? ¿Tú lo has visto?
—¡Claro que lo he visto!
—No sé qué está pasando en nuestro instituto, pero los cielos nos han bendecido con la divina visión de los tres chicos más guapos del mundo...—Sarah miró al cielo, como si estuviese haciendo una súplica y yo me reí.
—Eres una payasa. Por cierto, ¿dónde está Elisa?
—No lo sé. Dijo que tenía que hacer algo y que nos vería en clase.
No sabía por qué aquello me preocupaba. Algo ocurría con Elisa y no sabía muy bien el qué. Había estado actuando de manera extraña desde la cena.
Cuando Caleb consiguió librarse de sus fans, se aproximó a nosotras.
—Las chicas mortales son muy fogosas— dijo sonriendo con timidez.
—¿Las chicas mortales?— preguntó Sarah extrañada. —¿Es que de verdad vienes del Olimpo?
—Es una broma que tenemos él y yo— me reí nerviosa. Hice un ademán con la cabeza a Caleb para que tuviese más cuidado con lo que decía.
—Ah... bromas entre vosotros, ¿no?
—Una de ellas me ha pedido que vaya a su casa esta tarde, que no habrá nadie allí... ¿Suelen hacer eso a menudo?
—En realidad no...— suspiré negando con la cabeza.
—Yo no te recomiendo ir con ellas— añadió Sarah. —No son más que un puñado de perras que buscan pasar un buen rato.
—Entiendo —murmuró Caleb. —Aunque no veo qué hay de malo en pasar un buen rato.
Fruncí el ceño algo molesta por el interés de Caleb en las chicas. ¿Qué había pasado con nuestro momento tierno de aquella mañana? ¿Ya había quedado en el olvido?
—Sí, seguro que pueden enseñarte partes de la ciudad que ni siquiera nosotras conocemos— espeté mordaz, pero en seguida me arrepentí.
Sarah se rió y Caleb me miró alzando una ceja. Ni siquiera yo sabía muy bien de dónde venía esa picazón en el pecho. En el fondo no me gustaba ver a Caleb con otras chicas. Sentía que, en cierto modo, él era mío. Mi guardián.
Dan y Leví llegaron, tan espectaculares como siempre. Sarah miraba a los tres chicos y casi podía ver las estrellitas y los corazoncitos salir de sus ojos.
—Buenos días, señoritas— dijo Dan sonriente. —Caleb, debemos ir a hablar con Mr. White ahora. Tiene que preparar algo de tu expediente... ya sabes.
—Sí, voy ahora mismo.
Leví me lanzó una mirada y mi corazón se aceleró. ¿Qué demonios me pasaba? ¿Es que estaba perdiendo la cordura? ¿Por qué Leví y Caleb me hacían sentir así?
Los tres se marcharon en dirección al despacho del profesor guardián y Sarah y yo los observábamos marcharse embobadas.
—Lo dicho: gracias, Dios, por los nuevos estudiantes— murmuró Sarah.
Ambas nos reímos.
—Por cierto, ahora que no hay chicos delante, no me has contestado al mensaje de ayer. ¿Vendrás a la reunión de chicas?
—¡Claro! No me lo perdería por nada del mundo.
—¡Bien! Elisa ha estado algo deprimida últimamente y le vendrá bien que hagamos algo juntas, como antes.
Me sentí culpable. ¿De verdad Elisa lo estaba pasando tan mal? Tal vez yo no era tan buena amiga como creía por no haber sido capaz de ver los síntomas de que algo no estaba bien con ella. Siempre estábamos tan atentas a Sarah, que Elisa me había estado pasando desapercibida.
La hora de volver a casa había llegado y decidí volver a casa con mis amigas. Leví no parecía demasiado entusiasmado con la idea, así que caminaron detrás de nosotras, a la distancia suficiente como para que no se notara que nos seguían.
—¡Podemos pedir pizzas para cenar!— exclamó Sarah eufórica.
—No planeo quedarme hasta tan tarde, Sarah. No he estudiado nada para el examen de historia. Si no tengo cuidado voy a empezar a suspender por primera vez en mi vida...— sentencié derrotada.
—¿Acaso Caleb no te deja estudiar?— preguntó guiñándome un ojo.
—¡No empieces, Sarah!
—¿Es verdad que vive en tu casa?— preguntó Elisa.
Sarah y yo la miramos sorprendidas. Era la primera frase que decía en mucho tiempo. Era verdad que estaba un poco extraña.
—Sí, es algo temporal. Está buscando un piso para compartir habitación y...
—¿Y qué pasa con Leví y Dan? Ellos también están en tu casa.
—¿Qué? —preguntamos Sarah y yo a la vez.
Sarah me miró en seguida esperando una explicación ante esa afirmación y yo miré a Elisa intrigada por lo que acababa de decir, no como una pregunta, sino como una afirmación.
—¿De dónde has sacado esa idea? No...
—Me lo dicen las voces.
Sarah y yo nos miramos, esta vez algo más preocupadas.
De repente empecé a sentir el familiar escalofrío que producían los desterrados. Miré a mi alrededor y todo se había oscurecido ligeramente. Sarah y Elisa estaban petrificadas, como si se hubiera congelado el tiempo.
Busqué a los guardianes que, supuestamente, caminaban detrás de nosotras, pero no los encontraba. Habían desaparecido. ¿Qué estaba pasando?
Escuché una voz familiar en mi cabeza.
"No importa dónde, ni con quién estés. No podrás esconderte de mí."
—Azariel... —murmuré.
Una densa niebla me envolvió haciendo desaparecer todo a mi alrededor y cuando ésta se disipó, me encontraba en el mismo sitio, pero todo a mi alrededor estaba destruido. Los edificios estaban en ruinas y había cuerpos tendidos en el suelo por todas partes. ¿Qué demonios estaba pasando?
Empecé a correr por la calle. Mi primer pensamiento había ido directo a mi abuela y fui a buscarla preocupada. Subí las escaleras de mi casa a toda velocidad, teniendo que esquivar el cuerpo inerte de una vecina que estaba en la escalera.
La puerta de mi casa estaba abierta y mil ideas terroríficas pasaron por mi mente a la vez. No podía ser verdad. Me negaba a creer que fuera verdad.
—¡Abu! —la llamé desesperada. —Abu, ¿dónde estás?
Todos mis miedos se cumplieron cuando la vi tendida en el suelo.
—¡No!
Traté de arrodillarme a su lado, pero algo me sostenía de los brazos y el cuello. Intenté, en vano, forcejear para acudir a ayudar a mi abuela. Miré a mis aprehensores y vi espantada a los seres de rostro blanco impidiendo que me moviera.
—No merece la pena esforzarse— la voz de Azariel me hizo devolver la vista al frente, y lo vi, parado frente a mi abuela. —No eres más que una niña y no lo vas a lograr. ¿Para qué te esfuerzas? No eres capaz de proteger a nadie...
—¡Cállate! —exclamé desesperada.
Volví a intentar librarme de aquellos opresores que me sostenían, cuando de repente, todo se volvió claro, y vi a Sarah y Elisa.
—¡Angie! ¿me estás escuchando?— decía Sarah pasándome la mano por delante de los ojos. Yo estaba tan asustada que perdí el equilibrio y casi me caí hacia atrás, pero mi amiga me sostuvo justo a tiempo.
—¡Sarah! ¿Qué ha...?
Elisa seguía observándome inexpresiva. ¿Qué acababa de ocurrir? ¿Había sido todo una visión? Sentí que tenía que ir a ver a mi abuela. Estaba preocupada por que todo hubiera sido real y ella estuviera en peligro.
—Tengo que irme. Nos vemos esta tarde.
Me despedí de mis amigas y corrí hasta mi casa. Estaba tan asustada que ni siquiera me paré a mirar si los guardianes estaban detrás de mí. Cuando llegué todo parecía normal. Ni siquiera sentía el frío de los desterrados que había sentido otras veces. Abrí la puerta y mi abuela estaba en la cocina haciendo algo de comer.
—¡Abu! —exclamé sin aliento.
—¿Qué pasa, mi niña?
Corrí hasta ella y la abracé.
—¿Estás bien? —palpé su delicado cuerpo y la agarré de los hombros para apartarla y mirarla a los ojos.
—Claro, ¿por qué no iba a estarlo?— se rió extrañada. —¿Tú estás bien?
Miré a mi alrededor y todo estaba aparentemente bien. ¿Qué habría sido esa visión que había visto?
—Sí... es que te echaba de menos— sonreí esforzándome por recuperar el aliento.
Poco tiempo después llegaron los guardianes.
—Angie, ¿Ha ocurrido algo?— inquirió Dan preocupado. —Hemos sentido la presencia de los desterrados.
—No... no ha sido nada.
—¿Segura? —insistió frunciendo el ceño.
—Desde luego.
Quería contarles sobre lo que acababa de pasar, pero si ya de por sí eran demasiado sobre protectores, no quería pensar en lo que pasaría si descubrían que había empezado a tener visiones horrorosas.
Mientras comíamos, la mirada suspicaz de Leví empezaba a ponerme nerviosa.
—Me da mucha alegría tener la mesa tan llena— dijo de repente mi abuela. —Me recuerda a mis tiempos de juventud.
—¿Has trabajado con muchos guardianes?— preguntó Dan curioso.
—En realidad, Nacor fue el único guardián con quien he trabajado, además de vosotros . Cuidar de Beth no era fácil— se rió inmersa en un recuerdo.
—¿Cómo era mi madre?— pregunté captando la atención de mi abuela. No me hablaba mucho de ellos, aunque ahora podía entender por qué.
—Era una jovencita bastante rebelde. Nadie podía decirle qué hacer—sonrió.
—Me recuerda a alguien— murmuró Leví, tras lo cual se llenó la boca de comida, fingiendo indiferencia.
—Hubo una época en la que Nacor lo tuvo bastante difícil para mantenerla a salvo. Tenía un espíritu indomable y los desterrados siempre intentaban atacarla por todos los medios. Ella era el tipo de chica que pensaba que podría destruir sola al mismísimo Marou y siempre actuaba de modo temerario.
—Doy gracias por no haber estado en el pellejo de Nacor— se rió Dan.
—Te recuerdo que cuidamos de su hijita, que también es propensa a la temeridad— Leví me miró entrecerrando los ojos.
Por un momento empecé a temer que supiera de mis planes con mis amigas.Estaba segura de que no los aprobaría y me prohibiría ir. Tragué en seco y sonreí.
—Tampoco es para tanto...— musité.
—Pero enamorarse fue lo mejor que les podía haber pasado— mi abuela sonrió de forma entrañable. —Él era demasiado disciplinado y ella una insensata. Eran polos opuestos en muchas cosas, pero ambos hallaron en el otro lo que faltaba en ellos mismos. Fue, literalmente, como si hubieran encontrado a su otra mitad.
—Pero las normas son las normas— dijo Leví bajando la mirada.
—Así es. El consejo se opuso en rotundo a esa relación y cuando vieron que Nacor no estaba dispuesto a abandonar, acabó por ser excomulgado y repudiado por los suyos. Cuidé de ellos mientras me fue posible, pero fue entonces cuando Beth quedó embarazada. Estuvieron huyendo durante mucho tiempo, hasta que al final...— mi abuela tenía los ojos llenos de lágrimas.
La tomé de la mano y ella me sonrió. Acercó mi mano a sus labios y la besó con cariño.
—Tú eres un tesoro precioso, mi niña. Me da igual lo que dijeran esos tontos del consejo o cuánto se opusieran a la relación de tus padres. Tú sólo podías llegar a esta tierra a través de un linaje especial, y así fue.
—Abu... Gracias. Nunca te había oído hablar sobre ellos— sonreí feliz,pero triste al mismo tiempo, por no haber podido conocerlos.
La situación entre mis padres me recordaba mucho a lo que yo misma estaba viviendo en aquel momento. Deseé haber podido preguntar a mi madre qué hacer y haber buscado su apoyo. Creo que aquella fue, realmente, la primera vez que la estaba echando de menos.
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