Capítulo 12
Volvimos a casa y hacía bastante frío. Ya era de noche y no se veía a nadie caminando por la calle. En casa, conecté un calefactor y me senté frente a él poniendo las manos justo delante para calentarlas.¡Estaba helada!
—Chicos, disculpad a esta pobre anciana, pero no estoy acostumbrada a estar despierta a estas horas, y menos después de un día como el de hoy, así que... —Mi abuela me dio un beso en la frente. —Me voy adormir.
—¡Abu, yo también quiero besitos de buenas noches!— bromeó Dan haciendo un mohín. Ella se acercó y le besó también en la frente. Luego a Caleb, que sonrió y cuando se acercó a Leví le hizo un gesto cortés.
—No será necesario que...
—Oh, venga ya, Leví. Déjate de melindres...— mi abuela le plantó otro beso en la frente que provocó las risas de todos.
Se marchó a su cuarto caminando con dificultad y cerró la puerta.
—Adoro a tu abuela— dijo Dan sonriente.
Nos quedamos en silencio unos momentos y mi mirada se dirigió hacia Caleb. Intentaba imaginar cómo sería mi vida a partir de ese momento sin él a mi lado protegiéndome. Al no saber de su existencia hasta ese momento, realmente no lo extrañé, pero parecía ser peligroso. Ahora estaba más expuesta a los desterrados, y peor aún, a Azariel.
El timbre de la puerta sonó y todos nos sobresaltamos.
—Espero que no os importe que haya pedido unas pizzas para cenar. Estoy hambriento.
Dan fue a recibir las pizzas y las llevó al salón. Un hambre voraz se despertó dentro de mí al sentir el olor de la cena y nos sentamos todos alrededor de la mesa del salón, a excepción de Leví, que se disculpó y se fue al cuarto que habíamos acondicionado para que ellos durmiesen.
—¡Si no vienes, no voy a guardarte para más tarde!— exclamó Dan. Al no recibir respuesta, se encogió de hombros y comenzó a comer.
—¿Está bien?— pregunté preocupada.
—Sí. Seguramente le habrán apretado las tuercas. —Dan se rió de una broma que sólo él parecía entender.
Después de cenar, Caleb se echó en el sofá, donde dormiría hasta que los guardianes le trajesen una cama nueva en la que dormir. Empezábamos a ser demasiada gente en casa.
Parecía agotado. No había reparado en que todo aquello debía ser extenuante para él. Hasta ese momento nunca había tenido que lidiar con las limitaciones del cuerpo.
Dan también se fue a dormir, pero yo quise darme una ducha rápida antes de dormir. Después de dos días metida en la cama, me hacía falta.
Al abrir la puerta, un vapor denso me rodeó y una silueta parada frente al espejo me sobrecogió.
—¡Lo siento!— exclamé azorada al percibir que se trataba de Leví recién salido de la ducha únicamente con una toalla atada a la cintura.
Él no se había dado la vuelta todavía y vi que tenía un tatuaje. Nacía en la nuca, donde acababa el pelo. Un extraño símbolo, más grande que los demás, adornaba el centro de su cuello. Debajo de éste se dibujaban otros cinco símbolos con extrañas formas, acompañando el descenso de su columna y rodeados por una musculosa espalda. Uno de los dibujos del tatuaje cambió de repente y me sobresalté. Estaba a punto de preguntarle cuando se adelantó y me preguntó él a mí.
—¿Te gusta lo que ves?
Entonces me di cuenta de lo bochornosa que se veía la situación. Él me observaba reflejada en el espejo, cómo le miraba embobada.
—¿Qué? ¡No! Sólo estaba viendo tu tatuaje...
—¿El tatuaje?— se rió— ya...
No esperé a que siguiera burlándose de mí, cerré la puerta y me encerré en la habitación. Acababa de quedar como una pervertida. Otra vez.
Como ya había dicho, empezábamos a ser demasiada gente en casa y vivir con todos aquellos chicos iba a ser muy incómodo. Poco a poco estaba perdiendo el control, no sólo de mi vida, sino también de mis emociones. La Angie a la que no le afectaban las feromonas, la que tenía la cabeza en su sitio y una vida organizada con metas claras que seguir, cada vez estaba más lejos de parecerse a lo que me estaba convirtiendo: una niña nerviosa, asustada, torpe y con tantas mariposas en el estómago que ya no sabía ni por quién aleteaban.
Resoplé cansada y, antes de acostarme, eché un vistazo al móvil. Para mi sorpresa, tenía un mensaje de Sarah.
"Mañana queremos hacer una fiesta de chicas en mi casa. Ven sola. A las 16:00."
Medio un vuelco el corazón. Sabía perfectamente lo peligroso que podía llegar a ser, pero después de todo eran mis amigas y yo estaba preocupada por Elisa, que parecía enfadada conmigo. Podría ser la oportunidad perfecta para arreglar las cosas entre nosotras.
Aunque lo más probable era que Leví no me dejase ir sola, así que me planteé la opción de irme sin decirle nada. De todas maneras se enfadaría... Me dio un escalofrío al pensar en él enfadado...
Mientras cavilaba en todas esas cosas, no me di cuenta de que Leví me observaba desde la puerta de mi habitación. Me sobresalté al verlo.
—¿Qué haces ahí?— pregunté nerviosa por si descubría lo que estaba planeando.
—Sólo quería informarte de que el baño está desocupado— respondió mientras se aclaraba la garganta.
Tenía el pelo mojado y usaba una camiseta negra con un pantalón de pijama. Incluso así se le veía tan sexi...
—Gracias —murmuré sin atreverme a seguir mirándolo.
Cuando se dio la vuelta para marcharse, volví a ver parte del tatuaje que asomaba por encima de su camiseta.
—Leví —lo llamé. Él se detuvo inmediatamente y se giró para mirarme. —¿Qué significa tu tatuaje?
Sonrió negando con la cabeza.
—Eres muy curiosa, ¿nunca te lo han dicho?
—Ah, si es algo personal, no tienes por qué hablarme de él... o sea, sólo pregunto porque quiero saber más cosas sobre vosotros, pero si no quieres decirme lo que es, lo entiendo... quiero decir que...
No me dejó terminar de hablar. Se adentró en la habitación y se paró frente a mí, se dio la vuelta y se sentó en la silla de mi escritorio. Se levantó la camiseta y dejó al descubierto el tatuaje completo.
—Míralo.
Primero me ruboricé al ver todos aquellos músculos ondear por su espalda, pero en cuanto mis ojos se posaron sobre el tatuaje, me quedé maravillada al ver la perfección de los trazos. Parecía elaborado con cuidado y esmero. Me pareció observar cierto relieve en los caracteres y lo toqué. En ese instante, uno de ellos cambió y yo me sobresalté.
—¿Qué ha sido eso?— exclamé maravillada.
—No es un tatuaje normal, se llama Turek. Al tocarme, mis emociones reaccionan y eso se ve reflejado en éste.
—¿Qué quieres decir?
—Como ya te dije, para un guardián es muy importante mantener las emociones controladas. Nos está prohibido dejarnos llevar por éstas, para poder centrarnos mejor en nuestras misiones que, por lo general, son de gran importancia. El Turek nos ayuda.
—¿Y reacciona cuando te toco?
—Eso es otra historia...— se giró y me miró frunciendo el ceño. —¿Es que no es obvio?— sonrió nervioso.
Durante un segundo nos miramos en silencio, hasta que él apartó la mirada.
—¿Y qué significan los símbolos?— pregunté, deseando que no terminase aquel momento que hacía que mi corazón latiera como loco. Él sonrió.
—He dejado que lo mires porque sé que no entiendes lo que quiere decir. Aunque, sinceramente, creí que después de esta tarde, te imaginarías algo...
—Yo...
—Tenía la determinación de disculparme por lo que había pasado y a prometerte que no volvería a repetirse, pero no sé si quiero hacer algo así— tomó mi mano y la acarició con la punta de sus dedos haciendo que todo mi cuerpo se estremeciera.
Como empujada por una fuerza mayor, esta vez fui yo quien se aproximó a él hasta apoyar mi frente en la suya. Él cerró los ojos buscando algún rastro del auto control del que siempre había alardeado. Parecía nervioso. Su respiración era agitada y sus labios estaban entreabiertos. Luchaba por mantenerse firme, pero ninguno de nosotros lo deseaba realmente.
—Esto es una locura. Si me dejo llevar otra vez serían capaces de mandarme a la otra punta del planeta... No quiero que me alejen de ti otra vez... —su boca estaba tan cerca de la mía que casi nos rozábamos.
Puso las manos en mis mejillas y suspiró tembloroso. El calor de su respiración aceleró mi pulso. Fue acariciando suavemente con la punta de sus dedos mi cuello, mis hombros, mis brazos, hasta que volvió a tomar mis manos.
—Esto es muy difícil y tú no colaboras— suspiró— . Nunca hasta ahora me había sentido tan débil frente a mis emociones. ¿Por qué has tenido que ser tú?
Sus labios rozaron mi mejilla y mientras lo escuchaba respirar en mi oído luchando contra su propio deseo, fui yo quien perdió el control y lo besé. Él no tardó en responderme con pasión. Me rodeó con sus fuertes brazos y enredó sus dedos con mi pelo. Me acariciaba la espalda con firmeza, pero suavemente al mismo tiempo. Era como si temiéramos que al separarnos todo se terminase y nunca más pudiéramos volver a estar juntos.
Cuando nos separamos, nos miramos jadeantes y sonreí al ver su cara de sorpresa.
—Me paso el día fingiendo que no me importas y que no eres más que otra misión de la que ocuparme. Me esfuerzo por contestarte mal para que no quieras estar cerca de mí y ver si así puedo guardarme todo lo que llevo dentro, pero veo que no ha servido de nada —Me abrazó con fuerza y escuché su corazón, que latía tan rápido como el mío. —Si Heredia se entera de esto me mandará a China, como mínimo.
—No lo entiendo— bajé la mirada con tristeza y él me tomó de la barbilla y me alzó el rostro hasta que nuestras miradas volvieron a conectar.
—Angie, yo no puedo...— sonrió sin ganas. —Mejor dicho, no debo dejarme llevar por los sentimientos. Éstos entorpecen las misiones que se me asignen. Mi corazón debe estar consagrado a los guardianes y no puedo distraerme con sentimientos románticos. Además, un día tú envejecerás y morirás, mientras yo me quedaré aquí, echándote de menos cada segundo de mi vida inmortal y miserable sin ti. Esa tristeza me invalidaría totalmente como guardián.
—No es justo— me lamenté mientras tomaba sus manos. Él sonrió de nuevo.
—Es como si estuviera viviendo un dejavú. Ya habíamos pasado por esto antes, así que, como no lo recuerdas, te diré lo mismo que te dije entonces. —Me secó las lágrimas y besó mi frente. —Sé fuerte. Un día volveremos a estar juntos, estoy seguro. Pero por ahora dejemos esto justo donde está y, cuando llegue el momento adecuado, seguiremos por aquí mismo— Volvió a besarme, esta vez un simple beso en los labios que, aunque breve, hizo que me temblaran las piernas.
—Vale...—fue lo único que pude decir.
—Será mejor que me vaya a dormir aprovechando que he recuperado un poco el control, no vaya a ser que acabe haciendo algo de lo que nos podamos arrepentir.
De nuevo me dio un beso fugaz y se fue. Cuando cerró la puerta de mi cuarto me senté en el borde de la cama y me puse la mano en el pecho. Estaba temblando. ¿Cómo habíamos llegado a eso? ¿Qué demonios acababa de pasar? ¿En serio creía que iba a ser capaz de dormir después de todo lo que me había dicho y de todos esos besos?
—Definitivamente, esto va a ser una locura.
Me eché en la cama y me cubrí con la manta. No me había dado cuenta de lo cansada que estaba hasta que cerré los ojos y me dormí en seguida.
Sin embargo, en cuanto lo hice, me vi en la ciudad oscura que ya había visto la noche anterior y que me había dado tanto miedo.
Busqué a lo lejos y, efectivamente, vi la silueta de Azariel. Un terror inexplicable me invadió de repente y quise huir de él. Traté de correr en dirección contraria, pero al girarme, me di de bruces contra él.
—Siempre me habéis parecido empalagosos— sacó la lengua haciendo una mueca de asco. —Si hubierais tardado más habría vomitado. Espero que la próxima vez me ahorréis el espectáculo. Ah, hablando de espectáculos, espero que te guste el numerito con tus amigas. Son tan fáciles de persuadir que no es ni divertido, pero por ver tu cara de tonta, vale la pena.
—Déjalas en paz— respondí tratando de parecer amenazante, pero por la cara de placer que estaba poniendo él, deduje que no servía de nada.—Como les hagas daño te...
—¿Qué piensas hacer, insignificante mortal?— alzó la voz y su tono se volvió más grave. Su rostro parecía haberse oscurecido y su tamaño había incrementado. Me asustó tanto que di un par de pasos hacia atrás y tropecé, cayendo al suelo.
Traté de recuperar la dignidad perdida y me puse en pie. Di un paso al frente mirándolo desafiante. Fuera como fuese, tenía que proteger a mis amigas de este mundo extraño en el que me había visto envuelta.
—No te tengo miedo, Azariel. ¡Vamos! Acaba conmigo aquí y ahora. ¿Para qué gastar energía en los demás? ¿No es a mí a quien quieres destruir?
Él se acercó furioso tan rápido que ni lo vi venir. Se paró a escasos centímetros de mi cara.
—No te atrevas a jugar conmigo, niña. Tú ya no eres nadie para mí ¿me has oído?— hablaba apretando los dientes, conteniendo su rabia. Entonces volvió a relajarse y sonrió. —Es tan fácil jugar con tus emociones que a veces siento que tu sufrimiento me llama a gritos. Tengo que contenerme para no mandarte en seguida al infierno que mereces.
—¿Y qué he hecho para merecer un infierno?— inquirí ya sin poder evitar que las lágrimas rodaran por mis mejillas.
—El hecho de que no te acuerdes resultaría insultante de no ser por el velo— se rió. —¿Quieres saber qué has hecho? Mírame. Este es el resultado de lo que tú hiciste conmigo. Soy quien soy por tu culpa...
—¿Mi culpa? ¿Cómo iba a ser capaz de hacerte algo así?— pregunté desesperada.
Se rió sin ganas y, por un instante, pude ver tristeza en su semblante oscuro y siniestro.
—Eso mismo pensaba yo.
—Hiciera lo que hiciese, seguro que no fue mi intención hacerte daño. Yo sólo...
Su expresión se endureció de nuevo y me miró furioso, pero en seguida sonrió.
—Ya que han estado mostrándote momentos de tu vida pasada, tal vez debería hacer lo mismo y ayudarte a recordar.
Se acercó a mí y sentí miedo al ver de cerca sus profundos ojos fantasmales, que eran como pozos negros sin fondo que me llamaban a sumergirme en ellos. De repente me empujó y caí por un vacío que se me hizo eterno. Mientras iba cayendo, veía imágenes de una vida que no conocía, sin embargo no me era del todo extraña. Al chocar con el suelo, sentí dolor, pero al palpar mi cuerpo, no parecía haber ningún hueso roto o herida alguna.
Levanté la mirada y se me encogió el corazón al verme a mí misma en aquella bella ciudad. Caminaba al lado de Azariel, pero se le veía muy diferente. Me estaba sonriendo. Parecía feliz. No estaba encorvado, así que se le veía mucho más alto que yo. Tenía un hermoso pelo negro que caía ondulado hasta los hombros y sus ojos eran verdes, de un intenso color verde que me observaban llenos de felicidad. Seguía teniendo la piel pálida, pero era suave y lisa, como si tuviera cincuenta años menos. Usaba ropas claras, como las que había usado Caleb hasta ese día, y debajo de éstas, había un cuerpo fornido con hombros anchos que sujetaban unos brazos fuertes. Me quedé impresionada. Nunca hubiera dicho que se tratara de la misma persona, pero de algún modo lo sabía. Reconocí en aquella imagen a alguien que echaba de menos.
Caminábamos juntos y yo le sostenía el brazo, hasta que llegó Leví y me llamó. Besé a Azariel en la mejilla y me fui corriendo a los brazos de Leví, a quien besé en los labios. Me avergoncé y me tapé la boca. Era como si pudiera sentir aquel beso. Al mismo tiempo sentí una profunda tristeza por Azariel que miraba desde la distancia cómo me marchaba y lo dejaba de lado. Me sentí miserable por no hallar forma de hacerle sentir mejor y consolar el vacío que quedó en él. Quería abrazarle y brindarle consuelo, pero un remolino de viento me envolvió y me elevó en el aire. Daba vueltas a toda velocidad y, de nuevo, caí al suelo. Estaba mareada, pero cuando logré estabilizarme, miré a mi alrededor y estaba en la misma ciudad, pero en un lugar diferente. Azariel y yo estábamos sentados en un banco, conversando alegremente, cuando, de nuevo, apareció Leví. Sin dudarlo, me despedí de él y me marché. Una y otra vez, tras el remolino que me llevaba a diferentes lugares y situaciones, se repetía la misma escena y yo acababa por marcharme con Leví, dejando de lado a mi amigo. Ese amigo que daría todo por mí y al cual ni siquiera era capaz de recordar.
En la siguiente visión, Leví se había marchado a la Tierra para cumplir con su misión de guardián, abandonándome y dejándome sola y triste, pero apareció Caleb y, de nuevo, la misma historia se repetía. Azariel se quedaba de lado y yo escogía a Caleb... Azariel... no, su nombre no era ese... Era Ciro.
Lágrimas rodaron por mis mejillas. Todas aquellas situaciones me eran extrañamente familiares. Podía recordar cuando estaba con Ciro, lo feliz que me sentía con él. Era mi mejor amigo, pero no le amaba, no, al menos, como él me amaba a mí. No como yo amaba a... ¿a quién? ¿De verdad yo había dejado a Leví por Caleb cuando se fue a la Tierra?
—Llora... —Azariel sonrió complacido. —Puedes llorar un mar de lágrimas y nunca sufrirás ni una milésima parte de lo que tú me hiciste sufrir a mí.
—¡No es justo que me odies por esto!— grité furiosa. —No sabía cómo te sentías. Nunca me lo dijiste.
—¡No cambies las tornas!— exclamó con amargura. —¿Acaso es justo que yo te quisiera tanto y que tú siempre me vieras como un paño de lágrimas? ¿Sabes cuántas veces te escuché llorar porque echabas de menos a ese grandísimo idiota egoísta? YO era el que estuvo siempre a tu lado, el que te consolaba cuando la duda te rondaba el corazón, el que te abrazaba cuando estabas triste... y me lo agradeciste así, yéndote con el primer idiota que se puso por en medio. ¡Ese idiota quería haber sido yo!
Guardé silencio unos instantes meditando toda la información que acababa de recibir. Había algo que no estaba bien. ¿Cómo podía haber dejado a Leví por Caleb? Algo no tenía sentido.
—Lo siento— contesté abatida sin atreverme a levantar la mirada del suelo.
—Es tarde para disculpas, mi querida amiga. Ahora me toca a mí verte sufrir y, créeme, no llegará ni a la sombra de lo que tú me hiciste a mí.
—¿Cómo te atreves a creer que no hay un sufrimiento mayor que el tuyo? ¿Acaso tienes idea de cómo nos estás haciendo sentir con tus maldades?
—¡Cierra la boca! Tienes suerte de que mi venganza no haya terminado, si no, te mataría aquí y ahora, y tus guardianes no podrían hacer nada por impedírmelo.
El torbellino me envolvió de nuevo, abandonándome en una fría oscuridad. El dolor en el pecho se fue haciendo notar de nuevo y, como si se tratara de un fantasma, vi un rostro blanco frente a mí absorbiendo mi vida. Eso me producía un dolor inmenso y empecé a gritar.
El dolor y mi propio grito me despertaron y me incorporé sobresaltada. Miré a mi alrededor buscando al rostro blanco, pero no vi nada, sólo la familiar estancia en la penumbra de la noche.
Mis mejillas estaban mojadas por las lágrimas que había derramado y en mi pecho sentía un gran desasosiego por toda la tristeza y el dolor que había sentido. Ciro lo había pasado realmente mal por mi culpa. Yo era la responsable de todo lo que había ocurrido porque no había sido capaz de quererle... Él ya no era mi amigo Ciro. No había nada que pudiera hacer. Ahora era el desterrado Azariel, que amenazaba con destruir todo lo que me importaba.
De nuevo empecé a sollozar y Leví abrió la puerta de la habitación preocupado.
—¿Estás bien?- farfulló algo adormilado. Asentí, pero las lágrimas de mis ojos decían lo contrario. —¿Qué ha pasado?
—Azariel...
—¿Otra vez?— se preocupó y se aproximó a mí hasta que me abrazó. —Si te ha hecho daño le voy a...
—Me ha mostrado fragmentos de mi vida pasada, cuando estaba con él, con Caleb y contigo. —murmuré. —Pero era todo tan triste...— me sequé las lágrimas con el reverso de la manga. —No puedo soportarla idea de que por mi culpa...
—Eh, tranquila— me besó en la frente. —Ya está bien de torturarte. Todos esos sentimientos le hacen más fuerte. Además, todo ese dolor lo has sentido porque has visto a través de sus ojos. Para ti, todos esos no son recuerdos tristes, y lo sé porque yo estaba allí.
—Pero yo vivía feliz sin saber que le hacía tanto daño...
—Créeme, él se lo buscó. En Gallasteria el control de los sentimientos es diferente de la Tierra. Allí uno elige dejarse llevar por las emociones, no son las emociones las que te controlan y él escogió las emociones equivocadas. No llores más. Lo único que pretende es hacerte sentir miserable para poder tomar posesión de tu voluntad más fácilmente.
Me refugié en su cálido y reconfortante pecho y escuché los latidos de su corazón. Consiguió hacerme sentir mucho mejor.
—Gracias por cuidarme.
—No hay que darlas.
Nos quedamos allí recostados sobre la cama y de nuevo me dormí, esta vez, sin miedo a Azariel.
La mañana llegó y me ruboricé al ver que estaba durmiendo todavía en los brazos de Leví. Él seguía dormido y no quise despertarlo.El calor de sus brazos me hacía sentir segura y disfruté de aquel momento de calma. Apoyé mi cabeza en su pecho y escuché el rítmico palpitar de su corazón.
Observé su expresión relajada y sonreí. Probablemente era la primera vez que lo veía así. Siempre tenía el ceño fruncido, pero en ese momento no tenía ninguna arruga de expresión en la frente. Estaba sereno, como en el sueño que tuve. ¿Cuánto habría sufrido para convertirse en alguien taciturno y con propensión a irritarse por todo? Suspiré deseando poder apartar de él todo aquel dolor.
Entonces sentí que la puerta del dormitorio se abría y cerré los ojos fingiendo que estaba dormida. Cuando ese alguien que imaginé que debía ser Dan, llegó hasta donde estábamos nosotros, se rió sin apenas hacer ruido.
—Eh, Leví— Dan dio un par de toques a su amigo en el brazo que, sobresaltado, miró en todas direcciones.
—¿Qué pasa?— farfulló desorientado. —No estoy durmiendo.
Eso provocó la risa de Dan que se esforzó lo indecible para no romper a reír a carcajadas.
—Ya, y yo soy una princesa encantada. Vamos, levántate y deja de tentar a la suerte.
Leví se pasó la mano que tenía libre por la cara varias veces intentando quitarse el agotamiento de encima, pero fue inútil. Estaba aturdido,como si no hubiera conseguido dormir en toda la noche.
—Azariel ha venido esta noche otra vez a visitarla.
—Eh, que a mí no tienes que darme explicaciones, ¿de acuerdo? Somos amigos y confío en ti. Sé que no harías nada estúpido. Las explicaciones habrá que guardarlas para el consejo cuando te vean así, hecho una piltrafa.
—Ya, claro...
Estaba segura de que Leví, al igual que yo, había pensado en lo que ocurrió antes de irnos a dormir y se sintió tan culpable como yo.
Después de eso volví a dormirme y no me di cuenta de cuándo se fue Leví de mi lado o si continuaron hablando.
Me levanté con dolor de cabeza. Me sentía fatal. No había podido descansar suficiente por culpa de la pesadilla de Azariel, y a eso se le añadía todo lo que estaba pasando con Leví... No podía creer que había pasado toda la noche abrazada a él en la cama, justo después de habernos prometido que mantendríamos el control. ¿En qué estábamos pensando? Si no dejábamos de jugar con fuego nos meteríamos en problemas.
Cuando pasé por delante de la cocina, vi que la mesa estaba llena de todo tipo de dulces. Había tostadas, pancakes, zumo de naranja, leche, croissants, magdalenas y galletas. Era todo un despliegue calórico que consiguió despertar el monstruo que rugía en mi estómago.
—Pero, ¿quién ha sido el que ha...?— empecé a preguntar, pero la visión de Dan usando el delantal de volantes de mi abuela y con una jarra de chocolate caliente en la mano me dejó sin palabras. Se veía ridículo y empecé a reírme a carcajadas.
—¿Qué pasa? ¿Tengo que recordarte que los mejores chefs son hombres?— dijo fingiendo estar ofendido, tras lo cual se unió a mi risa.
—Ah, lo siento— apenas podía aguantar la risa.
—¿Y bien? ¿Qué desea la señorita para desayunar? ¿Galletas? ¿Magdalenas? ¿Tal vez desea que salga a la calle y traiga churros?
—No te preocupes, tomaré un zumo sólo.
—¿Qué? —fingió estar escandalizado. —No, no, no, no y no. Mientras vivas en la misma casa que yo te alimentarás correctamente, señorita.
Me agarró de los hombros y me llevó hasta sentarme frente a la mesa, donde apenas cabía una cucharilla más. Estaba llena por todas partes.
—¿Correctamente? No creo que todo esto sea la comida más saludable para desayunar...—observé los gofres y de nuevo mi estómago rugió hambriento.
—El desayuno es la comida más importante del día y debe ser la que tenga la mayor carga de carbohidratos. Ya me lo agradecerás. Esto va a ser un chute de energía, verás. —Levantó el brazo y enseñó su portentoso bíceps mientras guiñaba un ojo.
—Gracias, supongo...— contesté insegura, mientras me esforzaba por no reírme de nuevo. —Aunque creo que las chicas necesitamos una carga de carbohidratos con menos calorías.
Dan renegó unas cuantas veces, hasta que conseguí que confesara que había ido a comprar todo aquello porque no había tenido tiempo de prepararse para cocinar un desayuno en condiciones. Me reí al verlo agitar los brazos al aire fingiendo estar avergonzado. Era una bomba de energía y carisma capaz de mover al mundo. Su alegría daba un toque particular en nuestra pequeña comuna a la que llamábamos hogar.
—Por cierto,— Dan se sentó a mi lado y apoyó su hombro con el mío sonriendo con picardía. —¿Qué pasó anoche? Leví no quiere decirme nada.
Quería evitar parecer nerviosa o afectada por la pregunta directa de Dan, pero por mucho que me esforcé, acabé atragantándome con la pulpa del zumo de naranja.
—¿Qué paso?— contesté nerviosa cuando logré recuperar el aliento. —No pasó nada...
Para ese entonces, Dan me miraba con una sonrisa amplia y ojos de sospecha.
—Y de nuevo me contestas con otra pregunta. —Se rió. —Mira, cuando tú vas, yo ya he ido y vuelto unas diez veces, ¿vale? Así que repetiré la pregunta. ¿Qué pasó anoche?
Dan vertió un poco del espeso chocolate en una taza y lo dejó justo delante de mí. Removí el contenido de la taza con una cucharilla y me escondí tras la intimidad que me proporcionaba mi pelo largo y despeinado para que Dan no me mirase a la cara cuando dijera esas palabras.
—Nos... besamos.
Dan no contestó, así que tuve que salir de mi escondite capilar para ver la expresión de su cara. Tenía los ojos abiertos como platos, al igual que la boca.
—Sabía que no lo iba a conseguir— puso los ojos en blanco y se rió.
—Pero Dan, nos hemos prometido que eso no va a volver a pasar. No le delates, por favor— supliqué.
—¿Que no le delate? ¿Tú tienes idea de lo que pasaría si lo hiciera? Se moriría. Si alguien conoce a Leví, soy yo, y sé que si ahora lo apartan de tu lado, sería su sentencia de muerte definitiva. Acabaría tan deprimido que los desterrados lo arrastrarían para siempre. Nunca podría delataros.
Respiré tranquila, pero en seguida Dan me miró con en ceño fruncido.
—Por eso te lo digo a ti también, jovencita. Las manos quietas. Debéis mantener las emociones a raya. Si se le va de las manos, como evidentemente pasó anoche...
—Anoche soñé de nuevo con Azariel, por eso estábamos juntos en la cama —intenté excusarnos, pero Dan negó con la cabeza.
—No se trata de que estuvieseis en la cama, sino del remolino de emociones que pude percibir desde el otro lado de la casa... Quizá, para empezar, Leví podría prescindir de la responsabilidad de cuidar de ti cuando tienes pesadillas por las noches. Podría hacerlo yo... Aunque Leví me mataría sólo por mencionarlo. Tal vez Caleb, que ya es un guardián... bueno, mejor no. También sería tentar a la suerte. —Dan suspiró sonoramente y se rió. —¿Quieres dejar de seducir guardianes, pervertida?
—¿Qué? Pero si yo no...
—Bromeaba, peque. Vamos, desayuna y vístete. Yo iré a hablar con Leví.
—No le digas que te lo he dicho...
—Sabe que lo harías. Has hecho bien en decírmelo. No te preocupes.
Dan salió de la cocina, y al hacerlo, chocó con Caleb, que estaba algo adormecido todavía.
—Buenos días, el desayuno de campeones te está esperando— Dijo Dan mientras le daba un par de sonoros golpes en la espalda.
Caleb no contestó, lo miró extrañado y se sentó frente a mí.
—¿Qué es un desayuno de campeones?- preguntó entrecerrando los ojos.
Sonreí y señalé la mesa con ambas manos.
—Come de todo lo que te apetezca.
Caleb mordió una magdalena y al principio se sorprendió.
—Esto está delicioso.
—Pues espera a probar el chocolate— me reí y él alzó las cejas ilusionado.
Empezó a comer de todo lo que había en la mesa, probando y degustando cada cosa cuidadosamente, como si se deleitara en su sabor.
—Comer es maravilloso. No sé cómo he podido vivir sin la comida hasta ahora— dijo con la boca llena.
—Pues ten cuidado, porque cuando está bueno, no es bueno...— le advertí intentando parecer seria.
—¿No? —paró de masticar inmediatamente y yo no pude seguir aguantando la risa.
—Quiero decir que no comas demasiados dulces, si no quieres parecer una bolita rechoncha. Si comes un desayuno como este todos los días acabarás por engordar.
—Oh, claro. Lo tendré en cuenta. —dicho eso, siguió engullendo como si no hubiera un mañana. —Por cierto, Angie, antes de que todo esto ocurriera, ¿cómo era nuestra relación?
—¿Relación? ¿A qué te refieres?— pregunté nerviosa, empezando a sentir que mis mejillas se sonrojaban. No podía evitar recordar lo que había dicho Azariel, sobre la época en la que Leví se fue de Gallasteria. Según las imágenes que me había mostrado, claramente había algo entre nosotros.
—No lo tengo muy claro— siguió hablando—, pero desde que te vi ayer, cuando me desperté bajo la lluvia, hay un sentimiento que no consigo explicar. —Puso su mano sobre la mía y la acarició.
Mi primer impulso era apartarla, pero su mano era cálida y suave. Su tacto me resultaba muy agradable. Él, en cambio, miraba nuestras manos pensativo.
—Me gusta la sensación que produce esto— murmuró alzando la mirada y posando sus ojos grises sobre los míos.
Por unos instantes nos miramos como si estuviésemos hipnotizados hasta que un golpe en una puerta del pasillo nos sacó del "trance".
—¿Qué ha sido eso?—preguntó sorprendido.
—Seguramente el viento— respondí nerviosa mientras escondía mis manos bajo la mesa.
Me llamó la atención que Caleb tenía un libro que había dejado sobre la mesa. Parecía antiguo y en la tapa tenía una inscripción que no podía entender.
—¿Qué es ese libro?— pregunté tratando de cambiar de tema. Él mordió su pancake con mermelada y arrugó la frente.
—No lo sé. Me lo dio Heredia anoche. Dice que es un libro muy importante y que todos los guardianes deben tener uno. Creo que lo ha llamado libro de Salem, o algo así.
—¿El libro de Salem? ¿Y de qué trata?
Caleb se sacudió de las manos los restos de comida mientras se encogía de hombros.
—Anoche intenté leerlo, pero no podía. Era como si las palabras no me dijeran nada, así que pensé que tal vez había olvidado también como leer y lo dejé. Hoy quería intentar que Leví y Dan me explicasen de qué va.
Tomé el libro interesada y lo abrí. Para mi sorpresa encontré una inscripción en él.
—"Un enemigo invisible ronda todos los días. Está en todas partes, inadvertido e imparable..." ¿Qué significa esto?
—¿Dónde has leído eso?
Caleb tomó el libro de mis manos y lo miró intrigado. Pasó varias páginas y luego alzó sus ojos posándolos sobre mí confuso.
—Lo pone ahí mismo.—Me puse en pie y me paré a su lado. Intenté encontrar la página en la que lo había leído, pero no la encontré. —Ahora no puedo entender nada de lo que pone...
—¿Lo ves? Eso es lo que me pasa a mí. Este libro es muy raro. Cuando Heredia me lo dio, leí algo que decía no sé qué de los asuntos bajo control y entonces eres libre.
—Es el lema de los guardianes— dijo Dan, que estaba parado en la puerta de la cocina. —Ni impulsos, ni apremios, ni necesidades, ni atracciones; entonces tus asuntos están bajo control y eres libre.
Dan lo recitó mientras se aproximaba a nosotros hasta pararse detrás de Caleb.
—¿Esa es la vida de los guardianes?— preguntó éste frunciendo el ceño. -Suena demasiado restrictiva.
—Así es, pequeño depravado— respondió Dan burlón, mientras exponía el tatuaje que ahora también lucía Caleb en su nuca. —Esto está lleno de desorden. Debes aprender la importancia de controlar tus emociones o tendrás graves problemas, no sólo con el consejo, sino también para cumplir tus misiones.
Caleb se cubrió la nuca avergonzado y me miró.
—Tranquilo, eso para mí es como si fuera chino. No entiendo nada de lo que dice —me reí alzando los hombros.
—Hoy te explicaremos algunos trucos para poder mantener el Turek bajo control —añadió Dan mientras agarraba otro gofre de la mesa y lo mordía. —Y más os vale que empecéis a prepararos, o llegaremos tarde a clase.
Cuando miré mi reloj y vi que apenas quedaba media hora para que empezaran las clases y que yo no estaba preparada, salté de la silla y fui corriendo a arreglarme.
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