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Capítulo 1

Diecisiete años más tarde

El mundo en el que vivimos está lleno de mentiras. Las hay de muchas clases: mentiras piadosas, mentiras que crean ilusión, mentiras para aprovecharse de otros, mentiras que destruyen... y luego existen esas mentiras que son para que algo pase desapercibido. Para hacer creer al resto del mundo que lo que siempre ha existido no son más que leyendas. Historias para llevar a los niños a dormir. Esas mentiras que ridiculizan a los que dicen la verdad. Esas mentiras que mantienen en secreto un mundo inimaginable para la limitada mente humana, cuya tendencia a creer únicamente en lo que podemos ver y oír hace que nos perdamos las mejores partes de la vida. Y que no dejan de ser reales aunque no las creamos.

Todo comenzó el día en que casi morí. Hasta entonces había tenido una vida sin nada que mereciese una mención especial, o al menos eso creía yo, pues nunca hubiera imaginado hasta qué punto las cosas que suceden en la vida tienen un propósito.

Mi compañera de clase, Sarah, bufaba indignada mientras caminábamos en dirección al instituto.

—¿Qué se ha creído ese idiota? —rugió furiosa por enésima vez.

—Si no puede ver lo que vales es porque no te merece —la animó Elisa dándole unas palmaditas en la espalda.

—Vamos, Sarah, solo es un chico —respondí hastiada de escuchar sus incesantes lloriqueos. —Supéralo para que podamos seguir con nuestras vidas.

Ella me miró con los ojos desorbitados, incrédula, mientras Elisa me hacía señas para que no siguiera la conversación por ahí. No era que no apreciase a mi amiga, aunque lo podría parecer por mi respuesta, pero sabía perfectamente cómo funcionaba el mundo de Sarah. Hacía dos semanas lloraba porque había roto con su novio y aseguró que nunca en la vida podría volver a amar a otra persona como a él. Esa misma semana llegaron a nuestro instituto dos estudiantes nuevos. Uno de ellos estaba en nuestra clase. ¿Acaso podía ser magia que el corazón roto de Sarah se hubiera recuperado tan pronto como Dan, que así se llamaba el chico, cruzó dos frases seguidas con ella? No, claro que no. Pero ella era así. Dramática hasta la médula.

—Que una cosa quede clara, Angie —apretó los dientes mientras hablaba con rabia. —No es por él. Es por el hecho de que me haya rechazado. Creí que podría usarlo para dar celos a Joel, pero no contaba con el factor rechazo total —se cruzó de brazos y suspiró sonoramente. —Ahora me siento humillada y se ha convertido en algo personal.

—Eres una retorcida —murmuré rodando los ojos.

—Eso lo dices porque tú nunca has tenido novio. Empiezo a creer que te gustan las chicas.

—¿Por qué todo tiene que ser sobre quién nos gusta o no? ¿Acaso la vida no puede ser algo más que eso? —espeté.

Me adelanté perdiendo a mis amigas entre el mar de cabezas que se agolpaba para entrar en el instituto. No, no me había enfadado con ellas, pero ese día había comenzado gris, por una terrible tormenta que se aproximaba y auguraba seguir siendo así. No me gustaban las tormentas, me daban dolor de cabeza.

Era martes y a primera hora teníamos clase de inglés con Mr. White, un británico que enseñaba en el instituto desde que yo tenía memoria, aunque se conservaba bastante bien para los años que debía tener. Todavía podía hacer suspirar a algunas alumnas con una sonrisa.

Por lo general, yo me sentaba en la primera fila. Era un truco que había aprendido. Estaba demostrado que los profesores siempre preguntaban a quienes estaban desde las filas del medio hacia atrás, para asegurarse de que prestaban atención. De ese modo lograba pasar desapercibida.

Sarah y Elisa se sentaron detrás de mí sin dirigirme la palabra. Seguramente estaban resentidas por mis palabras de esa mañana. Sin embargo, todo cambió en el instante en que Dan se sentó a mi lado.

—Hola, buenos días —dijo mientras sacaba su material de clase de la mochila.

Sentí un sudor frío bajar por mi espalda y le sonreí a modo de saludo. Luego miré de reojo a Sarah, que nos miraba indignada. No podía oír lo que susurraba a Elisa al oído, pero lo sabía, casi como si pudiera oírla. «¿Cómo se atreve a sentarse ahí?». O tal vez «¿Por qué Angie no le ha dicho que abandone ese sitio inmediatamente?». O mi favorito. «Seguro que tienen algo y por eso esta mañana Angie me ha hablado así ».

—Perdona, tu nombre... —dijo Dan entrecerrando los ojos. Me di cuenta de que los tenía de un bonito verde azulado con toques dorados. Nunca había visto unos ojos de ese color.

—Ángela, pero puedes llamarme Angie.

—Cierto, Angie. Lo siento. Son muchas caras nuevas en poco tiempo y yo soy muy torpe para recordar los nombres.

Sonrió y, sin querer, ni entender cómo, noté que mi corazón saltaba del pecho. Puse la mano sobre éste, como si quisiera acallarlo. ¿Qué demonios era eso? ¿Tal vez gases? O quizá el desayuno me había sentado mal.

—Sí, lo entiendo. No te preocupes —murmuré mientras me esforzaba por parecer natural.

—¿Te importa si compartimos el libro? He olvidado el mío.

—Ah, claro. Sin problema —dije mientras empujaba el libro, dejándolo más cerca de él deliberadamente para evitar cualquier tipo de proximidad.

¿Qué me estaba pasando? Yo no creía en esas tonterías del amor a primera vista. ¿Por qué entonces mi corazón latía tan fuerte y tan rápido? ¿Acaso me estaba poniendo enferma? Tendría que pasar por la enfermería para tomarme la temperatura.

Pasé toda la clase mirándolo de reojo, intentando entender lo que me estaba pasando y si era producido por él. No parecía nada fuera de lo normal. Cierto, era un chico muy atractivo, pero ¿qué sabía yo de él para hacerme sentir algo? Observé que escribía muy rápido, sin embargo, su letra parecía escrita con esmero y cuidado, como si fuera algún tipo de caligrafía antigua. ¿Cómo podía ser? ¿De dónde salía este chico?

—Si quieres te presto los apuntes —señaló mi libreta, todavía en blanco.

Avergonzada, la cubrí con los brazos.

—No es necesario. Tengo buena memoria —mentí.

Él sonrió alzando una ceja. No me creyó.

El timbre sonó dando fin a una de las clases más extrañas de mi vida. Dan recogió su material, me agradeció por el libro y, tal como apareció, se marchó sin decir más palabras. En ese instante, una perturbada Sarah se abalanzó sobre mí como una leona sobre su presa.

—¿Por qué demonios le resultas más interesante que yo? —espetó furiosa.

—Pero si apenas nos hemos dirigido la palabra, ¿no crees que estás un poco desquiciada? —me defendí.

—Maldita sea, Angie. No consigo superar esto. No lo entiendo. Creo que hasta que no consiga una cita con él voy a estar obsesionada —suspiró con fuerza mientras se dibujaba círculos en las sienes.

—Creo que tienes razón —continuó Elisa. —Pareces una niña malcriada reclamando un juguete que no le pertenece. No te reconozco.

Sarah guardó silencio y mantuvo la cabeza baja, de manera que el cabello dorado caía cubriéndole el rostro e impidiendo que viéramos sus ojos. Comenzó a caminar en dirección a nuestra siguiente clase y la seguimos sin atrevernos a abrir la boca. 

—Lo siento. Estoy de mal humor —murmuró colocándose un mechón de pelo tras la oreja. —Mi madre está pasando unos días fuera de casa por una investigación de la revista y mi padre, sin importarle que yo esté allí, está llevando chicas a casa. ¿Os podéis creer que la chica de anoche es solo dos años mayor que yo? Es repulsivo.

—Vaya, Sarah. Lo siento —musitó Elisa incómoda tras la confesión de nuestra amiga. —Bah, es un cerdo. Ya me da igual —sonrió mostrando su amplia hilera de dientes blancos, sin embargo, esa sonrisa no llegaba a sus ojos.

—¿Queréis que nos veamos las tres esta tarde? —propuse. —Podemos criticar a Dan sin compasión.

Sarah me miró complacida, pues a pesar de todo, sabía que podía contar con nosotras incondicionalmente. Tanto Elisa como yo la conocíamos perfectamente y no la juzgábamos. Su popularidad con los chicos la había hecho ganarse una fama que nada tenía que ver con su verdadera personalidad, pero ella, por rabia y para fastidiar a las que hablaban sobre ella, acabó por convertirse en la loba que habían criticado sin fundamento. Aunque después de tanto tiempo me resultaba difícil saber qué había sido primero, el huevo o la gallina.

—Buena idea. Venid esta tarde a mi casa y comemos palomitas de maíz mientras vemos una "romanticonada" de esas que dan ganas de vomitar arcoíris.

Esta vez Sarah sonrió de verdad. Nos abrazó agradecida por no juzgarla y quererla como era.

Durante el resto de las clases, Dan se fue sentando con diferentes chicas, nunca con chicos. Me pareció interesante a la vez que confuso. El hecho de que no saliera con ninguna de las chicas que se lo pedían, incluida Sarah, podía significar dos cosas: o era gay, o no se interesaba por el físico, y la verdad, ambas opciones me parecían buenas razones para entablar una amistad con él.

¿De dónde había salido ese chico?

Al acabar las clases, Sarah, ofendida por no ser lo suficientemente atractiva para que Dan se sentara junto a ella de nuevo, como en días anteriores, se acercó a él hecha una furia.

—¿Me puedes explicar qué pasa contigo? —alzó la voz y le dio un toque con el dedo índice en el hombro.

—Disculpa. ¿Qué pasa conmigo?

Ella no respondió. Se limitó a gruñir de rabia y abandonó el aula mientras empujaba sillas y mesas. Elisa la siguió haciendo un ademán con la mano para pedir disculpas.

—¿Qué demonios le pasa a esa? —preguntó Dan rascándose la nuca.

Me reí irónica.

—Tienes que disculparla. No está acostumbrada a ser tratada como el "resto de las mortales" —bromeé.

—¿En serio? ¿Se le da un trato especial? —Su interés creció y me pareció extraño. ¿Acaso no lo había notado él? Empezaba a pensar que la teoría de la homosexualidad era más acertada.

—Bueno, ya sabes, no suele pasar desapercibida entre los chicos y ella es muy consciente de eso.

—Entiendo. ¿Y está molesta porque siente algo por mí?

Su pregunta tan directa me hizo ruborizar incluso a mí. Sin embargo, en lo más hondo de mi corazón, no quería contestar a esa pregunta. Si hasta ahora él no lo había notado, no quería que se diera cuenta de que tenía captada toda la atención de Sarah. Negué con la cabeza. No. No me importaba. No podía importarme. Imposible.

—Bueno, no lo sé... supongo.

Dan se quedó pensando unos segundos, tras lo cual, sonrió.

—Muchas gracias, esto...

—Angie.

—Eso, Angie. ¡Nos vemos mañana!

Feliz, salió de clase corriendo. ¿De qué iba? ¿Era tan inocente que necesitaba que le dijera lo que hacía sentir a las chicas? ¿Acaso no era consciente de su atractivo superior a la media? Definitivamente, aquel chico era cualquier cosa menos normal. 

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