Torta y Champiñones
Estaban sentados en unas sillas dentro del kiosko, mirando hacia el techo, hablaban de la reciente ruptura de Kal, su novio le había sido infiel y lo descubrió de una manera poco convencional.
— Pero, al diablo, que le den por culo, al fin y al cabo, ya soy profesional, soy demasiado para él.
— Esa es la actitud — continuó Chaz.
— Oigan, cambiando de tema, creo que eso no me cogió. Te estafaron, Kal.
— ¿Segura, Meg? — refutó Kal — ¿Cuánto tiempo llevamos mirando el techo?
— No lo sé...
— Mírenme.
Chaz y Meg se giraron al tiempo para ver a Kal, en cuanto lo hicieron sintieron como todo giró a su al rededor y les entró un ataque de risa.
Volvieron a su posición inicial.
— Oh. Por. Dios. — Dijo Meg, mientra se ponía roja de la risa.
— Eso fue increíble.
— Corrección, está increíble. Disfrútenlo, muévanse.
— Siento qu... ¿Qué? — Decía Chaz entre risas.
— Deberíamos caminar, el pasto se ve tentador — Kal hablaba arrastrando sus palabras.
— Tienes razón, vamos — Meg se puso de pie rápidamente y volvió a sentarse — ¡wow! Eso fue cósmico.
Empezaron a reírse, todos de cosas diferentes, pero se reían juntos y cada que se miraban les daba más risa.
— Ya, ya — interrumpió Kal entre risas —, acostémonos en el pasto. Pónganse los zapatos, no quiero pisar excremento de caballo.
Kal y Chaz se pusieron las zapatilla, mientras que Meg unas sandalias. El proceso duró al rededor de media hora, puesto que no paraban de reír, de repetir sus movimientos, Chaz se agachó y levantó al menos 15 veces, solo porque le parecía divertido.
Una vez con los zapatos puestos y de pie, olvidaron lo que iban a hacer, sin embargo, les pareció que iban a dar una vuelta al rededor de la finca y luego se iban a tirar a la piscina.
Empezaron a caminar en zig zag, Meg daba vueltas, Chaz caminaba mientras veía el cielo e intentaba contar las estrellas, Kal se burlaba de ellos.
— Hey, ¿desde cuándo hay cetas en tu finca? — le preguntó Kal a Meg.
— En mi finca no hay hongos.
— Claro que sí, míralos — señaló las cetas que formaban un círculo perfecto.
— Estás alucinando — interrumpió Chaz —, esos son champiñones, no cetas.
— Tú estás demasiado intoxicado, son cetas.
— Son champiñones, créeme linda, soy químico sé lo que digo.
— Tú eres un asco de químico, ni siquiera has podido pasar los cursos básicos. Ahora entiendo el por qué.
— ¡Son muchos números!
— Entremos — les interrumpió Meg.
— ¿Qué? — preguntaron al unísono Chaz y Kal.
— Entremos, será divertido —continuó explicando su idea—. Saltemos dentro, después corremos a la piscina, volvemos a saltar y — se interrumpió —... ¿Qué estaba diciendo?
— Que saltáramos al círculo de champiñones.
— Cetas.
Meg los cogió de la mano.
— Cuando yo cuente hasta tres.
Esperando.
Esperando.
— ¡Meg! — le gritó Kal.
— ¿Ah? ¿Qué?
Empezaron a reírse de nuevo, Chaz y Meg se doblaron por las rodillas y reían con lágrimas brotando por sus ojos.
— Está bien, está bien, está bien — susurraba Meg intentando calmarse.
— Vamos dentro — Chaz haló a ambas chicas dentro del círculo de cetas.
Una vez ahí, apretujados, se miraron entre ellos.
— Y, ¿ahora qué? — preguntó Meg.
Kal se encogió de hombros.
— Intento recordar qué es lo que hacemos aquí.
Sus risas se vieron interrumpidas por suspiros y exclamos de maravilla, cuando un grupo de luciérnagas empezó a rodearlos. Las luciérnagas se pegaron a ellos y luego una luz blanca los encegueció.
Cuando pudieron distinguir formas de nuevo y la luz ya no fue tan intensa, no se encontraban en la finca, sino tirados en el suelo, en un salón amplio e iluminado, justo frente a sus narices había un cristal gigante de color azul.
— Oh mi Dios — exclamó Kal —, creo que me dieron la droga equivocada.
Se miraron entre sí y empezaron a reírse.
— ¿Qué diablos? ¿Qué más podía tener esa torta? — Preguntó Chaz entre risas.
— Juro que sólo la pedí con Weed...
Alguien se aclaró la garganta a sus espaldas, giraron sus cabezas al tiempo hacia la dirección del sonido.
— Carajo — continuó Kal —, creo que esa mierda tenía LCD.
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