Capítulo 3
En la actualidad
Los tiempos habían cambiado mucho. Estábamos a comienzos del siglo XXI y nada era como solía ser. El mundo pertenecía prácticamente a los desterrados. Por mucho que nos esforzábamos, las personas caían cada vez más fácilmente en sus garras. Vivíamos en una era de comodidades y tecnología y las personas habían crecido creyendo que la vida tenía que ser fácil. Por eso, cuando se complicaba un poco, perdían la esperanza y eran presa fácil para los cazadores de tristeza.
Estaba furioso porque sentía que perdíamos la batalla. Y lo peor era que llevaba muchos meses sin que se me asignara una misión. ¿A qué esperaban? No podía dedicar mi tiempo a ir por ahí liberando personas. Eso era como contar las arenas del mar. Necesitaba algo que fuera productivo. Necesitaba que llegase pronto alguien que pudiera poner fin a aquella masacre.
Estaba en casa, mirando por el balcón. A pesar de que el sol brillaba con fuerza, había una sombra oscura cerniéndose sobre la ciudad. Sabía perfectamente que se trataba de las huestes de desterrados esperando el momento de abalanzarse sobre un alma incauta que se dejase vencer por sus mentiras golosas.
—Eh, Leví— dijo Dan parándose a mi lado. —Heredia ha llamado. Nos requiere en su despacho a ambos.
—¿Una misión?— pregunté esperanzado.
—Eso parece.
No demoré ni un segundo. Cogí mi chaqueta de cuero y fui al despacho de Heredia en mi moto. Se encontraba en un instituto común, lleno de estudiantes adolescentes. En esa época los guardianes vigilaban más de cerca a los jóvenes, pues eran fácilmente influenciables y todas las sedes de distrito se encontraban en institutos.
Entramos en el edificio que estaba vacío. Normalmente nos citaban fuera de las horas lectivas. Por alguna molesta razón, nuestra presencia solía perturbar a los jóvenes y se volvían vulnerables. No había quien entendiera a las generaciones modernas.
—Bienvenidos, guardianes— dijo Heredia con su acostumbrada sonrisa cansada.
—¿Un mal día?— preguntó Dan mientras tomaba asiento cómodamente en una de las sillas frente a la mesa de Heredia.
—Un día terrible. A veces creo que estos jóvenes desean vivir deprimidos. Hoy hemos extirpado a cinco desterrados— suspiró frotándose la sien.
—¿Por qué no nos llaman para trabajar aquí? Llevamos meses en casa sin hacer nada. Si necesitan tanto nuestra ayuda deberíais asignarnos la protección del instituto— dijo Dan exasperado.
—Sí, de hecho quería hablaros sobre eso. Vais a ayudarnos aquí— dijo con una leve sonrisa— pero porque será parte de la misión que se os ha asignado.
—¿A los dos?— pregunté sorprendido. Normalmente cada guardián tenía una misión por su cuenta. Rara vez se asignaba más de uno para proteger a alguien.
—Sí, así es. Las cosas están cambiando a pasos agigantados y me temo que se requerirá de dos guardianes, o tal vez más, para llevar a cabo esta misión.
—¿Y de quién se trata?— preguntó Dan ilusionado.— debe ser alguien importante para necesitar a dos guardianes que lo respalden.
—Será una joven.
—¿Una joven?— parecía decepcionado.
—Sí. Esta batalla no se libra con guerreros— se rió al percibir los pensamientos de Dan implícitos en la decepción de su pregunta.— Parece mentira que no lo sepas, Dan. Se vence con amor, y nadie mejor que las mujeres para dar amor.
—En eso te doy la razón— se rió. —Y no hay nada como el amor de las mujeres para recobrar el ánimo.
Le di un codazo para que guardara silencio y Heredia se rió.
—Esta joven fue seleccionada antes de nacer. De hecho, debería haber sido formada desde su niñez, pero a causa del peligro que corría, ha sido escondida. Los desterrados han intentado matarla desde el momento en que su pequeño cuerpecito llegó a la Tierra. Vive como una humana normal y corriente, sin saber nada de la realidad.
—¿Cuál será exactamente su misión?— preguntó Dan con curiosidad—parece muy importante.
—Lo es. Su misión es clasificada y no se os revelará. Sólo el Gobernante lo sabe. Vosotros sólo tenéis que preocuparos por protegerla de los desterrados y que sea feliz. Su felicidad garantizará nuestra salvación.
—Entiendo—me limité a decir.
—Tenéis que encontrarla. Ella es una estudiante de este mismo instituto. A la guardiana mortal que se le asignó su protección, se le dijo que la trajera aquí cuando llegase el momento. Sé que ha estudiado aquí por los últimos años y éste es su último curso antes de ir a la universidad, así que creemos que es suficiente madura como para lograr su cometido sin correr peligro.
—¿Y cómo la vamos a encontrar? Aquí hay cientos de chicas... —protestó Dan negando con la cabeza.
—Asistiréis a clase como si fuerais estudiantes y haréis un trabajo de investigación. La reconoceréis porque ella será diferente de todas las demás. De hecho, sentirá esa atracción hacia vosotros que no sabrá explicar al reconoceros inconscientemente como sus protectores.
—Entiendo... Me parece bien. Una oportunidad estupenda para conocer a algunas chicas— Dan se rió.
—Dan, por favor, no me lo pongas más difícil. Ya es complicado cuidar de estas niñas para que vengas tú a romperles el corazón—Heredia protestó cansado.
—Sí, señor. Lo siento, señor—Dan se rió disimuladamente mientras bajaba la cabeza fingiendo estar avergonzado por su comportamiento.
—Empezaréis esta semana. Cada uno será colocado en una clase para minimizar el tiempo de búsqueda. Debéis encontrarla antes de que sea encontrada.
—Sí, señor— dije con firmeza cansado de oír las tonterías de Dan. A veces le resultaba difícil ser formal.
Nos levantamos y nos despedimos del Señor Heredia, pero antes de que saliese, llamó mi atención.
—Leví, espera un segundo, quiero decirte algo en privado.
Dan salió y me esperó fuera.
—Sí, señor...
—Escúchame bien— dijo poniendo su típica cara de preocupación.— Sé que has superado los momentos difíciles y que han quedado muy atrás. Te has convertido en un guardián brillante y hay pocos como tú.
No pude evitar sonreír un poco ante el cumplido de Heredia.
—Pero me consta que esta misión será difícil. Ten cuidado.
—Señor, si lo dice por lo de aquella joven a la que perdí...
—Es una misión bastante similar, de protección e instrucción, y además tiene la misma edad que aquella joven. Espero que no se cometan los mismos errores que en aquel entonces.
—Sí, señor— me limité a decir sin inmutarme en lo más mínimo.
Heredia sonrió complacido e hizo un ademán con la mano para que me marchase.
Para ser sincero, las dudas de Heredia me disgustaron. No pensé que después de tanto tiempo se me tuviera en cuenta todavía. Pensaba dar lo mejor de mí, y les demostraría todo lo que había aprendido con el paso de los siglos. Nunca más volvería a cometer el mismo error, y si tenía que mantener a la joven feliz fingiendo que la amaba, así sería.
—¿Qué quería el viejo?— preguntó Dan en cuanto me vio salir por la puerta.
—Nada importante.
Al día siguiente empezó nuestra misión. Primero, encontrarla. Dan se inscribió en la clase de 2ºA y yo en la B. Podíamos pasar desapercibidos entre los jóvenes estudiantes a pesar de los miles de años que arrastrábamos tras nosotros gracias al poder de los guardianes. Rejuvenecimos nuestros cuerpos hasta aparentar tener diecisiete años, los que tenían los estudiantes de aquel curso.
No tenía ni idea de cuál podía ser el aspecto físico de la joven. Inevitablemente la comparaba con Caty y todas las jóvenes que se parecían a ella eran candidatas.
Las miradas de todos se posaron en nosotros desde el primer día. Habíamos aprendido que nuestro físico debía parecer atractivo para los mortales, pues, por superficial que pudiera parecer, eso les ayudaba a confiar en nosotros. Pero a veces era molesto. Dan disfrutaba como un idiota captando la atención de las señoritas, pero yo no. Ojalá hubiéramos podido buscarla de una manera más discreta. Por el momento no quería hacer amistades, así que sólo observaba en silencio, estudiando las personalidades, los gustos, cualquier pista que me dijera que podía ser ella. Dan se había aferrado a la pista que nos había dado Heredia sobre el interés subconsciente que despertaríamos en ella y fue conociendo a las jóvenes en profundidad una a una.
Heredia nos había advertido, para ayudarnos en la búsqueda, que la joven se sentiría más atraída por nosotros que el resto, pues al nacer se le dio el don de percibir a los guardianes. Sin embargo, al ver a las babeantes jóvenes a nuestro alrededor, pensé que esa advertencia era inútil. Era como buscar una aguja en un pajar.
Pasaban los días y ninguna parecía ser lo suficientemente pura. Sus mentes estaban manchadas de lascivia y sus sentimientos eran egoístas y orgullosos. ¿Por qué la juventud estaba siendo tan corrompida en aquella época? Lo peor era ver cómo ridiculizaban a quienes no alcanzaban los cánones de belleza impuestos por la sociedad, haciendo más duro el trabajo de protegerles de los desterrados.
Terminamos una clase de inglés, impartida por Jake White, un guardián que trabajaba como profesor de inglés en el instituto. Él ayudaba a Heredia desde primera fila a identificar a jóvenes con acechantes sombras a su alrededor. Hacía un buen trabajo.
—Eh, Leví— llamó mi atención antes de salir de clase— ¿Cómo lleváis la búsqueda?
—Mal. Ninguna me convence —bufé cansado.
—La verdad es que la adolescencia es difícil. O son demasiado alocadas, o demasiado introvertidas. En ambos casos es complicado saber realmente lo que piensan. Siempre esconden sus verdaderos sentimientos tras interminables fachadas.
—Lo sé.
—¿Cómo lo lleva Dan?
—Él está bien. Ha hecho algunas amigas.
—Es un libertino —se rió.
—Está bien. Hace lo que tiene que hacer. Al menos él tiene facilidad para hacerlo y, de paso, se divierte un poco.
Durante unos instantes, Jake me miró preocupado.
—Heredia me ha puesto al corriente de tu pasado con aquella protegida y la similitud con esta misión. ¿Estarás bien?
Me fastidiaba que se hablara de mi vida con tanta facilidad, pero me mostré inmutable.
—Por supuesto.— Mi respuesta fue automática. Como si hubiera practicado durante horas cómo afrontar cada vez que sacaran el tema.
—Está bien. Ánimo, y no olvides que, si nos necesitas para lo que sea, sólo tienes que buscarnos. Por favor no intentes superar los malos momentos tú solo.
—Ya no hay malos momentos, Jake, pero gracias.
Puso la mano en mi hombro y me miró con compasión. No me gustaba cuando me miraban así, sin embargo sonreí. Empezaba a estar cansado de tanta preocupación. Era cierto que no era fácil, pero yo había cambiado. Ya no me afectaba. O al menos eso esperaba.
Volví a casa, y el tiempo anunciaba una terrible tormenta. No me gustaban las tormentas. Los desterrados aprovechaban la melancolía que éstas hacían sentir en las personas para ser más agresivos. Me tocaría hacer guardia desde el balcón del ático en el que vivíamos.
Pasé toda la tarde observando, parado bajo una lluvia que empezaba a resultar molesta, y al caer la noche, sentí en mi mente la llamada de un guardián incorpóreo. Esas cosas no solían ocurrir a menudo, pero cuando un desterrado se valía de un ser mortal para atacar a alguien que no tenía guardianes asignados todavía, el incorpóreo llamaba al guardián más cercano para echar una mano.
La urgencia en la llamada me hizo aguzar la atención a mi alrededor y ese fue el momento en que una sombra llamó mi atención. Era una sombra especialmente poderosa y era raro que un desterrado de ese calibre saliera a rondar las calles. Por lo general se encargaban de ir a por personas concretas.
Ese maldito no se me iba a escapar. Con una sonrisa provocada por la adrenalina, corrí hasta donde estaba mi moto e hice rugir su motor a toda velocidad por las calles mojadas por la lluvia. No tardé en llegar a la calle donde me había parecido sentir su presencia. Allí había un hombre de mediana edad. Traté de percibir sus sentimientos, pero estaba tan borracho y drogado que apenas podía sentir nada. El desterrado lo había dominado por completo. Acababa de asesinar a toda su familia y se estaba dando a la fuga mientras buscaba más víctimas con las que divertirse. Sólo quería hacer daño. Se metió en un taxi y lo robó. ¿Qué pensaba hacer aquel desquiciado? Iba a ser un hueso duro de roer, totalmente insalvable.
Lo seguí por todas partes a pesar de la lluvia, que caía a raudales, hasta que se paró y encendió la radio del taxi. Escuchó un aviso para recoger a alguien y se puso en marcha. No podía perderlo de vista ni un segundo. Escuché al desterrado que susurraba en su oído. Le decía cosas tan asquerosas que se me revolvió el estómago. Malditos.
El supuesto taxista se paró frente a una gran casa y dos jovencitas salían bajo la protección de un paraguas. Una de ellas se montó en el coche y el hombre emprendió la marcha. Bastardo. Conduje la moto tras el coche con toda la discreción que pude. Atajé por caminos, siguiendo el rastro del nauseabundo desterrado que estaba pegado a su oreja como una garrapata.
Fue en dirección a las montañas, donde no había más que oscuridad.Por fin detuvo el coche en un lado de la carretera y se bajó. Detuve la moto a un lado del arcén y observé. Pretendía mantenerme al margen, por si ella era capaz de solucionarlo sola, pero cuando él abrió la puerta de atrás, se abalanzó sobre ella y empezó a aprovecharse. Ella gritaba desesperada. Suficiente. Tenía que intervenir.
Fui hasta allí y agarré al hombre de la ropa. Tiré de él casi con asco y lo lancé al suelo. Él me miró lleno de rabia. El desterrado lo había absorbido al punto que los movimientos del uno eran los del otro. Como una sincronía. Sentí pena por el pobre infeliz.
Le di una patada para dejarlo fuera de combate y poder llevar a la chica a un sitio a salvo.
Ella seguía dentro del vehículo. Me asomé para ver su estado. Estaba atada al reposa brazos del coche y me miraba espantada. A simple vista no parecía tener ningún daño.
—¿Estás bien? — pregunté preocupado.
—Sí, creo...— respondió todavía aturdida.
Sin perder un segundo, entré en el coche y, con cuidado de no aplastarla, solté sus ligaduras. Noté su respiración acelerada. Estaba aterrada y, posiblemente, lo que menos necesitaba era a otro hombre encima de ella.
En cuanto la liberé de sus ataduras, salió del coche y se mantuvo en pie con dificultad.
—¿Puedes correr? — parecía insegura, pero asintió.
Tiré de ella y llegamos hasta donde estaba mi moto estacionada. El desterrado no quería dejarla escapar por nada del mundo y estaba dispuesto a acabar con la vida del desgraciado al que había poseído, si era necesario.
La muchacha estaba empapada, así que la protegí con mi chaqueta de cuero y la ayudé a subir a la moto. Encendí el motor y aceleré rápidamente, sin dar tiempo a que el hombre reaccionase.
Ella, asustada, se abrazó a mí con fuerza. Me esforcé un poco por percibir sus emociones y me llamó la atención lo tranquila que estaba. Había estado a punto de ser violada. ¿Calma? No había quien entendiera a las adolescentes.
Me dijo dónde estaba su casa y cuando llegamos, bajó de la moto con dificultad. Las piernas le temblaban y perdió el equilibrio.
—¿Estás bien?— la ayudé a levantarse, ¿Por qué tanto interés por esta simple niña? ¿Acaso tenía alguna misión especial? ¿Dónde estaban sus guardianes? Me acerqué a ella y sentí que mi corazón se paraba un instante al reconocerla.
—Amira...
—¿Quién?—preguntó confusa.
Era ella. Maldita sea. Era ella todo el tiempo y no me había dado cuenta. Fue en ese mismo instante en el que supe que no. No había superado nada. Que ella siempre estaría en mi corazón y que el recuerdo de ese dolor estaba grabado a fuego. Sin embargo ella no me reconocía. Se había olvidado de mí y de nuestro pasado por completo. Suspiré. No podía dejar que las emociones me venciesen. Tenía que ser más fuerte todavía.
El taxi giró la esquina derrapando y se detuvo en medio de la calle.
—Maldita sea, si no me enfrento a él no nos va a dejar en paz.
El engendro se bajó del coche y se aproximó feroz. La cara se le había deformado hasta el punto de que ni siquiera parecía un ser humano.
Me paré frente a él y me miró con algo parecido a una sonrisa.Posiblemente se creía vencedor por tener un arma blanca en la mano. Podía sentir las palabras del desterrado en mi cabeza. Todos los pensamientos que ponía en la mente de ese débil humano. Me dio asco. Traté de acallar esos pensamientos lascivos, me abalancé sobre él, esquivé su puñal y le di un codazo en la nuca. Nunca fallaba. Él cayó y escuché cómo su nariz crujía al chocar contra el suelo.
"Esto no tiene nada que ver contigo, guardián" dijo el desterrado."Márchate y deja que sigamos con nuestra labor".
Sentí rabia por el descaro del desterrado. ¿Cómo se atrevía a decir que no tenía nada que ver conmigo? Mi obligación como guardián era para con toda la raza humana. Y más con esta muchacha en concreto.
—Déjala en paz. Ella está protegida— le advertí. Pero lo único que hizo fue llenarse de ira y abalanzarse contra mí. Sus movimientos eran lentos y torpes, fáciles de esquivar.
Ya me estaba cansando de él. Reuní todas las fuerzas que pude y le di un puñetazo en la mandíbula. Sentí que ésta crujía bajo mi puño y se rompía. El hombre cayó al suelo aturdido. Se levantó y gritó.
"Esto no quedará así, guardián. Esa humana será nuestra." dijo el desterrado mientras el hombre huía.
—Escoria.
Observé al desterrado perderse entre la oscuridad y la humedad que se había levantado tras la lluvia, pero habría preferido seguir luchando con él. Me enfrentaría a millones de desterrados antes que tener que enfrentar ese instante frente a Amira.
—Puedo prestarte algo de ropa seca— ofreció. Ni siquiera la miré. No me gustaba sentirme desequilibrado emocionalmente, así que tenía que salir de allí cuanto antes. Comencé a subir en la moto. No podía soportar su rubor, su timidez, su dulzura... maldición. No dejaría que se me escapase de las manos en el primer encuentro. O quizá ya era tarde.
—Gracias—murmuró con timidez.
—No tienes por qué darlas. — Arranqué mi moto y comencé a irme.
—¡Tu chaqueta!— exclamó detrás de mí.
—Quédatela— murmuré sabiendo que no me escucharía.
Ni siquiera iba a ser capaz de seguir usando esa chaqueta sabiendo que ella la había usado. Una lástima. Era mi chaqueta favorita.
Dos calles más arriba volví a encontrar al hombre, que corría más despacio. Aceleré la moto y me paré frente a él, obstruyéndole el paso. Él me miró con odio, pero muy a su pesar, no podía dejarle seguir avanzando.
—Esto no ha terminado todavía, ¿por qué huyes?
El hombre, con la nariz rota y la mandíbula partida, apenas podía hablar. Me bajé de la moto y me acerqué a él, que dio dos pasos hacia atrás asustado antes de tropezar y caerse.
Farfulló algunas amenazas ininteligibles mientras me veía sacar el medallón de debajo de mi ropa.
—Desaparece, hijo del mal... —Concentré toda la energía que pude para lanzar un ataque potente contra él y extirparlo a la primera.
Gritó de dolor y se encorvó hacia atrás, pero no duró mucho. El hombre falleció, posiblemente a causa de todas las sustancias que había consumido y el desterrado, que todavía tenía fuerza suficiente,salió disparado hacia arriba, perdiéndose de mi vista en pocos segundos.
—Cobarde... —musité.
Llamé al instituto para avisar de la incidencia y en poco tiempo llegaron a la calle los ayudantes de Jude, el jefe de los guardianes sanadores. Se llevaron el cadáver del pobre infeliz y lo prepararon todo para que pareciera una muerte por sobredosis en su casa, junto a su familia que él mismo había asesinado.
—¿Por qué siempre tienes que ser tan violento, Leví? —preguntó una de las guardianas sanadoras negando con la cabeza. —Arreglar esa cara no va a ser fácil.
—Lo siento. Era demasiado repulsivo y no he podido contenerme.
Ella frunció el ceño con desaprobación y, de mala gana, me dio un parte para rellenar y firmarlo. Yo no había sido el causante de la muerte, pero al ser el único testigo, tenía que informar de lo ocurrido.
Llegué a mi casa y Dan ya estaba durmiendo. No sabía si sería buena idea hablarle de lo que había pasado. Yo alardeaba siempre de tener las emociones controladas y en menos de una hora, mi Turek al completo estaba descolocado. Como compañeros, nuestro deber era cuidarnos el uno al otro, y si veíamos que la misión de nuestro compañero corría peligro, debíamos informar al instituto. Me pregunté si él lo haría. Y si lo hacía, tal vez me excluirían de la misión. Eso enturbiaría mi currículo de nuevo.
Me asomé al balcón y observé las luces de la ciudad. No pude evitar preguntarme por qué los desterrados iban tras ella, pero en cualquier caso, y por mi propio bien, tenía que evitar seguir encontrándome con ella. Si ya estaba en la Tierra, significaba que se aproximaba la fecha en que tendría que convertirme en su guardián, ¿y si rechazaba la misión? Cabía la posibilidad de ceder mi puesto a otro guardián. No sería algo tan perjudicial.
Suspiré triste. No sabía bien cómo sentirme. Quería llorar, quería gritar, golpear algo con fuerza... Pero no podía dejar que los sentimientos negativos me venciesen, si no, mi poder se vería limitado y debía estar más preparado que nunca. Miré al cielo.
—¿Por qué ahora? Voy a volverme loco.
El silencio de la madrugada era mi respuesta. Ojalá hubiera podido tener un kazrefti a mano para que me escuchasen. ¿Por qué? ¿Qué tenía que aprender de esa experiencia que no hubiese aprendido ya en todos los milenios de existencia?
Aquella noche me prometí a mí mismo que sería la última vez que me derrumbaría. Yo era fuerte y lo tendría todo bajo control. O eso creía.
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