Capítulo 22
No había nadie que hiciera la recepción de nuestra llegada. Cada entrada y salida de Gallasteria debía ser notificada, pero al no tener quien nos recibiera, habíamos llegado a un punto aleatorio de la ciudad, un poco lejano del centro al que nos dirigíamos. Tendríamos que dar un buen paseo y eso, si no teníamos cuidado, podría resentir las fuerzas de las jóvenes, e incluso las nuestras.
Recuerdos diversos acudían a mi mente mientras caminábamos por las bulliciosas e interminables calles de la inmensa ciudad. Algunos eran maravillosos y llenos de añoranza, pero otros hubiera preferido que se quedasen en el baúl de los recuerdos y que no hubieran salido a flote.
"¿Todo bien, Leví?" preguntó Dan. "Te siento algo triste."
"Todo perfecto" respondí reponiéndome al instante. No tenía tiempo de pensar en mí mismo. Tenía que estar centrado en no mostrar mis intenciones.
A pesar de estar de vuelta en casa, había algo tenso en el ambiente. No podía sentir la paz que recordaba. Algo no estaba bien.
—¿Qué es ese lugar? —preguntó Amira. Sonreí al ver su expresión de admiración. Casi podía ver las estrellitas salir de sus ojos.
—Aquello es el centro de la ciudad, —explicó Dan. —Donde habita el Gobernante y los Bataunti, y también donde están los edificios administrativos de las cuatro casas. Cuando lleguemos a lo más alto, veréis las vistas y apreciaréis mejor la inmensidad de la ciudad. Si creéis que las ciudades de la Tierra son grandes, esperad a ver esta.
Las jóvenes observaban con la boca abierta todo sobre lo que Dan les hablaba como si fuera la primera vez que lo veían. Por supuesto, para ellas lo era, aunque realmente no fuera así. A pesar de que ellas también fueron habitantes de Gallasteria una vez, lo habían olvidado todo. Era como haber llegado a un mundo nuevo y diferente. Escuchaban a Dan deslumbradas con cada pequeño detalle, como turistas en una ruta mágica. Sarah llegó a lamentar no tener su teléfono con ella para poder hacer algunas fotos.
Frente a nosotros se erigía majestuoso uno de los puentes de acceso al centro de la ciudad. Sus bellas puertas blancas brillaban con luz propia, como si fuera oro bajo los rayos del sol.
Frente a ésta, nos esperaba sonriente el pasante, Remiel. Habíamos hecho una buena amistad y fue un gran apoyo en los momentos difíciles. Al verme, me dio un contundente abrazo.
—¡Leví! Me complace ver que sigues bien —dijo mientras me daba fuertes palmadas en la espalda.
—Remiel, sigues tan enérgico como siempre —bromeé. —¿Todavía te tienen aquí confinado?
—¿Qué dices? Este es uno de los mejores puestos que hay. Todo el mundo en la ciudad ha pasado por aquí alguna vez y yo puedo decir que conozco a casi todos en Gallasteria.
Cuando vio a Dan su rostro se iluminó y le dio otro abrazo. Ellos habían sido amigos cercanos antes de que nuestras misiones fueran otorgadas, como lo habíamos sido Caleb y yo antes de que todo se tiñera de celos y resentimiento.
Éste observaba la ciudad con interés. Al haber perdido parte de sus recuerdos, estar allí tal vez le ayudaría a recordar. Sus emociones parecían un letrero de neón, llamativas y contradictorias. Tan pronto se sentía feliz como melancólico. Tal vez, como yo, recuerdos tristes también pasaban por su mente.
—¿Y estas señoritas? —preguntó entonces Remiel cuando vio a Amira y Sarah, que lo observaban fascinadas. —No parecen pertenecer a la ciudad todavía.
—Descuida, Remiel. Son nuestras protegidas —expliqué tratando de restar importancia a su presencia. — Hemos tenido un pequeño contratiempo durante nuestra misión y venimos en busca de sabiduría y consejo.
"No es un buen momento para pasear con vuestras protegidas, Leví" escuché su voz en mi mente.
"Créeme, no hemos tenido más opción" respondí preocupado.
—Ya veo... —dijo mientras se aproximaba a ellas para mirar en su interior en profundidad.
Amira, amedrentada por su cercanía, dio un paso atrás. Coloqué mi mano en su hombro y traté de infundirle calma.
—No tengas miedo —le susurré. El miedo no era una emoción permitida y si no era rápidamente controlada, podrían impedirle el paso. Inmediatamente ella se relajó. Buena chica.
—Últimamente hemos tenido brechas en la seguridad y no podemos fiarnos de nada ni de nadie —informó Remiel preocupado mientras observaba también el interior de Sarah, quien, a pesar de estar intimidada, le sostuvo la mirada desafiante. —Los desterrados no nos dan tregua y muchos de nuestros soldados luchan en la frontera defendiendo la ciudad.
—Algo de eso esperábamos que estuviera ocurriendo cuando dejamos de recibir mensajes desde la ciudad.
A lo lejos, en una de las fronteras de la ciudad, podía percibir la oscuridad intentando penetrar nuestras barreras. Era algo casi lacerante. Como habitante de la ciudad, podía sentir el pesar que eso causaba al Gobernante.
—No entiendo por qué intentan invadirnos. Hasta ahora había sido una línea que no se habían atrevido a rebasar —dijo Remiel preocupado. —El Gobernante sospecha que están tramando algo grave.
—Y es muy probable que tenga razón. Por ese motivo necesitamos consejo.
—Bienvenidos al centro de Gallasteria, entonces. Que disfruten de su estancia.
Remiel sonrió encontrando su imitación de recepcionista de hotel graciosa. Golpeó el suelo con su báculo y un ligero temblor de tierra anunció la apertura de la puerta. Nos despedimos de él y comenzamos a cruzar el puente.
—¿Qué estaba mirando en mi cara? —preguntó Amira mientras volvía la mirada hacia atrás, asegurándose de que Remiel ya no podía escucharnos.
—Algún rastro de desterrados en vuestros corazones.
—¿Qué son los desterrados? —inquirió Sarah llena de curiosidad.
—En seguida te lo explicaremos todo. No te impacientes —se rió Dan.
—¿Que no me impaciente? ¡Esto es de locos! Necesito saberlo todo —la joven extendió los brazos y comenzó a girar sobre sí misma mientras sonreía eufórica.
Comenzó a caminar exaltada de un lado a otro, fascinada por cada pequeño detalle. En comparación con la Tierra, Gallasteria podía parecer un paraíso.
—Nunca la había visto así de feliz —susurró Amira sonriente sin apartar la mirada de su amiga.
—Es el efecto que produce la cercanía a la torre central. Todos sus miedos, sus complejos e inseguridades se atenúan y se siente como realmente debería sentirse, sin todas esas emociones negativas que tanto les gustan a los desterrados.
—¿Este es el estado en el que deberíamos estar si Marou no se hubiera rebelado y decidido fastidiarnos la vida? —preguntó frunciendo el ceño.
—¿Has oído hablar de Marou? —Me sorprendió, siquiera, que conociera ese nombre.
—Sí, una de las instructivas charlas de Dan —dijo resoplando.
Miré a mi compañero, que explicaba a Sarah cómo funcionaban las rocas luminiscentes.
"Tu boca grande no conoce límites, ¿no es así?" le reprendí.
Al percibir mi pensamiento, Dan me miró y me sacó la lengua. Él mismo había reconocido muchas veces que era partidario de explicar las cosas claras desde el principio, pero había ciertos conocimientos que no eran necesarios y ese era el límite que él ignoraba constantemente.
Por fin llegamos a la escalinata que nos llevaría a la entrada de la ciudadela. Tomé aire un poco inquieto y lo expulsé despacio. Me temblaban las manos. Todos en la ciudadela eran Batauntis, por lo que cada persona que me mirase, podría saber de mis planes si bajaba la guardia.
Al otro lado de la escalera se encontraba Uriel, el pasante que, en teoría, debería habernos recibido en Gallasteria. Probablemente se sorprendería de nuestra llegada e indagaría con más profundidad que Remiel, no sólo con las jóvenes mortales, sino con nosotros también. Necesitaba calmarme urgentemente.
La puerta al final de las escaleras estaba abierta. Uriel debió haber percibido nuestra llegada y esperaba expectante a que nos diésemos a conocer. No eran tiempos de visitas, era consciente, y por eso, debíamos andar con pies de plomo y ser prudentes, pues no queríamos que saltara ningún tipo de alarma en la ciudad.
—Hola, Uriel. Cuánto tiempo sin verte —dije sonriente en cuanto lo vi. La expresión del aludido se relajó tan pronto como me vio aparecer.
—Dichosos los ojos que te ven, amigo mío —exclamó feliz mientras me abrazaba. —¿Qué estáis haciendo aquí? No he recibido ninguna notificación con vuestro nombre. De hecho... —Uriel observó a las jóvenes desconcertado. —Estas muchachas todavía tienen su envoltura mortal. ¿Por qué las traéis hasta aquí? Sabéis que no es bueno para ellas.
—Es una larga historia y no lo haríamos a menos que fuera importante —negué con la cabeza mientras daba explicaciones, forzándome a parecer lo más relajado posible. —Las cosas en la Tierra se complican a pasos agigantados.
—Entiendo. —Uriel asintió consternado. —Allí se vive un reflejo de lo que ocurre aquí. Hemos tenido que cortar la mayoría de las comunicaciones con los centros de la Tierra para evitar que nos intercepten y puedan penetrar en nuestras fronteras. Aunque, para serte sincero, yo creo que alguien en nuestras filas juega a dos bandas.
Su sospecha me sorprendió. Esa era una acusación grave, pero probablemente explicaría muchas cosas.
—Entonces es algo más serio de lo que creíamos —musité. Si alguien nos había traicionado, puede que muchos de los guardianes se vieran comprometidos o influenciados sin, ni siquiera, darse cuenta. —En cualquier caso, no debes preocuparte por mis acompañantes. Todos ellos vienen con la aprobación de Remiel.
—¡Claro, Leví! Sabes que yo confío plenamente en ti —dijo asintiendo con la cabeza.
Sonreí un poco tenso y si Uriel se había dado cuenta, no dijo nada. Sabía que Amira no supondría problema, pero en el caso de Sarah, aunque a nuestros ojos no se veía nada relevante, había algo raro. Tenía la esperanza de que nos ayudaran a averiguar qué era, pero no podía relajarme con ella. Entonces me pregunté, ¿Quién sería el que, según Heredia, había reclamado su presencia desde aquí?
Uriel abrió la grande y pesada puerta que nos separaba de la ciudadela. Un escalofrío recorrió mi columna y empecé a sentir que me hormigueaban las palmas de las manos. Calma, Leví. Todo irá bien.
—Mucho ánimo, joven Amira —dijo Uriel cuando ella pasó a su lado.
Aunque ella no podía recordarlo, también había sido un buen amigo suyo. Él comprendía que ella no recordaba y en ningún momento intentó mostrarse cercano. Sin embargo, ella pareció sorprenderse por esas palabras y me agarró del brazo mientras no dejaba de mirar hacia atrás, en dirección a Uriel, que todavía nos observaba. Quizá fui demasiado pretencioso al creer que le había engañado.
—Me ha llamado Amira —susurró. —¿Por qué la gente me llama Amira?
La miré alzando las cejas y me reí. Parecía una niña pequeña, deslumbrada con ilusión por cada pequeño detalle.
—Ese es tu nombre. El de verdad —susurré como si fuera un secreto.
—Mi... ¿mi nombre? ¿Entonces qué pasa con Ángela?
—Ese es el nombre que te dieron tus padres.
—¿Y ahora hay que llamarme Amira? —Frunció el ceño poco convencida y volví a reírme.
—No. Tu nombre no debe ser el mismo que has tenido en Gallasteria, a menos que sepas cómo defenderlo.
—¿Defenderlo de qué?
—El nombre es algo que está ligado a tu alma y a tu vida. Es un canal por medio del cual fluye tu fuerza vital hasta el cuerpo, y si no sabes cómo protegerlo, en malas manos, podría acabar destruyéndote.
—Pero si sólo es un nombre... ¿Qué hay en un nombre?
—¿Sólo un nombre? Conocer el verdadero nombre de alguien te da poder para darle o quitarle la vida. Con ese conocimiento, y si sabes cómo hacerlo, puedes controlar a una persona a voluntad.
La joven me miró sorprendida mientras procesaba la información recibida. Para proteger a la gente de la Tierra, ese era un conocimiento que ningún mortal poseía. La maldad infinita de los desterrados podría llevar a mucha gente inocente a la perdición si su verdadero nombre fuera divulgado, aunque fuera por accidente.
—¿Y Leví es tu verdadero nombre?
—Los guardianes conservamos nuestros nombres, porque tenemos los medios para protegernos de cualquier atentado contra nosotros.
Llegamos al final del túnel y Dan abrió las puertas, dando paso a la maravillosa luz que desprendía la ciudadela. Una luz cálida que imbuía de paz los corazones.
La gente caminaba ocupada, aunque nos habíamos ganado alguna mirada de sorpresa. No era usual que unos guardianes que no habían concluido su misión y sus protegidas estuvieran allí. Entre ellos, resaltábamos como sombras bajo la luz del sol.
—Leví, Caleb ha recibido un mensaje de Jiram —me susurró Dan.
Éste era el general de los ejércitos personales del Gobernante, el más poderoso de todos los guerreros y encargado de preparar a quienes se convertirían en incorpóreos y, más adelante, en pretorianos bajo su mando.
—¿Jiram? —me sorprendió haber llamado la atención de alguien como él.
—Dice que ha percibido la presencia de Caleb y desea verle.
—Entiendo. Id. Yo me encargaré de ellas. —Coloqué la mano sobre su hombro y bajé el tono de mi voz para evitar ser escuchado. —Por cierto, sé que es difícil, pero ¿podrías intentar encontrar a Rut?
Dan sonrió y asintió, lanzándome una mirada burlona. Al final había accedido a la petición de Amira de encontrarse con su abuela. Encontrar a alguien era difícil, pero, por supuesto, no imposible.
—¡Claro! Cuenta conmigo —palmeó mi espalda y se marchó, seguido de Caleb, que parecía algo distraído. Probablemente sus recuerdos estaban en una montaña rusa de vacíos y memorias que lo estaban dejando desconcertado.
—¿Dónde van? —inquirió la joven Sarah decepcionada por tener que separarse de Dan.
—Tienen algo importante que hacer —le dije mientras seguía caminando. —Pero tú también, así que no te preocupes.
—¿Yo? ¿Qué tengo que hacer? —preguntó mientras aceleraba el paso para alcanzarme y pararse a mi lado.
—Serás instruida en una de las escuelas dedicadas a ello.
—¿Voy a ir a la escuela? —La expresión de Sarah pasó de la emoción a la decepción en un instante. —Yo creí que este sitio era como el cielo.
—No es como la escuela que tú conoces —me reí. —Es algo más como un centro de capacitación. Antes iremos a ver a qué casa perteneces y, en base a eso, te llevaremos a la escuela que te corresponde.
—No entiendo nada... —pareció pensárselo un poco mejor. —¡pero me parece bien! —sonrió, como si de repente hubiera dejado de preocuparle tener que ir a la escuela.
Un poco más adelante estaba el edificio de asignaciones para los recién llegados. Antes de matricularse en la academia de preparación, todos debían pasar por este edificio para ser asignado a una casa que, en base a sus cualidades, se amoldaría mejor a ellos.
Allí había varias personas que conocía. Antiguos instructores enseñando a nuevos grupos de jóvenes alistándose al equipo de Guardianes. Una nueva generación que renovaría la defensa de la Tierra.
Conduje a Sarah hasta un escáner y, como era de esperar, se iluminó de un intenso color rojo.
—Familia de Lootah —sonreí. —¿Por qué será que no me sorprende?
La gente de Lootah tenía fama de ser más pasional y agresiva, lo cual encajaba a la perfección con la personalidad de Sarah. Tras explicarle lo que eso significaba, emprendí la marcha hacia la sede de Lootah, donde esperaba que supieran por qué se había requerido de su presencia.
—Este lugar es precioso— musitó la joven, todavía sin terminar de creerse lo que estaba viviendo. —No sé para qué tenemos que ir a la tierra a sufrir. Yo viviría para siempre aquí.
—Observa a las personas a tu alrededor— señalé a la gente que caminaba ocupada, cada uno a lo suyo, pero sonrientes y felices. —¿No notas algo distinto en ellos?
Sarah los miró con atención, luego me miró desconcertada. Volvió a mirar a la gente con más atención, si era posible, pero acabó negando con la cabeza. No era extraño que no se diera cuenta si no sabía lo que estaba buscando.
—¿Qué les pasa? —preguntó confusa.
—Cuando las personas han concluido con éxito su misión en la tierra, se convierten en Batauntis, y ellos, si te fijas bien, tienen un aura luminosa a su alrededor.
—¡Es verdad! —exclamó admirada. —Qué bonito se ve. Es como si fuera la aureola de un ángel.
—Casi todos los que ves aquí, en la ciudadela, han pasado por la tierra, y los que no lo han hecho todavía, están deseando poder hacerlo.
—¿Por qué? ¿Qué tiene de bueno la tierra? Está llena de injusticia y dolor.— La joven se entristeció. Ella estaba teniendo una experiencia terrenal complicada, aunque no era de las peores, pero su juventud e inmadurez le impedían ver lo bueno de la vida que tenía.
—Y ahí es realmente donde radica la belleza de la vida — expliqué. —Antes de vivir en la tierra somos seres incompletos, acostumbrados a una perfección vacía. Nunca hemos sufrido, así que la felicidad no tiene ningún valor. Se aprende muchísimo más en el breve tiempo que vivimos en la tierra que... es decir, breve para los que sois mortales, que en una eternidad entera en Gallasteria.
Mi propio pensamiento me pinchó el corazón con tristeza. Maldición. ¿Por qué estas emociones se desbordaban solas? Así sólo sería cuestión de tiempo que me descubrieran, si es que no lo habían hecho ya.
—¿Y qué ocurre con los que caen en manos de los desterrados?—preguntó entonces Amira. Su expresión se había vuelto sombría, pues trágicos pensamientos habían abordado sus recuerdos, al igual que los míos. —No es justo. Todos vivíamos aquí y éramos felices, pero por culpa de esa pequeña aventurita a la que llamamos vida, muchos acaban por perderse para toda la eternidad.
Yo también había perdido a gente a manos de los desterrados y ese pensamiento me dolió profundamente. Maldije mi debilidad. Necesitaba más control sobre mí mismo. Tomé aire y lo expulsé despacio. Traté de acceder a la calma antes de empezar a hablar, cuando percibí un aura poderosa detrás de mí.
—¿Es cierto lo que ven mis ojos? —detrás de mí vi al imponente Amón, el líder de la casa de Lootah. —¿Qué estás haciendo por aquí, diablillo?
Él fue quien nos preparó para recibir un cuerpo físico antes de ir la Tierra. Nos lo hizo pasar mal. Sus pruebas nunca eran fáciles de superar y él no tenía piedad de nadie, pero era el mejor en lo que hacía y eso lo agradecimos cuando tuvimos que empezar a utilizar nuestros cuerpos por primera vez.
—Amón, viejo perro. ¡Cuánto tiempo sin verte! —El Bataunti me abrazó, golpeándome la espalda con fuerza. Parecía haber olvidado que el dolor se manifestaba de forma diferente con un cuerpo físico y no se daba cuenta de cuán dolorosos podían llegar a ser sus golpes.
Entonces su mirada severa se posó sobre las jóvenes, que lo observaban espantadas, pero en seguida se relajó y sonrió de nuevo.
—¿Y vosotras? Apenas lleváis unos años fuera. ¿Qué hacéis aquí?
Las muchachas estaban tan impresionadas por el tamaño y la fuerza de Amón, que no reaccionaron a su pregunta.
—Es una situación especial —informé al Bataunti. —Nos dirigimos al centro en busca de sabiduría.
—¿Qué estáis planeando? No iréis a hacer ninguna tontería, ¿verdad? —Amón me miró consternado.
"Hay una serie de asuntos de los que tenemos que hacernos cargo, empezando por esta joven de Lootah" dije en su mente. Amón la observó y alzó una ceja.
"La recuerdo de antes de ir a la Tierra. Su nombre es Betania. Una joven problemática" dijo preocupado.
"He recibido instrucción del director de mi distrito de que debía traerla, pues hay algo inquietante en ella, pero todavía no he encontrado a quien se supone que debía recibirla. Por eso la llevo a Lootah."
"Entiendo. ¿Ella sabe de vuestras sospechas?"
"No. Me preocupa que, al verse descubierta, pueda actuar de forma impredecible. Hemos inventado una historia quizá demasiado inverosímil sobre que sería instruida como guardiana."
"Pero eso se puede hacer en la Tierra desde cualquier instituto."
"Cierto, pero ellas no lo saben."
"Ya veo. Está bien. Cooperaré contigo en lo que necesites, Leví de Thanh."
"Gracias, Amón."
El enorme Bataunti negó con la cabeza y me sonrió con complicidad.
—Siempre haciendo locuras. —suspiró preocupado.
—Sabes que no podría ser de otra manera.
—Por favor, no dejéis de pasar por la casa Lootah antes de marcharos —me dio otra palmada en la espalda y volvió a dejarme sin aliento.
—Ahora estábamos yendo hacia allí —dije con esfuerzo entre toses.
—¿Y a qué debo el honor? —preguntó fingiendo sorpresa.
—Esta de aquí es Sarah —señalé a la aludida, que se escondió aterrada detrás de Amira. —Necesita un entrenamiento exprés para convertirse en una guardiana mortal y parece pertenecer a la familia de Lootah.
—Entiendo... —musitó Amón mientras inspeccionaba a la joven de arriba a abajo, buscando algún vestigio de nuestros motivos para sospechar de ella.
—¿Qué miras? —demandó ella tratando de mostrarse audaz, pero sus emociones hablaban más fuerte que sus palabras. Estaba aterrorizada.
El Bataunti sonrió complacido.
—¡Me gusta esta chica! —se rió alegre. —Será una buena hija de Lootah.
"Déjalo en mis manos, Leví." dijo mientras asentía.
Luego sus ojos se posaron en Amira, quien se encogió amedrentada.
—¿Sabe Baruc que estáis aquí?
—Todavía no —respondí. —Acabamos de llegar y apenas hemos tenido tiempo de saludar.
—En ese caso, id a verle. Yo me llevaré a la hija de Lootah para comenzar el adiestramiento. Cuando tienen cuerpo mortal, cada minuto cuenta —se rio.
Sarah, que acababa de darse cuenta de lo que estaba a punto de pasar, agarró la mano de Amira con fuerza.
—No te asustes —le puse la mano en el hombro y le infundí un poco de la calma de mi turek. —Aunque Amón puede parecer un animal, es un estupendo anfitrión.
La joven no parecía ceder a la influencia de mi turek, y Amón se dio cuenta. Mientras ella no paraba de hacer aspavientos, despidiéndose de Amira de una forma demasiado dramática, rozando lo ridículo, el Bataunti me miró preocupado.
"No estoy seguro de lo que es, pero tienes razón. Hay algo en esta joven" dijo en mi mente mientras no quitaba ojo de la muchacha.
"Os lo dejo a vosotros" hice un ademán con la cabeza que él me devolvió en seguida.
Ambos se marcharon en dirección a la casa de Lootah y Amira observaba preocupada a su amiga, que de vez en cuando se giraba para comprobar que aún estábamos ahí.
—Vamos. —La tomé de la mano. —Si todavía no ha llegado a los oídos de Baruc que estamos aquí, podemos intentar darle una sorpresa.
—¿Vamos a ver a Baruc? —preguntó ilusionada.
Caminábamos de prisa. Yo empezaba a estar un poco cansado, por la cantidad de energía que consumía el hecho de estar en Gallasteria. No podía imaginar cómo debía estar sintiéndose Amira, a pesar de que no se quejaba. Cuanto antes llegásemos a la casa de Mahkah, antes podría descansar y alimentarse de nuevo.
Cuando llegamos al enorme bosque que colindaba con la casa de Mahkah, Amira observó fascinada los inmensos árboles que se alzaban como gigantes defensores.
—Eso de ahí son secuoyas de verdad? —preguntó con ilusión.
—Te han echado de menos, estoy seguro —dije observando el bello aura que desprendían los árboles.
Eso era algo que en la Tierra no existía, pero en Gallasteria podíamos percibir las emociones de los árboles a través de un aura brillante que se elevaba hacia arriba. Probablemente habían percibido la presencia de Amira, pues su aura se había vuelto más densa, señal inequívoca de que estaban felices, y ésta se alzaba como torres de luz brillante. Era un espectáculo bello de admirar, aunque supuse que Amira no lo podía ver.
—Corre a saludarlos —la animé.
—¿A los árboles? —sonrió extrañada, pero impaciente.
Asentí y ella, ilusionada, corrió hacia el bosque de Nemed, como si una fuerza invisible la llevara hacia allí. Me sorprendió que, a pesar de haber olvidado, quedara una leve reminiscencia de su pasado en su memoria. El afecto que ella y aquellos árboles habían compartido era algo tangible y había dejado una huella que estaba ahí, en lo profundo de su ser.
La observé disfrutar de aquel momento mientras colocaba sus manos sobre uno de los árboles y durante un momento me permití imaginar que nada había cambiado. Que ella y yo estábamos como antes de abandonar Gallasteria. Miles de veces habíamos paseado por aquel bosque, compartiendo nuestras vidas y nuestro amor. ¿Por qué no podíamos seguir así? ¿Qué era lo que había fallado? ¿No se suponía que después de pasar por la Tierra estaríamos mejor que antes? ¿Por qué entonces ella y yo no estábamos destinados a estar juntos?
—Entonces es cierto lo que se dice por ahí. —Una voz familiar llamó nuestra atención, devolviéndome a la realidad. —¡Amira, estás aquí!
Baruc, que probablemente había percibido nuestra presencia en las inmediaciones de su casa, había salido a nuestro encuentro. Se detuvo frente a la joven que lo miraba dichosa. Lo abrazó con fuerza y él, sorprendido por haber sido tan rápidamente reconocido, le devolvió el abrazo feliz.
—Amira, cómo me alegro de que estés bien. He estado muy preocupado. Las cosas por aquí andan mal por las constantes contiendas con los desterrados en la frontera y no podemos comunicarnos con los guardianes de la Tierra.
—¿Y cómo es que yo pude verte ayer? —preguntó extrañada.
—En ambas ocasiones fue porque tú te aproximaste a mí.
—¿Yo?
Me sorprendió saber que se habían encontrado en más de una ocasión, pero más todavía el hecho de que hubiera sido ella la que había acudido a él.
—Amira, cielo, tienes un gran poder todavía por ser descubierto. —Baruc negó con la cabeza. —¡Por el amor del Gobernante! ¡Eres hija de Nacor! ¿Es que creías que eres una mortal cualquiera? —exclamó escandalizado.
—No lo sé, la verdad... no creo haber vivido nada en mi vida que me diga que soy diferente de los demás. Ni siquiera sé por qué necesito tanta protección a mi alrededor— musitó con timidez.
—¿Lo estás diciendo en serio? —El Bataunti la observó unos segundos, tratando de ver su interior y negó algo decepcionado. —Veo que Rut hablaba muy en serio cuando dijo que te mantendría al margen de todo. Está bien. No hay problema. —Baruc la tomó del brazo y sonrió. —Vayamos a casa. Imagino que ya debes haber empezado a notar las consecuencias de pasear tan alegremente por aquí con un cuerpo mortal.
—Sí... estoy algo cansada —musitó. Lo cierto era que había empezado a palidecer un poco. Creí que aguantaría más.
—Ah, Leví, qué poca consideración— me reprendió Baruc. "Debiste prever que podría estar cansada. ¿Cuánto tiempo lleváis aquí?"
"Ella está bien, Baruc. No te preocupes tanto" respondí sin poder evitar sonreír.
—En casa te espera Carmi. Estaba como loca diciendo que habías llegado y yo no sabía de qué hablaba— se rió. —Ahora entiendo el porqué de su efusividad.
—¿Carmi? —Amira parecía confusa.
—Ella era tu mejor amiga aquí, en Gallasteria —la informé en un susurro. Ella me miró alzando las cejas con ilusión.
Paseamos en compañía de Baruc hacia la casa de Mahkah, mientras Amira preguntaba sobre cada detalle, a lo que Baruc estaba encantado de responder. Decidí darles un poco de privacidad y caminé varios pasos por detrás de ellos, cuando de repente escuché la voz de Baruc en mi cabeza.
"Sé lo que está ocurriendo en la Tierra. Los he visto".
Había captado mi atención por completo.
"¿Qué es lo que has visto?" pregunté inquieto.
"A los seres de rostro blanco. Debéis tener cuidado. No creo que estéis capacitados para acabar con ellos".
Baruc miró hacia atrás y me observó preocupado. Si nosotros no estábamos capacitados para vencerlos, ¿quién lo estaba?
"Y más te vale cuidar de mi pequeña, o lo lamentarás, Leví de Thanh."
Tragué en seco y escuché la risa de Baruc. ¿Se reía por algo que había hablado con Amira o de mí?
Llegamos a la casa de Mahkah y poco después de que Amira entrase por el umbral de la puerta, pude percibir la energía inagotable de Carmi aproximándose a nosotros.
Tan pronto como encontró a su amiga, se lanzó a sus brazos con euforia. Siempre había sido una persona muy activa. Me reí al ver que había decidido cambiar su apariencia y verse más joven, aproximadamente de la edad de Amira. Probablemente pretendía hacerla sentir más cómoda, pero su infinita cháchara empezaba a abrumar a Amira.
Su rostro empezaba a verse agotado y parecía estar haciendo un esfuerzo enorme por mantener los ojos abiertos. De repente, se le doblaron las rodillas y se desplomó, pero Carmi tuvo los suficientes reflejos para sostenerla a tiempo de que no tocara el suelo.
—Vaya, se ha dormido —se rió la muchacha. —Me han dicho muchas veces que hablo demasiado, pero nunca me había pasado algo así.
—Permíteme —solicité, mientras tomaba a Amira en brazos. —¿Podríais indicarme algún lugar en el que dejarla para descansar?
—¡Leví! —dijo Carmi de repente mientras volvía a tomar su aspecto natural de adulta. —Discúlpame. Con la alegría de encontrar a Amira, no me había dado cuenta de que también estás aquí. Cuánto tiempo sin verte —sonrió.
—Carmi. —Hice un ademán con la cabeza en modo de saludo.
—Por todos los cielos, Leví —Baruc se llevó las manos a la cabeza. —¿Qué habéis hecho con la pobre muchacha? ¡Está agotada!
—Ya calma, Baruc, viejo loco —Carmi le dio una palmada en la espalda y éste le lanzó una mirada de disgusto. —Ella está bien. Sólo tiene que dormir y comer un poco. Venid conmigo. Hay una habitación con una cama para situaciones de emergencia.
La llevamos allí y la recosté sobre, probablemente, la única cama que había en toda la casa. Al no tener un cuerpo físico, nadie necesitaba dormir, pero no era la primera vez que algún guardián había tenido que llevar a un protegido a Gallasteria, y en ese caso, éstas se volvían imprescindibles.
—Se me hace muy extraño verla tan indefensa —musitó Baruc mientras observaba a la joven descansar.
—Yo también necesitaré descansar pronto —informé en cuanto percibí que el cuerpo me pesaba más de lo normal. —Pero antes tienes que hablarme de los seres de rostro blanco. Amira ya los había mencionado antes, y también Caleb. ¿Sabes lo que son y si son peligrosos?
Baruc se sentó en la cama y acarició la frente de la joven.
—Jamás había oído hablar de algo así. Yo los vi cuando le hacíais la prueba del tiempo a Amira. Me habían informado en el instituto de que se iba a efectuar esta prueba, así que decidí estar atento a cómo transcurría. De repente percibí una elevada cantidad de energía y cuando me di cuenta, vi que Amira había empezado a abandonar la Tierra arrastrada por ellos.
—¿Estaba muriendo? ¿Estaba viniendo hacia aquí o Baltzoak?
—No. Se marchaba hacia otro lugar... —Baruc frunció el ceño preocupado. —No sabría decirtelo con exactitud. Todavía no he podido hablar con el Gobernante al respecto. Estos días las cosas están difíciles y apenas hemos tenido tiempo para reunirnos.
—¿Y qué pasó? —indagué más turbado.
—Hice lo que pude para mantenerla en su lugar. Por suerte tú estabas allí, Leví. Lograste mantenerla atada a su cuerpo. Gracias. —Me miró y vi una gran congoja en sus ojos. —Esos seres son terribles devoradores. Estaban alimentándose de ella... e incluso de mí. De haber prolongado más ese momento, seguramente habrían consumido mi energía también y habrían acabado con mi vida.
—¿Qué? —No podía creer lo que estaba escuchando. ¿A qué clase de enemigo nos estábamos enfrentando? Jamás había oído nada semejante.
—Es un acierto que hayáis venido hasta aquí. En vuestra situación actual, probablemente no conseguiríais vencer a estos seres.
Tal vez nuestro viaje a Baltzoak tendría que esperar un poco. Debíamos dedicarnos a descubrir quienes eran esos seres, por qué estaban ahí y cuál era su propósito.
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