Capítulo 19
Esa noche no conseguí dormir bien. A pesar de lo cansado que estaba, había mil cosas rondándome por la cabeza. La nueva perspectiva de ir a Baltzoak para salvar a los padres de Amira lo cambiaba todo. No había precedentes sobre una hazaña así. Puede que llegar a aquel lugar fuera posible, pero ¿volver? Eso era más difícil. Lo peor era que Amira se mostraba inflexible. Nunca dejaría de insistir, así que debía encontrar el modo de encontrar a Nacor y Eder, manteniéndola a ella al margen de aquel siniestro lugar.
Era probable que en Gallasteria pudiera encontrar la información que necesitaba, aunque debía ser discreto. El simple hecho de mencionar nuestras intenciones a la gente que no debía podría darnos muchos problemas. Un viaje a Baltzoak como el que queríamos hacer estaba totalmente prohibido, en especial para aquellos que todavía estábamos en la Tierra cumpliendo nuestras misiones. Podría costarme el llegar a ser Bataunti, por tanto sólo debía ir hasta allí si estaba seguro de que lo conseguiríamos. No podía dejarlo a una posibilidad.
Aunque lo cierto era que Gallasteria no estaba pasando por su mejor momento. Seguramente tenían tantos problemas allí que no prestarían atención a un guardián recabando información sobre Baltzoak en los libros ancestrales.
Miré mi reloj unas cuarenta veces y vi pasar las horas una tras otra. No conseguía dormir, y para colmo, no me fiaba de Caleb. ¿Y si aprovechaba las horas de la noche y se metía en el cuarto de Amira? Di un par de vueltas, intentando no pensar más de lo necesario. Ese tipo de cavilaciones me desquiciaban y eso no era bueno. No parecía yo. ¿Celoso de Caleb? ¿Por qué tenía la sensación de que parecía el adolescente que me habían mandado aparentar para la misión?
Me harté de estar en la cama y me levanté. Eran las seis de la mañana y todavía no había amanecido, pero si seguía en la cama dando vueltas y pensando tanto, acabaría por darme cabezazos contra la pared para evitar dárselos a Caleb.
—Buenos días, cara de palo. ¿Estás de mejor humor? —dijo Dan mientras hacía abdominales en el suelo de nuestro cuarto.
No respondí. Supuse que era una pregunta retórica, porque estaba seguro de que había escuchado todas las vueltas que había dado, por no decir que mi cara representaba exactamente cómo me sentía en ese momento: demolido.
Fui a la que era la habitación de Amira. A partir de ese día ella dormiría en la habitación de su abuela, así que ese cuarto pertenecería a Caleb. Lo observé dormir profundamente sobre la cama y sentí la rabia recorrer mi cuerpo al pensar en todos los sentimientos que habían manifestado la noche anterior, haciendo que mi respiración se agitase.
Dan no tardaría en llamarme la atención por mi despliegue emocional, así que decidí actuar rápido. Agarré un lado del colchón en el que dormía y lo levanté hasta ponerlo en posición vertical, haciendo que Caleb cayese al suelo con un ridículo estruendo.
—¿Qué está...? —éste asomó la cabeza entre el amasijo de mantas y sábanas, todavía algo aturdido y me miró furioso. —Maldito desgraciado, ¡me las vas a pagar! —exclamó intentando ponerse en pie torpemente y sin éxito.
Dan, al escuchar el ruido, corrió para ver qué había pasado, pero rompió a reír a carcajadas cuando vio a Caleb peleando con la sábana. No era la primera vez que usábamos ese método para despertar a los guardianes novatos a los que habíamos entrenado.
—Buenos días —dijo entre risas. —Este es el servicio despertador de los guardianes. Pensado para los dormilones más insistentes.
—Es hora de levantarse —gruñí. —Los guardianes tenemos que madrugar para ejercitar mente y cuerpo cada día. Se acabó ir haciendo el perezoso como hasta ahora. Te levantarás temprano, harás ejercicio, meditación y leerás los tomos de Izen durante, al menos, una hora cada día antes de ir a clase.
Caleb gimió mientras se ponía en pie cansado. Tampoco parecía haber pasado buena noche.
Nos siguió hasta el salón un poco adormilado y se sentó en uno de los sofás. Le extendí un libro y empezó a leer, o al menos lo intentaba, pues apenas conseguía mantener los ojos abiertos. Se frotó la cara con insistencia, tratando de despejarse, y bostezó.
Yo me senté en una silla, frente al libro de Salem para intentar contactar con Gallasteria una vez más.
—Estoy seguro de que has disfrutado eso —dijo Caleb de repente después de un buen rato de lectura silenciosa.
—Oh, por supuesto que sí. Con cada fibra de mi ser —contesté sarcástico.
—¿Se puede saber por qué me odias tanto? Empiezo a estar harto de esta situación. ¿No se supone que somos un equipo y que luchamos en el mismo bando?
Lo observé unos segundos. Deseaba decirle que sí, que le odiaba con todas mis fuerzas, pero esa no era la forma en que se comportaba un guardián. Debía controlarme.
—Por supuesto que no te odio. No te creas tan importante, Caleb. El problema es que parece que no quieres saber de qué va lo de ser guardián y eso puede repercutir en nuestra misión. ¿A qué vino lo de anoche?
—Así que eso es de lo que va todo esto. No puedes soportar que haya besado a Angie.
—¿La besaste? —dijimos Dan y yo al mismo tiempo.
En ese momento sentí que la ira tomaba el control de mis acciones. Me abalancé sobre él, lo agarré de la camisa y lo alcé hasta hacerlo chocar contra la pared. Le habría golpeado hasta hacerle perder la consciencia, pero Dan me agarró del brazo, devolviéndome la suficiente cordura para contenerme.
—No seas hipócrita, Leví —replicó Caleb en seguida agarrándome de los brazos y apartándolos de él con brusquedad. —¿Cómo te atreves a censurar en mí tus propios errores? Tal vez el que no quiere saber de qué va lo de ser guardián no soy yo. —Su acertado reproche sólo consiguió enfadarme más.
—Ten cuidado con lo que dices, Caleb —le advertí conteniendo a duras penas la rabia dentro de mí.
Al darme cuenta de que estaba perdiendo los estribos, me aparté de él y me senté frente al libro de Salem de nuevo.
—Déjame que intente entender de qué va esto. —insistió en su provocación. —¿Tú eres más antiguo que yo y por eso tienes privilegios que yo no tengo? ¿Es así como funciona? ¿O tal vez te crees mejor que los demás y que estás por encima de las normas que te empeñas en obligarme a cumplir?
Alcé la mirada para encontrarme con los ojos llenos de frustración del guardián. Él tenía razón, y eso era lo que más me molestaba. ¿Con qué derecho le reprochaba cuando yo mismo no era capaz de controlarme?
—Te equivocas. Yo también me esfuerzo por cumplir, pero...
—¿Eso es esforzarse? ¡Ni siquiera deberías permitirte enfadarte conmigo! ¿Dónde está el control y la disciplina de los guardianes? Estás actuando como cualquiera de los niñatos que asisten al instituto... ¡O peor!
—¡Tú no tienes ni idea!
—Por supuesto, eso es lo que siempre dices cuando no sabes qué decir. ¡No tengo ni idea! ¿Qué voy a saber yo? Sólo sé que me machacáis constantemente con normas y obligaciones que veo que no se cumplen.
—¡Calma, chicos! —interrumpió Dan justo a tiempo para impedir que la discusión fuera a más. —Caleb, debes entender que no somos perfectos. Sé que Leví se esfuerza, aunque a veces parece que le gusta meterse en la boca del lobo... claro, yo también me metería en la boca de un lobo así, pero ese no es el tema... —Me aclaré la garganta y él se rió en seguida. —Lo que quiero decir es que debemos ser más pacientes. Vuestra rivalidad puede poner en peligro a Angie, así que debéis parar con esto cuanto antes.
—¡Eso intento! —dijo Caleb exasperado.
—¿De verdad lo intentas? —exclamé furioso golpeando la mesa.
—¡Mirad lo que me he traído del instituto! —Dan alzó la voz para llamar nuestra atención, cansado al ver que no conseguía desviar la conversación a algo menos violento. Abrió la palma de su mano y nos mostró unas alas doradas.
—¿Qué es eso? —preguntó Caleb con curiosidad.
—Nuestro medio de transporte para ir a Gallasteria. Necesitas familiarizarte con ellas antes de volar.
—¿Vamos a volar con eso? —se sorprendió.
—¿Qué esperabas, una nube mágica? —espeté rodando los ojos.
—¿Cómo quieres que lo sepa? ¡Nunca he usado unas de estas antes!
—No, por supuesto que no. Tú eras un incorpóreo. Eso era lo único que te hacía útil y lo has perdido todo por un cuerpo físico.
—Espero que no estés insinuando que lo hice a propósito. —Esta vez era Caleb quien dejaba ver el enojo hervir en su mirada.
—No insinúo nada —gruñí. Dan me lanzó una mirada reprobatoria.
—Leví, así no ayudas, ¿vale?
—Empiezo a estar harto de todo. De vosotros, de los guardianes y sus normas, los desterrados... —empezó diciendo Caleb, pero su voz se apagó en cuanto escuchó el sonido de una puerta en el pasillo. Amira se había despertado y apareció en el salón bostezando cansada.
—Buenos días —murmuró. Tenía los ojos hinchados por todo lo que había llorado la noche anterior, sin embargo, y para mi alivio, parecía mucho más tranquila de lo que esperaba.
Nos miró uno a uno azorada al darse cuenta de que guardábamos silencio porque ella estaba ahí. Caleb me lanzó una mirada desafiante antes de darse la vuelta y salir del salón furioso. Amira lo observó marcharse desconcertada.
—Hola, peque —dijo Dan sonriente, como si no hubiera pasado nada, y aliviando la tensión. —Nos estamos preparando para hacer un viajecito. Te va a gustar.
—¿A dónde vamos?
Dan le mostró las alas ilusionado, pero como era de esperar, ella no tenía ni idea de qué eran o para qué servían.
—Es... muy bonito. —Alzó las cejas esperando más información. —¿Qué pasa con eso?
—Esto, querida mía, es una de las cosas más alucinantes que vas a ver en tu vida... bueno, al menos en la vida mortal.
—Suena interesante. ¿Qué es? —dijo algo más intrigada.
—Es...—Dan estaba apunto de empezar a hablar, como siempre hacía.
"Dan, no hables más de la cuenta. Sarah se ha despertado y el desterrado que la acompaña está atento a todo lo que estamos hablando" dije en su mente. Él sonrió con disimulo.
—...algo que no voy a decirte ahora.
—¿Qué? ¡No puedes dejarme así! Siempre me haces lo mismo —protestó Amira.
Miré el libro de Salem que permanecía en blanco a pesar de mis insistentes mensajes. No había respuesta. No había información. No había instrucciones... sólo silencio. Gallasteria estaba muda. Todo, absolutamente todo, estaba patas arriba. En todos mis años de existencia nunca había vivido una situación como esa. ¿Qué estaba pasando? Teníamos que ir al instituto cuanto antes y emprender el viaje sin demorar.
—Esta mañana vamos a ir a clase, así que preparad vuestras cosas —dije sin mirar a Amira a los ojos. —Aprovecharemos para reunirnos con Heredia y exponer nuestro plan de esta tarde.
—Pero entonces, ¿cuál es el plan de esta tarde? —insistió ella impaciente.
—Lo sabrás en su momento. —Cerré el libro con un golpe seco y me puse en pie.
La discusión de esa mañana con Caleb me había irritado más que de costumbre. Además, mirarla a la cara sabiendo que ella también había correspondido a los sentimientos de Caleb me dolía tanto que el desterrado de Sarah me sonrió desde la puerta.
Salí de allí a toda prisa y casi choqué con Sarah, que salía de la habitación que había compartido con Amira. Ella perdió el equilibrio y cayó sobre mis brazos. La sostuve para que no cayera al suelo y ella se aferró a mí como una lapa.
—Buenos reflejos —sonrió seductora.
Inmediatamente la solté asqueado cuando vi al desterrado que observaba todos nuestros movimientos sonreír a la vez que ella. Torció el gesto por mi brusquedad y se marchó. Yo me encerré en la habitación y empecé a prepararme para salir, e intentar tranquilizarme. Guardé en una mochila algo de comer y me fui al instituto sin esperar a nadie. No me apetecía seguir viendo a Caleb. Sin embargo, el simple hecho de hacer algo así me enfadaba más. Era completamente infantil e inmaduro. Un completo idiota.
Llegué media hora antes de que los pasillos se llenaran de adolescentes hiperhormonados. El cielo había empezado a teñirse de colores claros, pero el sol no había salido todavía. Al llegar me sorprendió ver que la luz del despacho de Heredia estaba encendida. Aceleré el paso y fui hacia allí. Abrí la puerta y vi algo que me dejó atónito. El director estaba absorto mirando un libro y una distorsión similar a la que habíamos visto en los desterrados de la casa de Elisa estaba en él. Alzó la vista y sus ojos estaban completamente blancos. ¿Qué demonios...?
—¡Leví! —Heredia parpadeó y sus ojos volvieron a la normalidad. —¿Qué haces aquí tan temprano?
—¿Ha dormido aquí? —inquirí extrañado al ver su apariencia desaliñada y que usaba la misma corbata que el día anterior.
—¿Qué? ¿Ya es de día? —el director miró desconcertado por la ventana. —Vaya, el tiempo vuela cuando estás leyendo algo interesante —se rió avergonzado. Se puso en pie y cerró el libro con cuidado. —¿Hay algo que pueda hacer por ti? ¿Dónde están los demás? ¿Por qué no está contigo la señorita Ángela?
—He venido solo. Señor, hay algo de lo que quería hablar con usted. —Por un instante dudé en contar a Heredia nuestro plan al completo. Tal vez no era buena idea ser demasiado directo y debería empezar por una versión más leve. Algo me decía que debía mantener Baltzoak al margen de nuestra conversación.
—¿De qué se trata? —preguntó interesado.
—Vamos a hacer un viaje a Gallasteria.
—¿Un viaje? ¿Para qué?
—Es por nuestra misión.
—Ya te dije que no debías ir allí. Tu protegida te necesita aquí.
—Lo sé. Vamos a ir todos.
—¿Ella también? —Heredia frunció el ceño sorprendido.
—La misión se complica y necesitamos guía.
Heredia me observó entrecerrando los ojos unos instantes. Podía ver en su mirada perfectamente que él consideraba que la culpa de que todo se complicara la tenía yo, pero me guardé mi opinión para otro momento. Faltar al respeto a un director de distrito era un tema serio y gravemente castigado.
—Para eso está el libro de Salem —respondió poco convencido por mi respuesta.
—También ha quedado mudo, señor. Estoy preocupado por la situación de Gallasteria. Creo...
—¡No es cosa vuestra preocuparos por la situación de Gallasteria! —exclamó irritado. —Tú sólo tienes una misión que cumplir que, hasta ahora, no pareces estar cumpliendo como es debido —su expresión se volvió severa.
—Lo entiendo y acepto mi responsabilidad en todo esto, pero usted me conoce. Sabe que no es propio de mí que...
—Claro que te conozco, Leví de Thanh. Sé que por tu debilidad emocional fuiste destituido y te rebajaron de director a simple guardián de refuerzo. Tu reputación te precede y lo sabes. —Heredia se aproximó a mí y echó un vistazo a mi Turek. —¿Cómo esperas ser capaz de cumplir con tu misión? Esto es un desastre. Si no empiezas por poner tu interior en orden, difícilmente vas a conseguir resolver los problemas que os oprimen. ¿Tan cegado estás por tus emociones que no eres capaz de verlo?
Me aparté bruscamente y casi le golpeé la mano que mostraba mi Turek de un golpe, pero logré contenerme en el último segundo.
Hacía mucho tiempo yo también fui director de uno de los distritos más numerosos y eficientes que ha existido, pero aquel maldito incidente me afectó hasta el punto que nunca volví a ser el mismo. Abandoné mi puesto en el instituto para ir a Gallasteria y eso me costó perderlo. Cuando volví, mi propia debilidad y el percance con el desterrado en el campanario hicieron que me relevaran del cargo de director y nombrasen a Heredia en mi lugar. Lo entendí. De hecho, no me importó. No estaba en condiciones de gestionar a los guardianes, ni siquiera a mí mismo. Mi corazón estaba destrozado. Si hubiera muerto aquel día, no me habría importado tampoco.
—Lo lamento, señor —me limité a responder bajo su atenta mirada. Casi diría que intentaba provocarme.
Bufó exasperado y se paseó alrededor del escritorio hasta volver a ocupar su asiento.
—¿Cómo está Caleb? —cambió de tema. —¿Se ha hecho a su nuevo cuerpo? ¿Cómo va su instrucción?
—Todo va bien, señor. Como esperábamos, todavía conserva parte de su poder de incorpóreo, pero el cuerpo físico que posee no le permite rebasar ciertos límites.
—Es lógico. —Heredia miró su reloj y suspiró. —Ya casi es hora de empezar la jornada. Hoy estás exento de asistir a clase —me señaló frunciendo el ceño. —Necesitas ser severamente reprendido. Si sigues teniendo esa actitud no habrá otro remedio que apartarte de esta misión y asignarte otra nueva. No podemos permitir que tu debilidad ponga en peligro a vuestra protegida.
—Pero señor...
—Y me da igual lo que digan en Gallasteria. Ahora ya no pueden dar más órdenes, así que haré lo que juzgue prudente.
—Aceptaré el castigo, señor, pero no me aparte de la misión. Sé que puedo hacer esto —supliqué.
Heredia me observó unos instantes, pensativo, entrecerrando los ojos.
—Ve al despacho de Jake y esperadme ahí. Iré en seguida —dijo sin dejar de mirarme. —Discutiremos sobre esto.
—Sí, señor.
Me retiré del despacho y caminé dando largas zancadas, rebasando a los estudiantes más madrugadores, hasta el despacho del profesor, pero la estancia seguía vacía. Me asomé a la ventana y vi cómo la gente empezaba a llegar. Reconocí a algunos compañeros de clase, sin embargo, en el instante en que ella apareció en medio de toda aquella multitud desordenada, la reconocí antes mismo de que mis ojos se encontraran con ella.
Centré mi atención en ella y percibí que estaba molesta. Algunos desterrados la seguían intentando susurrarle cosas, pero Dan hacía bien su trabajo manteniéndolos alejados. Sarah la seguía de cerca, al igual que su desterrado. Éste me miró justo en el momento en que el estridente timbre sonó y me sobresaltó.
—Ah, Leví. Estás aquí. —Escuché la alegre voz de Jake, que entraba ajetreado.
—Buenos días.
—¿Necesitas algo?
—Puede ser... —respondí distraído sin apartar la mirada de la ventana.
—Ahora tengo clase con un grupo de primero, pero si necesitas hablarme de algo, puedo ponerlos a estudiar —dijo mientras agarraba algunos papeles de su mesa y los metía en una carpeta.
—Heredia quiere reprenderme —dije serio.
Jake se detuvo en seco y me miró unos instantes antes de hablar.
—¿Ha ocurrido algo? —indagó cauteloso.
—Nada nuevo, pero se me ha ocurrido mencionar la situación de Gallasteria y han salido a relucir algunos trapos sucios... en fin. Creo que es un tema delicado en este momento. —Resté importancia, sin embargo Jake no se movió del sitio.
Se miró el reloj y dejó la carpeta sobre la mesa.
—Espera un momento. Voy a pedir a alguien que me sustituya por hoy. —Agarró su teléfono y empezó a teclear a toda velocidad. Esperó unos segundos y en seguida guardó de nuevo el teléfono en su bolsillo. —Listo. ¿Te gustaría tomar asiento? —me ofreció señalando la silla que había frente a su mesa, destinada a los estudiantes que tenían entrevistas con él.
Me senté y me acomodé, mientras él se sentaba al otro lado de su ordenada mesa. Recolocó algunas cosas que ya estaban en su lugar y en seguida cruzó los dedos frente a él y me observó.
—Está bien. Te conozco lo suficiente como para saber que tienes algo en mente. ¿Qué planeas? —dijo yendo directamente al asunto.
—Estoy recabando información —traté de hacerme el despistado.
—¿De qué tipo? Si no fuera algo importante, Heredia no se habría alterado. ¿Es información que sólo está accesible en Gallasteria?
Suspiré inseguro. Me fiaba de Jake, pero no quería involucrarlo también. Si algo salía mal y descubrían que él lo sabía, podría meterlo en problemas.
—Sí.
—Escúchame, Leví. Puedes confiar en mí. Lo sabes. Aunque Heredia es nuestro director ahora, en mi corazón siempre seré leal a ti. Lo que te ocurrió a ti podía haberle pasado a cualquiera. Fueron injustos quitándote tu...
—No hace falta que lo digas, Jake. Eso quedó atrás —mentí. No era el momento de discutir sobre viejas heridas. —Escúchame bien. Te diré sobre nuestros planes, pero sé discreto. Podría causarnos problemas.
—Vaya, Leví, me tienes intrigado —sonrió.
—Busco la manera para poder sacar a Nacor de Baltzoak —admití desviando la mirada. Jake se quedó mudo unos instantes y en seguida se aclaró la garganta.
—¿Lo dices en serio? —Alzó las cejas y me observó, esperando encontrar un atisbo de burla.
—Absolutamente.
—Debo admitir que me has pillado desprevenido. ¿Baltzoak? —se rió nervioso.
—Sabes que él es el padre de Amira, ¿no es así?
—Sí, sí... recuerdo su historia, pero es una locura. Encontrar a alguien allí será como buscar una micro aguja en un pajar descomunal. ¿Tú sabes lo que estás diciendo? —Según iba hablando, se ponía más nervioso. —Es más. Si consiguieras entrar, que, por cierto, no sabemos cómo abrir los sellos que protegen la puerta, es probable que acabaras perdiendo la cordura antes de encontrar a Nacor y te unieras a los pobres infelices que hay allí. ¿Vale la pena arriesgarse por él?
Me quedé pensativo observando por la ventana cómo los últimos rezagados corrían presurosos a sus clases.
—Sólo voy a recabar información. Todavía no he decidido nada.
—Piénsalo bien, Leví. Puede que sea un viaje sólo de ida.
Segundos después, Heredia abrió la puerta alterado y cuando hubo entrado, cerró con un fuerte golpe.
—No soporto a esos críos... —se quejó mientras se soltaba el nudo de la corbata. Se me hizo raro verlo de tan mal humor, sin embargo, Jake se rió.
—¿Un mal día?
—¡Pésimo! —respondió mientras miraba por la ventana. —Y no ha hecho más que empezar. Estas últimas generaciones de jóvenes no tienen respeto por nada. Recuerdo la época en que un director era tratado como poco menos que un rey, pero ahora... Cielos, ¿Podéis creer que han intentado burlarse de mí llenando mi maletín de abono para plantas? Y lo peor es que creen que no sé quienes son los culpables.
—Vamos, no será tan grave —Jake trató de restar importancia.
—Cierto. No lo es. Esos mocosos me dan igual. —La mirada del director fue a posarse sobre mí y se la devolví frunciendo el ceño. —Lo que más me preocupa esta mañana eres tú, Leví de Thanh.
—He estado conversando con él un poco, señor —intercedió Jake. —Creo que sería buena idea dejarlo ir a Gallasteria para ser instruido.
Me sorprendió que, después de lo que me acababa de decir, hablase a mi favor para poder viajar a Gallasteria.
—Pero sabes cómo están las cosas allí —replicó Heredia reticente.
—Lo sabemos, pero me consta que todavía tienen el control de la situación. —Jake se puso en pie y, a paso lento, caminó por el despacho hasta llegar a un dispensador de agua, donde se sirvió un vaso. —La misión de proteger a la joven Ángela se complica. Nos estamos encontrando con desterrados que son demasiado poderosos y guardianes debilitados por las emociones —eso último lo dijo mirándome a mí, tras lo cual dio un trago al vaso de agua. —¿Qué mejor lugar para desenmarañar el embrollo que Gallasteria? Allí recibirán instrucción y refuerzo.
Heredia pensó durante unos instantes y se pasó la mano por el pelo canoso.
—¿Y sigues pensando que es buena idea llevarla a ella? Podría confundirse y ser debilitada y...
—Estará bien. Dan ya se ha encargado de ponerla al día con nuestro estilo de vida.
Heredia suspiró negando con la cabeza.
—Esta misión es un desastre. En fin. Haced como gustéis.
Jake me miró y me hizo un ademán con la cabeza satisfecho. Yo agradecí su ayuda, aunque seguía sin saber muy bien qué pretendía. Por otra parte, Heredia estaba tan nervioso por culpa de los estudiantes que ni siquiera se había dado cuenta de la levísima manipulación mental a la que había sido sometido para poder convencerlo.
—Saldremos hoy mismo... —empecé a decir.
—Ah, pero no podrás marcharte sin antes haber sido reprendido —insistió Heredia.
Tragué en seco y miré suplicante a Jake que, alzando las cejas, se limitó a encogerse de hombros. Por lo visto, su "ayuda desinteresada" había concluido.
—Vamos, Leví. Admite que te lo mereces. Estás siendo un irresponsable y lo sabes —dijo señalándome con el dedo y mostrando una pequeña sonrisa.
Heredia puso sobre la mesa el maletín que había traído y lo abrió con cara de asco. El olor que desprendía era bastante desagradable. Sacó un artefacto lleno de abono, lo sacudió con cuidado y lo colocó sobre la mesa. Ese era el reprensor. En sí no parecía gran cosa, pero ese maldito artefacto podía causar mucho dolor si no se cooperaba, y por alguna maldita razón desconocida, mis emociones estaban poco cooperativas últimamente. Eso era lo que hacía. Causar dolor. Corregía las líneas del Turek y las ponía en orden. Para mi desgracia, cuanto más desordenadas estaban, más dolor provocaba, y las mías eran un caos.
Durante mi liderazgo, había intentado usarlo lo mínimo posible, pero Heredia parecía estar obsesionado con la perfección del Turek y a la mínima reprendía a quien no estaba completamente bajo control.
—Necesito que descubras el Turek —dijo el viejo mientras pulsaba los botones para ajustarlo.
Obedecí y me desabroché los primeros botones de la camisa. Tomé aire nervioso a sabiendas de lo que estaba a punto de pasar, y lo expulsé despacio. El frío contacto del metal del reprensor se dejó sentir en mi nuca y sobre mis hombros y me dio un escalofrío.
—Leví. Eres culpable de dejar que tus emociones se liberen.
—Sí, lo soy —respondí. Inmediatamente sentí como si un cuchillo se clavara en mi nuca y empezase a moverse de un lado a otro siguiendo la pauta correcta que debería tener mi Turek. Gruñí intentando soportar el dolor.
—Eres culpable de poner en peligro a tu protegida —siguió hablando. Alcé la mirada para verlo directamente a los ojos. ¿Eso creía? El dolor volvió, tomándome por sorpresa y esta vez se me escapó un pequeño gemido.
No estaba del todo de acuerdo con su afirmación, pero para evitar el dolor, debía aceptar sus afirmaciones.
—Sí... —musité dolorido.
—Eres culpable del fracaso de vuestra misión...
—Espera, ¿fracaso? ¿De qué estás hablando? No hemos fracasado.
—Es cuestión de tiempo, Leví. Lo he visto miles de veces. Guardianes débiles como tú que acaban por fracasar, arrastrando a sus protegidos con ellos.
Miré a Jake, que observaba al maldito viejo sin decir nada.
—No. No puedes reprenderme por algo que no he hecho.
—¡Por supuesto que puedo! Soy tu director y haré lo que crea conveniente para llevarte por el buen camino.
—No es a mí a quien debes llevar por el buen camino, sino a esos jóvenes de los que tanto reniegas. Empiezo a pensar que el que no hace su trabajo bien eres tú.
Los ojos de Heredia se encendieron de ira.
—¿Cómo te atreves a faltarme al respeto?
—Vamos, vamos —dijo Jake tratando de apaciguarnos. Puso la mano sobre el hombro del director —No dejéis que la sangre llegue al río. Leví sólo está teniendo algunas dificultades por el pasado que lo une con la joven, pero tampoco es que esté ocurriendo nada grave, ¿no es así?
—Esa joven... —Heredia me señaló lleno de rabia. —Ella es una abominación. El fruto de una relación prohibida. ¡Deberíamos dejar que los desterrados la destruyesen en lugar de protegerla y perder a grandes guardianes por su culpa!
—¡Ya es suficiente! —Exclamé furioso. Me quité el reprensor y lo dejé con fuerza sobre la mesa, haciendo un gran estruendo.
El director parpadeó un par de veces y, como si hubiera salido de un trance, nos observó confuso. Se aclaró la garganta y en seguida siguió hablando.
—Esta misión se te escapó de las manos desde mucho antes que comenzara, Leví. Debes renunciar a ella y dejar que otros guardianes más aptos tomen tu lugar para garantizar el éxito y que no haya más bajas —dijo algo más tranquilo.
—Jamás haré algo así.
—Entonces me temo que tendré que reiterar mis peticiones para que te aparten de esta misión.
Estaba a punto de contestar, cuando la puerta del despacho se abrió y Amira nos observó desde el otro lado, interrumpiendo nuestra discusión. No tenía muy claro qué pretendía el viejo intentando alejarme de ella otra vez, pero no lo lograría.
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