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Capítulo 1

Varias semanas más tarde.

Finales del Siglo XVII


—Bienvenido, Leví— el señor Heredia estaba sentado detrás de su escritorio, como siempre. Él era el director de los guardianes del distrito 16, al que pertenecía yo. Por así decirlo, mi jefe.

—Gracias, señor.

—Tengo entendido que has pasado mucho tiempo sin una misión asignada. Incluso, has rechazado la última que se te envió. ¿Está todo bien?— indagó preocupado.

—Sí, todo en orden, señor. He pasado un mal momento, pero ya está controlado.

Lo cual era cierto. Había enterrado muy profundo en mi corazón el incidente en Gallasteria y el del desterrado que casi me arrastró al oscuro pozo de desesperación que ellos llamaban vida.

—Entiendo —dijo pensativo. Me observó unos instantes. Estaba asegurándose de que era cierto, observando más allá de mí para ver mis emociones y cómo me encontraba realmente.

—Si lo desea, para quedarse más tranquilo, puede echar un vistazo en mi Turek— dije al tiempo que me abría la camisa y me la quitaba. Dejé mi espalda al descubierto y se la mostré al señor Heredia, quien observaba mis tatuajes con interés.

Se acercó y miró en cada resquicio. Su ojo experto estudió cada curva y cada línea cuidadosamente.

—Tu corazón sigue estando triste, Leví.

—Lo sé, señor. Es una pena que nunca podré borrar, pero ya no me duele— estaba muy seguro de mí mismo.

Aunque ya no conseguía sonreír como antes, era algo de lo que podía prescindir. No necesitaba mi sonrisa. Sólo auto control y disciplina.

—Sí, ya lo veo...

Heredia se giró y volvió a su asiento sin añadir nada más. Yo volví a vestirme con mi camisa de algodón.

—Leví, hemos recibido una misión nueva que queremos asignarte, pero me preocupaba tu estado. El informe de tu compañero no era muy detallado y por eso quería hablar contigo en persona. Eres uno de los mejores instructores que tenemos y no podemos prescindir de ti. Si tú dices que todo está bien, confiaremos en ti. —Empezó a sacar un rollo de pergamino y lo extendió sobre la mesa.—Se trata de una joven.

El corazón me dio un vuelco. ¿Acaso podía ser posible que se tratase de ella? Agradecí que Heredia ya no estuviese mirando el Turek, pues, posiblemente me habría visto flaquear.

—Su nombre es Catalina y ella será la nueva guardiana del libro de Jador. Tú debes prepararla, instruirla y protegerla hasta que llegue un sucesor. No es una misión complicada.

Tragué en seco. No podría saber si se trataba de Amira o no, ya que rara vez coincidía el nombre de Gallasteria con el que se le daba e la Tierra. Tendría que esperar a encontrarme con ella para estar seguro. A pesar de todo, estaba preparado para afrontarla en caso de que hubiera llegado. ¿Lo estaba?

—Si hace falta, daré mi vida por la muchacha —sentencié fingiendo toda la seguridad que me era posible.

—Bien— Heredia volvió a enrollar el pergamino y me lo entregó satisfecho.— Sólo un detalle más— añadió justo antes de soltar el rollo. —Ten mucho cuidado. Ha tenido una infancia difícil y necesita un cuidado especial. Ten paciencia con ella y, aunque esté en contra de nuestras normas, complácela en lo que requiera de ti. Todos los detalles podrás verlos en el pergamino.

No terminé de entender a qué se refería Heredia. Pensé que tal vez se refería a que necesitaba mucho apoyo.

—Lo tendré en cuenta, señor.

Tomé el pergamino y salí del centro de entrenamiento. A ojos comunes, aquello les parecía una escuela de élite para privilegiados, pero allí entrenábamos a los guardianes mortales que nos ayudaban en nuestra tarea de proteger a la humanidad. Eran humanos con habilidades especiales, elegidos para cumplir una misión protegiendo a otros humanos con misiones importantes.

Heredia era el director de la escuela y bajo su criterio estaba quién podía ser aceptado. Los nobles de la ciudad se ofendían cuando sus hijos no eran aptos y su dinero insuficiente para aquella escuela de élite... No tenían ni idea.

Me subí a mi caballo y galopé a través del bosque que rodeaba el centro. No paraba de darle vueltas a la posibilidad de que realmente fuera ella. Y si lo era ¿Qué podría decirle? ¿Que me alegraba por ella y su decisión final? ¿Que esperaba que pudiera ser feliz con Caleb? No. No podía decir algo así. Arreé a mi caballo, que respondió galopando con más brío. 

Llegué a la ciudad y aminoré la marcha. No me gustaba aquella época. Finales del siglo XVII. Todo era sucio y corrupto, y los hombres se habían inventado una religión a la que adorar y en su nombre hacer todas las atrocidades que los desterrados podían imaginar. La humanidad era ignorante y fácilmente influenciable y eso nos lo ponía muy difícil. Echaba de menos a los filósofos de la época del esplendor griego. En su mayoría era gente con ideas propias y con hambre de cultura. Aunque lo que más echaba de menos era la higiene. En la época que estaba ahora, había gente que podía llegar a bañarse una vez al año. Luego culpaban a su dios de las plagas y las enfermedades que segaban vidas.

Llegué a casa y Dan me esperaba impaciente.

—¿Qué quería Heredia? ¿Te van a mandar a casa? ¿Te han dado una nueva misión? ¿Te han asignado a una ciudad nueva?

Me reí ante su impaciencia y le lancé el pergamino que él agarró al vuelo. Lo abrió y empezó a leerlo en voz alta.

A la atención del guardián semi mortal, Leví— me miró y sonrió antes de volver a la lectura—, se le invita a ejercer su privilegio como guardián en una nueva misión. Hasta ahora nos hemos sentido muy complacidos con su trabajo y esperamos que siga siendo igual de eficiente.

La misión que se le asigna será de protección. Una joven de 17 años, cuyo nombre es Catalina, está a punto de llegar a la edad apropiada para ser la encargada de custodiar el libro de Jador.

Dan hizo una pausa y soltó un silbido de admiración.

—Una chica. A mí siempre me ha gustado más trabajar con chicas— se rió.Luego prosiguió con la lectura.

Deberá instruirla y convertirse en su mentor hasta que esté lista para recibir el libro. Dispone de 24 meses para llevar a cabo dicho entrenamiento y después será el encargado de entregarle el libro y guiarla hasta el fin de sus días.

No olvide que la joven necesita atención especial. Su pasado difícil hace que su corazón sea delicado, pero la atención correcta hará de ella una aliada muy fuerte.

—Contamos con usted para... bla, bla, bla...

Dan volvió a enrollar el pergamino y sonrió.

—Parece fácil, ¿no?

—Supongo.

—Me alegro por ti. Yo tengo que salir ahora. Mi protegido, Gaetano, está preparándose para su debut en la casa de Alba. Hoy tocará el violín.

—Te veo luego.

Dan salió de casa animado. Le gustaba mucho la asignación que tenía ahora. Gaetano Brunetti, un joven que, aunque no sería conocido en vida, llegaría a ser uno de los grandes genios musicales de la historia.

Abrí de nuevo mi pergamino y leí el nombre de la chica. Catalina. ¿Sería Amira? Tomé aire y lo expulsé lentamente. No tenía ni idea de en qué época ella vendría a la Tierra, únicamente que yo debería protegerla cuando llegara. Había pasado toda mi existencia esperando a que ese momento llegase, pero en ese momento... Ya no podía soportar la idea. El hecho de volver a tenerla parada frente a mí, recrearía una y otra vez aquel momento en Gallasteria, cuando fui consciente de que la había perdido para siempre. Y lo peor era que ella ni siquiera se acordaría de mí. Demasiado doloroso.

En cualquier caso, lo primero que tenía que hacer, y de paso, para sacarme de dudas, era encontrarla. Según las instrucciones, trabajaba en la taberna que había junto a la herrería. Estaba al otro lado de la ciudad, así que fui hasta allí a caballo.

Entré en el sucio local y sentí asco y lástima al mismo tiempo al ver a aquellos hombres borrachos. Tiraban sus preciosas vidas a la basura. Los desterrados estaban pegados a ellos como lapas recordándoles que sus vidas eran miserables y cebándose a su costa con toda aquella energía negativa. Aquel antro apestaba a desterrado. Era el último lugar al que habría entrado de haber tenido otra opción.

Los ojos oscuros y tristes de aquellos seres se posaban sobre mí y me hacían horribles muecas. No era para menos. Para ellos yo desprendía una luz insoportable que les cegaba. Les molestaba muchísimo, y si no me daba prisa, puede que hasta les hiciera enfadar.

—¿Qué quieres, mequetrefe?— un hombre, tan grande como apestoso, se paró delante de mí cortándome el paso. Detrás de él un desterrado le susurraba toda clase de abominaciones al oído.

—Estoy buscando a alguien. Déjame encontrarla y me marcharé.

El hombre miró a su alrededor y soltó una carcajada socarrona.

—Yo diría que has encontrado a alguien... a mucha gente.

Algunos que estaban atentos a la conversación, esperando ver algo de sangre, le rieron la gracia.

—Busco a alguien en concreto. Necesito encontrar a Catalina— informé sin perder la calma y sin dejarme amedrentar por él.

Al ver que no me asustaba, el hombre, que parecía más un gorila que un ser humano, sacó un cuchillo casi tan grande como mi brazo y de nuevo, una sonrisa putrefacta llena de dientes negros, se dejó ver.

—Catalina sólo estará disponible por un buen precio, enano.

—No requiero ese tipo de atenciones de ella. Vengo a llevármela.

El hombre arrugó la frente y enfureció.

—Eso está por verse— dijo empezando a levantar el brazo para intentar agredirme.

Dio un sablazo tras otro que yo fui esquivando con facilidad. El hombre empezaba a perder la paciencia y rugió furioso.

—¡¡Maldito seas!! Estate quieto.

Tras el último sablazo, giré alrededor de él y me paré a sus espaldas, asestándole una patada en sus apestosas posaderas y haciéndole perder el equilibrio.

Cayó estrepitosamente al suelo y se giró furioso para mirarme.

—Estás muerto.

Tras decir eso, se puso de pie y se abalanzó contra mí, pero sin dificultad lo esquivé y le di una patada en el estómago que lo dejó fulminado. El resto de borrachos miraban atónitos el espectáculo sin atreverse a mover un dedo.

Antes de que el pobre infeliz se pusiera en pie, le asesté un golpe seco en la cabeza que le hizo perder la consciencia.

Me incorporé y miré a mi alrededor.

—¡¿Alguien puede decirme dónde encontrar a Catalina?!

Una jovencita, delgada y harapienta salió de detrás de la barra y se acercó a mí con mirada decidida. Solté el aire aliviado al ver que no era Amira. Acababa de darme cuenta de que había estado en tensión todo ese tiempo. Quizá no estaba tan preparado como creía. Por suerte no era ella y pensaba demostrar a todos que yo estaba bien, llevando a cabo una misión impecable con aquella chica.

—Yo soy Catalina. ¿Qué quieres de mí?— dijo intentando parecer más valiente de lo que en realidad era. Sus puños, apretados hasta verse los nudillos blancos, temblaban escondidos tras su falda raída y sucia. No era necesario percibir sus emociones para ver lo aterrada que estaba.

—Tienes que venir conmi...— el fuerte impacto de algo parecido a un toro pasándome por encima me interrumpió.

—Maldito desgraciado, vas a morir— el hombre apestoso me había envestido y estaba dispuesto a acabar conmigo. Ya me estaba cansando de aquel olor nauseabundo, pero, como guardián, no se me permitía hacerle daño, así que decidí hacer uso de las técnicas de artes marciales que había aprendido en mi estancia en China durante el siglo pasado.

Me separé de él y, entre la abundante grasa que rodeaba sus músculos y tendones, encontré los puntos de presión. Esperé a que viniese de nuevo a por mí y cuando lo esquivaba, presioné esos puntos y él se quedó paralizado. Sus articulaciones se engarrotaron y no pudo hacer nada más que mirarme con los ojos desorbitados y enrojecidos de pura rabia. El desterrado que estaba a su lado me miró furioso.

"Maldito guardián..." susurró antes de desaparecer.

—No te preocupes— dije al hombre, que empezaba a estar asustado al verse inmóvil—, esto sólo será temporal. En cuanto esté lo suficientemente lejos como para que no me molestes, desaparecerá y podrás vivir tu miserable vida como si nada hubiera pasado.

Le di un par de golpecitos en la mejilla y el hombre farfulló algunos insultos furioso.

—Catalina —dije dirigiéndome ahora a mi objetivo y tendiéndole una mano—, es de vital importancia que me acompañes.

—¿Cómo sé que puedo confiar en ti?— dijo asustada. La miré unos segundos y luego a su alrededor.

—Soy yo... o esto— abrí los brazos señalando la taberna llena de borrachos de ojos lascivos, deseando aprovecharse de ella en cualquier momento.

Ella, dudosa, miró a su alrededor y, tal y como esperaba, se adelantó hasta donde estaba yo y me tomó la mano con determinación.

Sin hacer más preguntas, subió a mi caballo y nos fuimos de aquel antro indeseable. De momento viviríamos en mi casa, pero teníamos que prepararnos para marcharnos, pues estaba seguro de que aquel gorila apestoso vendría a buscarla en cuanto fuera capaz de moverse. Tal vez tendríamos que cambiar de residencia, o de ciudad...

—No puedo creer que hayas podido con Macario, el cantinero— dijo sonriendo nerviosa.

—¿Ese hombre? No era más que una pobre criatura confundida —respondí sin estar demasiado orgulloso de haber usado mis conocimientos contra alguien tan débil como él. Esperaba que hubiera sido algo un poco menos violento.

—Pero es muy grande y fuerte. Con uno de sus brazos podría haberte destrozado. ¿Qué clase de magia has usado?— preguntó admirada.

—¿Magia?—me reí.

—Eres un mago ¿verdad? Sólo así serías capaz de inmovilizar a Macario de esa manera— parecía ilusionada.

—Yo no...

—Tienes que enseñarme magia. Así podré defenderme, igual que haces tú. Sé mi maestro, por favor.

Sonreí por lo extraño de la situación. Mi protegida, a quien debía enseñar y preparar, me rogaba que fuera su maestro. Por lo general, los protegidos no lo ponían tan fácil. Normalmente se apegaban a su vida pasada y no querían cambiar, pero era cierto que ella había sufrido demasiado.

—Lo seré, si es tu deseo —me limité a contestar. Ella, ilusionada, se agarró a mi cintura y sonrió. Sus emociones habían empezado a cambiar. A pesar de estar asustada, también se sentía eufórica, feliz.

—Llevo toda mi vida pidiendo al cielo un milagro, y ahora has llegado. Sabía que en el cielo eran justos. Dios no podía seguir ignorándome mucho más tiempo.

—Catalina...

—Llámame Caty— dijo sonriente. Sonreí con ella.

—Yo soy Leví. ¿Te gustaría pasar por algún sitio a recoger tus cosas?

Ella negó en rotundo.

—¡Jamás! Desde hoy viviré una vida nueva. No quiero saber nada más de ninguno de ellos.

Llegamos a casa y me sorprendió encontrar una nota de Dan. Se había ido de viaje y estaría fuera varios meses. Al parecer, iría de gira con su protegido. ¿Tan bien habían ido las cosas? Me alegré por él, pero sobre todo, me alegré de no tenerlo rondando por casa. Si Caty era tan emocionalmente inestable, no le convenía que, como seguramente pasaría, Dan flirtease con ella. Era un idiota. Si se atrevía a hacer sufrir a mi protegida, lo rebanaría en trocitos.

—Caty, quizá quieras asearte y descansar. Tu vida va a cambiar mucho a partir de ahora. Necesitas estar tranquila y relajada antes de que empiece a instruirte. —Ella observó toda la casa y me dio la impresión de que parecía un poco desilusionada. —¿Ocurre algo?

—Siempre pensé que la casa de un mago sería menos... normal. No sé... cosas mías —se rió.

—Caty, sobre eso...

—¡No tienes que darme explicaciones! En serio. Está bien. Estoy muy agradecida por lo que has hecho por mí y te prometo que seré tu mejor alumna. No te causaré ninguna molestia. Si es necesario, dormiré en el suelo. Tendré la casa limpia y cocinaré cada día para pagar mi estancia y...

—Tranquila —me reí. —Ya pensaremos en todo eso. De momento descansa. Mañana será otro día.

Ella, sonriente, asintió. La acompañé al que se iba a convertir en su dormitorio y saqué algo de ropa limpia que teníamos para ese tipo de situaciones. Ella, por las circunstancias en las que nos habíamos ido, no traía nada más que lo que tenía puesto.

Volví a mi alcoba y me senté en mi mesa de trabajo. Tomé el pergamino de Caty y volví a leerlo. Suspiré cansado. Era una misión fácil. No parecía tener ninguna dificultad, aunque la parte de tener que complacerla en todo lo que requiriese de mí me había dejado algo desconcertado. ¿A qué se refería exactamente? Tomé mi kazrefti y contacté con Heredia para hacer un informe del primer día. Todo había sido llevado a cabo sin incidentes.

Pasaron los días y Caty, muy contrario a lo que yo esperaba, había resultado ser una joven vivaz y risueña. Confiaba ciegamente en todo lo que yo le decía y, además, era muy aplicada y trabajadora. Se me hizo muy ameno estar con ella. Era muy inteligente y aprendía rápido.

Juntos llegaríamos lejos, estaba seguro de ello.

Qué equivocado estaba.



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