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Capítulo 5: Tocó fingir que no importaba


El temido momento en que Leví se marchaba había llegado. Amira lo vio entrar en el edificio de traslación desde lejos, ya que no tenían permitido aproximarse. Estaba perdida entre un mar de personas que se despedían de los primeros viajeros, que hacían cola para emprender su gran aventura.

Al ser guardián, él no tendría necesidad de pasar por el velo que hacía olvidar todos los recuerdos sobre Gallasteria. Se dibujó una triste sonrisa en sus labios. Al menos él no la olvidaría. Pero tanto tiempo en la Tierra seguramente lo cambiaría. ¿Qué clase de Leví encontraría cuando se volvieran a juntar como guardián y protegida?

Carmi agarró la mano de su amiga con tristeza. Había pensado que ellos serían compañeros. ¿Qué podía haber pasado? Miró las lágrimas caer de los ojos de Amira y se preocupó. El estar tan cerca de aquel edificio tampoco le hacía bien.

—¿Quieres que nos marchemos ya? —preguntó Carmi preocupada. Tanta exposición a aquel lugar podía llegar a ser tóxica y adictiva.

—Todavía puedo verlo desde aquí —musitó ella con la mirada perdida en la multitud de gente. —No sé cuándo será la próxima.

—Estará bien. Verás que en cuanto esta ronda de creación haya terminado, podréis estar juntos otra vez— Carmi trató de consolarla.

—Prefiero no pensar en eso ahora... El tiempo hasta que llegue ese momento será mi tortura. Una tortura demasiado larga.

—Es extraño que Ciro y Caleb no hayan venido a despedirse. Seguramente no les hayan dado tiempo libre en ese "curso especial" para super dotados —se burló la joven.

Amira apenas prestó atención a las palabras de su amiga. Su mirada en ese momento estaba fija en Leví, que entraba por la puerta. Antes de perderse, miró una vez hacia atrás. Él no podía verla a ella, pues había demasiadas personas a su alrededor. Alzó una mano a modo de despedida y se fue. 

La muchacha cayó de rodillas sobre el suave césped que rodeaba la hondonada del edificio y Carmi se asustó al verla caer.

—¡Amira! ¿Estás bien? —La ayudó a ponerse en pie.

—Creo que me voy a casa —musitó desconsolada. Todas aquellas emociones prohibidas la estaban volviendo loca. Eran dolorosas y no soportaba sentirse así.

Una vez en la tranquilidad de su cuarto, Amira sacó su kazrefti. Con él podría mirar pequeños resquicios de la vida de Leví en la Tierra, sin embargo, la velocidad era completamente distinta y lo veía todo suceder demasiado rápido, así que se conformaba con captar pequeñas imágenes suyas. 


Ciro paseaba distraído. Había pasado un tiempo desde que Leví se había marchado, sin embargo Amira no lograba superar la tristeza de su partida. Cada vez que se veían, junto a Carmi y Caleb, ella permanecía pensativa, sumida en recuerdos, y eso lo disgustaba demasiado. 

Observó su mano y el leve sello que le había proporcionado aquel desconocido brilló. Tal vez la hora de hacer uso de su deseo había llegado. Cerró el puño con fuerza y fue a encontrarse con ella.


Baruc, que había regresado hacía un tiempo de su misión, se había convertido en Bataunti superior de la casa de Mahkah. Había escuchado sobre la historia de Amira y Leví y eso le intrigaba en sobremanera. Era cierto que el Gobernante tenía una forma muy curiosa de hacer las cosas, y que la mayoría de las veces no consultaba con sus consejeros sus decisiones más importantes, sin embargo, esas irregularidades no eran normales.

Había intentado visitarla en varias ocasiones, pero la pasividad de la joven lo exasperaba. No se podía ayudar a alguien que no quería ser ayudado. ¿Cómo habían permitido que se llegara a esa situación? Debía investigarlo, así que se dirigió a la casa de Set, donde esperaba encontrar respuestas.

Al entrar en el despacho del patriarca, lo vio observando absorto su kazrefti. Tenía el ceño fruncido y repeinaba su barba con los dedos pensativo.

—Set. —El bataunti llamó su atención y éste se sobresaltó.

—Ah, Baruc. Qué bueno que has venido. 

—¿Qué ocurre?— la preocupación de Baruc se incrementó.

—No estoy seguro, pero mira— Set dio paso a Baruc para que viera su cristal.

Cuando Baruc lo vio, abrió los ojos alarmado.

—Las murallas... se están agrietando.

—Una serie de anomalías están debilitando la muralla. Al principio parecía algo fácil de controlar, pero si seguimos así quedaremos completamente expuestos a ataques externos —el preocupado patriarca revisaba todo lo largo de la muralla con su kazrefti, y había grietas en varios puntos.

—Sobre eso quería hablar contigo— Baruc tomó asiento en la silla que había frente al escritorio de Set, apoyó el mentón en ambas manos y suspiró.—¿Sabes quién es Amira?

—Sí. Es la joven que solicitó ir con el actual guardián Leví a la Tierra.

—Exacto. ¿Por qué su solicitud no fue admitida?

Set tomó aire y frunció el ceño tratando de hacer memoria.

—De hecho, sí fue admitida.

—¿Lo fue? No lo entiendo. ¿Y qué pasó?

—No lo sé muy bien. La misión de Leví iba a ser algo menos relevante, sin embargo, cuando se presentó en mi despacho, su misión había cambiado a la de Guardián. Fue raro. Él parecía decepcionado, pero es fuerte y supo manejar las emociones. Hasta donde yo sé, cumple muy bien con su trabajo. Es un buen guardián.

—Entiendo. Sin embargo, Amira es la que me preocupa —Baruc se cruzó de brazos preocupado.

—¿Has hablado con sus amigos? He visto que está muy unida a ellos.

—Sí, pero ya no quiere pasar tiempo con ellos. Está empezando a caer en una depresión ¡Por todos los cielos! ¡Ni siquiera ha nacido y ya está con esos problemas! —Baruc paseó de un lado a otro de la oficina inquieto.

—¿Sabes de otros casos de jóvenes que también estén así?

—Sí, pero hasta ahora, éste es el más alarmante.

—Bien. Volveré a reunirme con el Gobernante. Él insiste en que todo está bien, pero... proteger la ciudad es nuestra prioridad.


***


Ciro había estado sentado toda la tarde en un banco frente a la casa de Amira. Estaba recapacitando y casi había reunido el valor necesario para utilizar su deseo con ella. Desde que Leví se había marchado, no había vuelto a ser la misma. No era justo que ella sufriera tanto por él. El amor no debía ser así. El amor tenía que hacer feliz a la gente... y eso era lo que él haría. Observó su mano decidido. Iba a lograr que ella volviera a ser feliz. Tenía que olvidarse de Leví.

—¿Ciro? ¿Qué estás haciendo ahí?— la voz de Amira le sorprendió. Levantó la mirada asustado y la vio parada a su lado.

—Ah, hola... —dijo mientras se ponía de pie, sintiendo que las piernas le temblaban. En seguida se disgustó consigo mismo por asustarse tanto. ¿Acaso lo que estaba pensando estaba mal?

—¿Me esperabas? —preguntó mientras intentaba buscar la huidiza mirada de su amigo.

—Sí, pasaba a ver cómo estás.

Amira sonrió y lo tomó de la mano. A pesar del gesto cercano, Ciro sintió el pesar que la joven cargaba y eso lo preocupó mucho. No sabía por qué habían separado a Leví de ella, pero en ese momento él lo tomó como algún tipo de señal. Él estaba ahí para hacerla sentir mejor, incluso si eso acarreaba manipular sus recuerdos y hacer desaparecer el amor que sentía por Leví.

—¿Quieres entrar? —Lo invitó. Esa sería su oportunidad.

—Gracias. —Ciro se apresuró a introducirse en la casa siguiendo a su amiga, que dejaba sus posesiones sobre una pequeña mesa.

—Amira... —empezó diciendo. Sentía que la voz le temblaba, por lo que se aclaró la garganta e intentó sonar seguro de sí mismo. —No soporto seguir viéndote así. 

Ella contempló a su amigo cansada, mientras su expresión se iba endureciendo.

—¿Has venido a hablarme de lo mismo que todos?

—No. Yo vengo a ponerte soluciones.

—¿Soluciones? —se rió sarcástica. —No me quedan soluciones, Ciro. Todo lo que me queda es esperar. ¿Es que no lo ves?

—Lo veo. Veo que te estás consumiendo en la tristeza. Pero yo puedo acabar con todo eso... —el joven dudó un instante. —Si tú quieres.

Amira empezó a guardar unos libros que tenía abiertos sobre la mesa, dándole la espalda a Ciro mientras los colocaba en la estantería. Él se aproximó a ella por detrás y en el momento en que se daba la vuelta, la abrazó.

—Si tú quisieras, yo podría acabar con tu tristeza, pero necesito que me des tu permiso.

Amira no contestó. Sólo se dejó abrazar mientras sus pensamientos seguían inmersos en la felicidad que se le había escapado de las manos. Se secó algunas lágrimas que caían de sus ojos y se forzó a seguir serena. Estaba cansada de seguir preocupando a todos a su alrededor.

—Déjalo, Ciro. Le he dado vueltas a la cabeza y pienso que, tal vez, todo esto haya sido un castigo por haber estado yendo a escondidas al centro de traslación para poder sentir las emociones con más intensidad. Tenemos que resignarnos y aceptarlo. Y ya está.

Amira se sentó en una de las sillas que rodeaba la mesa y apoyó la cabeza entre las manos con amargura. Ni siquiera ella misma creía en esas palabras, pero intentaba buscar una lógica a todo aquello.

—Tengo algo para ti— le propuso cansado de ver cómo tiraba su existencia a la basura lamentándose de su desdicha.

Se apartó un poco y extendió su mano. De la palma empezó a emanar un brillo tenue y Amira la observó. Según las palabras de aquel extraño Bataunti, concedería su deseo más profundo.

—¿Eso es una llave? —preguntó Amira. —¿Por qué la tienes?

—Es una larga historia. Esta llave posee la propiedad de concederme un sólo deseo. He estado meditando sobre ello durante mucho tiempo y creo que ya sé cuál será.

Amira observaba incrédula a su amigo. Los únicos con derecho a poseer llaves eran los Bataunti. ¿Por qué Ciro tenía una? ¿Dónde la había conseguido? 

—¿Tú vas a usar tu deseo para acabar con mi tristeza? —Mil cosas pasaron por la cabeza de Amira. Podría traer de vuelta a Leví, o quizá enviarla a ella a su lado. Cualquier cosa que supusiera volver a estar con él, era aceptable. —En ese caso, tienes mi permiso.

Ciro sonrió complacido y abrazó de nuevo a su amiga. Eso era lo que esperaba escuchar.

—Mi deseo... —Ciro alzó la mano y ésta empezó a iluminarse más. —Es que olvides tu amor por Leví y vuelvas a ser feliz.

—¿Qué? ¡No!  —exclamó Amira espantada, pero era demasiado tarde. Ya había comenzado.

La mano de Ciro se iluminó. El brillo era tan intenso que ambos tuvieron que cubrirse los ojos, pero gradualmente, éste fue remitiendo hasta desaparecer. Ciro se miró la mano y ya no estaba la marca. ¿Ya? ¿Lo había conseguido? En seguida miró a Amira, que tenía el ceño fruncido y los ojos muy abiertos, observando un punto fijo en el suelo.

—¿Amira? —Ciro pasó la mano por delante de sus ojos y no hubo reacción. Empezó a temer que algo no hubiera salido bien.

Entonces Amira parpadeó varias veces y sacudió ligeramente la cabeza, tratando de recobrar el control de sí misma.

—¿Estás bien?—inquirió preocupado, tomándola de las manos.

—¿Ciro? ¿Ha pasado algo?— Amira parecía desorientada, pero en seguida sonrió. —¿Por qué tienes esa cara de preocupación?

—Yo...

—¿Te apetece salir a pasear? Hoy me siento de humor. — se quedó unos instantes pensativa, tratando de recordar algo que había olvidado. — Es como si me hubiera quitado un peso enorme de encima.

—Pero... ¿Y Leví? —Ciro estaba perplejo

—¿Leví? ¿No se marchó ya a la Tierra? ¿Por qué preguntas por él?

Sonrió incrédulo. Había funcionado. Realmente había funcionado. Fue hacia ella y la abrazó feliz, la alzó en peso y dio un par de vueltas sobre sí mismo llevado por la alegría.

—¡Eh! ¿Se puede saber qué te pasa hoy?— Amira, se rió también contagiada por el entusiasmo de Ciro. Se sentía extraña. Era como si hiciera tiempo que no sonreía.

—¿Qué me pasa? —se rió a carcajadas. —Hoy es un día fantástico. ¡Vamos! Paseemos. Aprovechemos.

La tomó de la mano y salieron de la casa corriendo. Él estaba impaciente por mostrar a todos que había sido capaz de acabar con su tristeza. Ella se rió y él la miró maravillado. Se prometió que, con aquella nueva oportunidad, cuidaría de ella para que nunca perdiese la sonrisa que tenía en ese momento. Deseó haber tomado esa decisión mucho antes y no haber dudado.

En su corazón, agradeció a aquel desconocido por lo que había hecho por ellos. En su ignorancia, deseó poder volver a verlo para agradecerle por todo, pero nada que es demasiado fácil viene gratis y eso, él todavía no lo había aprendido.

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