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Capítulo 3: Los celos se alimentan de dudas

Caleb y Ciro se presentaron frente al centro de capacitación. Eran los últimos en llegar y recibieron una mirada reprobatoria del Bataunti Jiram, que ya estaba esperando en la puerta. Era un hombre misterioso del que poco se sabía, sólo que no pertenecía a ninguna de las cuatro casas de Gallasteria y que era el general del ejército de Pretorianos del Gobernante, la élite entre todos los guerreros. Su cuerpo estaba lleno de marcas, algunas conocidas para ellos y otras no, que le servían como armas y como llaves.

Junto a ellos había una docena más de personas, al parecer, tan confundidos como ellos. Nadie sabía el propósito de aquellas clases especiales. Se sentían honrados al haber sido citados por alguien como Jiram, sin embargo, no podían imaginar por qué, pues durante la instrucción no se había mencionado la posibilidad de que existieran cursos alternativos. 

—Bienvenidos a todos —empezó hablando el general. —No pretendo dar un discurso de bienvenida, así que seré escueto. Vuestro perfil ha sido analizado y se os considera aptos para formaros como guardianes incorpóreos. ¿Aceptáis vuestra misión? 

Ciro y Caleb se miraron llenos de sorpresa. ¿Incorpóreos? Una responsabilidad como esa suponía un gran sacrificio, empezando por dejar de pertenecer a una de las casas, ya que, después de la estancia en la Tierra, se convertirían en pretorianos.

—¡Yo acepto! —dijo una joven muy decidida mientras daba un paso al frente.

—¡Acepto! —dijo otro muchacho.

Uno a uno, todos fueron aceptando hasta que quedaron ellos dos. Caleb observó a su compañero, que tenía el ceño fruncido. Parecía frustrado. 

—Acepto —dijo Caleb sin mucho convencimiento. No sabía qué clase de misión se le otorgaría, pero ser un incorpóreo era un honor inmenso. Conocía a cientos de aspirantes que no habían resultado aptos y a ellos se lo habían ofrecido. No podía perder la oportunidad, aunque, realmente, no se paró a pensar demasiado en la repercusión que esa decisión tendría más adelante.

Caleb miró expectante a su amigo. ¿Por qué no decía nada?

—Yo no acepto —dijo al final sin levantar la mirada del suelo.

Jiram lo observó unos segundos con curiosidad. Podía contar con una mano las veces que le había ocurrido algo así, pero para eso existía la ley de la libertad de escoger.

—En ese caso, Ciro, de Lootah, te invito a que abandones este lugar y esperes una misión del patriarca que te será otorgada más adelante.

El aludido se sintió humillado. Inclinó la cabeza y, ante la mirada del resto de aspirantes, se marchó. En los ojos de Caleb pudo ver el interrogante. Estaba claro que tendría que dar explicaciones sobre la decisión que acababa de tomar, pero no era algo que se podía decidir tan fácilmente. Al menos no para él. Cierto que ser un incorpóreo era todo un privilegio, pero también había demasiado que perder. El primer pensamiento que le había venido a la cabeza era Amira. Convertirse en un incorpóreo y luego en un pretoriano significaba renunciar a ella por completo, y no lo tenía tan claro. Aunque entre ella y Leví parecía haber empezado a surgir algo, siempre podría intentar pretender ganar también su corazón. 

Caleb y el resto de jóvenes siguieron a Jiram al interior del edificio y entraron en una sala de formación. Según iban ocupando sus lugares, el general ponía un sello en el reverso de sus manos.

—Este es vuestro sello de incorpóreos. Es algo muy valioso y con muchos privilegios dentro de Gallasteria que os iremos explicando más adelante.

Caleb observó su mano admirado cuando vio cómo se formaba la marca, que se componía de un rombo con un símbolo del infinito atravesándolo.

A su lado se sentó la joven que había sido la primera en aceptar su misión, ocupando la silla que habría sido ocupada por Ciro. 

—Hola —dijo extendiéndole una mano con cordialidad. —Mi nombre es Ayora, de Kadeer. 

El muchacho le estrechó la mano con una débil sonrisa forzada.

—Yo soy Caleb, también de Kadeer.

—¿En serio? ¡Qué casualidad! —exclamó entusiasmada.

Jiram se aclaró la garganta, parado delante de ellos. No parecía demasiado contento con la conversación de los jóvenes.

—Desde el momento en que os graduéis, dejaréis de pertenecer a una de las cuatro casas. Deberíais ir haciéndoos a la idea y no hablar sobre ello —dijo, mientras volvía a su lugar, frente a todos los aspirantes.

Caleb tragó en seco amedrentado. En seguida miró a Ayora y ambos trataron de aguantar la risa de verse sorprendidos.

El inicio fue interesante e instructivo. Sin embargo, según iba avanzando en conocimiento, Caleb se iba dando cuenta de todo lo que perdería. No sólo se trataba de renunciar a una casa a la que pertenecer, sino a vivir una vida tranquila en la Tierra.

La misión de un incorpóreo se centraba exclusivamente en una sola persona, a la que deberían conocer mejor antes de que ésta fuera a la Tierra. Había poca gente que necesitara de la protección de un incorpóreo. Por lo general, la protección que otorgaba un guardián solía ser suficiente. Pero había gente con misiones que podían suponer una amenaza para los desterrados. A esos se les daba la protección de un incorpóreo desde una dimensión diferente.

¿Qué era lo más triste? Caleb lo tuvo claro en seguida. Era la misión más solitaria que existía. No estaba permitido interactuar con el protegido. Apenas sí se podría coordinar con los guardianes que tuviera asignados sobre la protección, pero no debían dejarse ver, pues al hacerlo, canalizaban una energía que podría ser dañina para el frágil cuerpo humano que el Gobernante había diseñado para la estancia en la Tierra.


Cuando el primer día acabó, Caleb salió de allí algo triste. Siempre había imaginado poder estar con sus amigos durante su estancia en la Tierra. En especial con Amira. Suspiró cabizbajo.

—¡Eh, Caleb! —Ayora llamó su atención. — ¿Estás aquí o en el infinito?

El muchacho la miró sorprendido, pero le devolvió la sonrisa.

—Sólo pensaba un poco.

—Sí, me di cuenta. Hace tiempo que te vengo llamando y no me oías. ¿Vamos juntos a casa?

—Claro...

Caleb estaba demasiado callado, especialmente para ser alguien que acababa de saber que había sido asignado como incorpóreo. Ayora lo observaba de reojo mientras caminaban en silencio. Él era un joven misterioso. Interesante, pero muy extraño.

—Dentro de dos ciclos, cuando hayamos completado el curso, nos asignaran a un protegido. Tengo ganas de conocerlo... o conocerla. —Se encogió de hombros. —¿Prefieres hombre o mujer?

Caleb volvía a estar distraído en su mundo y Ayora suspiró cansada. Avanzó dos pasos y se paró frente a él, pero él ni siquiera se dio cuenta y acabó chocando con ella.

—Ah, ¡Lo siento! No me he dado cuenta de que... —El joven se disculpaba azorado, pero Ayora rompió a reír.

—Está bien. Supongo que la responsabilidad te ha pillado un poco por sorpresa. Te dejo con tus pensamientos, entonces. ¡Nos vemos!

Ayora se fue y Caleb se quedó solo. Se sentía inquieto y esa era una sensación algo frustrante. No podía terminar de entender bien a qué se debía.

Cuando estaba a punto de llegar a su casa, pasó frente a la casa del patriarca. Una bella edificación digna de la arquitectura de Kadeer, con caudalosas fuentes y donde la mayoría de las paredes estaban fabricadas con fenaquita, el mismo material que utilizaban para la base de un kazrefti. 

No era lo habitual, pero quizá podría ir a conversar con él para salir un poco de dudas. Siempre se había llevado bien con él y lo había guiado. Le gustaba toda esa sabiduría que almacenaba y las maravillosas experiencias que contaba sobre una vida en otra Tierra, antes de que se creara la que estaban a punto de poblar.

Caleb entró y, como era habitual, encontró a la joven Adara detrás de la recepción de cristal, que lo recibió con una cordial sonrisa. Al estar custodiada por la casa de Kadeer, la oficina del patriarca tenía, en su mayoría, a empleados de la misma casa.

—Bienvenido, Caleb. ¿Deseas hablar con el patriarca? —dijo la joven sonriente. Caleb observó sus grandes ojos turquesas, tan típicos de Kadeer, y su cabello cobrizo. Él era uno de los pocos que no lo tenía, aunque, realmente nunca le preocupó el porqué.

—Sí, así es. ¿Está disponible?

—Por supuesto. A partir del próximo ciclo será más difícil hablar con él, pero ahora todavía tiene tiempo para ti —sonrió inclinando la cabeza hacia un lado. —Ven, sígueme. Te acompañaré a su despacho.

Caleb caminó tímidamente detrás de Adara por un largo pasillo de fenaquita. Se sentía muy intimidado por ella, ya que era una Bataunti. ¿Conseguiría él un día llegar a serlo? De hecho, según había aprendido con Jiram, era uno de los requisitos para llegar a ser un pretoriano. Debía lograr cumplir con su misión y convertirse en un Bataunti.

Llegaron a una puerta de color blanco y Adara la abrió con delicadeza. Se hizo a un lado y dio paso al joven que caminaba detrás de ella.

—Vaya, Caleb —dijo el patriarca sonriente al verlo aparecer por la puerta. —Todavía no te esperaba por aquí. ¿Está todo bien?

El joven miró hacia atrás para ver cómo Adara cerraba la puerta con una sonrisa serena y dejándolos a solas.

—Hola, Set. Sí... eso creo.

El hombre alzó las cejas extrañado e invitó al muchacho a sentarse al otro lado de la mesa con un ademán de su mano.

—Percibo inquietud en ti. ¿Hay algo de lo que quieras hablar?

El joven tragó en seco. No se explicaba cómo podían saber tanto sobre las emociones, hasta el punto de ser capaz de entender las de otras personas.

—Verás, hoy recibí una invitación para ser incorpóreo —dijo sin dejar de observar sus dedos moverse inquieto.

—Eso es fantástico, ¿no es así?

—Sí, supongo que debería ser así, pero hay algo que no me hace tan feliz y... no he conseguido averiguar de qué se trata.

El patriarca observó al joven con detenimiento. Por lo general, podía percibir las emociones sin problema, pero las de este muchacho parecían gritar con voz propia, como si se hubieran incrementado de una forma desmesurada.

—Dime, Caleb, ¿qué fue lo primero que te pasó por la cabeza cuando te dijeron que serías incorpóreo?

Él lo pensó durante unos instantes antes de contestar.

—Supongo que en mis seres queridos. En toda la gente con la que ya no podré estar.

Set sintió de nuevo cómo las emociones de Caleb gritaban en su interior y eso le produjo una sonrisa. Acababa de encontrar el problema del muchacho.

—¿Te gustaría que te dijera quién será la persona que tengas que proteger? —lo invitó el patriarca. Caleb abrió los ojos con sorpresa.

—¿Eso se puede hacer?

—Debería esperar a darte el anuncio con el resto de tus compañeros, pero creo que podemos hacer una excepción, dadas las circunstancias —sonrió.

—¿A quién debo proteger? —inquirió lleno de curiosidad.

—Será una mujer.

—¿Mujer?

—Así es. Desde que nazca en la Tierra, permanecerás a su lado, protegiéndola y ayudándola en todo lo que tu condición te permita. —El patriarca observó al joven un segundo antes de revelar el nombre de su protegida, pues no quería perderse ni un instante de su reacción. —Aunque creo que tendrás ventaja en cuanto al resto de tus compañeros incorpóreos.

—¿Por qué lo crees?

—Porque tú ya la conoces muy bien. Su nombre es Amira.

Caleb se quedó estupefacto. ¿Amira? ¿De verdad tendría que proteger a Amira? Caleb se sonrojó y miró en otra dirección, tratando de no verse descubierto.

—¿Qué ocurre Caleb? —dijo Set observándolo con suspicacia. —¿Acaso has desarrollado sentimientos románticos por ella?

Caleb se quedó pensativo. Era probable. Sonrió y finalmente se atrevió a asentir.

—Sí... parece que sí.

—Eso es interesante. A veces, cuando surgen sentimientos así, un incorpóreo puede acabar convirtiéndose en compañero de la persona a la que protege cuando vuelven a Gallasteria. ¿Querrías ver un atisbo de su vida?

—¿Eso también se puede hacer? —preguntó el muchacho más incrédulo todavía.

—No —se rió. —Pero que quede entre nosotros.

Set se puso en pie y miró en su kazrefti para tratar de mostrar al muchacho una imagen de ellos en la Tierra, sin embargo, cuando lo hizo, tuvo que quitar la imagen en seguida, pues percibió una punzada de una de las emociones prohibidas en su amigo. Celos. Demasiado tarde. Caleb había visto el porvenir que deparaba a Amira junto al joven Leví. En la Tierra. Como compañeros.

Set se pasó la mano por el pelo nervioso y en seguida se giró para mirar a Caleb, que parecía bastante decaído. Su buena intención le había causado problemas al joven, pues las emociones prohibidas ralentizaban la partida a la Tierra y hasta que no se hubiera deshecho de ellas, no podría marcharse a cumplir con su misión.

—Eso se llama celos —dijo el patriarca, pensando que lo mejor que podía hacer era ayudarle a entender cómo se estaba sintiendo.

—¿Celos?

Caleb se quedó callado. La imagen de Amira junto a Leví le había pillado por sorpresa y sentía una enorme decepción. Por un momento deseó ser él quien ocupara ese lugar junto a ella, pero tan pronto como se dio cuenta de que había empezado a albergar una emoción prohibida, la desechó. En realidad, esa imagen le ayudó a darse cuenta de que debía centrarse en su misión. Se convertiría en un incorpóreo ejemplar y después en un Bataunti, para llegar a ser el mejor de los pretorianos. Lograría hacer feliz a Amira y eso era suficiente para él.

—Gracias por todo, patriarca —dijo Caleb mientras se ponía en pie. —Ahora me voy a casa. Hace tiempo que debería haber llegado.

—Claro, Caleb. En cuanto hayamos terminado con la asignación de las misiones, sabes que puedes venir a visitarme cuando quieras.

El muchacho salió sonriente de la oficina patriarcal. En realidad, esos celos que había sentido significaban que sentía amor por Amira, y eso lo hacía feliz. ¿Qué importaba quien fuera su compañero? Ellos siempre podrían ser amigos y con eso le bastaba.

Mientras caminaba hacia su casa, se cruzó con un hombre que lo observaba con una sonrisa. Caleb hizo un ademán con la cabeza a modo de saludo.

—Hola, Caleb —dijo sonriente.

—¿Nos conocemos? —inquirió Caleb extrañado. No recordaba haber visto a ese hombre nunca.

—Así que el patriarca ha tenido un descuido —dijo riéndose. —Eso no lo esperaba.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó desconcertado. —¿Acaso eres un Bataunti?

—Sí, lo soy.

—Fue un accidente. Él sólo quería darme ánimos y yo...

—Pero Caleb, ¿cómo has permitido que se repriman tus sentimientos de ese modo? —el hombre se puso la mano en el pecho angustiado. —Los celos son algo muy natural que nos ayudan a luchar por lograr nuestros anhelos.

Caleb bajó la cabeza avergonzado. No esperaba que su desliz fuera tan evidente para los Bataunti.

—No deberías sentirte culpable por tener celos. Eso significa que amas a alguien, y ¿no es el amor el clímax absoluto por el que todos van a la Tierra? ¿Para encontrar la felicidad y el amor?

—Pero si ella no me ama de la misma forma, no hay nada por lo que luchar.

—Te equivocas —sonrió el hombre. —Nunca hay que dar nada por perdido.

Caleb observó al hombre desconcertado. Quizá no sabía de la imagen que el patriarca le había mostrado por accidente.

—Creo que esta conversación no tiene sentido —dijo Caleb mientras intentaba seguir caminando.

—¿Y si te dijera que el kazrefti del patriarca no conoce la verdad absoluta, sólo una posibilidad entre millones? Él sólo elige una y, según el futuro que él escoge, asigna una misión. ¿No lo sabías?

Caleb negó con la cabeza sorprendido.

—¿No hay un destino más propicio para lograr la felicidad?

—Claro que sí, pero el patriarca no lo sabe. Él escoge el que "cree" que será el más propicio.

—¿Y qué pretendes decirme con eso? —inquirió desconfiado.

—Es algo tan simple como que puedo hacer que tú acabes siendo el compañero eterno de la joven que amas.

Caleb se quedó sin palabras. Acababa de desechar la posibilidad de su mente, sin embargo, coquetear con la idea de que ellos pudieran estar juntos para siempre le produjo un cosquilleo agradable en el pecho. Muchísimo más que los celos que había sentido anteriormente.

—¿Ves lo que quiero decir? —dijo el Bataunti sonriente. —¡El amor es maravilloso! Pero si eso te gusta, deberías experimentar la sensación de ser correspondido.

—¿Y qué hace falta para que eso ocurra? —preguntó algo más interesado. El hombre sonrió.

—Es muy simple. Sólo necesito que tú me otorgues el permiso con tu sello de incorpóreo, a través de un apretón de manos.

—¿Sólo eso?

—Sólo eso.

—Y ella se convertirá en mi compañera.

—Así es.

Caleb sonrió ante la idea. No podía creer que ese sello fuera tan poderoso. Sin embargo, le parecía demasiado bonito para ser verdad.

—Y tú ¿Qué recibes a cambio? —inquirió suspicaz.

—Ah, me ofende que creas que  quiero algo a cambio, Caleb. Para mí, lo más importante es la felicidad de los habitantes de Gallasteria y estoy seguro de que ambos seréis muy felices si estáis juntos.

Entonces Caleb pensó en Leví. Quizá él no sería tan feliz con un destino diferente al que el patriarca tenía preparado para él. No sería justo...

—Si no lo sabe, no sufrirá... —susurró el hombre en el oído de Caleb.

—¿Seguro que no sufrirá?

—Te lo garantizo —dijo alzando una mano, como si se tratara de una solemne promesa.

—En ese caso... acepto el trato.

El hombre extendió la mano sonriente y Caleb la observó poco convencido. Algo no le cuadraba, pero no podía, o mejor dicho, no quería entender el qué.

El hombre, que empezaba a perder la paciencia, agarró la mano de Caleb y la estrechó con fuerza.

—Entonces tenemos un trato.

Tan pronto como dijo esas palabras, la marca de la mano de Caleb se iluminó y se dibujó una similar en la mano del hombre. A cambio, una marca diferente se deslizó de la mano del hombre a través del brazo de Caleb hasta llegar a su hombro. Ahí se enrolló hasta formar una serpiente que se mordía la cola.

—¿Qué es esto? ¿Qué me has hecho? —preguntó asustado.

—He tomado tu permiso para modificar la misión de tu amigo y apartarlo de la joven que amas. ¿No era eso lo que querías?

—¿Modificar su misión? ¡No! Eso es...

—Exactamente lo que has hecho. Y la marca de tu hombro quedará para siempre como señal de nuestro pacto. Como recuerdo de las consecuencias de la libertad de escoger.

—¡Me has engañado! —exclamó Caleb desesperado mientras intentaba borrar la serpiente de su hombro.

—No te equivoques. No te he engañado. Cumpliré con mi parte del trato, tal como tú cumpliste con la tuya. Pero cuidado, joven Caleb. Si quebrantas tu pacto, te expulsarán de Gallasteria y acabarás por convertirte en un desterrado. Ya sabes que los pactos son sagrados. Faltar a uno es imperdonable.

El hombre se marchó de allí triunfal, mientras que un destrozado Caleb lo observaba. ¿Cómo  podía haberse dejado engañar? ¿Acaso no había aprendido sobre las tentaciones de lo fácil en el entrenamiento?

La culpa y la vergüenza le corroían por dentro. ¿Qué podía hacer para poner solución? Si le hablaba a alguien sobre ese pacto, posiblemente lo convertirían en desterrado. Sólo quedaba esperar que la misión de Leví no fuera tan diferente de la que tenía preparada el patriarca. ¿Cómo podría volver a mirarlo a la cara?

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