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Capítulo 2: Cómo soy cuando estoy contigo



El último día de clase había llegado. Amira salía del centro de capacitación junto a sus mejores amigos para celebrar que por fin se habían graduado y que a partir de ese día podrían comenzar a poner en práctica todo lo que habían estudiado, en particular, el uso de las emociones. En teoría parecía fácil, pero según los que ya habían pasado por ahí, al principio se sufría bastante.

Ya estaban preparados para su experiencia terrenal y no podían esperar para averiguar qué les depararía y cuánto podrían aprender. No sabían cuándo llegaría ese momento. Podría ser en la primera generación, o tal vez esperar al final de la existencia de la Tierra. Nadie lo sabía hasta que su solicitud de llegada era tramitada y tenían una entrevista con el patriarca de Gallasteria.

El joven Leví observaba las nubes atravesar el cielo, la brisa despeinaba su cabello y disfrutaba de su merecido descanso. Se había esforzado mucho durante los últimos ciclos y sus calificaciones así lo mostraban. Sus ojos se posaron entonces en Amira, que le devolvió la mirada con una tímida sonrisa. Algo dentro de él se removió al verla sonreír y lo pilló desprevenido. Conocer la teoría de las emociones era una cosa, pero la práctica lo desconcertaba. ¿Qué emoción era aquella?

—¿Queréis que hagamos una excursión al centro de traslación? —propuso Caleb emocionado.

—A mí me encantaría —contestó Carmi entusiasmada. —Siempre me ha llamado la atención ese edificio enorme. ¿Sabes que dicen que si te paras en cierto punto de la entrada puedes sentir la brisa de la Tierra?

—Tal vez no sea buena idea —opinó Leví. —Dicen que allí las emociones se intensifican por la proximidad que tiene con la Tierra. 

—Vamos, Leví, ¡No seas aguafiestas! —exclamó Carmi haciendo un mohín. —Ya estamos graduados y sabemos todo lo que tenemos que saber sobre las emociones. Seguro que somos capaces de controlarlas.

—De hecho, nos vendría bien para empezar a practicar —se rió Caleb.

—Yo creo que no iré —dijo Ciro muy serio. 

—¿Por qué? —inquirió Carmi decepcionada.

—Tengo cosas que hacer y...

—Vamos, Ciro —insistió Amira. —Si no estamos todos, no será divertido.

Ciro observó a su amiga y sonrió. Que fuera ella quien le invitaba suponía que deseaba que él estuviera allí.

—Está bien. Iré. Pero sólo un poco. No quiero que me regañen por llegar tarde a mi primera clase especial —contestó sonriente.

—¿Una clase especial? ¿Cuándo pensabas hablarnos de eso? —inquirió Carmi.

—El caso es que yo también participaré de esas clases —Caleb se encogió de hombros.

—¿Los dos? —Carmi alzó una ceja disgustada y luego miró a Leví. —¿Tú también tienes clases especiales?

—¡No! Yo...

—Menos mal, porque empezaba a sentirme excluida —se rió.

—¿Y de qué van esas clases? —preguntó Amira interesada. 

—No lo sé —admitió Ciro. —Cuando salía del centro de capacitación, Jiram me entregó una notificación.

—Ah, seguro que necesitaréis mejorar vuestras calificaciones —se burló Carmi.

Todos rompieron a reír, y conversando alegres,  llegaron al gigantesco edificio, conocido como Centro de Traslación. Estaba apartado del resto de la ciudad, en una hondonada, rodeada por vasta vegetación. Allí estaba suficiente alejado para que su influencia no llegara a los habitantes de la ciudad.

Anteriores generaciones habían pasado por ahí antes para habitar otros planetas. Era un lugar que escondía cierta magia, pues el misterio que envolvía era casi palpable.

—Hasta mañana no empezarán a enviar gente para poblar la nueva Tierra. ¿Queréis que nos aproximemos para curiosear un poco? —ofreció Carmi ansiosa. —Quiero comprobar si eso de que se siente el viento de la Tierra es verdad, y saber si huele diferente.

—Vayamos —dijo Caleb, mientras descendía la hondonada de verde pasto que lo llevaría hasta el edificio. 

Los demás jóvenes lo siguieron, aunque Amira se sentía algo insegura. Si las normas decían que no debían ir allí, probablemente sería por algo.

Leví vio que su amiga era la única que no había empezado a descender y le ofreció la mano para ayudarla. Ella, sonriente, la tomó agradecida, pero en el instante en que se tocaron, sus corazones se dispararon simultáneamente. Se observaron durante unos segundos fascinados por esa extraña sensación y, sonrientes, siguieron al resto del grupo sin soltar sus manos, detalle que no había pasado desapercibido para un preocupado Ciro. Los observaba caminar, compartiendo sonrisas y miradas que ella nunca había compartido con él. 

Miró hacia otro sitio y negó con la cabeza. ¿Por qué tenía ese desazón en el pecho? Siguió caminando, esforzándose por ignorar ese sentimiento extraño.

Frente al edificio había un bonito parque con bancos y una gran fuente, donde la gente esperaría su turno para descender a la Tierra. Los jóvenes decidieron sentarse allí y descansar, después de la larga caminata que los había llevado hasta allí.

Carmi miró el gran edificio boquiabierta y en seguida sonrió.

—Cuando viva en la Tierra tendré una casa enorme para que podamos compartir momentos como este juntos —dijo mientras sacaba su kazrefti del bolsillo. Lo estiró para hacerlo más amplio y deseó poder ver bonitas casas. El cristal obedeció a su dueña y mostró una serie de mansiones lujosas del estilo de la Tierra.

—¿No crees que eso es un poco pretencioso?— se rió Amira. —Yo me conformo con que podamos encontrarnos y estar juntos. Sin importar de qué manera vivamos.

—Pues yo querría ser un sanador —recapacitó Ciro. —Siempre me ha parecido fascinante cómo funcionan los cuerpos físicos. Poder repararlos si se rompen es interesante.

—Eso es algo muy noble por tu parte. ¿Vas a hacer una solicitud? —preguntó Carmi con curiosidad.

—Sí. Mañana mismo lo haré.

—Yo también quisiera poder ayudar al máximo de personas posible, pero de otra manera— añadió Caleb. —Ojalá pueda nacer en unas circunstancias que me lo permitan. Quisiera poder acabar con la influencia que tienen los desterrados.

—Sí, parece que las cosas allí serán complicadas. ¿Escuchasteis sobre lo que se habló ayer?— preguntó Amira. —Los desterrados tendrán libertad para actuar a sus anchas. Creo que eso es lo que más miedo me da. ¿Y si al olvidar sobre nuestra vida aquí nos dejamos llevar por ellos y acabamos por ser desterrados también?

—Eso nunca nos pasará— replicó Ciro apurado, intentando consolar a su amiga. La tomó de la mano y ella sonrió agradecida.

—Seguro que no— opinó también Caleb. —Nos tendremos los unos a los otros para ayudarnos y apoyarnos. Los desterrados no tendrán nada que hacer con nosotros.

Amira sonrió agradecida. Tenía a los mejores amigos de toda Gallasteria y los quería con todo su ser.

—¿Y qué te gustaría a ti, Leví? ¿Qué clase de vida te gustaría tener cuando estés en la Tierra?— dijo ella expectante.

—¿A mí?— él se quedó pensando unos segundos. —No tengo nada en mente. Aceptaré la misión que me den, sea la que sea.

—Leví siempre tan leal—se rió Ciro. —¿En serio no tienes nada que te gustaría? ¿Algún deseo que quieres que te concedan cuando llegues a ese mundo? Cuando no pedimos nada, nuestro destino puede llegar a ser cualquier cosa.

Leví dirigió sus ojos a Amira y ella bajó la mirada con una tímida sonrisa.

—Creo que a mí también me gustaría que pudiéramos estar juntos. Me conformaría con eso— dijo al fin sin apartar los ojos de ella.

—En fin, mañana saldremos de dudas— exclamó Carmi mientras se ponía en pie y se acercaba a la puerta del edificio.

Ciro los observó receloso. No le habían pasado desapercibidas las miradas que compartían Amira y Leví desde la graduación y eso no le agradaba. Deseaba poder ser él quien lo hiciera, en lugar de Leví. ¿Eso eran los celos? No le gustaban.

Caleb miró su kazrefti alarmado. Tenía varias notificaciones de asistencia, al igual que Ciro.

—¡No puedo creer que el tiempo haya pasado tan rápido! —exclamó nervioso. —Debemos marcharnos ya. No podemos llegar tarde el primer día. ¡Me muero de ganas de saber de qué se tratan estas clases especiales!

—Sí, yo también —dijo Ciro algo decepcionado. No tenía muy claro por qué se sentía así, pero no tenía deseos de dejar a Amira sola con Leví. Por mucho que hubiera aprendido acerca de las emociones, se le hacía difícil clasificarlas. Se planteó que tal vez debería hablarlo con su instructor.

Miró su mano y pensó en ese deseo y en la propuesta que le había hecho aquel Bataunti. ¿Debería aprovecharlo para conseguir el amor de Amira? Suspiró y de inmediato desechó ese pensamiento de su cabeza. No podía hacer eso a sus amigos.

Caleb expandió su kazrefti y lo colocó en el suelo, en modo portal. Se despidieron de ellos y se marcharon, atravesando el cristal. En seguida se encogió y desapareció. Tan pronto como se quedaron solos, el silencio se adueñó de ellos durante unos instantes.

—Chicos, yo quiero ir a explorar un poco por ahí. ¿Queréis venir? —ofreció Carmi empezando a estar un poco aburrida.

—No, creo que te esperaré aquí —respondió Amira. —Tal vez Leví quiera ir...

—Yo también esperaré aquí —contestó sonriente.

Carmi se encogió de hombros alzando las cejas hastiada. ¿Desde cuándo sus amigos se habían vuelto tan aburridos?

— Volveré en seguida —dijo poniendo los ojos en blanco.

La joven salió corriendo y en cuanto dobló la esquina del gigantesco edificio, la perdieron de vista. Amira sonrió al ver a su alocada amiga.

—¿Cómo puede tener tanta energía? —se rió Leví. —Cuando nazca en la Tierra será un terremoto.

La joven se rió por el comentario de su amigo, pero en seguida se quedaron en silencio de nuevo. No sabía lo que le ocurría, pero la presencia de Leví la hacía estar nerviosa. Tal vez era por la influencia que ese lugar estaba ejerciendo en ellos, pero su corazón latía a toda velocidad cada vez que cruzaba una mirada con él.

Se puso en pie y se aproximó a unos arbustos llenos de flores que rodeaban la fuente. Su pecho estaba agitado. Observó a Leví de reojo y se percató de que él la observaba. Rápidamente apartó la mirada. Le gustó sentirse observada por él.

—Amira... —cuando se giró al escuchar su nombre, se sorprendió al ver que Leví se había puesto de pie y estaba a su lado. —Tengo algo que decirte, pero estaba esperando la intimidad de la soledad para hacerlo. Yo...

Leví estaba nervioso. Nunca antes se había sentido tan expuesto y tan inseguro, y eso lo volvía loco, porque era al mismo tiempo una sensación maravillosa y perturbadora. No sabía si ella se sentiría igual que él, y si no era así, no estaba seguro de ser capaz de seguir actuando como siempre. Sin embargo, por encima de todo, deseaba compartir su vida con ella, tanto en la Tierra, como en Gallasteria. 

Tomó aire y decidió dar el paso, atravesando ese punto sin retorno.

—Amira, he estado recapacitando mucho últimamente... y he pensado que... voy a hacer una solicitud especial para ir a la Tierra.

—¿En serio? Eso es fantástico. ¿Qué quieres pedir? —preguntó sin apartar la mirada de las flores nerviosa. Leví estaba muy cerca y temía que si la miraba de cerca, podría ver el rubor de sus mejillas.

—Si a ti te parece bien... —se aclaró la garganta nervioso. —Quisiera solicitar que podamos ir a la Tierra en la misma época y... ser compañeros.

Amira lo miró con los ojos muy abiertos por la sorpresa. Podía sentir un hormigueo en su pecho que recorría todo su cuerpo. Escuchar eso la hizo muy feliz. Extremadamente feliz. 

—Yo también había pensado en solicitar eso —sonrió halagada.

—Amira, —Leví agarró su mano y el contacto hizo que ambos se estremecieran. Entrelazó los dedos con ella y sonrió. —Todavía no entiendo mucho de emociones, pero conozco el amor. Sé que puede parecer precipitado, pero ¿querrías permanecer a mi lado para siempre?

Ella lo miró impresionada por la confesión que implicaban sus palabras. Ser compañeros eternos significaba mucho más que sólo estar juntos en la Tierra. Leví acarició su mejilla  y la besó con suavidad. 

—Te amo... —susurró suavemente mientras apoyaba su frente en la de ella. —No sólo por cómo eres, sino por cómo soy cuando estoy contigo.

Amira estaba estupefacta. Nunca hubiera imaginado una confesión así, pero su corazón saltaba de felicidad. Ella también lo amaba con todo su ser. Sin tener muy claro cómo responder a sus palabras, rodeó su cintura con sus brazos y lo abrazó, escondiendo la cara en su pecho. Sentía que sus mejillas ardían y la avergonzaba mirarlo a la cara. Se rió al ver que no sabía cómo canalizar todas aquellas emociones que bullían dentro de ella.

—¿Qué te hace tanta gracia? —reclamó Leví sonriendo también. —¿No vas a decir nada?

Ella volvió a mirar sus ojos azules y negó con la cabeza azorada.

—No será hoy, Leví, hijo de Thanh. Me has pillado completamente desprevenida. ¿Cómo voy a responder a algo así?

Se apartó de él y le salpicó un poco de agua de la fuente. Él se rió y también la salpicó con agua.

—No es tan difícil, Amira, hija de Mahkah. Si te sientes igual, debes corresponder a lo que te he dicho, y si no... —la sonrisa de Leví se borró al pensar en esa posibilidad.

Ella se mordió el labio tratando de controlar la sonrisa boba que no podía quitar de su cara.

—¿Qué pasaría si no fuera así? ¿Dejarías de amarme?

—Probablemente no... aunque creo que me dolería bastante —admitió mientras se pasaba la mano por el pelo nervioso. 

Amira se sentó en la vera de la fuente y Leví a su lado. La agarró de la mano y acarició el reverso de esta con suavidad. La felicidad que sentían ambos era tan palpable que no deseaban que ese momento terminase nunca.

—¿Crees que todo esto que sentimos se debe a la proximidad con el Centro de Traslación? —preguntó Amira pensativa.

—Es probable, aunque este lugar no se inventa emociones y las pone en nosotros, sino que intensifica las que hemos empezado a sentir... —entonces Leví se dio cuenta de algo. —¿Significa eso que te sientes como yo?

Amira se rió al verse descubierta y esta vez fue ella quien se aproximó a Leví para besarle. Le encantaba esa sensación. La suavidad de sus labios, el calor, la agitación en su pecho... y la sensación de desear estar con él para siempre. Eso la hacía feliz. Mucho más que cualquier cosa.


Carmi había dado la vuelta a todo el edificio y, para su decepción, no había encontrado el punto donde podía sentir el aire proveniente de la Tierra. Sin embargo, cuando estaba volviendo al jardín frontal, se sorprendió al ver que Leví y Amira se estaban besando. Se rió para sus adentros y, para no interrumpirlos, decidió que se marcharía a casa sin decirles nada. Eran una pareja muy linda y deseaba que fueran felices juntos. Había poca gente que encontraba el amor en Gallasteria antes de nacer, y se decía que quienes lo hacían, podrían estar juntos en la Tierra y para siempre jamás.

La joven suspiró llena de romanticismo. ¿Encontraría algún día un amor como ese?

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