Capítulo 1: Y de la diferencia nace la discordia
Un joven, con los ojos anegados en lágrimas, sufría por no poder estar con la única persona que él amaba. Ella, aunque todavía no lo había hecho abiertamente, había elegido a otra persona y él había quedado en un segundo plano.
Nunca encontraría a nadie que le comprendiese como ella. Nadie que le hiciera sentir que su existencia tenía un significado. Ella era única, su mejor amiga. Siempre que había estado preocupado ella había sabido consolarlo. Sin embargo ella había elegido a otra persona, y a pesar de todo, por hacerla feliz, respetaría esa elección, aún sabiendo que eso le costaría su propia felicidad.
Dejó caer una lágrima y después dos. Al ver las gotas en el bonito suelo de adoquines, se entristeció más todavía. ¿Qué iba a ser de él?
—¿Por qué todo este sufrimiento?— escuchó una voz detrás de él.—Siempre hay soluciones para todo.
El joven, sorprendido por aquella voz, se secó los ojos tan rápido como pudo. No quería que nadie le viese en ese estado de tristeza. Acababa de adquirir sus emociones y no había conseguido controlarlas del todo. Después de tanto tiempo de entrenamiento, creyó que sería algo fácil, pero estaba muy equivocado.
—¿Quién está ahí?— preguntó alzando la cabeza y mirando en todas direcciones.
Detrás de un bonito arbusto de rosas, salió un hombre alto y con el cabello negro. Su rostro, aunque parecía cansado, era hermoso y observaba al triste joven con compasión.
—¿Por qué lloras?— le preguntó.
—No es asunto tuyo— contestó el joven molesto por haberse visto sorprendido.
—Por supuesto que no. Sólo quería ayudarte.
—Nadie puede ayudarme.
—¿Eso crees? ¿Y si te dijera que no hay nada en este mundo que no tenga solución?— dijo el hombre tomando asiento junto al joven.
Éste lo miró receloso. No entendía a dónde quería ir a parar. ¿Qué podía saber él sobre lo que le entristecía? Obviamente nada.
—Verás, —siguió hablando el hombre al ver que empezaba a ganarse la atención de su interlocutor. —Yo he pasado por una situación muy similar a la tuya.
—¿Tú?—preguntó el joven incrédulo.
—Así es. —El hombre descubrió su brazo y el joven observó atónito la marca que tenía. Era un icono de la casa de Lootah.
—¿Eres un Bataunti?— preguntó asombrado.
—Sí.
—Entonces perteneces a la ciudadela del Gobernante.
—Así es. Pasé por otra Tierra, similar a la que hemos creado para vosotros.
—¿Y cómo es? ¿Fue difícil?
—Oh, sí. Fue terrible. Sin embargo, no fue nada en comparación con lo que tuve que sufrir antes de irme a causa de todas esas emociones descontroladas.
El joven, ahora con toda la atención puesta en su acompañante, lo observaba con admiración.
—He podido escuchar todos tus pensamientos mientras caminaba por aquí y me preocupa tu propia felicidad. Un corazón quebrantado puede ser una ventana abierta a los desterrados y eso podría ser fatal para Gallasteria— dijo el hombre con condescendencia.
Eljoven bajó la mirada avergonzado.
—Lo sé. Pero...
—No te equivoques, no vengo a reprenderte, sino a ayudarte. ¿Deseas acabar con todo ese dolor ahora mismo?
—Pero, ¿cómo?
—Sólo contesta. ¿Lo deseas? ¿Deseas realizar tu anhelo?
—Más que nada... —respondió el joven intrigado.
El hombre sonrió complacido. Tomó la mano del joven y, con cuidado, dibujó una serie de símbolos en la palma. Luego, cerró la mano del desconcertado muchacho y murmuró unas palabras, tras lo cual, la mano se iluminó.
—¿Qué es esto?— alzó su mano para observar cómo la marca brillaba casi con luz propia.
—Eso es una llave de los deseos. Con ella podrás hacer realidad tu deseo más profundo. No necesitas hablarme de ese deseo. Sólo, cuando llegue el momento, sabrás lo que debes hacer. Pero recuerda, sólo tendrás una oportunidad, y después desaparecerá.
—No lo entiendo. ¿Una llave de los deseos? ¿Acaso no es el Gobernante quien otorga ese tipo de presentes?
—En efecto. Yo soy una persona muy cercana a Él, y también tengo ese tipo de privilegios.
El joven estaba admirado. No conocía a ese hombre, pero había despertado en él una admiración profunda.
—No imagino qué podría desear... —el joven observó su mano de nuevo. Ante él se había desplegado un abanico de posibilidades infinitas. Había muchas cosas que podría desear. ¿Qué podría ser lo más importante? Tal vez poder vivir en la Tierra junto a sus seres queridos. O tal vez que no le ocurriese nada malo durante esa estancia, ni a él ni a sus amigos... No podía desaprovechar el regalo.
—¿Y qué te parece, tener el amor que tanto deseas?
El joven frunció el ceño. ¿Obtener el amor que deseaba? ¿Acaso eso era posible?
—¿Y si hago sufrir a los demás? No es mi intención romper un vínculo que ya se ha formado —musitó triste.
—Está bien. Esa forma de pensar te ennoblece. —El hombre puso la mano sobre el hombro del joven, que sonrió débilmente. —Piensa en ello y cuando estés preparado, sólo debes desearlo con intensidad. El poder de la llave se desatará y llevará a cabo los anhelos de tu corazón.
—Gracias, esto... No sé cómo te llamas.
El hombre sonrió.
—No necesitas saberlo, Ciro. Nos volveremos a ver.
Ciro observó intrigado al hombre marcharse. ¿Quién podía ser? En cualquier caso, eso dejó de tener importancia en cuanto volvió a mirar su mano ilusionado. Cualquier deseo. Meditaría sobre ello y lo aprovecharía, sin ninguna duda, en afianzar su felicidad y la de sus amigos.
El hombre, que se alejaba del muchacho, sonreía para sus adentros. Ese era el primer paso para lograr lo que se proponía. La arrogancia del Gobernante lo había irritado por última vez. ¿Quería dar libertad a la gente? En ese caso, tendría lo que merecía.
Él tenía una idea diferente sobre lo que el pueblo necesitaba. Pensaba que si se les daba esa libertad de escoger, acabarían haciendo las cosas equivocadas y, por tanto, los más débiles echarían a perder el progreso de otros compañeros que realmente se esforzaban. Era una forma de pensar arcaica y desfasada. Pero nadie se daba cuenta. Todos aplaudían cada palabra que decía el Gobernante sin usar su propio cerebro, confiando en que él sabía por qué hacía las cosas.
Hasta hacía poco, él había sido el primer consejero del Gobernante, su hombre de más confianza, pero su forma de pensar diferente había hecho que se ganara enemigos y lo expulsaran del consejo de Gallasteria.
En aquella época, había mucha gente que pensaba como él, y junto a ellos, había organizado una rebelión, sin embargo, fueron vencidos y desterrados para siempre de la bella ciudad. En su vergüenza por verse humillado y desterrado, juró que se vengaría y una nueva generación de jóvenes inexpertos en las emociones era la oportunidad perfecta.
Con la semilla de discordia que acababa de sembrar, conseguiría demostrar a todos lo equivocado que estaba el Gobernante con su estúpida idea de dar la libertad a todos esos idiotas que no sabían lo que era mejor para ellos mismos. ¡Demostraría que ese plan sería una ruina para Gallasteria!
Todo estaba a punto de empezar. Y de acabar.
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