La brisa de la noche acariciaba los jardines del palacio, mientras la princesa Amelia paseaba en silencio, perdida en sus pensamientos.

De repente, sus ojos se encontraron con los de Ethan, uno de los guardias más valientes y leales del reino.

Un escalofrío recorrió su espalda cuando sus miradas se cruzaron, y en ese instante supo que algo había cambiado.

Ethan, con su porte imponente y su mirada intensa, se acercó a Amelia con cautela. Sabía que su amor era prohibido, pero no podía resistirse a la atracción que sentía hacia ella.

—Princesa, debería retirarme —dijo con voz suave pero firme.

—No, quédate un poco más. No quiero estar sola esta noche —respondió Amelia, con una sonrisa traviesa en los labios.

Ambos sabían que su encuentro era peligroso, pero el deseo de estar juntos era más fuerte que cualquier norma impuesta por la realeza.

A medida que pasaban más tiempo juntos en los jardines, sus conversaciones se volvían más íntimas y sus corazones se abrían el uno al otro.

Amelia compartía sus sueños y anhelos más profundos, mientras Ethan revelaba su pasado y sus luchas personales. En ese rincón secreto del palacio, se sentían libres de las restricciones de la corte.

Sin embargo, la realidad siempre los acechaba. Sabían que su amor era un secreto que debía permanecer oculto.

La princesa Amelia debía casarse con un príncipe de otro reino, para asegurar una alianza política.

Ethan, como guardia, tenía el deber de protegerla, pero también de mantener su distancia.

A medida que la noche llegaba a su fin, Amelia y Ethan se despidieron con un abrazo apretado y prometieron encontrarse nuevamente en secreto.

Pero mientras se alejaba, Amelia no podía evitar sentir un nudo en el estómago. Sabía que su amor prohibido estaba destinado a enfrentar desafíos y peligros que podrían separarlos para siempre.