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18 - El proceso de ser.

/ Momo (Prt. 2)

Era un buen día, uno donde una Momo de trece años salió de su casa con un propósito en mente, un propósito que en su libreta color rosa había anotado.

¿Qué había pasado en los últimos años? Se había desarrollado lo que Hirai Momo era.

Desde sus seis años, edad donde cambió por completo su mente, Momo no demostraba estar afectada. Lo demostró los primeros días, su padre le decía que se parara de la cama o moriría, pero era su madre quien la convencía más suavemente de comer.

Se habían mudado desde esa edad a otro pueblo. En palabras de su padre, fue para iniciar una nueva vida en este y que sería un hogar definitivo. Momo no había dicho nada ante eso.

Aprendió a esconder las fotos de su hermana cuando su padre encontró una en su habitación y la quemó enfrente de ella, diciendo que debía olvidarse de eso. Ahora tenía fotos de Mina ocultas, en sus libros, en su mochila, entre sus cajones.

Momo aprendió a fingir que estaba bien. Con los años pasando, ella no era nada tonta, debía ser algo más que una persona depresiva por lo que sucedió con su hermana. Hizo como si lo hubiera olvidado, como si aquel acontecimiento de el asesinato de Myoui Mina no hubiera existido, pero en su mente estaba siempre Mina. Para satisfacer a sus padres, hizo una vida como si lo hubiera olvidado.

Ella logró entender el por qué le hicieron eso a su hermana, y realmente empezó a tener un odio creciente por la religión. Lo que tenía que ver con ella, lo repudiaba. Odiaba que esos religiosos se hubieran juntado a hacerle eso a Mina. Odiaba tener que actuar como si nada hubiera pasado. Odiaba todo aquello con toda su alma.

Al crecer, había tenido un diario donde solía contar lo que pensaba o lo que ocurría, incluso qué pensaba hacer y sus pensamientos de odio. Siempre esa libreta color rosa estaba escondida, pero cada que llegaba a su habitación era sacada para empezar a escribir sus más oscuros pensamientos.

Y fue a sus trece cuando se convirtió en una asesina.

Ella salió de su casa, pero con un objetivo en mente. Se consideraba a sí misma lo suficiente capaz, capaz de ejecutar sus planes, mismos planes que fueron creados bien pensados por ella.

Tenía a una víctima en mira, lo había estudiado e investigado hace un mes después de verlo disparar a un gato callejero. Era un hombre que atendía en la tienda cerca a su casa, y sabía bien que ahora sábado debía estar yendo a cazar solo hacia los bosques de las afueras del pueblo. Había observado muy bien la rutina de ese hombre casi de tercera edad.

Momo solo necesitó tomar prestada el arma de su padre (sacarla de su despecho mientras dormía). Estaba decidida, así que siguió directamente al hombre, y cuando lo tuvo en mira, disparó sin siquiera dudarlo.

Miró con curiosidad como caía al suelo, lo observó analizándolo. Todo ella no podía sentir remordimiento, no era un inocente, así que no le había disgustado. Su comisura de labio se movió en una mueca, viendo con ojos entrecerrados al muerto.

Sacó su libreta rosa, su diario, escribió un poco y se fue de ahí sin voltear atrás. Ella no tuvo alguna expresión al volver, escondió el arma de nuevo y simplemente se echó a caminar para llegar lo más antes a su casa.

Ese fue su primer asesinato, a un hombre que mataba animales, incluso domésticos, por pura diversión y asistía fielmente todos los domingos a la Iglesia. Momo no llegó a disfrutarlo, porque simplemente no sintió nada más que curiosidad.

Siguieron los años, Momo solo se convirtió en una asesina inteligente, alguien que planeaba y analizaba toda situación para moverla a su favor. Su apariencia de niña dulce, social y linda la ayudaba a que nadie sospechara de sus crímenes. No hacía asesinatos seguidos, ni iguales, por lo que no se sospechaba que sea un mismo asesino el de todos.

En un año, tan solo hizo cuatro asesinatos. A ella se le hizo poco, considerando su deseo por hacer muchos más.

Y a sus quince años, Momo no pudo evitar sorprenderse cuando una chica le atrajo. Nunca le había atraído alguien, pero simplemente esa noche en una pequeña fiesta de amigos, fijó su vista en una pelirroja y no pudo evitar verla por un buen rato.

Ese día también fue la primera vez de Momo, porque se aseguró de llevarse a esa pelirroja a la cama, aún si no tenía experiencia con otras personas.

Siguió con su vida, ocultando aquello. Porque aunque los años hayan cambiado un poco por los movimientos de la comunidad LGBT+, podía terminar teniendo el mismo destino que su hermana. No le importaba morir, pero necesitaba completar su venganza ya planeada.

El primer paso, fue obtener los nombres, y los obtuvo a los ocho años, cuando entró al despecho de su padre y buscó a por ellos. A esa edad no pensó que le servirían para un asesinato, simplemente tenía la intriga de saber quiénes eran todos esos hombres.

Su padre tenía un tipo diario, no escribía mucho en él, por lo que en casi las últimas páginas se escritura estaba relatado lo que hizo con Myoui Mina, él y algunos más.

Momo lo leyó hasta memorizarlo, para después dejar el diario en su lugar y huir a su habitación a escribirlos.

Por lo mismo ya tenía nombres.

Segundo paso, era ubicarlos. Debía saber dónde estaban esos hombres. Y con ayuda del majestuoso Internet, todo se podía. Buscaba entre tantos nombres y apellidos iguales, pero ella podía recordar caras.

¿Cómo podía olvidar a los seres que la cambiaron por completo? Tal vez otra niña en la misma situación los hubiera no recordado, pero ella no podría sacarlos de su pupila. Sus rostros de expresiones morbosas estaban tatuados en su mente corrompida.

El tercer paso era estudiarlos por completo, analizar sus vidas diarias, lo que hacían y no hacían, las maldades que hacían y las virtudes que tenían.

Cuando su diario rosa tuvo toda la información, lo que pasaba al cuarto paso era asesinarlos. Momo tuvo que mentir muchas veces, ahorrar dinero para viajar en autobús, y también esconder la malicia en ella.

El pueblo donde nació no estaba tan lejos, pero si era como una hora en autobús. La mayoría de hombres seguían viviendo allí, pero habían algunos que se mudaron a la cuidad, y eso no podía permitirlo.

Cuando acabó con los del pueblo, disfrutando cada segundo de sus torturas, de sus muertes tremendamente dolorosas, supo que ahora debía ir por los que se fueron a la cuidad.

Y aclara, no fue su intención que la descubran y que por eso se muden a la cuidad para inscribirla en un colegio cristiano. No, no. Eso fue pura casualidad, que la aprovechó todo lo que pudo.

Ella realmente temió de la posibilidad de que su padre le hiciera lo mismo que a Mina, porque debía cumplir su propósito antes de morir. Pero ella había notado los constantes olvidos de su padre, lo confundido que parecía muchas veces, lo despistado que era últimamente. Su padre era más blando, menos estricto, más agradable, como si buscara el amor de su familia.

La suposición que le llegó a la mente la hizo sonreír, porque si era el Alzhéimer, eso le era de mucha ayuda.

La casa color blanco, con piso y techo rojo, fue donde Momo tuvo que pasar el mes, un mes de pasarla más en su habitación y escribir lo que haría, y ejecutó algunos de sus planes tan rápido como los tuvo asegurados en efectividad. Salía también a ver la cuidad, a memorizar cada lugar para saber dónde estaba todo.

Hizo un plan, y todo lo daría a conocer después de su muerte.

Sería convertirse en una asesina serial, elaboró algo que la identificara. Un simple dibujo de unas manos rezando fue lo que le parecía bastante indicado para ello, era bueno y daba a saber que odiaba a los religiosos, por lo menos al lado hipócrita y malicioso de ellos.

Una de sus cosas favoritas fue saber que Yang Yunho -también culpable de la muerte de Mina- era director donde sería estudiante, y decidió que él sería su última víctima, haría tal espectáculo para su hermana.

Un día, a sus diez años, preguntó algunas cosas a su madre, curiosa de la muerte.

— Mamá, ¿para dónde se van las personas cuando mueren? — una tarde de colorear en el suelo, Momo tenía esa pregunta — Se van, ¿pero a dónde? — su madre parecía pensativa de cómo explicarle.

— Se van al cielo, Momo. Cuando una persona se va, debe irse al cielo a descansar — Momo no estaba satisfecha con la respuesta, quería saber más.

— ¿Todas las personas? — hizo una mueca, viendo con duda a su progenitora seguir pensando una respuesta.

— Las buenas personas se van al cielo, arriba, allá es muy bueno. Las malas personas se van al infierno, abajo, allá no es un buen lugar — Momo pensó entonces que su padre debía irse al infierno, pero preguntó a su madre.

— ¿Tú y papá a donde se van a ir? — su pregunta hizo sorprender a su madre, pero lo decía con una inocencia en la voz que no se cuestionó algo relacionado a eso.

— Con suerte, al cielo, pequeña — su madre le sonrió. Momo sonrió igual, para despues volver a su colorear de princesas. Le encantaban tanto.

Momo no se quedó satisfecha con eso, no le gustaba como sonaba nada. Entonces investigó más, empezó a leer libros. Fue uno en especial donde le llamó la atención y la hizo prometer encontrar un descanso para Mina.

Justamente era un libro policial, del punto de vista de la víctima quien no podía encontrar descanso hasta que tuviera justicia de su desgracia. Terminó en un final feliz, tuvo la justicia esperada, después de tremendo drama y problemas.

Bueno. Momo sabía que eso no era la vida real, no ocurrió así con su hermana. Debía encontrar un descanso para Mina, y si no podía ser justicia, sería venganza. Daba igual, ella así lo quería aún si le costaba morir.

En el primer mes viviendo en la cuidad, ya tenía varias cosas fijadas, tanto que ya se había convertido en una asesina serial, con siete cuerpos con su dibujo específicamente. Después de eso sabía que debía cuidarse aún más, porque estaría más en la mira de las autoridades encargadas del caso.

El primer día en el colegio fue bastante interesante, tanto que le encantó y nuevas ideas surgieron en su cabeza.

Una era investigar a la señora Min, porque su actitud la hizo disgustar tanto. La investigaría y vería si podía hacerle un lugar entre sus víctimas fijadas, dependía de quién en realidad era la mujer.

Otra idea fue empezar a divertirse de otra manera. Era la primera vez que se divertiria con inocentes. Iba a empezar un juego que comenzara a manipular y controlar. Sería un titiritero controlando títeres para su propia diversión. Los haría meterse en su juego, solo para darles la anécdota en un futuro.

Casi se arrepentía cuando Minatozaki Sana se despidió de un abrazo al irse a sus casas.

Por más que tuvo amigos en el pueblo, no había persona que la tratara con tanta confianza y un afecto grande, aún si solo fueron horas antes que se conocieron. Los demás le sonrieron y alzaron la mano sacudiendo la extremidad, y ella no pudo evitar sentir bonito en su pecho.

Fue mucha sorpresa descubrir que a su padre se le fue asignado su caso, por lo tanto estaba incrédula y preguntaba algunas cosas, fingiendo ser una adolescente asustada y curiosa por lo que ocurría en la cuidad.

La suerte estaba a su favor, porque todo eso ella lo aprovecharía. Con su padre teniendo olvidos recurrentes, ella entraría en su despacho y vería todos los datos que anotaba, borraría algunos y añadiría otros. Manipularlo sería fácil.

Después de dejar el dibujo que le dió Jihyo, en su mesita de noche, durmió toda la tarde, despertando al anochecer con tantos mensajes de Sana. Terminó metida en un grupo de chat, con el que se entretuvo hasta en la cena donde esquivó cualquier pregunta de su progenitora.

En una semana, un martes, fue cuando conoció a la persona que le gustaría tanto en su estadía en la cuidad.

Yendo al baño, haciendo una carrera injusta con el tramposo de Beomgyu, Momo terminó dando un salto y cerró la puerta al chocar con esta. Es que una chica tan linda la acaba de pegar tremendo susto, y también se burló de ella pero era agradable.

Se quedaron atrapadas ahí, Momo conociendo de ella. Se había pasado la semana conociendo a sus amigos, pero esta vez conocería a una de los blancos.

Kim Dahyun. Un mechón gris, cayendo por el costado de su frente, hasta estar tomado por detrás de su oreja. Piel blanca, que Momo quería acariciar para ver si el toque era igual de suave a como su apariencia lo mostraba. Unos labios rosas, que constantemente se movían para soltar risas y comentarios, hablaba mucho. Aún por encima del uniforme, se podía notar su bonita figura de adolecente.

A Momo le atrajo tanto desde el primer segundo, físicamente era tan hermosa, y mientras la conocía lo era aún más. Supo que era su vecina, así que supuso que no sería la última vez que se verían.

Ese día también supo la anécdota del trío Nayeon, Jeongyeon y Jihyo, sobre su accidente con la puerta y el director manzanita. Le divirtió tanto. Se habían topado con el director Yang en el pasillo, Momo solo le sonrió, como si no le tuviera un odio irradiado. Estaba casi segura que Yang no la recordaba, pues no lo demostraba para nada.

También ese mismo día, en el almuerzo de las doce de la tarde, Momo se enteró que culpaban a el Aula de los Fenómenos por sus asesinatos. O sea, ella pasaba a ser sospechosa por entrar ahí, ahora estaba tornándose más interesante.

Su padre detective del caso, y su clase sospechosa de los asesinatos.

Los culpaban por homosexuales, por según tener odio hacia los religiosos. Momo sospechó que su padre tenía mucho que ver, y tenía mucha razón. Un sentimiento desagradable estaba en su pecho, pero entonces tuvo nuevas ideas que le servirían de ayuda, y se puso alegre.

Al salir del colegio, había esperado mucho a su padre, pero no llegó y fue cuando se encontró con Kim saliendo.

Hablando por el camino, Kim haciendo preguntas y Momo respondiéndole, contándole lo que podía de los de la Clase Roja. Le era entretenido todo de Dahyun, le empezaba a gustar hablar con ella.

Momo realmente no notó que Dahyun se le insinuaba.

Cuando se separaron, cuando llegaron a la casa de Dahyun, Momo observó curiosa la casa. Pensó que tenía que tener cuidado, porque Dahyun le dijo que la había estado observando algunas veces al pasar. Dahyun sabía que salía algunas veces, y Momo se propuso a estar cohibida ante eso. Cualquier persona podría sospechar de ella, así que puso un ojo en Kim, solo por si acaso.

Y porque era tremendamente hermosa.

Pasar la tarde coloreando con Dahyun fue bastante entretenido. Estaba incrédula al saber sobre que esa apariencia de ángel, hace un año era toda una rebelde haciendo graffitis, siendo una adolescente muy inmadura y le suplicaba volver que su novia.

Era algo totalmente diferente a como Kim ahora se mostraba, alguien bastante amigable y comprensiva. Había madurado, y a Momo le intrigó el cómo Dahyun le dió un crédito a el colegio y a la religión. Le disgustó, casi le quería decir que todo el crédito fue hacia ella, no a una idiotez de la religión, pero luego entendió que Dahyun tomó mucho del lado bueno de la religión, mejorando como persona, no como los religiosos que ella asesinaba.

Dahyun pasó de ser lo que se consideraba lo peor de una adolecente, a alguien mejor, amable, agradable, madurando, creciendo.

Aunque Momo no se la podía imaginar vistiendo tanto de negro y teniendo cara de matona, pero empezó a ver la religión con otros ojos. Claramente, seguía en sus asuntos de su venganza, pero podía entender que no todos los seguidores de la Iglesia eran malos.

No todos, pero ella seguía desconfiando. Lo seguiría haciendo, pero por lo menos podía pasar tiempo bueno con Dahyun, coloreando y hablando.

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