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8.

El día siguiente, sábado, mi hermano se encargó de despertarme personalmente. Cuando comprobé la hora en el reloj que descansaba sobre la mesita de noche: eran las seis de la mañana y, a decir verdad, no tenía ningunas ganas de participar en lo que fuera que quisiera mi hermano que hiciéramos. Me tapé con las mantas, esperando que mi hermano captara la indirecta, y Carin tiró de ellas con violencia, casi tirándome a mí al suelo.

-Vamos, arriba –me ordenó.

Me tapé la cara con las manos y solté un gruñido. ¿Qué monstruo sin alma despierta un sábado a alguien para Dios sabe qué? Ah, sí: mi hermano.

-¿Qué coño quieres ahora, Carin? –le pregunté y la voz me salió ahogada debido a que aún cubría mi cara con las manos-. ¡Son las seis de la mañana!

Noté que mi hermano se removía un poco.

-Hoy vamos a pasar el día fuera –me respondió y percibí un ligero tono de duda en la voz. Y, cuando mi hermano dudaba, no significaba nada bueno.

Retiré las manos de mi rostro y observé a Carin, que me observaba con los brazos cruzados sobre el pecho. ¿Os había comentado que los licántropos teníamos una excelente vista, incluso en la oscuridad? ¿No? Bueno, pues gracias a la visión súper-desarrollada que nos había concedido la evolución podía ver que llevaba puesto un atuendo que me daba la pista de que, cuando se refería a pasar «el día fuera», significaba que íbamos a internarnos de nuevo en los bosques.

-No.

Mi hermano enarcó una ceja ante mi rápida e imprevisible negativa.

-Nadie ha pedido tu opinión, Chase –respondió y volvió a adoptar su tono duro-. Ve, date una ducha y te espero en la cocina. Tienes quince minutos –me advirtió, en un tono amenazador.

No pude evitar preguntarme qué sucedería si me negaba a bajar en ese tiempo y si Carin se atrevería a irrumpir, por ejemplo, en el baño y sacarme de la ducha para que pudiéramos llegar a tiempo a la cita que mi hermano me tenía preparada. Mi hermano se quedó en la puerta, esperando a que me pusiera en pie y me ponía en marcha; me levanté de la cama de mala gana y salí con él de mi habitación. Me dirigí al baño mientras Carin bajaba las escaleras, en dirección a la cocina.

Me encerré en el baño, aunque sabía que, si mi hermano quería entrar, la puerta no se lo iba a impedir porque estaba rota. Me miré en el espejo y me froté las mejillas con fuerza, intentando despertarme del todo; la idea de que mi hermano estaba tramando algo a mis espaldas flotaba por mi mente. El problema es que no sabía qué era exactamente lo que tenía pensado aunque, estaba claro, que nada bueno.

Abrí el grifo de la ducha y me senté sobre el inodoro, escondiendo la cabeza entre las manos de nuevo. Recordaba la fuerte bronca que habíamos tenido anoche y lo cerca que había estado de confesarle que había encontrado a mi verdadera compañera en Mina Seling; si lo hubiera hecho, habría cometido un error garrafal y habría convertido a Mina en un foco directo de la manada. Recordé la pesadilla y cómo Mina me había avisado que todo aquello, el hecho de que estuviéramos juntos, desembocaría en un gran desastre. Me obligué a pensar en la cita que teníamos ese viernes y en qué podía hacer para que se lo pasara bien.

Me metí bajo el chorro de la ducha y me quedé allí, quieto. A pesar del ruido de la ducha, podía escuchar a mi hermano en la cocina y a mi madre en su habitación, durmiendo plácidamente. ¿Por qué no podía estar yo también durmiendo?

Me duché a toda prisa, temiendo que mi hermano irrumpiera en el baño y arrancara las cortinas como había hecho con mis mantas, y me vestí con lo primero que pillé encima de la cama. Cuando bajé a la cocina, Carin ya tenía una taza de café en las manos y parecía una versión masculina de mamá; ocupé una silla y acepté obedientemente la taza que me tendía Carin.

Le di un rápido sorbo y miré a mi hermano.

-¿Me vas a contar sobre tu sospechoso plan o voy a tener que hacer uso de mi imaginación? –pregunté cansinamente.

Carin bebió de su taza y se tomó su tiempo para responder.

-Hace tiempo que no pasas tiempo con la manada –respondió de forma evasiva- y estamos preocupados por tu cambio de actitud hacia nosotros. Somos tu familia, Chase, creo que nos merecemos que nos cuentes qué te está pasando.

Rememoré las cosas que le grité ayer por la noche y caí en la cuenta que Carin no se las había tomado como algo en serio. Me cabreé.

-Te lo he intentado decir por activa y por pasiva, Carin –dije-. Tú no has querido creerme.

Mi hermano frunció el ceño y vi un claro intento de no perder los papeles. Me pregunté de qué hablaron mi madre y Carin y si, de esa conversación que mantuvieron, no habría sido un motivo por el cual mi hermano había decidido pasar más tiempo conmigo.

-Y yo aún sigo creyendo que tiene que haber algo más –declaró, ante mi estupor-. Algo que no quieres contarme.

Abrí la boca para responder, pero mi madre nos interrumpió entrando en la cocina y observándonos a ambos con atención; tenía los ojos enrojecidos y el cabello revuelto, aspecto que tiene cualquier persona cuando se levanta y baja directamente a la cocina para ver que traman sus hijos a esas horas de la mañana. Y encima siendo sábado.

Carin le tendió automáticamente otra taza cargada de café y mi madre la aceptó encantada. Se sentó en una punta de la mesa y nos estudió, intentando descubrir qué nos traíamos entre manos.

Antes de que su mente pudiera formular el inicio de una hipótesis, señalé a mi hermano con el pulgar y dije en mi defensa:

-Todo esto ha sido idea suya.

Mi hermano me fulminó con la mirada y yo me encogí de hombros. Técnicamente yo llevaba razón y, quizá, mi madre consiguiera que Carin soltara prenda sobre lo que tenía en mente. La mirada de mi madre se clavó en mi hermano, con un brillo de comprensión.

-¿Algo que añadir? –le preguntó.

Carin se rascó la nuca, intentando ganar tiempo para urdir una excusa que hiciera que nuestra madre se quedara satisfecha y no preocupada.

Yo lo miré con curiosidad. Adoraba ver a mi hermano en situaciones así.

-Quiero pasar tiempo con Chase –respondió, usando la misma excusa que me había dado a mí-. Él… él tiene razón en algo: no he pasado tiempo con mi hermano pequeño desde… desde que tuve que ocupar el puesto que papá dejó al morir –el tema era delicado para todos nosotros pero, sobre todo, para mamá y para él; yo no podía evitar guardarle rencor por haber sido un licántropo y haberme condenado a serlo yo también. Dejándome atrapado aquí-. Me gustaría demostrarle que aún puedo ser el hermano que era.

Sinceramente, no sabía qué era peor: el hermano obsesionado con el poder o el hermano que quería recuperar el tiempo perdido. Para mí, las dos eran igual de desagradables y escalofriantes. Al menos, con el hermano obsesionado de poder sabía qué podía esperarme. En el otro caso no.

Mi madre me dirigió una mirada suplicante. Una mirada que claramente me decía que intentara poner de mi parte y que no hiciera nada estúpido; lo único que quería mi madre es que nos comportáramos como dos hermanos. No como dos bestias primitivas que se disputaban un trozo de territorio. Me hubiera gustado responderle que todo aquel problema venía por el idiota de mi hermano, pero me abstuve; habría sido cometer el primer error e incumplir lo que mi madre me estaba pidiendo.

-No creo que necesites llevar equipaje –continuó Carin, sin ser consciente del intercambio que teníamos mamá y yo-. Volveremos por la tarde, supongo. Y espero que tenga efectos positivos en nuestra relación –añadió, como si fuera una reflexión en voz alta.

Si por «efectos positivos» quería decir «convivencia pacífica», yo también esperaba que aquella absurda salida pudiera ayudarnos a ambos a poder aguantarnos hasta que sucediera un milagro y alguno de nosotros decidiera irse de casa.

Me apuré el café que me quedaba en la taza y aguardé a que mi hermano se terminara el suyo; mi madre, como siempre, quería alargar ese sagrado momento hasta, suponía, ambos nos hubiéramos marchado. Mi cara debía ser la clara expresión de: «me gustaría estar en cualquier parte menos aquí», porque mi madre me dirigió otra mirada de advertencia y súplica.

Cuando hubimos terminado, nos dirigimos a la puerta, acompañados por mi madre, que se detuvo y nos miró desde allí. Estaba nerviosa y, algo me decía, no confiaba del todo en que funcionara lo que Carin tenía en mente.

Al menos, compartíamos esa opinión.

Me subí al BMW con aspecto de ir a un funeral y esperé pacientemente a que Carin terminara con su habitual rito de colocar todos los espejos y mirarse en cada uno de ellos. De Sabin y Carin, ¿cuál de los dos sería más presumido? Tuve que controlar un ataque de risa que consiguió que mi hermano desviara la vista del espejo y la clavara en mí.

Empezábamos bien en nuestro viaje familiar, me dije.

-¿Qué te hace tanta gracia? –preguntó y sus ojos volaron de nuevo al espejo, buscando cualquier tipo de imperfección que hubiera causado mi repentino ataque de risa.

Me coloqué en mi asiento y entrelacé mis manos a la nuca. No podía creerme que mi hermano hubiera resultado ser un jodido presumido; aunque, conociendo su obsesión por el poder, me parecía hasta normal que quisiera siempre estar perfecto. Una buena imagen siempre ayudaba a los que querían poder.

-Estaba pensando en lo bien que nos lo vamos a pasar –respondí-. Tengo la sensación que vamos a necesitar una visita del doctor Lawrence a nuestro regreso.

-Es una salida pacífica –declaró mi hermano, poniendo la marcha atrás y saliendo de casa-. No vamos a hacer boxeo o lo que tu retorcida mente haya maquinado.

Esbocé una sonrisa ante la imagen que mi propio hermano tenía de mí.

-Si tuviera algún tipo de idea sobre dónde vamos no tendría que echar mano a mi “retorcida” imaginación –entrecomillé la palabra con los dedos para darle más énfasis.

Ahora fue mi hermano quien esbozó una sonrisa de satisfacción.

-Si te lo dijera, todo esto perdería su gracia, ¿no?

No respondí y me dediqué a mirar por la ventanilla. Estaba amaneciendo y no se veía a ni un alma por las calles; todos debían estar metiditos en sus camas, durmiendo, tal y como debería estar yo. Sin embargo, me sentía completamente despejado y la música que salía de los altavoces impedía siquiera que pudiera oír mis propios pensamientos. Carin imitaba la voz de la cantante y sus irritantes gallos al intentar llegar a las notas altas me provocaban ganas de arrancarme las orejas.

Para mi sorpresa, y alivio, Carin bajó el volumen de la música hasta que fue un simple murmullo y me miró con seriedad. Me imaginé que pronto empezaría con su habitual sermón sobre la responsabilidad y mi papel en la manada; de no cumplir las normas que se nos imponían, no habríamos podido seguir adelante. Pero a mí no me importaba en absoluto.

-Nunca he hablado contigo sobre… sobre la muerte de papá –dijo, con cautela.

Me puse rígido al oír sus palabras. Aquel tema era tabú para nosotros, igual que la noche en la que tendimos una emboscada a Timothy Seling y lo asesinamos a sangre fría, vengando así a nuestro padre. No entendía por qué había decidido hablar de él ahora, tras cuatro años de su muerte.

Procuré mostrarme lo más tranquilo posible aunque por dentro estuviera hirviendo de ira y resquemor.

-Tampoco es que fuera un tema muy agradable, ¿no crees?

Carin desvió la mirada de la carretera, pues ya habíamos salido del pueblo, y la clavó en mí. El tema era incómodo para ambos, pero no iba a rendirse tan fácilmente conmigo, deduje.

-Aun así –coincidió conmigo en parte-. Pero veo que tienes demasiado odio hacia papá y no entiendo por qué. Quiero saber más de ti. Te has convertido en un completo desconocido para todos nosotros.

Quise responderle que él también había cambiado y que no lo reconocía desde hacía mucho tiempo; quería gritarle que el poder lo había cegado y que ya apenas se preocupaba realmente por nosotros, por mí. Únicamente se dedicaba a ladrarme órdenes y a echarme la bronca sobre cómo debía actuar, cómo debía ser.

Nuestro padre, había que concedérselo, jamás se había comportado así. Era un hombre estricto con nosotros, pero no había llegado jamás a los extremos a los que había llegado Carin. Él había mantenido los pies en el suelo; Carin no.

Me crucé de brazos y recordé la promesa que le había hecho a nuestra madre. Me esforzaría por mostrarme amable con él.

-No entiendo a qué se debe todo esto, hermanito.

-Mamá y yo hemos coincidido en que… bueno, quizá te vendría bien hablar del tema –me confesó, dándome una pista sobre qué hubieron hablado anoche-. Para liberarte de esa espinita clavada.

-¿Espinita clavada? –repetí-. ¿Por qué no te dejas de rodeos y me preguntas de forma directa lo que quieres saber?

-Quiero saber qué coño te pasa Chase –Carin agarró con fuerza el volante-. Quiero comprenderte. Quiero que intentemos ser la familia que éramos antes de que papá muriera. Eso es lo que quiero, Chase.

Apreté los dientes con fuerza.

-Esto viene antes de la muerte de papá –al instante de haber pronunciado esas palabras me arrepentí. Me había dejado llevar por el momento y lo había soltado de golpe; no estaba dispuesto a abrirme delante de mi hermano y confesarle todo lo que odiaba.

-¿Y por qué no hablas de ello, Chase? –siguió interrogándome mi hermano-. Creo que nos haría un favor a todos el que habláramos y nos pusiéramos de acuerdo en algo… ¡Ah, ya estamos!

Su repentino cambio de tema me despistó; miré por la ventanilla y me topé con un prado despejado que recordaba vagamente. Mi padre nos había llevado allí en varias ocasiones para que pudiéramos jugar sin tener que contenernos; ya desde niños habíamos mostrado un par de rasgos licántropos y mi padre nos había advertido que debíamos ser cautos, lo que venía a significar que no debíamos destacar y que teníamos que dejar ganar a otros niños si no queríamos llamar la atención. Pero allí… lejos de la mirada atenta y curiosa de las gentes de Blackstone podíamos hacer lo que nos viniera en gana. No entendí por qué, de entre todos los lugares del mundo, había elegido precisamente ese.

-Aquí nos traía papá cuando éramos pequeños –comentó Carin con nostalgia-. ¿Lo recuerdas?

-Por supuesto que sí –le espeté y me bajé del coche antes de que pudiera decir algo más.

Me apoyé sobre el capó del coche y me crucé de brazos, observando el prado vacío. Recordé a mi yo más pequeño correteando por allí, sin miedos y ante la atenta mirada de nuestro padre; Carin me perseguía y ambos nos reíamos porque era incapaz de alcanzarme.

-¡Frena un poco, Chase! –me pidió mi hermano.

Yo me eché a reír e hice todo lo contrario: aceleré. Carin me insultó y mi padre soltó una carcajada, divertido ante nuestro juego. Desde pequeño había sido más rápido que mi hermano y eso lo molestaba profundamente; quería destacar en todo, llamar la atención de papá y que yo fuera mucho más rápido suponía que no era el mejor en todo. Y eso lo ponía furioso.

-De seguir así, Chase tendría un futuro prometedor –me felicitó mi padre-. ¿Quién sabe en qué otras cosas podría destacar?

Era muy pequeño para entenderlo, pero sí que podía percibir que las palabras que habían pronunciado mi padre habían conseguido enfadar a mi hermano Carin. Él me fulminó con la mirada y aceleró su paso, intentando alcanzarme.

No lo consiguió.

Volví al presente cuando mi hermano me dio un par de toquecitos en el hombro, llamando mi atención. Me giré hacia él y lo contemplé en silencio, no había olvidado mis palabras e iba a hacer todo lo posible para llegar hasta el fondo del asunto. Pero ¿cómo reaccionaría cuando supiera que odiaba a papá por el daño que nos había causado, que me había causado? Él había aceptado desde el principio su papel como licántropo y como heredero de la familia; estaba orgulloso de lo que era y lo potenciaba. Yo, por el contrario, me sentía sucio y me odiaba a mí mismo; había conseguido aplacarlo al principio, pero cuando asesinamos a Timothy Seling fue a peor. Conocer a Mina, descubrir que ella era mi compañera, había logrado que tuviera un poco más de esperanza.

-¿Por qué me pones tantas trabas, Chase? –se lamentó mi hermano-. Tú… tú y mamá, junto a Sabin y la manada, sois lo único que tengo. Y me duele que no confíes en mí, Chase. Me duele porque le prometí a papá que, si le sucedía algo, yo cuidaría de todos vosotros y estoy fallando.

Me quedé perplejo. Carin siempre se mostraba seguro de sí mismo y sus palabras demostraban que, al igual que yo, escondía sus problemas y ponía buena cara. No me sorprendía que hubiera metido en el bote a la manada, pero lo que sí que me sorprendía era la idea de que Carin se sintiera culpable de no haber estado a la altura que papá se esperaba de él.

Era la primera vez en mucho tiempo que sentía lástima por él y trataba de entender que todo aquello, las expectativas que quería alcanzar por papá, lo estaban ahogando. Pero Carin se mostraba siempre igual de entero y seguro de sí mismo a pesar de todo lo que llevaba por dentro.

-No estás fallando, Carin –le aseguré-. Pero tienes que entender que… que yo no puedo ser como tú. Yo no soy feliz siendo licántropo; todo esto… me agobia. Es superior a mis fuerzas.

Después de hablar un poquito con Mina, la ligera presión que me había estado asfixiando durante todos aquellos años había desaparecido un poco. Quizá hubiera sido esa conversación la que me había permitido pronunciar las palabras que le había dirigido a mi hermano y que, en tantas ocasiones, había querido decirle. Aun así, no le había dicho todo.

Pero no había terminado, ahora que había conseguido arrancar, quería decirle la gran mayoría de cosas que no me había atrevido antes. Quería que Carin entendiera que no podía comportarme como él deseaba porque no era algo con lo que me sintiera cómodo.

-Sé que papá hubiera querido que ambos estuviéramos en el Consejo y que nos convirtiéramos en lo que esperaba, pero yo no puedo –proseguí, sintiendo un nudo en la garganta-. Es duro que diga esto, y me odio, pero odio más a papá; odio que me convirtiera en lo que soy ahora. Él es el único culpable de que me quede atrapado aquí y que no pueda cumplir mis sueños.

»De no ser por él, si mamá hubiera podido elegir a cualquier otro, sería un adolescente normal. Con una vida normal y sin los problemas que tengo ahora. ¡Quiero ser un jodido adolescente normal, Carin! Quiero… quiero poder ir a la universidad y viajar por el mundo; quiero enamorarme de la persona equivocada y cometer mis propios errores. Quiero tener mi propia vida, Carin.

Me sorprendió que mi hermano se hubiera quedado en silencio durante todo mi discurso, mirándome con los ojos brillando de… ¿decepción? Sin duda alguna me había convertido en una decepción para toda mi familia. Le había confesado todo lo que me pasaba por la cabeza y ahora aguardaba a que mi hermano explotase y comenzara a despotricar contra mí. Quizá me lo merecía. Odiar a tu propio padre era una cosa muy seria y horrible, pero lo odiaba. Él había sido el causante de todos mis problemas, gracias a él, iba a estar atrapado en Blackstone toda mi vida. Y no era una estampa demasiado alegre, a decir verdad.

Mi hermano entrelazó sus manos y noté que estaba rígido. Mis palabras parecían haber hecho mella en él. Quizá ahora me entendiera mejor y me dejara tranquilo o, si tenía mucha suerte, me quitaba de encima a Lorie.

-No podemos, Chase –respondió al final-. Estamos atados a la manada y, aunque entiendo tu dolor, no lo comparto. Papá hizo mucho por nosotros y tendrías que estar agradecido por todo eso.

Lo miré, incapaz de creerme sus palabras. ¿Había escuchado realmente lo que había dicho? Algo me decía que me había escuchado a medias u, otra opción, era que su obsesión por el poder lo nublaba tanto que era incapaz de entender a su propio hermano, temeroso de que mi comportamiento pudiera apartarlo del poder.

Era frustrante. Mucho.

Pero era un caso perdido intentar razonar con él. Seguiría siempre soltándome el mismo rollo, incluso me temía que no me hubiera creído. Ni siquiera me tomaba en serio.

Se separó de mí y se dirigió al maletero. Oía cómo rebuscaba, intentando encontrar algo y me obligué a pensar en otra cosa. Recordé la promesa que le había hecho a mi madre y me centré únicamente en eso; de lo contrario, iba a terminar dándole un puñetazo a mi hermano. Quizá si hablaba con mi madre ella me entendería.

Era la última esperanza que me quedaba antes de plantearme seriamente la idea de abandonar la manada. Aunque, de hacerlo, ¿Mina me acompañaría?

Probablemente no.

Carin regresó con una pelota de fútbol americano y me dedicó una sonrisa burlona. Parecía haberse olvidado por completo de la conversación que habíamos mantenido. El cielo había adquirido un tono azul y me sorprendí de que hubiera pasado tanto tiempo desde que habíamos salido de casa.

Acepté el desafío que mi hermano me había lanzado y ambos nos dirigimos al centro del prado. Iba a darle una paliza; esperaba que Carin hubiera tenido en cuenta que le superaba en velocidad, pero me callé.

No sé cuánto tiempo estuvimos persiguiéndonos el uno al otro, jugando como cuando éramos pequeños. Ambos nos olvidamos por completo de todos nuestros problemas y nos dejamos llevar, tal y como habíamos hecho entonces. Nos caímos varias veces, nos empujamos, reímos incluso. Fue como regresar a ese tiempo en el que mi transformación quedaba muy lejos y yo era un niño feliz, sin preocupaciones.

Cuando terminamos, estábamos agotados, pero pletóricos. Mi enfado había desaparecido por completo y ahora en lo único que pensaba era en un lugar donde quería llevar a Mina. Era otro de los lugares que papá nos había enseñado y, aunque no había puesto un pie allí desde su muerte, me pareció un buen lugar para llevarla.

-Ahora nos queda la última parte de esto –comentó Carin. Parecían haber pasado varias horas desde que habíamos empezado con ese infantil juego-. Transfórmate.

Su tono y timbre, el tono que tenía los líderes de la manada, hizo que me transformara de inmediato, sin tan siquiera cuestionárselo. Tal y como siempre que sucedía, fue agónico; aunque tenía que reconocer que la primera vez y algunas siguientes que sucedieron, fueron peor. Era como si los huesos se me fragmentaran en miles de trocitos y luego se volvieran a soldar de malas maneras.

Era un dolor insoportable que había ido poco a poco mitigando hasta hacerse soportable. Se me escapó un grito que se transformó en aullido.

Mi hermano me observó, impertérrito.

-Libera todo lo que tienes, Chase –me recomendó-. Aúlla, aquí nadie te podrá oír. Excepto yo.

De nuevo volví a obedecerle, bajo la forma lupina, también era muy difícil el no seguir las órdenes que se nos daban. Y más difíciles aún era intentar cuestionar las órdenes procedentes de un Beta. Si lo intentaba, en la mente sentía como si miles de cuchillas me cortasen. Era mucho peor que cuando me transformaba.

Era un castigo para gente como yo: gente que no estaba de acuerdo con las normas establecidas y odiaba ser licántropo.

Eché el cuello hacia atrás y aullé. No me importó que mi hermano estuviera allí presente porque, a no ser que él también se transformara el lobo, no tendría ni idea de a qué se debían esos aullidos que me salían tan agónicos.

Aullé por el dolor que sentía al transformarme; aullé por el hecho de haberme convertido en un monstruo, por no poder irme de Blackstone; aullé por haberme enamorado de una chica que, de saber toda la verdad, me odiaría.

Aullé por un futuro que no era capaz de ver y por un amor que iba a terminar por destrozarme.

De haber podido, me hubiera echado a llorar allí mismo. Lo hubiera hecho si no hubiera estado mi hermano delante.

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