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5.

Al enfilar el último tramo antes de llegar a casa de Mina, no pude evitar sentirme un tanto nervioso. Ambos vivíamos en el mismo barrio, a un par de casas de distancia, y hacía mucho tiempo que no pisaba aquella casa.

Aparqué el coche en la acera de enfrente de la casa y observé el viejo coche que había en el garaje. No había luces encendidas en la casa, por lo que toda la familia de Mina estaba durmiendo. Habíamos llegado a su casa, había cumplido con mi cometido y no quería despedirme aún de ella.

Necesitaba estar más tiempo con Mina. Lo ansiaba.

Al bajarse del coche, la imité, para su sorpresa y, un poco, la mía. Me miró con escepticismo, como si no creyera lo que estaba viendo.

-¿Qué se supone que estás haciendo? –me preguntó, con suavidad.

Me encogí de hombros.

-Pensé que podrías invitarme a algo –respondí-. Te he traído a casa sana y salva, ¿no? Creo que me merezco, al menos, una bebida por las molestias.

Mina no dijo nada, así que me lo tomé como un «sí». La seguí hasta el porche, lanzando miradas a mi espalda, esperando ver aparecer a cualquier miembro de mi manada en la acerca, pillándome in fraganti. Esperé pacientemente a que Mina consiguiera abrir la puerta y entré tras ella, sintiéndome un poco extraño.

A pesar del tiempo que había pasado, la casa seguía exactamente igual a lo poco que recordaba de ella. Me quedé mirando algunas fotos que había dispersas por la entrada, entrecerrando los ojos al reconocer en ellas al asesino de mi padre. Timothy Seling. Me moví como un autómata hasta la cocina.

Empezó a trastear dentro de la nevera, así que me senté en una de las sillas y me dediqué a observarla. Sacó un plato con algo que parecía ser brócoli y dijo:

-¿Brócoli con queso?

Esbocé una amplia sonrisa.

-¡Oh, estupendo! –acepté.

En cuanto me puso el plato delante, me abalancé sobre él como si llevara en huelga de hambre un mes entero. Al ver que Mina me observaba atentamente, me llevé un bocado y comencé a masticarlo lentamente. Jamás había probado el brócoli con queso, pero tenía que reconocer que su sabor era curioso.

-Tu madre tenía un restaurante en el pueblo, ¿verdad? –pregunté, con comida en la boca aún-. A mis padres les encantaba ir porque decían que la comida era deliciosa. He oído decir que tiene problemas…

Había tocado un tema delicado y el gesto, que un segundo después desapareció, de Mina me respondió. Para el Consejo no era ningún secreto que Regina Seling estaba sumida en una profunda depresión tras la muerte de su marido (una muerte de la que era directamente responsable) y que su amigo, novio o lo que fuera, Henry Grass, era quien se estaba haciendo cargo de todo. Sin embargo, eso era algo que Mina no podía averiguar.

Todo el mundo dentro del Consejo sabía que el fallecido Timothy Seling había mantenido en secreto su condición de cazador y que había mantenido a sus hijos alejados de su verdadero origen, ocupando su lugar una vez muerto su mujer. Miré a Mina y me pregunté si habría notado que algo pasaba en el pueblo o que su familia le escondía tantos secretos.

Como yo.

-Bueno, tras la muerte de mi padre… mi madre no ha podido ocuparse correctamente de él –titubeó unos instantes-. Pero está intentando arreglar las cosas.

Conocía de primera mano el sentimiento de estar completamente solo y desamparado cuando tu madre se dejaba llevar por una honda tristeza y se olvidaba por completo de que tenía asuntos pendientes. Mi madre parecía haber muerto cuando lo hizo mi padre. Mi hermano y yo tuvimos que salir adelante por nosotros mismos, mientras mi madre se quedaba en la cama, postrada como si estuviera enferma.

Sabía que estaba mintiendo para proteger a su familia. Yo lo había hecho en muchísimas ocasiones.

-Cuando mi padre murió, a mi madre le pasó algo parecido… no parecía ella, ¿entiendes? Mi hermano y yo, bueno, tuvimos que apañárnoslas solos durante un tiempo. Pero no dura eternamente.

-Eso espero –murmuró.

Después de eso, se quedó en silencio, con la mirada perdida. Estaba pensativa y tenía bastante claro que había sido a causa de haberle preguntado sobre su familia. Sabía que estaba pasando por un mal momento y que estaba haciendo un esfuerzo monumental para que nadie lo supiera. Mina había demostrado ser una persona valiente, algo que yo nunca he sido. La envidiaba.

Si no hubiera sido por Carin y su tenacidad por salir adelante, de ayudarme a mí  y a mamá, no sé qué hubiera sido de nuestra familia. En el pueblo únicamente estábamos nosotros y los padres de Heller, que eran primos lejanos de mi padre, pero con los que no teníamos mucha familiaridad. En otras palabras: estábamos casi solos. Aunque el Consejo se hubiera ofrecido a echarnos una mano, Carin jamás la hubiera aceptado. Él quería demostrar que no necesitábamos a nadie más, que podíamos hacerlo solos.

-¿Está bueno, chef? –me interrumpió Mina, con una sonrisa, rompiendo el silencio que parecía haberse instalado entre nosotros.

Iba a responderle cuando un sonido proveniente de mi bolsillo me cortó de golpe. Me apresuré a sacar mi móvil del bolsillo y, el simple vistazo del número que aparecía en pantalla, me bastó para que descolgara a toda prisa y que empezara a rezar todas las oraciones que mi madre me había enseñado de pequeño.

Tragué saliva mientras me llevaba el móvil a la oreja.

-¿DÓNDE COÑO ESTÁS, TÍO? –el grito de mi hermano se debió oír en toda la habitación. Estaba enfadado, muy enfadado, y aquello no me convenía en absoluto.

Me mordí el labio con nerviosismo, intentando pensar a tiempo récord una respuesta que lo dejara satisfecho. Mina fingía estar observando su propia cocina, con un gesto distraído, pero, en el fondo, sabía que estaba atento a todo lo que sucedía en la cocina. En mi conversación.

-Estoy… estoy yendo a casa –balbuceé.

Oí que mi hermano cogía aire abruptamente y que estaba rumiando una respuesta lo suficientemente hiriente como para hacerme daño. Sabía que tendría que haberle avisado de haber cogido el coche, pero llevaba prisa y no podía estarme yendo hacia donde él se encontraba para decirle: «Hey, tío, voy a coger tu coche para llevarme a una chica a su casa. Ah, y por cierto, esa chica es Mina Seling. ¡Disfruta de la noche!».

-¿Y en qué cojones estabas pensando, Chase? –me recriminó Carin, muchísimo más cabreado debido a mi insatisfactoria respuesta y posterior silencio-. ¿Cómo coño piensas que vuelva a casa? ¿Corriendo? ¿Volando? ¡Mueve ahora mismo tu peludo culo hasta aquí y ven a por mí y a por Lorie! No puedo creerme que seas tan irresponsable de haberla dejado aquí en su estado…

Me dieron ganas de responderle que, seguramente, Lorie no necesitaba ninguna niñera y que se lo había pasado de maravilla en la fiesta sin mí. Por no añadir que mañana aparecerían nuevos e insidiosos rumores sobre con quién se había enrollado y que no era yo. Pero debía mostrarme sumiso si no quería tener problemas.

Me tragué las palabras y contesté en su lugar:

-Bueno, habéis traído otros coches, ¿verdad? Podéis llevarla a su casa y mañana hablaré con ella…

-¡Tendrás que compensarla de algún modo, hermano, por el feo que le has hecho hoy! ¿Qué te parecería una velada romántica con una buena sesión de sexo? –me asqueaba el vocabulario que podía llegar a usar y sus palabras me revolvieron el estómago.

-Ah, no pienso hacer eso. No estamos preparados. Adiós –colgué bruscamente mientras cogía aire para intentar tranquilizarme. No podía creerme que mi propio hermano me estuviera coaccionando de aquella manera para que me acostara con Lorie cuando no sentía el más mínimo interés por ella. Quizá un poco de cariño, pero nada más.

En aquellos momentos quería romper algo, alejarme en el bosque y dejar que la ira saliera de la forma que quisiera. Apreté los puños bajo la mesa e intenté serenarme; aún era demasiado joven y mis transformaciones podían forzarse si me encontraba bajo presión o en un estado excitado, como en aquellos momentos. Pero la idea de acostarme con Lorie me asqueaba profundamente y me parecía repugnante que mi propio hermano me instara a que lo hiciera.

Desde hacía tiempo había dejado de pensar en mí como su hermano pequeño y había bajado puestos en su lista de prioridades: ahora vivía por y para la manada. Y si la manada le exigía que me acostara con la que creían que era mi compañera, él lo haría sin importarle lo más mínimo mi opinión o sentimientos.

-¿Problemas en el paraíso? –inquirió Mina, carraspeando.

Volví a la realidad y respondí:

-Nada que no pueda arreglarse.

Entre nosotros se instaló de nuevo un pesado silencio. Yo no sabía qué decir y la conversación que había mantenido con mi hermano me había provocado que mi humor cambiara. Quizá era un buen momento para marcharme.

Pero algo me impedía que me fuera de allí. Era como si estuviera anclado a esa persona y ese hilo que nos unía, al menos a mí, tirara de mí para que no me marchara de allí. Si me iba, era muy posible que fuera la última vez que pudiera estar con ella en aquella situación tan… cercana. Volveríamos a ser dos completos extraños y ¿ha existido alguna vez un licántropo cuya compañera no era consciente de ello? ¿O cuya compañera no sentía lo mismo por él?

Quería alargar todo el tiempo que me fuera posible a su lado. Pero ¿y si le pedía que saliera conmigo en alguna ocasión? ¿Aceptaría?

-Quizá haya llegado el momento de marcharse a casa –comentó, con cierta timidez.

Eso demostraba el poco interés que sentía hacia mí. Estaba deseando que me marchara porque la hacía sentir incómoda. Abrí y cerré la boca en un par de ocasiones, intentando pronunciar algo, lo que fuera, pero el nudo que se me había instalado en la garganta no me permitía pronunciar nada.

Tras varios intentos, al final conseguí decir:

-Sí, creo que va a ser lo mejor.

Mina abrió la boca para decir algo, pero salió corriendo y dio un portazo en algún rincón de la casa, dejándome solo en la cocina. Me quedé paralizado unos segundos, incapaz de creerme lo que acababa de suceder. Era muy posible que Mina hubiera hecho aquello como indirecta para que me marchara de la casa.

Pero no podía irme de allí. No así.

Vi el bolso que había llevado a la fiesta encima de la mesa y no me lo pensé dos veces: alargué la mano y lo cogí. Sabía que estaba invadiendo la intimidad de una chica que apenas conocía, pero no podía evitarlo. Necesitaba tener algo de ella.

Mis dedos se cerraron sobre el móvil de Mina y lo saqué a toda prisa. Por suerte no tenía ningún tipo de contraseña y pude introducir mi número de teléfono en un segundo. Un minuto después, tras dejarlo todo como estaba, salí de la casa por la puerta y me dirigí al coche, dispuesto a regresar a casa antes de que las cosas empeoraran.

Las luces del salón de mi casa estaban apagadas, pero podía ver la luz que desprendía el televisor. Lo que significaba que mi madre había decidido quedarse despierta para comprobar que llegábamos a casa. Aparqué el BMW al lado del coche de mi madre y entré en casa esperando que mi hermano apareciera en el piso de arriba y empezara a gritarme.

Llegué hasta el salón sin que nadie me asaltara y sin oír gritos. Quizá mi hermano aún no había llegado a casa.

Encontré a mi madre en el sofá, enrollada en una manta y viendo distraídamente una película en blanco y negro. Me dejé caer a su lado y ella sobresaltó, mirándome con los ojos abiertos como platos. No pude reprimir una sonrisa cuando se llevó una mano al pecho y con la otra me dio un cachete suave en la mejilla.

-¡Chase James Whitman! –me regañó-. ¿Quieres que tu madre muera de un ataque al corazón o qué?

Me hizo gracia que me llamara por mi nombre completo. Eso lo hacía únicamente cuando estaba muy enfadada. Mi madre me tapó con un poco de la manta y no pude evitar sentirme otra vez como el niño de ocho años que fui y que adoraba que su madre hiciera eso y yo me tumbara sobre su regazo.

Mi madre comenzó a acariciarme distraídamente el pelo, como siempre había hecho, y tuve unas irresistibles ganas de contarle todo lo que me había sucedido en la fiesta. Al fin y al cabo, ella era mi madre y lo único que buscaba era mi felicidad; y si eso significaba que la encontrara al lado de otra persona que no fuera Lorie, tendría que respetarlo.

-¿Cómo ha ido la fiesta, cielo? –preguntó mi madre-. Has regresado muy pronto.

Me recosté sobre el sofá y cerré los ojos. Debía reconocer que estaba agotado.

-Estaba cansado –respondí.

Abrí un ojo y vi que mi madre me miraba fijamente, como si pudiera leerme la mente y lo hubiera averiguado todo. Era una persona bastante receptiva y siempre conseguía adivinar lo que sucedía; incluso parecía tener un radar que la advertía de los problemas que iban a tener lugar. Como, por ejemplo, el suceso del lunes pasado.

-Tu hermano no tardará en llegar –me advirtió-. Y creo que has cogido su coche, ¿me equivoco?

No pude contener una sonrisa, que mi madre me devolvió.

-Ve a darte una ducha, Chase –me recomendó.

Le di un beso en la mejilla.

-Buenas noches, mamá –me despedí.

-Buenas noches, cielo –me respondió mi madre.

Subí los escalones a toda prisa y me encerré en el baño. Saqué a toda prisa el móvil, rezando para que Mina no hubiera decidido acostarse aún; parecía el comportamiento de un niño de ocho años. Pero no podía evitarlo.

Mina Seling me había atrapado.

ChaseWhitmanJ: He pensado que podríamos intercambiarnos los números de teléfono :P

Dejé el teléfono sobre la encimera del baño y aguardé su respuesta mientras me paseaba por el baño casi dando brincos. Abrí el grifo de la bañera y dejé que corriera el agua para poder darme una rápida ducha y poder irme a dormir.

En la casa aún se respiraba tranquilidad, lo que quería decir que Carin aún no había decidido volver a casa. Pero no sabía cuánto más iba a tardar.

El móvil vibró y yo casi salté para poder cogerlo.

M.: ¿Cogiendo mi teléfono? Pensaré que eres un pervertido si consigues así los números de todas las chicas que conoces…

No pude contener una sonrisa mientras releía el mensaje una y otra vez. ¡Me había respondido! Dios, no podía creerme que me hubiera respondido. Las esperanzas de poder volver a verla se renovaron.

Quizá tenía una oportunidad de poder demostrarle que era diferente a como siempre había creído que era y podría enamorarse de mí… ¡Oh, Dios, qué pensamientos tan infantiles! Nunca creí que estaría en aquella situación. Y no con Lorie, precisamente.

ChaseWhitmanJ: Solamente cojo los teléfonos de las chicas interesantes. Por cierto, bonito fondo de pantalla.

Sabía que no era un tema brillante de conversación, pero mi cerebro era incapaz de pensar en otra cosa que no fuera la idea de que Mina parecía estar un poquito interesada en mí.

M.: Espero que me compenses de alguna forma…

Su respuesta me arrancó otra sonrisa, ésta mucho más amplia. Su coqueteo y su último mensaje consiguieron que me sintiera como en una nube. «Espero que me compenses de alguna forma». Su mensaje se repetía una y otra vez en mi cabeza, mientras mi mente maquinaba miles de forma de compensarla.

Un portazo en el piso de abajo me despertó de mis ensoñaciones, devolviéndome a la realidad. Carin había llegado a casa y el enfrentamiento se avecinaba; aún tenía un par de minutos, si mi hermano decidía hablar unos instantes con mi madre, para poder responderle a Mina.

Tecleé el mensaje a la velocidad de la luz y me desnudé a toda prisa para meterme de cabeza en la ducha.

ChaseWhitmanJ: Mi hermano acaba de llegar. Tengo que irme, ¡pero prometo compensarte el doble!

El agua, como siempre, estaba helada y tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no saltar de nuevo fuera de la bañera. Oí que la puerta del baño se abría sin ceremonias y asomé la cabeza por las cortinas para ver el gesto desencajado de enfado de mi hermano, que me miraba desde la puerta con los brazos cruzados.

Intenté poner un gesto de inocencia aunque ya sabía de antemano que no me iba a funcionar. Su gesto se asemejaba al de un basilisco.

-Me estaba duchando –me quejé.

La cara de mi hermano reflejaba claramente la frase: «¿Y a mí qué coño me importa lo que estuvieras haciendo?».

-Nos has dejado allí plantados, Chase –me acusó, señalándome con el dedo índice-. Y te ordené que vinieras a por mí. ¿Lo has hecho, acaso?

Bajé la mirada intentando parecer arrepentido. No creía que fuera a funcionar, pero era mejor no enfadar más a mi hermano poniéndome gallito.

-Estaba cansado, Carin –intenté explicarle, en vano-. Compréndeme…

Carin cruzó la distancia que nos separaba en dos zancadas y me sujetó por el cuello. Sus ojos refulgían de color carmesí, igual que a cualquier licántropo que estuviera demasiado enfadado para mantener el control. Era la primera señal de que algo no iba bien.

-Me importa una mierda si estabas cansado o no –siseó-. Soy tu hermano mayor, soy tu Beta y tu deber es obedecerme. Sin titubeos. Sin reparos. ¿Me has entendido?

La presión que mantenía en mi cuello aumentó y traté de que no me dominara el odio que comenzaba a correr por mi sangre como si de fuego se tratara. Era cierto, todo lo que había dicho era cierto: era mi superior jerárquico, tanto en la familia como en la manada. A su lado, yo no era nadie. Debía haberlo ido a buscar, sí; pero Mina había comenzado a ocupar una posición bastante alta dentro de mi propia lista de prioridades.

Tragué saliva y bajé la mirada de nuevo.

-Sí –respondí, tenso-. No volverá a pasar. Lo siento.

Carin me soltó de golpe, provocando que chocara contra la pared y casi me cayera. El brillo carmesí se había extinguido de sus ojos y ahora me mostraban un color castaño, mucho más claro que mi tono, pero con un brillo de evidente enfado. Algo me decía que esto aún no había terminado.

Se apoyó sobre la encimera del baño y miró hacia la pared que tenía enfrente. Únicamente se oía nuestras agitadas respiraciones.

-Lorie se ha quedado destrozada cuando se ha enterado que te habías ido –me contó, intentando que me sintiera culpable. No lo consiguió-. No ha parado de llorar en todo el trayecto, las chicas no sabían qué hacer para intentar consolarla.

Tenía las cortinas corridas, por lo que mi hermano no vio el ceño fruncido. Era capaz de creerme que Lorie hubiera dado un espectáculo al ver que me había ido de la fiesta, pero estaba seguro que el motivo no había sido mi huida, sino que no había podido resistir la tentación de enrollarse con otro tío. Era una lástima que toda mi manada siguiera creyendo que no era cierto.

Cuando Carin volvió a hablar, su tono era mucho más suave y parecía sonar realmente preocupado. Por mí.

-Oye, sé que me paso contigo en muchísimas ocasiones, pero quiero que sepas que… que no es fácil para mí todo esto. Te has vuelto un completo desconocido para mí y el único que parece conocerte realmente es Lay. Y digamos que no es de mucha ayuda.

»Respecto a Lorie, tienes que entender que no tienes otra opción. Es el futuro de la manada. Es nuestro deber.

Bla, bla, bla. La misma historia de siempre. Desde que había tenido mi primera transformación, demostrando que el linaje de mi padre aún perduraba y perduraría en el tiempo, mi hermano se había dedicado a soltarme el mismo sermón siempre que tenía oportunidad. Y ya me estaba cansando de oírlo.

Quería desconectar de lo que me estaba hablando mi hermano y pensar en Mina. En el hecho de que había dejado una posibilidad, mínima, para que nos volviéramos a ver. Sabía que era un juego peligroso y que, si no me andaba con cuidado, ambos íbamos a salir muy perjudicados.

No me importaba que fuera la hija de Timothy Seling, un asesino. Ella era mi compañera. Eso era lo único que debía importarme.

El problema estaba en que yo también era un asesino.

El asesino de su padre.

Mientras mi hermano seguía hablando de las responsabilidades que tenía en la manada, en el Consejo y en la familia, yo cerré los ojos y sentí un nudo en la garganta. ¿Qué sucedería si se enteraba? Quería demostrarle que aquello había sido por necesidad. Por la necesidad de vengar un acto que se había cometido y que no había tenido castigo. Técnicamente, estábamos en nuestro derecho. Pero ¿cómo podía Mina entenderlo? Me odiaría.

Y eso era lo último que quería.

Conocía el sentimiento del odio. Y era uno de los más difíciles de superar.

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