Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

4.

Me colé entre la multitud de nuevo para llegar hacia la mesa de las bebidas. Comprobé que no había ningún miembro de la manada en las cercanías y cogí dos vasos y un par de porciones de pizza que encontré y que parecía que nadie hubiera tocado.

Me sentía como un niño pequeño la mañana de Navidad y no entendía a qué se debía ese estado que hacía mucho tiempo que no había experimentado. Todas mis preocupaciones se habían desvanecido para dejar en su lugar un gran sentimiento de ilusión. Incluso esperanza.

Le imprimí más brío a mis pasos con todo lo que había conseguido y me planté al lado de Mina en un momento. Ella me miró asombrada y yo no pude evitar sonreír.

Alcé el plato de pizza, sintiendo una timidez impropia de mí.

-He pensado que quizá tendrías algo de hambre –me expliqué.

-Gracias –fue lo único que dijo cuando le di el vaso que había cogido para ella.

Me senté a su lado de nuevo y me pregunté en qué había fallado aquella vez para que nos hubiéramos quedado otra vez en silencio; empecé a juguetear con la camisa que llevaba, buscando en mi memoria algo que me indicara qué había hecho para que nos hubiéramos quedado callados y sin conversación.

-Te has quedado muy callada –dije.

Se giró para mirarme y, cuando sus ojos pétreos se clavaron en los míos, sentí un escalofrío. Fue una especie de chispa, una señal; algo que se había encendido en mi interior y que había llevado mucho tiempo dormido.

En ese mismo momento comprendí que, a pesar de lo irónico que resultaba, haría cualquier cosa por ella. No entendía cómo había podido suceder, simplemente había llegado, de improviso.

Así era como se habían sentido mis camaradas de la manada cuando habían conocido a sus respectivas compañeras. Lo que yo no había sentido hasta ese preciso momento con esa chica.

Mina Seling.

-Estaba pensando en qué estarían haciendo mis amigas –respondió-. No tengo ni idea de cómo me voy a ir a casa cuando todo esto termine.

Al ver que la estaba mirando fijamente, se llevó el vaso de nuevo a los labios y le dio un buen trago, haciendo que un hilillo de bebida se le cayera por la barbilla; se echó a reír mientras se secaba la comisura del labio. Tuve que tragar saliva y centrarme en otra cosa que no fueran sus labios; nadie me había avisado que, cuando conseguías encontrar a tu compañera, es como si estuvieras todo el día bajo los efectos de las hormonas. Tenía que tener cuidado con lo que pensaba y en cómo actuaba de ahora en adelante si no quería que Mina pensara que era un zumbado y que lo mejor era alejarse lo más posible de mí.

-¡Qué torpe soy! –dijo, riéndose aún.

Tenía las mejillas ruborizadas y los ojillos brillantes. No me había dado cuenta de ello hasta ese preciso instante que, debido a la mezcla de bebidas, parecía encontrarse bajo los efectos del alcohol. No de la misma forma que Lorie, pero se le notaba un tanto perjudicada.

Quizá había llegado el momento de que la fiesta terminara.

-Puedo llevarte a tu casa –le ofrecí, esperando que no hubiera sonado un poco ansioso-. Si no encuentras a tus amigas, yo puedo llevarte a donde quieras.

-Me lo pensaré –respondió.

Bueno, aquello me servía. Alcé el vaso.

-Con eso me sirve.

Seguimos charlando un rato más, bebiendo. Tuve que ausentarme en un par de ocasiones para reponer nuestras bebidas, pero todo parecía ir sobre ruedas. Mina parecía sentirse bastante cómoda conmigo y había olvidado por completo los reparos iniciales que había tenido en un principio. Incluso parecía mucho más diferente a la chica que me había encontrado al principio; se reía y hablaba por los codos. En aquellos momentos me estaba contando una anécdota sobre una de sus amigas cuando, al imitar un movimiento, perdió el equilibrio, cayendo hacia atrás. Movido por un resorte, y sin que me importara lo que pudiera pensar, la sujeté por los hombros a la velocidad de la luz.

La puse de nuevo recta y la miré con preocupación; sus mejillas se habían vuelto más rosadas y aquella casi caída no podía significar otra cosa que se había acabado la fiesta.

-¿Estás bien? –pregunté.

Mina alzó los brazos hacia el cielo y empezó a reírse.

-¡Claro que sí, bobo! Aunque creo que… que me he pasado un poco con la bebida, ¿no creeeeeeeees? –vale. Definitivamente la fiesta se había acabado al menos para nosotros dos.

-Sí, creo que sí. Será mejor que te lleve a casa –decidí.

Mina hizo un mohín con su labio inferior, nada conforme con la decisión.

-¿Quéééééééééééééé? ¿Tan pronto? –se quejó, arrastrando de nuevo las palabras.

Me puse en pie con resolución y tiré de ella con suavidad hasta que también se puso de pie. Mina intentó dar un par de pasos, quizá probando su equilibrio, pero se tambaleó, por lo que decidí sujetarla con más fuerza para evitar que se cayera estrepitosamente al suelo.

-Vamos, Mina, hora de marcharse.

Intentamos dar un par de pasos más, pero el precario equilibrio de Mina y la forma que tenía de inclinarse hacia el suelo fueron más que suficiente para darme cuenta que, si queríamos llegar al coche, tendríamos que ir de otro modo más rápido y en el que no tuviera que participar el equilibrio de Mina al caminar. Opté por el camino más sencillo: sin importarme siquiera lo que pudiera pensar de mí, la cogí en volandas y empecé a alejarme del lago. Ella pasó los brazos por mi cuello, produciéndome de nuevo un placentero escalofrío, y comenzó a balancear las piernas como si se tratara de una niña pequeña a la que su padre lleva a acostar.

Decidí que no era una buena idea atravesar toda la fiesta y rodeé la casa con cuidado hasta llegar a la explanada donde estaban aparcados todos los coches. En aquel momento Mina comenzó a removerse.

-Mis amigas no saben que me llevas a casa –dijo, con un timbre de desconfianza en la voz. Incluso parecía más sobria.

Las mujeres, si por algo destacaban, era por sus extrañas formas que tenían de advertir a sus amigas un millón de cosas. Me dieron ganas de echarme a reír en aquel preciso momento, pero la actitud preocupada y un tanto avergonzada de Mina me hicieron cambiar de opinión.

-¿No tienes móvil?

Cuando negó con la cabeza varias veces, no pude evitar poner los ojos en blanco. Aquello era condenadamente divertido.

-Me encargaré de avisarle cuando regrese, ¿vale? –le prometí.

Seguí avanzando con ella en brazos, intentando encontrar en la oscuridad el coche, cuando la pregunta que disparó Mina me dejó completamente anonadado:

-¿Y qué hay de tu hermano?

De forma inconsciente dejé salir el aire de golpe y me puse tenso. No entendía qué pintaba Carin en todo aquello y por qué motivo Mina había decidido introducirlo en la conversación; bien era cierto que, siempre que hablaban de alguno de nosotros, siempre metían al otro en el saco. Y nunca para nada bueno. Carin era una persona fría, calculadora y cerrada en sí misma, al contrario que yo. ¿Por qué la gente siempre pensaba que yo era como él? ¿Y por qué Mina había tenido que fastidiar todo aquello preguntándome por él?

-¿Qué pasa con mi hermano? –pregunté, con cierta hostilidad.

-Que no podrá volver a casa –murmuró.

Me dejó desconcertado el hecho de que, a pesar de ser uno de los tíos más problemáticos de todo el instituto y pueblo de Blackstone, ella se preocupara porque el imbécil de mi hermano no tendría cómo llegar a casa. A mí me importaba bien poco, la verdad.

Nuestra relación siempre había sido buena, con sus más y sus menos infantiles, pero todo aquello había cambiado cuando había terminado de transformarme en lobo; en aquel momento mi hermano ya no era mi hermano: se había convertido en mi superior y, ya no por el hecho de ser mi hermano mayor sino porque era el Beta en la manada, le debía obediencia. Carin parecía disfrutar de ese doble poder hacia mí y, en muchas ocasiones, me recordaba a mi padre. Lo que hacía que lo odiara aún más.

Si alguna vez había pensado que, por el hecho de parecerse a mamá, tenía algún tipo de salvación, ahora estaba seguro que no. Su alma era tan oscura como la de papá… o como la mía misma.

Fruncí el ceño.

-Puede llevarlo alguno del grupo –comenté, sin darle mucha importancia-. O puede ir andando. Que no le vendría nada mal.

Mina sonrió y a mí el corazón me dio un vuelco. Me pregunté cómo era posible que hubiera tardado tanto tiempo en darme cuenta de esto.

-Sí que os queréis –dijo con un ligero timbre de diversión.

Me encogí de hombros.

-Ambos somos chicos, es normal que estemos constantemente en lucha por saber quién es mejor de nosotros –le expliqué-. Pero, en el fondo, sí que nos queremos. Además, tenemos que ayudar a nuestra madre.

Los ojos de Mina se abrieron desmesuradamente y supe que entendía a qué me refería con aquella última parte; sabía que debía andarme con pies de plomo con aquel tema y que no debía profundizar más. Me parecía un poco irónico que hubiera encontrado mi compañera en la hija del hombre que había asesinado a mi padre delante de mi propio hermano y Kai. Pero ella no era como su padre, me recordé con dureza. Ella era mucho mejor.

Incluso para mí.

-No sabía que… -tartamudeó, completamente avergonzada.

Negué varias veces con la cabeza y enmudeció.

-Fue hace tiempo –dije y fruncí los labios-. Apenas tengo recuerdo de él. Y no me importa, la verdad. Vivimos mejor sin él.

Mentí respecto a que no me acordaba de él. Sí que lo hacía, a diario, y siempre me preguntaba por qué. ¿Por qué habíamos tenido que llevar esa maldición en la sangre durante tantas generaciones? ¿Por qué no habíamos podido ser una familia normal? Mi padre, de una manera bastante sutil, me había explicado que, por la seguridad de todos, los licántropos de Blackstone se quedaban en Blackstone. No habría universidad, ni siquiera podría irme a otro estado o ciudad donde comenzar de nuevo sin que nadie me mirara con odio. Siempre estaría encerrado aquí, en el pueblo. Y eso era algo que no podía soportar.

Aunque sonara cruel por mi parte: realmente estaba mejor sin él. Y si estuviera sin ese Carin obsesionado con el poder, viviría incluso mejor. Mi padre siempre había sido un hombre estricto y lo había querido, pero el odio que me inspiraba que, por su culpa (por sus malditos genes), yo fuera un monstruo era mucho mayor.

Era la primera vez que hablaba del tema con alguien que no era de la manada o de mi familia y me resultó… reconfortante.

Le di celeridad a mis pasos al reconocer el BMW de Carin cerca de donde nos encontrábamos y, cuando llegué junto al coche, dejé a Mina de nuevo sobre el suelo y levanté una ceja mientras desbloqueaba los seguros del coche.

-¿Impresionada? –pregunté, con un ligero tono burlón.

Aquel coche había pertenecido a mi padre pero, al morir, Carin se lo había quedado para su uso y a mí en contadas ocasiones me dejaba llevarlo. Podría usar alguno de los otros coches que tenía mi padre, pero no quería llamar más la atención.

-Más bien sorprendida –me respondió.

Se deslizó al asiento del copiloto y yo hice lo mismo. Cuando la miré de nuevo, tenía los ojos cerrados y se apoyaba contra la ventanilla, como si estuviera durmiendo. Me temí que pudiera pasarle algo porque, tenía la sensación, de que era la primera vez que se encontraba en aquella situación.

-Espero que no vayas a vomitar –dije y comencé a colocar el espejo y a toquitear la pantalla táctil que llevaba el BMW sobre el salpicadero, nervioso-. Dime que no vas a vomitar, por favor. Si mancho la tapicería, mi hermano me va a matar.

-Eh, tranquilo, Whitman –me espetó, frunciendo el ceño-. Nadie va a vomitar. Y menos en el coche de tu hermano. Si fuera el tuyo, quizá me lo plantearía, pero en el de tu hermano no se me pasaría por la cabeza.

No pude evitar esbozar una sonrisa de alivio. Carin era bastante pulcro con todas sus cosas, el BMW encabezando la lista, y no quería ni imaginarme la cara que pondría si viera que alguien había vomitado encima de la tapicería.

Metí la llave en el contacto para largarnos de allí cuanto antes. En cuanto la giré, la música de Carin inundó todo el coche con su estruendoso y chirriante sonido y me abalancé sobre la pantalla táctil, intentando por todos los medios posibles quitar todo aquel infierno. Vi que se llevaba las manos a la cabeza y me temí lo peor.

-Sigues sin querer vomitar, ¿verdad? –me cercioré, mientras conseguía poner la marcha atrás y empezaba a maniobrar para salir del cúmulo de coches.

Aunque apenas había cogido el coche, más por presión de mi hermano que por otra cosa, el BMW no era tan difícil de llevar. Mi madre siempre se lavaba las manos cuando me quejaba sobre la negativa de Carin a que cogiera el coche que también era en parte mío y yo siempre tenía que cerrar el pico y cambiar de tema.

Miré de reojo a Mina.

-¿Mina? –dije, con un hilillo de voz.

No quería ser pesado, pero me preocupaba que pudiera sucederle algo. Lorie siempre se volvía un peso insoportable cuando se emborrachaba y parecía una fuente de vómito cuando la acompañaba a su casa.

-Ya te lo he dicho, Whitman: estoy bien. Deja de preocuparte, ¿quieres? –me espetó, de muy malas formas.

Su tono me molestó bastante.

-¡Me preocupo porque valoro mi vida y porque no quiero que vomites en, precisamente, en el coche de mi hermano! –dije, agarrando con fuerza el volante.

Quizá debería haber sido un poco menos insistente con el tema del coche, pero no quería tener problemas. Si mi hermano descubría lo que estaba haciendo en aquellos precisos instantes, saltándome la normal CAPITAL, podría costarme muy caro si Carin averiguaba que había decidido acompañar a una chica, y no una chica cualquiera, sino la hija del cazador que asesinó a nuestro padre, a su casa.

-¡Entonces no haberme decidido llevarme a casa! –me respondió, elevando el tono de voz-. Si tanto te preocupa el puto coche, ¡páralo y me voy andando!

De manera inconsciente, como si alguien me hubiera puesto en piloto automático, pisé el freno y detuve el coche en medio de la carretera. En mitad de la noche. Estaba seguro que no sería capaz de cumplir con su amenaza y que me pediría que arrancara de nuevo en breves instantes.

Cuando el portazo de Mina me sacó de mi ensimismamiento, supe que había cumplido con lo que había dicho. Miré perplejo cómo Mina se alejaba del coche sin tan siquiera girarse para mirarme. Me enfadó el hecho de que intentara probarme de aquella forma tan absurda, ¡por supuesto que no iba a dejar que fuera hasta su casa andando! Era demasiado peligroso y no iba a permitir que le pasara nada.

Sabía que estaba teniendo un comportamiento pueril, pero no me importó. Apagué las luces del coche y bajé con cuidado la ventanilla. Juraría que podía oír despotricar a Mina desde allí.

Cuando casi se cayó por el arcén, decidí que la broma había llegado demasiado lejos y que tenía que terminar con todo aquello. Saqué la cabeza por la ventanilla y grité su nombre, sin respuesta por su parte.

Ignorándome por completo, Mina siguió caminando sin dar muestras de haberme oído.

Lo intenté de nuevo.

-¡Mina, por favor! –le grité-. ¡Joder, Mina, para de una puta vez, ¿vale?!

Aquello pareció despertar la curiosidad o, simplemente, se había cansado de seguir ignorándome como si no me hubiera escuchado. Conduje hasta situarme a su lado de nuevo y esperé a que se montara de nuevo.

No lo hizo.

Se quedó quieta, frente al coche, cruzada de brazos y mirándome fijamente, esperando a que yo diera el primer paso.

-¿No tendrías que estar de vuelta en la fiesta, emborrachándote con tus amiguitos y dando gracias de que no haya vomitado en tu coche? –me preguntó, con demasiado sorna.

Hice una mueca. Eso era un golpe bajo.

-No pensaba que fueras capaz de… bueno, de cumplir con tu amenaza –me disculpé, esperando que sirviera y fuera suficiente.

Mina se inclinó hacia mí, apoyándose sobre la puerta del coche y me pregunté si había hecho eso aposta para que pudiera tener una buena panorámica de sus pechos. No me importaba, la verdad, pero tuve que tragar saliva y respirar hondo para intentar serenarme.

-¿Sabes que eres pésimo para las disculpas? Tendrías que practicar más.

Por supuesto que mi excusa había sido pésima, pero no se me había ocurrido nada mejor y lo había dicho con sinceridad. Nunca en mi vida me había puesto en una situación similar y tampoco sabía muy bien cómo moverme en ese terreno que parecía haberse vuelto un tanto pantanoso.

-Normalmente no tengo este tipo de discusiones con Lorie. Quiero decir, que ella es mucho más… más… tranquila.

De nuevo había metido la pata, hasta el fondo. Incluso lo había hecho de forma más patética que la primera y la segunda; su cara se descompuso ante la mención de Lorie y, una vez recuperada, me señaló con el dedo índice de manera amenazadora.

Tenía que reconocer que me ponía bastante cuando se ponía en ese plan enfadado.

-No-vuelvas-a-compararme-con-ésa –me replicó, sin hacer pausas.

Ese tono también me ponía bastante. Me gustaba su forma de enfadarse y replicarme, tal y como había hecho.

Esbocé una sonrisa traviesa, siguiendo con el juego.

-Solamente si subes otra vez al coche y me permites que te lleve de vuelta a tu casa –le propuse.

Mina dudó unos segundos pero, al final, claudicó. Se subió de nuevo al coche y pude arrancar; pisé el acelerador de manera automática y noté que Mina se tensaba a mi lado y que sus ojos estaban clavados en el velocímetro. Hice unos esfuerzos sobrehumanos para evitar sonreír.

-¿Sabes que podíamos acabar convertidos en tortilla de coche y humanos si no bajas la velocidad? –inquirió, tragando saliva-. Parece que no valoras nada nuestras… tu vida.

Le eché un vistazo al velocímetro y se me escapó una sonrisa de pura petulancia.

-Tranquila, Seling –dije, usando su jueguecito de llamarla por el apellido-. Las velocidades es lo último que debería darte miedo estando conmigo.

-Oh, bueno, eso me deja abiertas un par de puertas de lo más desagradables. ¿Podrías frenar un poco?

Me mordí el interior de las mejillas para contener una sonrisa. Cada minuto que pasaba junto a su lado, más seguro estaba que Mina era mi compañera y que, si eso era así, iba a ser un revuelo dentro de la manada. No quería separarme de ella.

-Así no llegaríamos a tu casa –respondí.

Mina comenzó a revolver en su minúsculo bolso y la miré con curiosidad. Siempre me había fascinado la cantidad de utensilios que podían caber en una cosita tan pequeña y la necesidad de llevar tantos bártulos para una sola noche.

Mina sacó su móvil y comenzó a revisar si había recibido alguna llamada o mensaje. Al ver que no había nada, lo guardó de nuevo en su bolso con un gesto de fastidio.

-¿Preocupada por no llegar a tiempo a casa, Cenicienta? –intenté bromear.

-Sigue conduciendo y cierra el pico –masculló.

Su tono era molesto, así que decidí no echar más leña al fuego y me callé durante el resto del trayecto.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro